Estimado sì sì no no,
en los últimos días de noviembre de 2016 escuché comentar por un fraile en TV el Evangelio en el que Jesús, a quien le hizo notar las bellas piedras del Templo, le responde: “Vendrán días en los cuales de lo que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida” (Lc. 21, 5-9). El fraile barbudo, en la homilía, comentó: “Aquí no se habla de la destrucción de Jerusalén sucedida el 74 d. C. [sic!]. ¿Cómo podía Jesús saber lo que habría sucedido 40 años después de El? Jesús hablaba del templo de nuestros corazones, en los cuales hay ídolos. Es de este templo del que no debe permanecer piedra sobre piedra”.
He temblado en la silla. Para exactitud histórica, la destrucción de Jerusalén y de su Templo sucedió el 70 y no el 74 d. C., pero esto puede ser un lapsus. Que Jesús, sin embargo, no hablase de la destrucción del Templo, que no supiese que sucedería, precisamente El, que es Dios, es el colmo de lo que se puede decir. Negar que El hablaba – y de ello habla en más ocasiones – de la destrucción de la ciudad santa y de su santuario es contrario a la evidencia literal de los textos evangélicos. Pero, para agradar a la Sinagoga y a los herederos de Caifás, hoy se llega a decir que los Evangelios habrían sido escritos en un momento de fuerte polémica con el judaísmo, polémica que debe ser superada en nombre del “diálogo”.
Ya el card. Martini, como biblista (¡pésimo!) había intentado corregir los Evangelios en sentido favorable a los judíos, ¿queréis que cualquier fraile no le siga? Jesús – pobrecito – era sólo un carpintero y ¿cómo podía conocer el futuro? Por ello los Evangelios contienen “profecías” post factum, cuando los hechos ya habían sucedido, habiendo sido escritos, según los modernistas, del 80 d. C. en adelante.
Ved qué cúmulo de errores en la homilía de aquel fraile “televisivo”. Si estuviera todavía vivo entre nosotros, San padre Pío diría por lo menos: “¿Qué dices, muchacho? ¡Vete a estudiar, burro! ¡Y no escandalices a las almas!”.
De un sacerdote “aggiornato”, el primer domingo de Adviento he escuchado otra. Jesús en el Evangelio dice: “Como en los días que precedieron al diluvio (en el tiempo de Noé) comían y bebían, tomaban mujer y tomaban marido, hasta el día en que Noé entró en el arca y no se dieron cuenta de nada hasta que vino el diluvio y los hundió a todos, así será también a la venida del Hijo del hombre” (Mt. 24, 37-44). El sacerdote ha comentado: “La historia de Noé es algo naif, fantástico, un cuento fantástico, no es histórico, sino que es sólo un modo que Jesús usa para recomendarnos la vigilancia. El no es el diluvio que hunde a todos, no viene a castigar. Dios no castiga, Dios nos pide pasar día a día a otra dimensión de vida”.
Yo querría saber de los exegetas de hoy qué queda de verdadero, de histórico en la Sagrada Escritura.
Actualmente nos encontramos en la disolución de todo. ¿Qué queda del Catolicismo?
Amigos, del Catolicismo, queda todo (“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” – ¡lo ha garantizado el Hijo de Dios!). Pasarán los exegetas y los sacerdotes falsos de hoy, pero Jesús permanece, Jesús y todo lo que viene de El: ¡la Sagrada Escritura, la Tradición católica, la Iglesia, los Sacramentos, la Ley inmutable de Dios! ¡Todo permanece! No hay barba de filósofo, de teólogo, de exegeta (¡así se llaman!) que pueda invalidarla con un meta-cristianismo más pobre que la educación cívica.
Un consejo, amigos: el Evangelio con las notas de los tiempos de Pío XII y el Catecismo de San Pío X (por ejemplo con el comentario del P. Dragone) en la mesa, para consultarlos en todo momento como regla de vida. Y el Rosario en las manos. ¡Y ya hemos vencido!
Carta firmada
[Traducido por Marianus el eremita.]