Cuando Nietzsche había logrado trasponer las limitaciones de la humildad cristiana, y se preguntaba – no sin sorna – “¿Por qué soy tan inteligente”, sacaba una conclusión que no hay que tirar tan fácil en saco roto por simple aversión al orgullo, y continuar tontamente cultivando por humildad un pensamiento imbécil. Se respondía el bigotazo la pregunta diciendo: “No he reflexionado jamás sobre problemas que no sean tales, no me he derrochado” (lo cual es una enorme estafa en su caso, pero, bien valga el acierto).
Los católicos nos venimos derrochando en discusiones teológicas que no son tales, sin ton ni son, desde que aquel obtuso Concilio germanizado impuso la agenda, y donde las pocas cretinadas agudas siempre fueron francesas, las que con cierto ingenio nos hacían pasar por el gargüero el pesado humanismo teutón de luterano lastre. “Los raros casos de cultura elevada que he encontrado en Alemania, debían sus méritos a la cultura francesa…” ( y estos casos les entraban a patadas cuando se les ganaba una guerra) sentenciaba el buen Federico en Ecce Homo, agregando párrafo seguido: “A todos los sitios donde llega Alemania, corrompe la cultura”. Y bien graficaba el acierto – para su mal- con aquella chusca sentencia de Stendhal “La única disculpa de Dios, es que no existe…” asunto que bien dejado allí resultaba suficientemente gráfico para defender ingeniosamente el ateísmo, y no había necesidad de traer a Zaratustra ni todo el palabrerío ateo del mencionado tragadioses; frase – maldita si las hay – que expresaba en pocas y claras palabras lo que en el otro costaba volúmenes. Claro que él mismo festejaba como un triunfo antigermano el haber permanecido en el resentido caos poético polaco, a los que lo germanos – como respuesta a sus burlas – cada tanto apaleaban con modernos carros de guerra para hacerles recordar las lecciones de la practicidad que esconde su romanticismo. Pues mal que le pese a Nietzsche, Lutero había sido un mamarracho intelectual, pero un gran negocio.
Hace varias decenas de años que los católicos hemos sido encerrados a la fuerza en una sala de lectura para idiotas. ¡Piensen que ya hay generaciones enteras formadas en esta chapucería intelectual! Que discuten filosóficamente por si es misericordiable que a uno le entren ganas de hacerse de la retambufa, o de si el cura se puede arremangar la sotana, prestar las sagradas vestimentas a las vedettes, asesinar un niño, o de si los cornudos reincidentes deben comulgar y de si las viejas charlatanas y feas de cofradía pueden ser sacerdotisas.
Desde los elementales “looombardos” de Roncalli y Montini que aportaron ¡de toda la coloratura italiana! sólo la guaranguería el uno y el maquiavelismo el otro – mínimos y pobres condimentos que han salpimentado siempre el genio itálico, pero ¡que así sólos…! Y esto, que se perdonaba por el vuelo espiritual que supo dar la bota, venía a mecharse con la anarquía mental polaca de Wojtyla y los fuegos de artificio de la lenta motilidad intestinal – tan propiamente germana- de Ratzinger. Repito, solo hemos tenido para solazarnos un par de petulantes cabronerías francesas que nos hicieran elevar la mira de los fusiles más allá de las braguetas y que por ello, hoy resultan ser levantadas como altas teologías (miren si no al avinagrado de Bouyer, hoy de moda, con su pensamiento surgido de una úlcera estomacal, contraída por efecto de tratar tras bambalinas el hacerles decir algo profundo a los cínicos italianos y a los estólidos alemanes que fungieron de sus patrones, a los que odió y se burló mientras recibía su salario).
El resto ha sido derrocharnos en contradecir las más estúpidas de las argumentaciones heréticas que supo inspirar un demonio holgazán y pipón que, en un siglo lujurioso, había perdido las ganas y el ingenio para perder a los hombres con razones de peso o de pose. ¡Oh tiempos de Arrio!
En medio de tanta mediocridad no podía faltar la audacia de los enanos de América que, ante el dislate, se atrevieron a alzar su voz chillona y bullanguera a partir de un mal digerido Marx leído en eslóganes panfletarios, pueblerino y bananero. Los mismos que se sorprendieron más tarde siendo escuchados por un público germano – al que sus inteligencias con complejo de inferioridad suponían no alcanzar a comprender – y a los cuales jamás su hubieran atrevido a dirigirse. (Siempre algo dicho en alemán, para estas tierras, suena como algo inteligente para el que a uno no le da el caletre, y simplemente es que no sabemos el idioma).
La cuestión es que la teología de la liberación, que era un refrito de imbecilidades para uso local de trasnochadas revoluciones ya fuera de moda en el primer mundo; usado para viajar gratis a México y visitar Acapulco de la manito con algún arzobispo que, por los favores concedía algunas monseñorías y cátedras absurdas en universidades más que malas ¡fue escuchada por los alemanotes! Y estos cazurros del sureño hemisferio, al mirar su burla parlada en alemán, desde sus tripas entendieron al fin;… estos también, como ellos, eran un montón de fantoches mucho más tontos que ellos mismos, y la prueba venía por el simple hecho de que se tomaban sus asuntos más en serio que aquí.
Ya el teólogo Ratzinger no iba a impresionar a nadie, muy a pesar de sus elípticas denigraciones de “her proffesor” a la “obra” teológica de Panchito – que en la cumbre del humor alemán declaraba no haber leído – pues estos habían descubierto que no hacía ninguna falta haber leído las suyas para llegar en chancletas al mismo lugar al que el otro llegaba tan pintiparado.
Y nosotros, desde el trabajo de desandar los ambiguos laberintos del norte y denunciar la socarronería del sur de Europa ¡como si esto no fuera ya una denigración suficiente del intelecto! estamos hoy dando vuelta a los refritos que escriben los cuarterones latinoamericanos de un segundón, y que nos tiran a la mesa mugrienta de sus mates con tortas de grasa para que nos empeñemos en demostrar la heterodoxia de sus salivaciones verdosas (pienso en el “Tucho” Fernandez). Obligados a mover el intelecto en esfuerzos peristálticos para concluir desde el músculo ilíaco, al borde de un cólico o de un vómito, y dar mil consideraciones a lo inconsiderable.
Hay que salvar a la juventud; en el período de incubación intelectual la primer tarea que ha de emprenderse es la de parapetarse en buenos libros y sabias discusiones, o por lo menos… en los mejores escépticos y los divertidos cínicos. No vaya a ser que criados en estas verminosas elucubraciones tengan como único refugio las edificantes frases esperanzadoras de los viejos que no han sabido transmitir el asco, el desplante y la desmesura, elementos imprescindibles para transitar los años mozos.
Francisco… me tenéis harto.