Meditación para el domingo veintitrés
En el evangelio se refieren dos milagros de Cristo nuestro Señor: el uno de la hija del archisinagogo, a quien estando muerta tomó de la mano y le dio la vida: el otro de una mujer que padecía flujo de sangre doce años, y tocando la orla de su vestidura cobró salud.
PUNTO PRIMERO. Considera lo que dice san Mateo, que estando Cristo predicando, vino a buscarle un príncipe de la sinagoga a pedirle vida y salud para su hija. Pondera con san Anselmo la dificultad con que los príncipes y poderosos vienen a Dios, traídos y como de los cabellos, a fuerza de enfermedades y trabajos, y constreñidos de la necesidad: y no esperes tú a que te la envíe Dios para venir a su servicio, sino ofrécete a Él voluntariamente, no vengas forzado, sino libre de tu propia voluntad: ofrécete desde luego a la suya para servirle eternamente.
PUNTO II. Considera el respeto y adoración con que llegó este príncipe al Salvador; pues dice el Evangelista, que le adoró (sería pecho por tierra) con suma humildad delante de toda la gente, pidiéndole la vida de su hija; y saca de aquí dos cosas: la primera, el respeto y reverencia con que has de reverenciar a Cristo y a los sacerdotes y ministros que están es su lugar: a ejemplo de este príncipe: la segunda, cómo sabe Dios humillar a los poderosos del mundo, y con la facilidad que los rinde a sus pies; y humíllate en su presencia y no temas el poder de los príncipes, pues que es tan flaco, que en un punto los humilla Dios y los pone tan rendidos a como a éste: válete de su Majestad y pídele que te ampare, y no temerás a los poderosos del mundo.
PUNTO III. Considera en esta hija del príncipe la condición de los hombres, y la flaqueza e inconstancia de la naturaleza humana: contémplala joven, rica, noble, agraciada, estimada y servida, en la flor de la juventud y difunta: tal es la condición de los hombres y la flaqueza nuestra: mira qué poco hay que fiar en años, ni en fuerzas, ni en riquezas, ni en nobleza, y cómo todo es una flor que al amanecer nace y a la tarde se marchita; y saca de esta meditación desengaños para tu vida, desprecio de todo lo caduco de la tierra y aprecio de lo eterno y celestial.
PUNTO IV. Considera cómo en oyendo la petición el Redentor del mundo, luego al punto sin más dilación se levantó, y dejando la predicación, se puso en camino, y siguió al príncipe, y fue a resucitar a su hija: en que tienes mucho que aprender: lo primero, la piedad y misericordia del Señor, que con tanta presteza se inclinó a los ruegos del que le pedía, y le concedió su petición; de que debes cobrar mucha confianza en la divina bondad, de que oirá tus ruegos y se inclinará a tus peticiones, y te concederá lo que pidieres: gózate tener un Dios tan piadoso y exorable: pide y ruégale con toda confianza que dé vida espiritual a tu alma, y que te haga toda merced a ti y a los tuyos; aprende también a ser exorable y fácil en conceder lo que te pidieren, y especialmente en las materias de misericordia y piedad, y no dilates el hacer bien a tus prójimos, como no dilató Cristo hacerle a este padre y a su hija, porque Dios no dilate el despacho de tus peticiones, pagándote en la misma moneda.
Padre Alonso de Andrade, S.J