«No tenemos autoridad para cerrar el debate, pero sí tenemos el derecho de abrirlo» : con estas palabras, pronunciadas por el Prof. Roberto de Mattei, presidente de la Fundación Lepanto, fue abierta la importante Jornada de Estudios sobre el tema «Raíces de la crisis en la Iglesia», que tuvo lugar el último 23 de junio en el Hotel «Massimo d’Azeglio». Jornada, cuyo objetivo -por lo demás brillantemente alcanzado- fue precisamente el de indagar hacia donde va la Iglesia, remontando a los orígenes de los errores que en el curso de los años penetraron en todo el Cuerpo Místico de Cristo, desde la base a las más altas cumbres, para luego volver, con la ayuda de Dios, a la Verdad católica, íntegra y vivida.
Los expertos presentes – teólogos, filósofos y estudiosos, muchos de los cuales firmantes de la Correctio filialis al Papa Francisco del último año – propusieron un «acercamiento constructivo, no abstracto, no inútilmente polémico, sino concreto y fecundo en sugerencias», como también destacó el prof. de Mattei, para enfrentar una crisis, de la cual, al abrir los trabajos, el prof. Joseph Shaw, presidente de la Latin Mass Society inglesa, dejó en evidencia algunas «cuestiones» que pasaron a ser «fundamentales», es decir la finalidad de los Sacramentos, la naturaleza de la gracia santificante, el papel de la Tradición y de la autoridad en la teología, la naturaleza de la Verdad en la fe y en la moral: «La nueva orientación pastoral del papa Francisco no tiene fundamentos teológicos de ningún tipo – continuó diciendo el prof., Shaw – La línea oficial de sus partidarios es que eso es compatible con todos los fundamentos de la fe católica, pero que esta compatibilidad no debe ser clarificada o discutida, bajo pena de falta de fidelidad al Santo Padre».
En su informe introductorio, el prof. Roberto de Mattei recordó el origen del «modernismo» y el significado que le atribuyó san Pío X para definir «la naturaleza unitaria de los errores teológicos, filosóficos y exegéticos» diseminados en el interior de la Iglesia: negación del carácter de revelación del Antiguo y Nuevo Testamento, de la divinidad de Cristo, de las instituciones de la Iglesia, de la Jerarquía, de los Sacramentos y del dogma. Si León XIII intentó «una reconciliación con ese mundo moderno que combatía en el plano filosófico», san Pío X lo enfrentó con la encíclica Pascendi de 1907, condenando el generalizado «principio de inmanencia». El Prof. de Mattei recordó como san Pío X, en el Motu Proprio Sacrorum Antistitum de 1910, con el cual impuso el juramento antimodernista, había levantado «la hipótesis de que el modernismo formase una verdadera y auténtica ´sociedad secreta´ en el interior de la Iglesia», para transformar «el catolicismo desde su interior, dejando intacto, en el límite de lo posible, la apariencia exterior de la Iglesia. En los años posteriores a la muerte de Pío X, la estrategia de los modernistas fue la de declarar inexistente el modernismo y de acusar duramente a la represión antimodernista». Esto permitió el nacimiento de la «Nueva teología» condenada por Pío XII el 12 agosto de 1950 en la encíclica Humani Generis. El posterior Concilio Vaticano II pudo también llevar «al plano teológico el principio filosófico de inmanencia» propio «del modernismo», mientras el «primado de la pastoral» representó a su vez en aquel entonces la «transposición teológica del ´primado de la praxis´ enunciado por Marx», caracterizado por la máxima difusión del comunismo en el mundo, camuflado después como teología de la liberación en la Iglesia. De ahí la conclusión a la que llegó el Prof. de Mattei: «el modernismo impregna la Iglesia, aunque sean pocos quienes lo reivindican explícitamente. Hoy estamos frente a un proceso revolucionario, que debe ser evaluado a nivel de pensamiento, de acción y de tendencias profundas. Al neomodernismo, que se presenta como una interpretación subjetiva y cambiante de la doctrina católica, es necesario oponer la plenitud de la Doctrina católica, que coincide con la Tradición, mantenida y transmitida no solo por el Magisterio sino por todos los fieles, ´desde los obispos hasta los últimos laicos´, como lo expresa la célebre fórmula de San Agustín».
El prof. Enrico Maria Radaelli, profesor de Filosofía de la Estética y director del Departamento de Estética de la Asociación internacional «Sensus Communis», ilustró el papel jugado por el pensador católico tomista Romano Amerio con la obra «Iota unum», al dejar en evidencia «los dos puntos centrales sobre los cuales se produce el desvío del modernismo: el primer punto es el de la ley de la conservación histórica de la Iglesia, por el cual la Iglesia no pierde la Verdad cuando la desmiente o la deja de lado, sino solo cuando la rechaza: de esas doctrinas – afirmó el relator – supo servirse Juan XXIII y después todos los Pontífices sucesivos para poder promulgar la propia doctrina únicamente a nivel pastoral y no dogmático -y sin dogma no se suprime -; el segundo punto se refiere en cambio a la disposición metafísica de la Trinidad por la cual primero tiene lugar, el pensamiento, después el amor, luego lo vivido: no obstante el modernismo invierte totalmente esa secuencia, haciendo que la libertad del hombre se convierta en más importante que la Verdad, por tanto más importante que Dios». Entre los remedios Radaelli señaló la capacidad de «volver al dogma», así como la importancia y la actualidad del tomismo.
El Profesor John Lamont, filósofo y teólogo canadiense recordó como, desde el principio, Mons. Pietro Parente y el Padre Reginald Garrigou-Lagrange consideraron a la «Nouvelle théologie» come una suerte de «renacimiento de la herejía modernista». La actuación de la autoridad romana, dirigida a suprimir el renacimiento del modernismo, fue no obstante «liquidada como esfuerzo de teólogos reaccionarios»; la condena derivada de ello no logró por tanto frenar la propagación de las nuevas teorías; a esto le siguió también una «acción débil del Magisterio». Pío XII no identificó con claridad las tesis, que incluso se opusieron a la Humani Generis, no lanzó anatemas y no excomulgó cuantas le propusieron, lo que contribuyó a determinar la situación actual.
El P. Albert Kallio O.P., teólogo canadiense, abordó el tema de la colegialidad en el Concilio Vaticano II, tema que, según el Cardenal Michael Browne, vicepresidente de la Comisión Teológica, contradice tanto el Vaticano I en lo que dice respecto a la plenitud de la autoridad papal, como también al Magisterio respecto a la fuente de la jurisdicción episcopal: «El simple hecho de que el ejercicio de esta presunta autoridad poseída por los Obispos en virtud de su propia consagración dependa del Papa no es suficiente para mantener la plenitud del poder del Papa como la define el Concilio Vaticano I. Además, la idea de una jurisdicción suprema que es subordinada en su ejercicio es contradictoria».
El P. Claude Barthe, sacerdote diocesano y co-fundador de la revista «Catholica», dejó en evidencia como la «reforma litúrgica» es el «espejo del proyecto conciliar»: «La introducción de la exhortación apostólica Amoris laetitia, para evitar que la doctrina presentada sea invalidada como no conforme a la doctrina precedente, volvió a utilizar, sin usar expresamente el término, la categoría nueva de “enseñanza pastoral” o sea la enseñanza voluntariamente no dogmática, inaugurada por el Concilio Vaticano II. Este Concilio ecuménico atípico creó vacíos eclesiológicos, al igual que el capítulo VIII de Amoris laetitia, medio siglo después, ha creado vacíos morales. En ambos casos se puede decir que los organismos de enseñanza perdieron terreno por causa de una presión liberal, que se ejerció con fuerza siempre creciente e intentaron una transacción con la modernidad».
La doctora Maria Guarini, quiso desenmascarar «la leyenda de las ´dos formas´ del único Rito” de la Misa. “La forma es substancia»: por ello, dijo, «parece inaudita» la introducción «en la misma Liturgia del principio de creatividad», siempre rechazado «durante siglos por todo el Magisterio, sin excepción, como algo nefasto a evitar absolutamente, considerado por muchos como el verdadero motivo del caos litúrgico actual. El principio de creatividad está corroborado por la amplia y completamente nueva competencia atribuida a las Conferencias Episcopales en materia litúrgica, incluida la facultad de experimentar nuevas formas de culto, contrariando la constante enseñanza del Magisterio, que siempre reservó al Sumo Pontífice toda la competencia en esa materia».
Una perspectiva nueva fue la propuesta por el prof. Alberto Strumia, científico y docente de la Facultad Teológica de la Emilia-Romana. El prof. Strumia, en su intervención sobre la relación entre ciencia y fe, ilustró el Programa Scimat (Science matters), disciplina que trata de toda la problemática concerniente al conocimiento humano como ciencia: se trata, dijo, del «más reciente intento internacional de retomar la tradición de Aristóteles y de examinar con la misma sistematización “lo humano” y “lo no humano” para lograr el conocimiento. Desde hace casi un siglo, en la ciencia están adquiriendo un nuevo destaque una exigencia y una metodología no reduccionistas, que remiten a un concepto más amplio de racionalidad», a «una complementariedad orgánica e interdisciplinaria, con miras a un saber efectivamente».
Tuvo particular relevancia la intervención del prof. Valerio Gigliotti sobre el tema «El papa hereje desde la teología y la praxis jurídica». El relator, profesor de Historia del Derecho Medieval y Moderno en la Universidad de Turín, hizo referencia a la tesis de uno de los más eminentes decretalistas del siglo XIII, Enrico da Susa, Cardenal Ostiense. Examinando el caso de un fiel, que tenía una fundada “duda” acerca de la moralidad de un acto realizado por el Pontífice, «habrá que concluir que la autoridad de la conciencia tiene la precedencia sobre cualquier otra autoridad, aún cuando fuese la del Papa, y que, por lo tanto, el fiel deberá desobedecer al Pontífice y soportar, con cristiana paciencia, las consecuencias de la propia desobediencia ». Por otra parte, la autoridad con la cual el Papa educa y guía a la Iglesia es la misma autoridad de Jesucristo, explicó el profesor Gigliotti, «pero de dicha autoridad él es ministro; a tal autoridad él mismo permanece sujeto», como lo confirmó Benedicto XVI, durante el Año Sacerdotal del año 2010, reflexionando sobre el papel de la Jerarquía y del Papado. La hipótesis de un Papa hereje, debatida durante siglos, aunque «traumática en el interior de la Iglesia Católica, extraordinaria y excepcional», es declarada «posible» por la mayor parte de los canonistas, sobretodo medievales y de la era moderna: tal es el Pontífice que «se desvía de la ortodoxia católica. No obstante el principio que sostiene la Sede de San Pedro no procesable por ninguna autoridad humana, el Decreto de Graciano, alrededor de la mitad del siglo XII, prevé un único caso específico aquel en el cual el Pontífice se desvíe de la fe, y en cuanto tal, puede ser juzgado y sancionado».
El último informe de la intensa Jornada de Estudios fue la de José Antonio Ureta, estudioso y conferencista chileno de la Asociación Tradición, Familia y Propiedad. Presentó el libro de su autoría titulado El cambio de paradigma del Papa Francisco: ¿continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia, en el cual deja en evidencia las numerosas tomas de posición reveladoras de una discontinuidad entre este Pontificado y la enseñanza perenne de la Iglesia, desde el estímulo de la inmigración y del Islam a la reticencia respecto a los cristianos perseguidos en Medio Oriente, desde el indiferentismo religioso, el relativismo filosófico y el evolucionismo teológico a la promoción de la agenda «verde» de un gobierno mundial, de la prédica de una nueva moral subjetiva al acceso a la Comunión de divorciados vueltos a casar por medio de la puesta en práctica de Amoris laetitia: «Es precisamente el amor al Papado lo que debe llevarnos a resistir a los gestos, declaraciones y estrategias político-pastorales que son incompatibles con el depositum fidei y con la Tradición de la Iglesia», dijo Ureta, quien propuso «cesar la convivencia eclesiástica» con los prelados “demoledores”, ejerciendo así «un derecho de conciencia de los católicos que juzgan» su actuación «nociva para la propia fe y la vida de piedad, y escandalosa para el pueblo fiel».
Como conclusión de esta importante Jornada de Estudios, el Pof. de Mattei, señaló el objetivo que debemos tener: «restaurar el sensus fidei» del pueblo católico. Un objetivo a alcanzar a través de eventos como este, destinados por lo tanto a que no quede ni uno solo aislado. (Mauro Faverzani)
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