“La Cruz de Jesús”

Siempre he sabido que sólo soy un enano. Pero no me asusto. Subo a los hombros de los gigantes y así veo lejos y alto. Así me fue dada la gracia de entrever y gustar un Cristianismo, no de enanos, sino grande, más aún, sublime, como en realidad es: “non suasionis sed magnitudinis et sanctitatis opus est Christianismus”, escribió San Ignacio de Antioquía. El Cristianismo es obra, no de persuasión – de palabras –, sino de grandeza y de santidad.

Uno de estos gigantes, recientemente ha sido para mí Louis Chardon, que el padre Garrigou-Lagrange, teólogo y sumo maestro de espíritu, pone cerca, por su genio y su capacidad de penetrar los secretos de la vida mística de intimidad con Jesús, el Hombre-Dios, de San Juan de la Cruz. ¿Pero quién es?

Una vida ejemplar 

Jean Chardon nace en Clermont-de-l’Oise (a 70 km al norte de París) a principios de marzo de 1591 y es bautizado el 13 del mismo mes. Su familia es de la pequeña nobleza de Oise y de ella ya han nacido varios juristas y eclesiásticos. Se ve enseguida que es un muchacho inteligente y más bien vivo.

Sus padres lo mandan a París a hacer sus estudios universitarios. Junto a la universidad, frecuenta también los “Salones de los Preciosos”, lugares de refinada cultura literaria, en los que se dan cita jóvenes de la aristocracia y de la mejor burguesía de París. Jean madura una viva pasión por la cultura literaria y humanística.

Pero sobre todo es fascinado por Jesús, al cual ve como el cumplimiento insuperable de toda aspiración, la realización más alta de la vida: Jesús, el Hijo de Dios encarnado, muerto en la cruz y resucitado al tercer día, vivo a la derecha del Padre y en la Santísima Eucaristía. Lo busca en la oración y en la vida interior. Conoce la Orden Dominica, frecuentando el convento de la Annonciation de Marie y a los 23 años, en mayo de 1618, abandona todo y entra en la Orden de Santo Domingo: será sacerdote “cordero de la grey sagrada / que conduce Domingo, por camino / en que engorda la oveja no extraviada” (Dante, Paraíso, X, 94-96).

La “Annonciation” le ha atraído porque es un centro de verdadera cultura teológica y de vida religiosa ejemplar: el convento hace parte de los 18 conventos llamados “de la Congregación reformada de San Luis”: la había fundado al final del siglo XVI el padre Sébastien Michaëlis (1543-1618), proponiéndose renovar espiritualmente la Orden Dominica poniendo en primer plano el Santo Sacrificio de la Misa, la celebración litúrgica del Oficio divino, la “meditación metódica” llamada “oración”, por la mañana y por la tarde. Así, la Annonciation, por su fervor y su observancia se convierte también en la sede del noviciado general, formando a los frailes que difundirían por toda Francia la reforma de la vida religiosa dominica.

Los parisinos aman el convento y llenan su iglesia y los encuentros promovidos por los frailes para progresar en la vida de unión con Dios. El rey Luis XIII, en persona, eligió dicha iglesia para alabar a Dios por el éxito obtenido contra los hugonotes en 1628.

Jean Chardon, al vestir el blanco hábito, se convierte en frère Louis y emite la profesión religiosa el 26 de mayo de 1619. Apenas ordenado sacerdote, tras brillantes estudios, sobre la Summa Theologica de Santo Tomás y afrontando incluso el estudio de los filósofos contemporáneos suyos, el padre Louis Chardon es nombrado vicemaestro de novicios. Estimadísimo, no obstante su juventud, por sus hermanos y por el mismo Maestro general de la Orden, Nicolás Ridolfi.

En este periodo ya se distingue por su amor a Jesús Crucificado, como un padre verdaderamente ejemplar, un hombre de oración y de intimidad con Jesús. Escribe su primera obra, La vida de Simón Balièvre, presentando a la imitación de sus novicios a este joven “frailecillo” muerto en olor de santidad durante el noviciado.

Desde el 28 de junio de 1632, en el convento de Tolosa, el padre Louis es predicador ordinario con la tarea hermosa y santa de asegurar la continuación de la predicación del Evangelio en la iglesia conventual. En 1645 está de nuevo en la Annonciation en París, donde vuelve a tomar la pluma y escribe sus obras: La Cruz de Jesús (1647), la traducción en francés del Diálogo de la divina Providencia de Santa Catalina de Siena (1648), “El compendio del arte de meditar” (1649), “Las meditaciones sobre la Pasión de Jesús” (1650), “Las lecciones de la perfección del venerable P. Taulero” (1650).

En París ahora es confesor y director muy buscado de las almas deseosas de unión con Dios y de santidad. Experimenta la alegría inefable de tejer admirables historias de amor entre las almas y Jesús, pero también numerosos sufrimientos por la situación de la “Congregación reformada” de su convento y de aquellos asociados a él. El, como otros hermanos, querría que los frailes formados allí no fueran mandados ya por toda Francia, sino sólo a los conventos de la “reforma”. No es del mismo parecer el Maestro de la Orden, el padre Tomás Turco, que ordena – el 1 de noviembre de 1649 – trasladar de París a algunos frailes, entre ellos al padre Louis Chardon.

Pero esta orden del General no tiene ninguna consecuencia, porque dos años más tarde, el 17 de agosto de 1651, con sólo 56 años, el padre Louis Chardon muere en su amado convento de la Annonciation. El Padre Turco, desde lo alto de su cátedra generalicia, escribe al prior de la Annonciation y a los hermanos: “Lloraría con vosotros la muerte del padre Louis, si no hubiera sido tan piadosa y dulce”. Signo de que era conocido por sus dotes y sus virtudes, en Francia y en la Orden de Santo Domingo, como religioso y sacerdote ejemplar, centrado totalmente en Jesús y en Él crucificado.

Su obra maestra 

La obra citada al principio: “La Cruz de Jesús” (donde son probadas las más hermosas verdades de la teología mística y de la Gracia santificante) indudablemente es su obra maestra, que merece a su autor un lugar de primer plano entre los maestros del espíritu de todos los tiempos.

Una de las gracias más grandes de mi vida es haber leído este libro y poderlo releer varias veces, teniéndolo a mano. Ante todo, conduce a un singular conocimiento y penetración de la intimidad de Jesús, de Su vida como Unigénito del Padre y de Su vida de Primogénito de las almas de los hermanos que, por medio del Bautismo y los demás Sacramentos, en primer lugar la Confesión y la Eucaristía, une a Sí mismo, como los sarmientos de la misma vid. Una penetración tal de Jesús que, después de haberse acercado a Él y haberle contemplado, por medio de estas páginas, se tiene la impresión de haberlo visto y tocado. Una penetración que hace crecer en el amor por Él, en la alegría de ser Suyos siempre, incluso en el dolor y en la oscuridad que se pueden encontrar en la vida: “Jesús está ahí, es admirable, es único e incomparable, y habita, por la Gracia santificante, en toda alma que lo ama y lo acoge. Y esto no está reservado a los religiosos o a los monjes, sino que es posible para todos, y todos están llamados a ello; en primer lugar, obviamente, los sacerdotes, que deben conducir a las almas a la intimidad con Él”.

En la introducción a este espléndido libro, el padre Giorgio Carbone escribe acertadamente: “Con La Cruz de Jesús, el padre Chardon no busca sólo hacer especulación teológica, sino sobre todo quiere conmover a las almas, quiere hacerles descubrir la acción de Jesús en ellas, la acción que las conforma al mismo Jesús. Su objetivo es suscitar el amor de estas personas hacia Jesús y ser consoladas así por el mismo Señor, que actúa en ellas. Toda la especulación teológica está al servicio del amor y de la contemplación de la vida de Jesús en nosotros. Toda la teología que el padre Chardon nos propone, quiere únicamente nutrir, ordenar, justificar, animar, fundar y regular toda la vida sobrenatural del hombre”.

Precisamente esto necesitamos hoy, cuando desde hace años no se habla ya de la vida sobrenatural, de las maravillas de la Gracia santificante en nosotros, reduciendo la vida cristiana católica a una especie de humanitarismo, en el fondo insignificante y vacío, mientras que el hombre sigue estando sediento de Dios.

“Los mismo contemporáneos de Chardon – continúa el padre Carbone – le reconocieron haber alcanzado el fin que se había propuesto. Los doctores en teología De Launoy y Loisel, al aprobar el texto, escriben que “el autor ha unido bien la teología escolástica y de los Padres de la Iglesia con la del espíritu y del corazón”. Otro mérito de Chardon es haber subrayado la unidad de la teología, la cual es una en cuanto que es la ciencia de Dios, de Cristo y de la vida de Cristo en nosotros. La teología es siempre espiritual, esto es, está ordenada, no sólo a la inteligencia del misterio de Dios en Sí mismo, sino también a alimentar nuestra comunión consciente y afectiva con Él”.

“El tiene el gran mérito de haber reconducido la vida mística al interior del normal camino de fe”. El estado místico no es algo extraordinario, como la profecía, la visión extática, el milagro: es algo eminente y al mismo tiempo ordinario en las personas que con fidelidad tienden a la santidad. 

Finalmente, Louis Chardon, con su insistencia en la Gracia santificante, nos recuerda continuamente que ella es la principal verdad de la mística, es su fundamento ontológico estructural, que es un don no excepcional y reservado a pocos, sino que es ofrecido ordinariamente a todos… mediante los Sacramentos. La Gracia no es algo inerte, sino que es ser asociados, en el mismo ser, a la vida divina de Jesús: “Ya no soy yo el que vivo, es Jesús el que vive en mí” (Gál 2, 20). 

Candidus

(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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