En estos tiempos han de advertirse ciertas ideas muy extendidas de forma
solapada en nuestras comunidades cristianas y que no están de acuerdo con la doctrina católica
sino todo lo contrario, y hacen un gran daño a los fieles en las conciencias, generando
confusión y parálisis de la vida espiritual.Estas ideas, que pueden calificarse de
«herejías solapadas» (pues se impulsan desde dentro de la misma Iglesia y no desde
fuera aunque también se compartan desde fuera), son fruto de la llamada «corriente
posconciliar» que desde los años sesenta del siglo pasado ha interpretado el Concilio
Vaticano II en clave tergiversada y a nivel solo secularizado y horizontal. Y por supuesto
unida esa corriente a la notable influencia protestante que es sensiblemente advertida en
la catequesis como en la misma liturgia.
Destaco estas seis:
1: Por la misericordia de Dios todos se salvan. Afirmar esto supone asumir la tentación
del diablo cuando dice a Jesús: «Tírate desde aquí que los ángeles te llevarán en
sus brazos» (Lucas 4,9). Traducido a hoy: «haz lo que quieras que al final Dios te
va a salvar». Esta idea suprime en la conciencia el sentido de pecado y de todo
esfuerzo moral, con los efectos terribles para la caridad fraterna que queda ahogada
o convertida en un vago humanismo.
2: Jesús no es Redentor sino «Liberador». Afirmar esto supone desconocer que toda
liberación está incluida en la redención, y convertir a Jesucristo en un idealista con
fines solo de tipo temporal. Traducido a hoy significa borrar de la conciencia la
idea de ofensa a Dios cada vez que se comete un pecado. De ahí a suprimir la
confesión, o vivirla como mera terapia psicológica, hay un solo paso.
3: En la Santa Misa no hay sacrificio sino solo banquete. Y si acaso sacrificio solo
de modo simbólico. La dimensión de memorial de la muerte de Cristo queda
eliminada de la Misa, presentando solo una resurrección como si ésta no hubiera
estado precedida de la pasión. Traducido a hoy supone reducir la liturgia al
solo sentido pascual eliminando todo signo del sacrificio incruento, como la
cruz en el Altar, y abrir la puerta a toda clase de añadidos a la liturgia que
acaban desfigurando la Misa, privándola de su contenido mistérico y haciendo
de ella una sucesión de originalidades que ni llevan a Dios aunque distraigan
en el momento. La Misa deja de ser «Misterio» y pierde trascendencia.
4: La «Transubstanciación» se sustituye por la «transignificación», lo cual supone
convertir la Eucaristía en un símbolo y no en presencia Real de Cristo. Traducido
a hoy supone que comulgar es un mero acto de comunión solidaria en la
asamblea, y, por tanto, no se precisa confesar antes ya que no hay tampoco
sentido de pecado. Tras recibir la Eucaristía no hay espíritu de oración sino
que todo fluye por la acción comunitaria sin que apenas haya tiempo de oración
personal desde el silencio.
5: Ir a Misa supone que SIEMPRE hay que comulgar. Es el efecto de llamar «Eucaristía»
a la Santa Misa. Traducido a hoy, se compara a ir invitado a una cena y no comer,
obviando que quien tenga el estómago enfermo no deberá hacerlo sin curarse antes.
Con esa obviedad. muchos creen que hay que comulgar por el solo hecho de ir
a Misa. Como consecuencia el sacrilegio se ha disparado y también el terrible
contraste de los que van a comulgar frente a los pocos que confiesan. Se elimina
el sentido de ir a Misa para los que no pudiendo comulgar desean legítimamente
sentirse miembros de la comunidad cristiana. Y se suprime el acto de humildad que
supone no comulgar por no estar en gracia.
6: La presencia de Dios en la asamblea se convierte casi en la única real. Por eso
muy pocos saludan al Santísimo en el Sagrario, al entrar y salir de la Iglesia, y
sin embargo si saludan a imágenes de madera que son puro símbolo pero no
presencia real. En este punto, paradójicamente, el protestantismo es a su vez
causa y consecuencia: no se reconoce la presencia de Cristo en el Sagrario y
a la vez si se la reconoce en las imágenes. Es una muestra sutil de hasta que
punto la herejía está destrozando la fe en Cristo.