Isabel II y el consentimiento real
Según informó el Times of Malta del pasado 4 de diciembre, el presidente de la república de Malta, George Vella, habría confiado a ciertos allegados que estaba pensando seriamente en dimitir en caso de despenalización del aborto en su país. El caso recuerda la abdicación por un día del rey Balduino de Bélgica, el 4 de abril de 1990, para no firmar la ley que introdujo el aborto, y recuerda asimismo el caso del presidente del Consejo italiano Giulio Andreotti y el de la República Giovanni Leone, que a pesar de oponerse personalmente al aborto firmaron porque era su deber la ley al respecto que aprobó el parlamento de su país el 22 de mayo de 1978.
Andreotti intentó justificarse escribiendo en su diario: «Sesión en Montecitorio* para votar sobre el aborto. Se aprueba con 310 votos a favor y 296 en contra. Me he planteado el problema de ratificar esta ley (igual que Leone para firmarla), pero si niego no sólo provocaríamos una crisis cuando estamos empezando a tapar las fisuras, sino además de tener que soportar la ley del aborto la Democracia Cristiana perdería la presidencia, lo que sería mucho más grave» (Diari 1976-1979. Gli anni della solidarietà, Rizzoli, Milán 1981, pp. 73) [*El Palacio de Montecitorio es la sede de la Cámara de Diputados italiana (N. del T.).
A Andreotti le parecía más grave perder la presidencia del gobierno que la responsabilidad moral de ratificar una ley que decretar la sentencia de muerte para los inocentes conculcaba la ley natural y divina a la que honraba asistiendo cada mañana a la Santa Misa en la basílica de San Juan de los Florentinos. «El día más aciago de mi vida fue aquel en que firmé la ley del aborto», confesó Andreotti el 22 de agosto de 2001 durante el encuentro de Rimini. El periodista Renato Farina escribió que en una conversación con Andreotti éste le dijo que estaba profundamente arrepentido de haber ratificado una ley genocida: «Lo reconoció incluso en público. Me confió que consideraba las acusaciones de la Mafia y de otros, a su juicio injustas, una expiación en vida por aquella traición» (Tempi, 10 de mayo de 2013).
Ignoramos si la reina Isabel II, fallecida el 8 de septiembre del año en curso, llegó a tener los mismos escrúpulos que el presidente Andreotti. Un mes después de su muerte, el pasado 27 de octubre, se cumplían 55 años de la ley inglesa del aborto de 1967, que obtuvo el consentimiento real el 28 de abril del año siguiente. Desde entonces, 10.021.618 niños nasciturus han perdido la vida abortados en Inglaterra, Gales y Escocia.
He expresado admiración por la reina Isabel y la magnificencia de sus funerales, que reflejaron magníficamente la sacralidad de las ceremonias católicas medievales, pero no por ello puedo dejar de dar la razón a los católicos ingleses que recuerdan que aquel consentimiento real fue una onerosa mancha indeleble en la memoria de la monarca.
A los artículos que dedicaron a este tema Theo Howard el 23 de septiembre en OnePeterFive y Alan Fimister el 12 de octubre en Voice of the Family respondieron el 12 de noviembre en Rorate Caeli James Bogle, y el 29 de noviembre en OnePeterFive James Bogle y Sebastian Morello defendiendo a la Reina.
Ahora bien, el alcance del problema va más allá del Reino Unido y hay que verlo desde la perspectiva de consideraciones morales que tienen prioridad sobre las jurídicas y políticas. Las circunstancias de un acto y sus consecuencias históricas no pueden alterar la doctrina moral tradicional que condena toda cooperación directa con una norma contraria a la ley divina y natural. La reina Isabel, cabeza de la Iglesia anglicana, ¿no estaba acaso obligada a acatar dicha ley?
Es cierto que la Reina carecía de autoridad para vetar la ley del aborto, pero nadie podía obligarla a dar su consentimiento a un acto contrario a su conciencia. Por eso compartimos y reprodujimos en nuestra traducción al italiano el artículo del filósofo inglés Alan Fimister que se publicó el pasado 30 de noviembre en Voice of the Family .
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)