Hallado digno del martirio

 

En 2014, el periodista Andrea Zambrano, con su Il Beato Rolando Rivi, il martire bambino (Imprimatur, Reggio Emilia, 20014), a través de una investigación-estudio histórico, hizo brillar con todo su esplendor la nobilísima figura de Rolando, seminarista mártir a los 14 años por odio contra la fe por obra de los partisanos comunistas.

Venció 30 causas

En las páginas 194-195, Zambrano cita a un ilustre sacerdote de Reggio Emilia, cargado de méritos por haber narrado largamente la verdad más incómoda sobre el comunismo reggiano y emiliano en sus libros y en sus artículos como Reggio Bandiera rossa (1961) y Mons. Socche l’ultimo Vesco-principe di Reggio Emilia (1975).

Se trata de mons. Wilson Pignagnoli, nacido en S. Prospero di Correggio (Reggio Emilia) el 24 de septiembre de 1921. Ordenado sacerdote el 3 de junio de 1945, fue capellán coadjutor en Castelnuovo Sotto y tuvo distintos cargos en la Acción Católica y en la Curia Episcopal. En octubre de 1952, fundó el semanario diocesano La Libertà, que dirigió por muchos años. Enamorado de Jesucristo, fue un defensor de la Verdad de la Fe contra las mentiras del comunismo ateo. En La Libertà -escribe Zambrano en el texto citado- “mons. Pignagnoli desarrolló una insustituible acción de análisis y de denuncia de la compleja realidad reggiana durante la guerra fría. Un periodista que mons. Socche estimaba, al cual los comunistas interpusieron la friolera de 30 causas por difamación ante el tribunal. Todas perdidas”.

Esto quiere decir que Pignagnoli venció en el tribunal 30 causas, en las cuales había defendido la Verdad y la Justicia. Un hermoso primado. Pero él era sacerdote de aquel Jesús, que la noche antes de su Pasión, aun conociendo la cruz que le esperaba, proclamó con la máxima seguridad: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

“La estima de mons. Socche por Pignagnoli -continúa Zambrano en su libro- fue evidente en los años 50, cuando el entonces Obispo tuvo incluso que defenderlo en una polémica sobre los hermanos Cervi, que lo había opuesto nada menos que al Presidente de la República Luigi Einaudi”. ¿Cómo lo defendió? Nombrándolo canónigo para hacerle enfrentar mejor con aquel título el mosaico de acusaciones y de mixtificaciones que tuvo que sufrir y que superó brillantemente. Ciertamente mons. Pignagnoli no era una caña movida por el viento. Tampoco un molusco. Era un sacerdote, un hombre de cultura, un valiente de la fe, un heraldo de la cruz, un soldado de Cristo, como del que tendríamos necesidad ahora, en defensa de la Doctrina católica y de la Ley de Dios, de la familia y del matrimonio, de la vida naciente, en defensa de los Sacramentos, en primer lugar de la Stma. Eucaristía.

Toda su vida fue así, hasta la más tardía edad, cuando don Wilson se marchó a la casa del Padre a hacer fiesta con todos aquellos que habían compartido su batalla, una vida cristiana y sacerdotal intensa como militia Christi: “¡A nosotros la batalla, a Cristo la gloria!”.

Lo definió mártir

Esperándolo en el cielo, estaba también Rolando Rivi. Escribiendo en el semanario diocesano de Reggio Emilia, el 13 de enero de 1951, inmediatamente después de que en Lucca habían sido condenados los asesinos de Rolando por el tribunal que, en la sentencia, había dicho que aquel seminarista fue asesinado porque impedía la difusión del comunismo, don Wilson utilizó por primera vez la palabra “mártir”.

Presentamos casi por entero el artículo titulado “Sotana colgada en la viga”, escrito y publicado en primera página por don Wilson Pignagnoli.

“Rolando Rivi nació el 7 de enero de 1931. Era pobre y llevaba los zapatos rotos. Estudiaba con pasión el harmonium. Los partisanos comunistas lo apresaron, lo asesinaron y lo enterraron. Don Camellini (el cura de la parroquia de S. Valentino) fue a desenterrarlo y lo llevó al cementerio de su pueblo. Fue vista después, en la casa de la base de los partisanos, suspendida bajo el pórtico una pequeña sotana colgada como un títere y hecha objeto de escarnio y burla.”

“Y tú, Rolando, que eras pobre, quizá no sabías que eras más rico que aquellos que te hicieron sufrir y morir; porque tú tenías la inocencia en el corazón. Y ahora ya no correrás por los vastos pasillos del seminario levantándote la sotana para no tropezar con ella. ¡La última sotana, rasgada y despreciada, quién sabe qué fin habrá hecho!”

“Pero no te duelas. En el seminario hay muchos otros muchachos como tú, que querrán seguir tus huellas y que esperan alcanzar lo que tú no has podido conseguir. Y trabajarán también para ti. Tus compañeros te recordarán por mucho tiempo; alguno te ha incluso envidiado porque has sido hallado digno del martirio. Tu sangre, en los designios de la Providencia, dará fruto como una larga vida gastada haciendo el bien. Tu ideal fue recogido por otros y con tu sangre cimentarán el muro del nuevo seminario.

“El corazón del pequeño seminarista fue detenido por el plomo de los sicarios de Satanás. Su traje fue despreciado. Pero su ideal no será nunca apagado. Cristo, Rey de los mártires, ha aceptado el sacrificio del muchacho inocente para tener un Mártir en el Cielo”.

Andrea Zambrano, en el libro citado, habla de extraordinaria premonición en el artículo de Pignagnoli: “encontramos por parte del periodista de la curia la consciencia no sólo de la inocencia de Rolando, sino también una comprensión de los hechos que le lleva a considerarlo inmediatamente mártir. El sacrificio de Rolando es claro y cristalino y debe servir como ejemplo para otros seminaristas de la diócesis”.

Parecía prohibido hablar de Rolando, una verdad la suya demasiado incómoda en aquella zona y en aquellos tiempos, pero el silencio fue roto. Rolando, como decía cuando había apenas aprendido a caminar (“Yo camino solo”), caminó y se abrió increíblemente camino, se impuso con la autoridad del santo y del mártir, que ha dado la vida por Jesucristo, al Cual está asegurada una extraordinaria, más bien única, atracción de amor (“Levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 32) y una descendencia sin número.

De él, mons. Pignagnoli, el primero en Italia y en la Iglesia, como el santo Obispo de Milán, Ambrosio, de la pequeña Inés, escribió con letras claras: “Martyrem dixi, predicavi satis”. Lo llamé mártir, prediqué suficiente, ante todo.

Así, la Iglesia, el 5 de octubre de 2013, con la solemne beatificación tenida lugar en Módena, elevó a Rolando a la gloria de los altares y redimió su rostro desecho con la corona del mártir. Precisamente como vio el primero don Wilson en el lejano 1951. Rolando vive en Dios y en la vida de aquellos que, atraídos por su amor apasionado a Jesús hasta la sangre, lo siguen en el sacerdocio católico. Todavía hoy hay muchachos que se hacen sacerdotes para ocupar su puesto. Martirio como una larga vida gastada por los demás.

Candidus

(Traducido por Marianus el Eremita)

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