Introducción al Evangelio de San Mateo

El Evangelio según San Mateo recuerda constantemente que en Jesús se cumplen las profecías y las demás Escrituras y que la obra de Jesús representa la renovación definitiva de Israel, el pueblo de la Antigua Alianza, con la formación de la Iglesia como nuevo pueblo de Dios. Así, el evangelio muestra que el cristianismo hunde sus raíces en el pueblo judío, aunque, al mismo tiempo, tiene una dimensión universal.[1]

Este evangelio gozó de gran autoridad desde su composición. Fue ya conocido y usado por los documentos cristianos que conservamos de fines del siglo I: la Didaché, la Carta a los Corintios I del Papa San Clemente Romano, la llamada Epístola de Bernabé. Su influencia fue más allá del Occidente cristiano. Eusebio de Cesarea dice que Panteno, maestro de Clemente de Alejandría, fue a la India y descubrió que allí conocían el Evangelio de Mateo, porque lo había llevado el apóstol Bernabé. Los Padres más antiguos lo citan con frecuencia y otros —como Orígenes, San Hilario de Poitiers, San Jerónimo, etc.— lo comentan sistemáticamente.

1.- Estructura y contenido esencial

San Mateo tiene propensión a agrupar las sentencias y los relatos conforme a la analogía de asunto que presentan. A diferencia de San Marcos e incluso de San Lucas, destaca en el arte de la composición literaria.

El primer evangelio es un texto atentamente escrito, en el que hasta la misma estructura quiere trasmitir una enseñanza. En su conjunto llama la atención la presencia de cinco discursos del Señor escalonando el relato. Tales discursos se alternan con cinco secciones que contienen relatos de los signos mesiánicos de Jesús.

Los discursos mayores del evangelio llevan siempre como estribillo una misma fórmula: «Y sucedió, cuando Jesús hubo acabado estos discursos…» (7:28; 11:1; 13:53; 19:1; 26:1). Fórmula escogida sin duda intencionadamente para poner de relieve los cinco pilares en que se apoya la doctrina del Maestro: el sermón de la montaña (5-7), las consignas de misión (10), el discurso en parábolas (13), las lecciones sobre la vida en comunidad (18), el discurso escatológico (24-25).

Estas magníficas composiciones convierten el evangelio de San Mateo en el evangelio doctrinal por excelencia y justifican en parte la preferencia de que fue objeto durante los primeros siglos.

Como en los otros dos sinópticos, en San Mateo se reconoce una estructura que, teniendo como centro la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, divide la narración en dos grandes partes: hasta ese momento, la acción se desarrolla en Galilea y la predicación de Jesús se dirige generalmente a las muchedumbres. Desde la confesión de Pedro, la enseñanza del Señor se destina fundamentalmente a los discípulos más cercanos y hace referencia al mesianismo sufriente de Jesús y a algunos aspectos de la futura vida de la Iglesia.

Atendiendo a estos dos bloques, puede estructurarse toda la narración: así, la primera parte, que presenta la actividad de Jesús en Galilea, viene precedida del evangelio de la infancia y de la preparación del ministerio de Jesús. En la segunda parte pueden distinguirse también dos momentos: el camino desde Galilea a Jerusalén, y la actividad y sucesos de la vida del Señor en la Ciudad Santa. A grandes rasgos, el esquema del evangelio podría ser éste:

Presentación (1:1-4:11). Comprende el relato del nacimiento y la infancia de Jesús (1:1-2:23), seguido de la narración del Bautismo y las tentaciones (3:1-4:11). El conjunto enseña que Jesús es el Hijo de Dios, nacido de la Virgen por obra del Espíritu Santo y al mismo tiempo es verdadero hombre, descendiente de David. Es el Mesías de Israel y el Salvador de todos los hombres.

Primera parte: Ministerio de Jesús en Galilea (4:12-16:20). Jesús proclama, con palabras y obras, que el Reino de Dios ha llegado. Llama a sus discípulos y convoca al nuevo pueblo de Dios (4: 12-25). Como supremo Maestro, Legislador y Profeta, promulga la Nueva Ley del Reino en el Discurso de la Montaña (5: 1-7,29). Su enseñanza queda avalada por las obras del Mesías, los milagros que confirman su autoridad (8: 1-9:38). El Discurso de la Misión a los Apóstoles (10: 1-42), las acciones de Jesús (11: 1-12:50) y sus enseñanzas en parábolas sobre el reino de los cielos (13: 1-52) resaltan de un modo nuevo que Él es más que un Maestro: es el Mesías de Israel. Los dirigentes religiosos del pueblo escogido (11: 16-12:45) se obstinan en rechazarlo, pero los signos de Jesús son tan evidentes (14: 13-15:39), que San Pedro le confiesa como lo que verdaderamente es: el Mesías, el Hijo de Dios (16: 13-20).

Segunda parte: Ministerio camino de Jerusalén (16:21-20:34). El evangelio presenta el camino de la cruz. Los dos anuncios de la Pasión (16:21; 17: 22-23) y el sentido de la Transfiguración (17:9.12) indican el significado de lo que va a acontecer: Jesús tiene que ser entregado y acepta su misión. Pero sabe también que tras la muerte vienen la resurrección y la glorificación. Esta enseñanza se completa con instrucciones sobre la futura vida de la Iglesia. Sobresale entre ellas el denominado “Discurso Eclesiástico” (18: 1-35). En el camino a Jerusalén (19: 1-20,34), otros episodios ilustran diversos aspectos de la vida eclesial: la pobreza, el espíritu de servicio, etc.

Tercera parte: Ministerio de Jesús en Jerusalén (21: 1-28,20). Comienza con la manifestación mesiánica de Cristo y la purificación del Templo (21: 1-22), y sigue con las controversias de Jesús con los judíos (21:23-23:39). Un motivo de fondo une estos episodios: Israel ha fracasado, no ha sido capaz de corresponder al don de Dios, y por eso Dios fundará un nuevo pueblo que dé frutos (21:43). El llamado “Discurso Escatológico” completa la enseñanza de Jesús a sus discípulos (24: 1-25,46): con sus palabras exhorta a la vigilancia, porque la fidelidad al don de Dios siempre se tiene que manifestar en obras. La narración cobra especial intensidad cuando se detiene en el último día de la vida de Jesús: su ofrecimiento a la voluntad del Padre (26: 26-46), su prendimiento, proceso y condena (26: 47-27,31), su muerte (27: 32-66) y su resurrección (28: 1-20). El relato destaca la entrega serena de Jesús a su misión de Siervo del Señor y el rechazo de Israel a los planes de Dios. Los designios de Dios se cumplen en la muerte de Jesús, pero también en su resurrección (28:6). Con ella y con el mandato apostólico se inicia una nueva etapa: Jesús, el Señor resucitado, permanece en la Iglesia, las puertas del cielo se han abierto y hay que anunciar este mensaje de salvación a todos los hombres (28: 16-20).

2.- Composición y marco histórico

2.1.- Autor y circunstancias de composición

Antiguos testimonios aseguran que San Mateo fue el primero que puso por escrito el Evangelio de Jesucristo. Del siglo II es el testimonio de Papías, obispo de Hierápolis, que dice: «Mateo dispuso los discursos [del Señor] en la lengua de los hebreos, y cada uno los interpretó como pudo». No se ha conservado ninguna copia ni descripción de este texto del que habla Papías, por lo que no sabemos si la lengua a que alude es el hebreo o el arameo; tampoco sabemos si los discursos que menciona se refieren a todo el evangelio o únicamente a las palabras del Señor. En cambio, muy pronto se usó como canónico el texto griego.

La atribución a San Mateo de este primer evangelio aparece en todos los documentos antiguos. Encuentra, además, una cierta confirmación en el mismo evangelio, pues es el único que recoge el nombre de Mateo para designar al publicano a quien llama el Señor en los inicios de la vida pública y que coincide con el Mateo que se nombra en las listas de los Doce.

La crítica está de acuerdo en afirmar que el Evangelio de San Mateo en la lengua de los hebreos del que habla Papías se debe datar en torno a los años cincuenta o sesenta; la versión griega, que es la canónica, podría situarse unas dos décadas más tarde.

Su lectura permite pensar que tanto su autor como sus destinatarios inmediatos eran judíos convertidos al cristianismo. En efecto, aunque el autor evita vulgarismos y busca una buena expresión griega, se descubren en su escrito muchas formas de decir de cuño palestinense que sólo usa este evangelio: «Reino de los cielos», «Padre celestial», «ciudad santa», «casa de Israel», «la carne y la sangre», «atar y desatar», etc. Además, el autor alude, mucho más que los otros sinópticos, a costumbres judías: la ofrenda sobre el altar, el comportamiento de los sacerdotes en sábado, el uso de las filacterias, etc. Todo esto hace pensar que los destinatarios primeros del evangelio son cristianos procedentes del judaísmo, para quienes las enseñanzas de la Ley siguen vigentes, aunque entendidas a la luz de la Nueva Ley de Cristo.

2.2.- Características teológicas y literarias

En los relatos de milagros, por ejemplo, frente a la viveza que encontramos en San Marcos, la narración de San Mateo es estilizada, solemne, evitando detalles accesorios, pero subrayando sobre todo dos cosas: la majestad de Jesús y la relación estrecha entre lo que pide quien lo solicita y la respuesta del Señor. En lo que se refiere a las palabras de Jesús, el evangelio recoge muchas expresiones en las que se deja notar la sonoridad de los vocablos, el ritmo poético, de modo que las frases del Señor sean tal vez más fáciles de retener en la memoria y acudan con más espontaneidad a los labios. Bajo este aspecto, puede decirse que este evangelio es el primer libro de catequesis cristiana.

Una mirada al Evangelio según San Mateo descubre enseguida que los discursos de Jesús contienen esos mandamientos que los Apóstoles deben enseñar y los discípulos cumplir: sobre el modo de rezar, de ayunar, de enseñar, de ejercer el ministerio en la Iglesia, etc.

Se le ha calificado como el evangelio de los discursos del Señor por contener extensos discursos de Jesucristo. A través de ellos podemos asistir a su predicación. Cinco de ellos —el de la montaña, el de la misión dirigido a los Doce Apóstoles, el de las parábolas, el llamado discurso eclesiástico, y el discurso escatológico— se cierran con una expresión semejante a ésta: “Cuando terminó Jesús de dar estas instrucciones…”. Hay otros discursos de menor extensión, como el de las invectivas y controversias con los fariseos y los escribas. En todos ellos el cristiano encuentra una guía clara para su conducta.

San Mateo cuida de mostrar con peculiar esmero, cómo en la Persona y en la obra de Cristo se cumple todo el Antiguo Testamento ya que Jesús es el Mesías prometido. Presenta las acciones y palabras de Jesús a la luz de diversos textos del Antiguo Testamento. En su relato se pueden encontrar hasta 150 alusiones a esos textos, de las que 50 son citas explícitas de los libros sagrados. Además, son muchas las ocasiones en las que el evangelista hace notar expresamente que con un acontecimiento determinado “se cumplió lo que había dicho Dios por medio del profeta”. Pero el cumplimiento del Antiguo Testamento va más allá de que las acciones de Jesús estuviesen anunciadas en él. La Ley que Dios entregó a Israel debe cumplirse, desde el mandamiento más grande al más pequeño, y se cumple en su espíritu, no tanto en su literalidad, en la Nueva Ley propuesta por Jesucristo. Una frase del discurso de la Montaña puede resumir esta actitud: “No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud”.

3.- Enseñanza

Si hubiera que condensar en breves trazos la enseñanza del Evangelio de San Mateo, podría hacerse en torno a dos nociones: la Persona de Jesucristo y la Iglesia fundada por Él.

3.1.- Jesucristo

Jesús, tal como aparece narrado por San Mateo, se caracteriza sobre todo por su majestad. Hombre verdadero y, al mismo tiempo, verdadero Dios y Señor de todo lo creado. Estas características se expresan muy bien con los títulos que se aplican a Jesús a lo largo del evangelio.

Jesús es, antes que nada, el Hijo de Dios. Desde la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, hasta la fórmula trinitaria del Bautismo al final, San Mateo afirma e insiste en que Jesús, el Cristo, es el Hijo de Dios. Son numerosos los pasajes que mencionan las relaciones entre el Padre y el Hijo: Jesús es el Hijo del Padre, el Padre es Dios y el Hijo es igual que el Padre. A la luz de esta verdad esencial, todos los demás títulos mesiánicos, con los que el Antiguo Testamento preanunció a Jesús, adquieren su más profundo sentido: Hijo de David, Rey, Hijo del Hombre, Mesías, Señor.

Otra manera de afirmar la divinidad de Jesús es con la denominación Enmanuel (Dios con nosotros). También al final del evangelio, en el envío de sus discípulos, el Señor utiliza una glosa de ese nombre para afirmar su presencia en medio de la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Así como Dios estaba con Israel en el desierto y con los guías de su pueblo —Moisés, Josué, etc.—, así estará Jesús con la Iglesia: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Pero Jesús no sólo es el Hijo de Dios, es también el Hijo del Hombre. Jesús se denomina así a lo largo del evangelio, aunque, sobre todo, muestra con sus obras que su caminar terreno fue el del Siervo del Señor humilde, profetizado por Isaías, que con sus palabras y sus milagros cumple el designio salvador de Dios sobre los hombres. Una de las características del Siervo del Señor es el rechazo por parte de sus congéneres. San Mateo contiene enseñanzas y hechos que iluminan, en su profundidad y dramatismo, el misterio de la reprobación de Jesús, el Mesías prometido, por parte de los dirigentes judíos, que arrastraron tras de sí a buena parte del pueblo. El evangelista va exponiendo de diversas maneras ese misterio: unas veces, al relatar los episodios de la repulsa de escribas, fariseos y príncipes de los sacerdotes hacia Jesús; otras, al narrar los sufrimientos de su Pasión, donde hace ver cómo esos acontecimientos de su vida no son una frustración del plan divino, sino que estaban previstos y anunciados por los Profetas, y son su cumplimiento. Por eso advierte el Señor que la promesa de Dios se dará a otro pueblo que dé sus frutos. Ese nuevo Pueblo es la Iglesia.

Jesús nació de una virgen (1:22s), en Belén (2:5s); huyó a Egipto (2:15), fue ocasión de la matanza de los niños betlemitas (2:17s), vivió en Nazaret (2:23). De la misma manera que esta infancia peregrina, el comportamiento de Jesús es justificado por la Escritura. Jesús se establecerá en Cafarnaúm (y no en Jerusalén), en la Galilea de las naciones (4: 14-16); como el siervo de Dios, cargó con nuestros achaques curando a los enfermos (8:17), no disputando en las plazas públicas (12: 17-21); predicó en parábolas y no abiertamente (13:35); entró en Jerusalén con modesta pompa (21:4s); fue detenido como malhechor (25:56), habiendo sido vendido por treinta siclos (27:9s). Así pues, Jesús es sin duda alguna el Cristo que anuncian las Escrituras.

Por lo que atañe a los sentimientos de Jesús, San Mateo refiere no pocos recuerdos de su compasión (9:36; 14:14; 15:32; 20:34) y de su violencia (23: 1-36), pero no conoce los numerosos rasgos propios de San Marcos que describen, por ejemplo, la cólera de Jesús (Mc 1:41; 3:5), su irritación (Mc 1:43; 8:12), su ternura (Mc 9:36; 10:16.21). Asimismo, Jesús hace a veces preguntas como un hombre corriente (Mt 8:26; 14:31). Igualmente en San Mateo, Cristo aparece con una dignidad más firme.

Jesús y los apóstoles: Después de haber suscitado la cuestión fundamental concerniente a su persona (8:27), Jesús agrupa y fortifica a sus discípulos (14: 1-16,20), les revela el misterio de la pasión y les enseña la ley del servicio fraterno (16: 21-20,28). Les llama dulcemente la atención a causa de su torpeza para entender sus lecciones (16: 8-11), pero al fin acaban por comprender (16:12; no así en Mc 8:21). Asimismo tienen la inteligencia de las parábolas (13:51). Viendo a Jesús caminar sobre las aguas, reconocen en verdad al Hijo de Dios (14:33); se afligen por la insistencia con que Jesús anuncia la pasión (17:23).

3.2.- La Iglesia

A San Mateo se le ha llamado el evangelio eclesiástico. Una razón es que fue el más usado en la Iglesia antigua, y otra, más profunda, que en él aparece constantemente la Iglesia como realidad. Ya el mismo nombre de Iglesia se encuentra tres veces en este evangelio. Además, la Iglesia, sin ser nombrada expresamente así, se percibe en el trasfondo de la narración; es insinuada de diversas formas en buen número de parábolas; anunciada su fundación y explícitamente expresada en la promesa del Primado a Pedro; incipiente de algún modo en el discurso del cap. 18; vista en figura en algunos episodios, como el de la tempestad calmada; sugerida como el nuevo y verdadero Israel en la parábola de los viñadores homicidas; fundamentada su misión de instrumento universal de salvación en el mandato misional del final del evangelio. En resumen, la Iglesia está palpitando a lo largo del texto evangélico, y siempre presente en la mente y en el corazón del evangelista.

En estrecha relación con la eclesiología está la noción de Reino de Dios, o Reino de los Cielos, que instauró y predicó Jesús. San Mateo habla 51 veces del Reino; San Marcos 14, y San Lucas 39. Pero mientras estos dos últimos usan la fórmula “el Reino de Dios”, Mateo, excepto en cinco ocasiones, utiliza “el Reino de los Cielos”. Era éste un modo de decir habitual, para no pronunciar por respeto el nombre de Dios. El Reino de Dios se instaura con la llegada de Jesús, y Él mismo explica, especialmente en las parábolas, las características de ese Reino. Estos aspectos son resaltados por el primer evangelio, llamado también por ello el evangelio del Reino.

El reino de los cielos es inaugurado con su venida, pero se desarrollará en la tierra después de su resurrección. El reino de los cielos es el reino del Dios de los cielos, que existe en el cielo, se realiza en la tierra como su imagen y su anticipación, y se consumará en el cielo.

El reino de los cielos está a punto de existir (3:2; 4:17; 10:7); en realidad, la expulsión de los demonios es una señal de que el reino de Dios ha sobrevenido ya (12:28). Hay, pues, que decidirse al oír a Jesús anunciar la buena nueva del reino (4:23; 9:35; 10:7). Para entrar en él, algunos se hallan en la mejor situación, los pobres y los perseguidos (5:3.10), todos deben ser como niños (18:1.3.4; 19:14), observar los menores preceptos (5:19), practicar una justicia superior a la de los escribas (5:20), cumplir la voluntad del Padre celestial (7:21), obrar con violencia (11:12), hacerse eunuco, si es menester (19:12), o renunciar a los propios bienes (19:23s).

En este reino tienen una función los discípulos. No deben imaginárselo como un reino sencillamente terrenal (18: 1-4; 20:21), sino saber que Pedro posee sus llaves (16:19), que en dicho reino ellos juzgarán a las doce tribus del nuevo Israel (19:28) cuando el Hijo del hombre se siente en su trono a raíz de su primer advenimiento (16:28). Su ley es la ley del servicio (18: 1-4) y del perdón (18:23). Los discípulos habrán de proclamar el evangelio del reino no ya meramente en los límites de Israel (cf. 10:23), sino a todas las naciones (24:14), al mundo entero (26:13; 28:19) y deberán, por tanto, suplicar incesantemente que venga su reinado (6:10).

En esta perspectiva el reino de los cielos es, pues, la realidad celestial que se revela ya en este mundo a los discípulos y que poco a poco va tomando cuerpo: la Iglesia.


[1] Las introducciones a cada evangelio y cartas del Nuevo Testamento están tomadas de la Sagrada Biblia, Ed. Eunsa, Navarra y de la Introducción a la Biblia de A. Robert y A. Feuillet, Ed. Herder, Barcelona 1967.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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