La mayoría de los antiguos códices del Nuevo Testamento recogen el Evangelio según San Marcos en segundo lugar, después de San Mateo. La tradición patrística también suele señalar que Marcos fue el segundo en componerse. La misma tradición, es unánime al afirmar que su autor es Marcos, discípulo e intérprete de Pedro. Algunos documentos antiguos apuntan que Marcos no conoció o no siguió a Jesús en su vida terrena, pero todos insisten en afirmar que San Marcos reproduce con fidelidad la predicación de Pedro. El testimonio más antiguo que tenemos, el de Papías (siglo II), dice así:
“Marcos, que fue intérprete de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque sin orden, lo que recordaba de lo que el Señor había dicho y hecho. Porque él no había oído al Señor ni lo había seguido, sino que, como dije, [siguió] a Pedro más tarde, el cual impartía sus enseñanzas según las necesidades y no como quien hace una composición de las sentencias del Señor, pero de suerte que Marcos en nada se equivocó al escribir algunas cosas tal como las recordaba”.
La falta de orden a la que alude Papías parece querer justificar la ausencia en Marcos de muchas enseñanzas del Señor que están presentes en el Evangelio de San Mateo. Sin embargo, hace hincapié en que detrás del texto de San Marcos está la predicación de Pedro. Escritos posteriores repiten de manera unánime esta atribución y estas características del segundo evangelio. Además, la relación de Pedro con Marcos se funda también en los textos sagrados, ya que Pedro llama a Marcos su hijo. Marcos tuvo también una estrecha relación con Pablo: aunque su primera colaboración acabó en desacuerdo, más tarde, San Pablo lo tiene como un fiel colaborador.[1]
En comparación con las sugerentes enseñanzas de los otros evangelios, Marcos se prestaba menos a ser comentado. Ya San Agustín apuntaba que el segundo evangelio parece que sigue y compendia al de Mateo. Tal vez por esta razón no abundan los comentarios de los Padres de la Iglesia a este evangelio. Tenemos uno de San Jerónimo, en el que privilegia el sentido espiritual, y, más tarde, otro de San Beda. En cambio, San Marcos ha sido muy valorado en la época moderna debido a la cercanía a las fuentes, la espontaneidad de su relato, etc., que permiten descubrir en él el encanto de la figura de Jesús.
1.- Estructura y contenido
El primer versículo del evangelio afirma que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios. Después, a lo largo del relato, se entremezclan dos dimensiones de esta realidad: la manifestación de Jesús como tal y el descubrimiento de este hecho por parte de sus discípulos.
En este sentido, el Evangelio de San Marcos tiene dos partes claramente diferenciadas por la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo (Cfr. Mc 8:29). Hasta entonces, Jesús con sus palabras y sus obras manifiesta su condición mesiánica, pero ni los discípulos ni las gentes aciertan a descubrir su identidad (Cfr. Mc 1:27). En Cesarea de Filipo, Pedro le confiesa como Mesías, e, inmediatamente después, Jesús comienza a impartir una enseñanza particular a los discípulos en la que les instruye sobre la manera con que deben entender su mesianismo: no como liberador político, sino como Hijo del Hombre que debe sufrir las afrentas profetizadas sobre el Siervo del Señor, hasta morir, y después resucitar.
Casi al final del evangelio, al pie de la cruz, un gentil, el centurión romano, proclama que Jesús es Hijo de Dios. Se cumple así el reconocimiento por parte de los hombres de los dos títulos que el evangelista había ya anunciado al comienzo de su escrito: Jesús es el Cristo y es Hijo de Dios.
En el curso de la narración se deja notar que, después de una confesión humana, hay una manifestación desde el cielo que la confirma y la perfecciona: así, a la declaración de Juan Bautista le sigue la voz que viene desde el cielo en el Bautismo de Jesús; y a la confesión de Pedro le sigue la voz de la Transfiguración.
Como en los otros dos sinópticos, en los capítulos que vienen tras la confesión de Pedro, se pueden distinguir dos partes: el camino hacia Jerusalén y los sucesos en Jerusalén.
La estructura del evangelio podría ser ésta:
Presentación (1: 1-13). Introduce a Juan Bautista como el Precursor anunciado en el Antiguo Testamento y a Jesús como Mesías e Hijo de Dios.
Primera parte: Ministerio de Jesús en Galilea (1: 14-8,30). Jesús predica la urgencia de conversión para entrar en el Reino de Dios. Su enseñanza y sus milagros despiertan la admiración de las gentes (1: 27-28.31.45; 2:2.12, etc.), aunque también la oposición de escribas y fariseos (2:6.16.24; 3:6; etc.). Con las parábolas (4: 1-34) enseña a las muchedumbres que le escuchan y le siguen pero no le entienden. En cambio, los discípulos que Él ha elegido son objeto de una enseñanza privilegiada. Las obras de Jesús hacen que las gentes se pregunten quién es Él (cfr 1:27; 2:7.12; 4:41; 6:2.14-16; 8: 27-28). Parece que los demonios lo saben (cfr 1: 24-25.34; 3: 11-12; 5:7), pero Jesús no acepta su testimonio: quiere que le confiesen los hombres, como hace Pedro al final de esta parte (8:29).
Segunda parte: Ministerio de Jesús camino de Jerusalén: 31-10,52). Después de la confesión de Pedro, Jesús se dedica con mayor intensidad a la formación de sus discípulos mostrándoles la necesidad de la pasión para entrar en la gloria (8: 31-9,13). Los tres anuncios de la pasión (8:31; 9:31; 10: 33-34) son como el estribillo de esta parte del evangelio. La enseñanza se completa con instrucciones sobre las virtudes y actitudes que deben presidir la vida de sus discípulos: la oración (9: 14-29), la humildad (9: 33-50), la pobreza (10: 17-31).
Tercera parte: Ministerio de Jesús en Jerusalén (11:1-16:20). Muchos detalles cronológicos y topográficos jalonan la narración de la actividad de Jesús en sus seis últimos días. Comienza con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y la purificación del Templo (11: 1-19). Las autoridades judías, que le acecharon casi desde el inicio, entran ahora en controversia con Él (11:27-12:40) y deciden su muerte (11:18; 12:12; 14: 1-2.10-11). Jesús afronta ese destino, viendo en él el cumplimiento del designio del Padre manifestado en las Escrituras (14:21). Pero la muerte no es sino camino hacia la resurrección. Con la entrada de Jesús en la gloria, termina el evangelio.
Estrictamente hablando, en San Marcos no hay más que dos discursos: el discurso en parábolas (4: 1-34) y el discurso escatológico (13). Al revés que los discursos, los relatos están más desarrollados. En San Marcos hay varias clases de relatos; unos son muy cortos, como la tentación de Jesús (1:12s), la vocación de los primeros discípulos (1:16-20), las cuatro últimas controversias en Galilea (2:13-3:5). Otros cinco relatos están más desarrollados: la curación del paralítico (2: 1-12), el endemoniado de Gerasa (5: 1-17), la resurrección de la hija de Jairo (5: 21-43), la decapitación de Juan Bautista (6: 17-29), el exorcismo del epiléptico (9: 14-29). Pero en su mayoría están únicamente esmaltados de rasgos captados en lo vivo.
2.- Autor y circunstancias de composición
Ya se ha apuntado la unanimidad de la tradición acerca de Marcos como autor del segundo evangelio, y acerca del origen del libro: la petición que le hicieron al evangelista los cristianos de Roma para que pusiera por escrito la predicación de Pedro.
Hay dos tradiciones diversas sobre el momento en que fue compuesto: Clemente de Alejandría dice que fue antes del martirio de Pedro; en cambio, San Ireneo dice que fue poco después: “Después de su partida [muerte], Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió por escrito lo que Pedro había predicado”[2]. Pedro murió en la persecución del año 65, por lo que, en uno y en otro caso, la década de los 60 es la fecha probable de redacción.
El Nuevo Testamento ofrece diversas noticias sobre Marcos. Además de ser colaborador de Pedro y de Pablo, nos dice que era primo de Bernabé (Cfr. Col 4:10), e hijo de María, una cristiana de la primera hora en cuya casa se reunían los cristianos de Jerusalén. Tradiciones antiguas afirman que, tras el martirio de Pedro, Marcos fundó la iglesia de Alejandría en Egipto, donde gozó de gran prestigio y murió mártir.
El examen interno del evangelio vendría a confirmar las diversas noticias de la tradición sobre el autor y el lugar de composición. Respecto del autor, como en los demás evangelios, en ningún momento se dice el nombre propio del escritor. Sin embargo, el evangelista parece que goza de la información de primera mano de un testigo de los acontecimientos que relata: cuando se examinan los momentos en los que San Marcos narra más detalles anecdóticos que los otros sinópticos, siempre está presente Pedro.
Respecto del lugar de composición y los destinatarios inmediatos del escrito, hay muchos indicios que invitan a confirmar la composición en Roma. Así, por ejemplo, el narrador explica costumbres judías o traduce las expresiones arameas utilizadas por Jesús, lo que hace suponer que sus destinatarios no conocen la lengua y las costumbres palestinas; en cambio, el evangelista usa muchos latinismos, y diversos giros que se entienden mejor si sus destinatarios son romanos. Cuando nota que hay palabras que pueden no ser comprendidas por el lector, las explica: así boanerges (3:17), talita kum (5:41), korbán (7:11), effata (7:34), abba (14:36), además de elói, eldi, lamma sabaqtani (15:34). Si por casualidad algunos términos técnicos griegos son difíciles para sus lectores, recurre a una especie de versión latina.
3.- Características literarias y teológicas
La crítica suele resumir el estilo de San Marcos diciendo que es un escritor de estilo imperfecto, pero un hábil narrador. Tampoco es un escritor consumado, y a veces no es claro. Sin embargo, en su sencillez, su escritura tiene una gran vivacidad. Marcos tiene el don de dar vida a lo que cuenta. La multiplicidad de rasgos captados al vivo, hacen de este evangelio un documento insustituible para el cristiano.
Su vocabulario no es excesivamente amplio, y la sintaxis es sencilla: predomina la simple coordinación de las frases unidas por la conjunción «y», por la preposición «pues», o por el adverbio «enseguida». Con mucha frecuencia el evangelista acude al discurso directo en medio de su relato. Además, salta a la vista a cualquier lector el uso constante del presente histórico —«viene», «dice», «salen»…, empleado más de 150 veces— y el salto, inesperado para nuestro gusto, de unos tiempos a otros, aun dentro del mismo relato. Característica precisa de su estilo es la descripción pormenorizada de detalles y circunstancias que Mateo y Lucas narran más sobriamente. Además, utiliza muy a menudo la tercera persona del plural —para referirse a Jesús y a los discípulos— donde los otros evangelios utilizan el singular.
También la torpeza de los relatos contribuye a darles vida. Marcos no conduce sus relatos como un escritor que domina la situación que ha de describir; está dominado por lo que ve, sigue paso a paso el episodio, pronto a añadir una explicación complementaria si se le ocurre, aun cuando literariamente no sea siempre el momento más oportuno. La narración se hace tan viva que parece oírse la voz de un testigo ocular que una y otra vez cuenta: «Entonces llegamos, vinimos, fuimos, etc.». Seguramente todos esos pormenores no hacen sino reflejar el modo vivo de los relatos de San Pedro. En cambio, a diferencia de los otros evangelios, faltan en San Marcos largos discursos. San Marcos repite muchas veces, más que los otros, que Jesús «enseñaba»; pero nos ha dejado pocos testimonios de la enseñanza de Jesús, al menos en discursos largos.
Con su detallada descripción de los episodios de la vida de Jesús y sus discípulos, el evangelio nos ayuda a trasladarnos a las pequeñas ciudades de la ribera del lago de Genesaret, a sentir el bullicio de las gentes que siguen a Jesús, a contemplar sus gestos; en una palabra, podemos asistir a la historia evangélica como si participáramos en los episodios. A ello contribuyen los rasgos apuntados antes: con el uso del estilo directo y del presente histórico, el evangelio se hace presente en el lector, que es invitado así a comprometerse como lo hicieron los discípulos. Del mismo modo la constante repetición —hasta 40 veces— del adverbio «enseguida», unida a la rápida difusión de la fama de Jesús, transmite un sentido de urgencia a la hora de proclamar el Evangelio.
San Marcos no es estilista, ni siquiera narrador de talento; aparece como un relator fiel, ingenuo. Esto se desprende del carácter estereotipado de los relatos, así como de la indigencia de su vocabulario y de los rasgos con que salpica su obra. Al lado de esto, o más exactamente, a la base de esto, hay esquemas firmes, que Marcos no parece haber creado literariamente, sino más bien haberlos recibido de la comunidad. Según esto, San Marcos tendría un origen doble: un testigo y una comunidad, ambos activos.
De entre las notas peculiares del Evangelio según San Marcos, las dos más significativas son, probablemente, la noción de “Evangelio” y lo que se ha venido en llamar el “secreto mesiánico”.
3.1.- El Evangelio y su universalidad
San Marcos es el evangelista que más a menudo —hasta ocho veces— utiliza la palabra «evangelio» en sentido absoluto. Allí donde los otros evangelistas se sirven de expresiones como «Evangelio del reino», San Marcos dice simplemente «Evangelio». Además, el Evangelio está en estrecho paralelismo con Jesucristo: Jesús les dice a sus discípulos que dar la vida por el Evangelio es prácticamente lo mismo que darla por Él. De esa manera se hace claro que el Evangelio, la buena nueva que ha llegado a los hombres, es Jesús que con su obra nos ha conseguido la salvación.
Pero la noción de Evangelio está unida a otra: su destino universal. Son varias las veces en las que Jesús lo dice expresamente. Además, esa universalidad está sugerida también de otras maneras; la más significativa es el uso continuo de la palabra Galilea en la narración. Galilea es el lugar donde Jesús comenzó y realizó la mayor parte de su ministerio, y también es el lugar para el que se anuncia el nuevo comienzo tras la resurrección (Cfr. Mc 14:28). Pero, desde el punto de vista social, Galilea es también una encrucijada de culturas y de gentes, algo así como la Roma de Palestina. Con su misión en esa región, Jesús señala, y San Marcos lo subraya, que aunque su ministerio terreno lo realizó sólo en Israel, tiene como destinatarios a todos los hombres.
3.2.- El misterio de Jesús
En la lectura del segundo evangelio, llama la atención la repetición casi constante de ciertos motivos. El primero es el mandato de silencio por parte de Jesús acerca de su mesianismo; es lo que a veces se ha llamado el «secreto mesiánico»: a los demonios, que le llaman el «santo» o el «Hijo» de Dios, les impone silencio, porque Él no acepta su testimonio (Cfr. Mc 1:25.34); también impone silencio a muchos de los que cura (Cfr. Mc 1:44), diciéndoles que no lo digan a nadie; finalmente, también a Pedro y a los discípulos les manda no decir nada —en ese momento— sobre su carácter de Mesías y sobre su gloria (Cfr. Mc 8:30).
Además de estos mandatos de silencio, la narración pone de manifiesto muchas veces que las muchedumbres, y también los discípulos, no entendían a Jesús: es lo que se llama el “misterio de Jesús”. Sin embargo, el evangelio expone claramente que Él es el Mesías e Hijo de Dios, y también recuerda que, a solas, les explicaba todo a sus discípulos, porque su ser y su doctrina estaban destinados a ser entendidos y predicados. Por eso, en todos estos pasajes debe verse la pedagogía del Señor que se va revelando progresivamente. Él es el Mesías y el Hijo de Dios, pero estos predicados deben entenderse a la luz de la cruz y de la resurrección. Ante sus palabras y sus obras, las gentes se preguntan: ¿Quién es éste?, y no aciertan a descubrirlo. Sólo con la progresiva purificación y con la enseñanza del Señor los discípulos podrán confesarlo correctamente.
4.- Enseñanza
Lo mismo que en los otros evangelios, la enseñanza de Marcos abarca muchos campos. Los rasgos que se acaban de apuntar forman parte de su enseñanza. Otros aspectos muy presentes en el segundo evangelio son el discipulado, el seguimiento de Jesús, la salvación, la fe, la oración, etc. Sin embargo, los evangelios hablan, sobre todo, de Jesús.
En otros tiempos, la moda crítica habló del paulinismo doctrinal de San Marcos, pero poco después, autores totalmente de fiar afirmaban que no se pueden reconocer en San Marcos huellas de un influjo doctrinal de San Pablo, pues están ausentes las ideas paulinas características; sólo aparecen los temas propios del cristianismo primitivo. Por lo que se refiere a las ideas, no hay el menor inconveniente en que Marcos, como buen creyente, refleje la cristología primitiva (Hijo de Dios), insinúe la soteriología y el universalismo del mensaje cristiano: en esto no hay nada de específicamente paulino. Merece notarse, por otra parte, que San Marcos ofrece una tradición eucarística diferente de la de San Pablo.
4.1.- Jesús, el Mesías y el Hijo del Hombre
En perfecta armonía con los otros tres evangelios, San Marcos muestra que Jesús es el Mesías. La primera frase del evangelio lo proclama así, y la confesión de esa verdad le valió a Jesús la condena a muerte (Cfr Mc 14: 61-64). En la manifestación de su mesianidad, Jesús siguió, no obstante, una divina pedagogía para evitar falsas interpretaciones, de modo especial para impedir que le confundieran con un liberador político y nacionalista frente a la dominación del Imperio Romano. Una muestra de esa pedagogía es que Jesús prefirió llamarse a sí mismo ante las multitudes “el Hijo del Hombre”. La expresión es sinónima de la palabra “hombre”, pero su relación con la profecía de Dan 7: 13-14 no da pie a ninguna interpretación nacionalista, sino que apuntaba a un valor religioso más trascendente. Otros títulos mesiánicos, como “Hijo de David” o “Mesías”, podrían dar lugar a entender la misión de Jesús como un mesianismo predominantemente terreno.
Corrientemente a Jesús se le llama Maestro, pero el título que Jesús mismo reivindica es el de Hijo del hombre, y esto nos introduce más en el mensaje característico del segundo evangelio.
El evangelio es un «apocalipsis», puesto que la venida del Señor es un misterio. San Mateo lo presenta en el aspecto del reino de los cielos; San Marcos lo centra en la persona de Jesús, que es el reino en persona. Todo converge en San Marcos hacia el misterio del Hijo del hombre.
Jesús no se contentó con hacer suya una apelación mesiánica, por lo demás poco corriente probablemente, sino que la transformó; pues Jesús viene a salvar a los pecadores desde ahora mismo, perdonándoles los pecados (2:10) e inaugurando la era mesiánica (2:28). Jesús operó la fusión de las tradiciones concernientes al Hijo del hombre, por una parte, y al siervo que sufre según Isaías, por otra. La buena nueva aportada por San Marcos es, pues, la revelación progresiva del misterio de Jesús. Tan pronto como un grupo ha reconocido en él al Cristo, apelación popular y degradada de aquel que debía venir, Jesús se aplica a revelar el camino del Hijo del hombre, que debe ir por la cruz a la gloria.
Con este modo de proceder, Jesucristo iba revelándose cada vez con más claridad y preparaba a sus discípulos para que le reconocieran como el Salvador que redimiría a los hombres y los reconciliaría con Dios, no por medio del poder de los ejércitos o de la fuerza política, sino por su sacrificio en el Calvario, “porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos” (Mc 10:45).
4.2.- Jesús, el Hijo de Dios
El título del libro precisa la meta de San Marcos: “Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Puede decirse con toda seguridad que la afirmación de que Jesús es el Hijo de Dios, tal como San Marcos lo expresa en sus primeras palabras, es un resumen de todo el evangelio. Resumen, por lo demás, que el evangelista presenta como clave necesaria para entender lo que el lector se va a encontrar después: si no creemos que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios, no comprenderemos el resto del evangelio.
Sin embargo, al mismo tiempo que confiesa la divinidad, San Marcos señala la verdadera humanidad de Jesús. El evangelista evoca con gusto los sentimientos de Jesús como hombre, que se indigna con los hipócritas, se enfada con los Apóstoles, se entristece en Nazaret, abraza y bendice a los niños, se angustia en Getsemaní, etc. Pero este mismo Jesús, que es verdadero hombre, tiene el poder de Dios, y en dos ocasiones, en el Bautismo y en la Transfiguración, una voz del cielo le declara el Hijo de Dios.
Los lectores del evangelio forzosamente tenemos que percibir ambas cosas: la verdadera humanidad del Señor, y la fuerza de sus gestos que nos invita a confesar lo mismo que el centurión al pie de la cruz: “En verdad este hombre era Hijo de Dios”.
[1] Las introducciones a cada evangelio y cartas del Nuevo Testamento están tomadas de la Sagrada Biblia, Ed. Eunsa, Navarra y de la Introducción a la Biblia de A. Robert y A. Feuillet, Ed. Herder, Barcelona 1967.
[2] San Ireneo, Adversus haereses 3,1,1.