Para el Lunes segundo de Adviento
PUNTO I. Considera a todo el linaje humano por el pecado de Adán nuestro primer padre desterrado del paraíso y del cielo por tantos millares de años, y no solo desterrados en este valle de miserias, sino cautivos y aherrojados en las cadenas de los pecados, y tanto número de almas como caen cada día en el infierno, y cerrada la puerta del cielo a todos los hijos de Adán; contempla a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que sin tener necesidad del hombre, ni aumentársele su gloria porque el fuese ella, por sola su infinita piedad y misericordia trato de su remedio, y de abrirles las puertas del cielo; y últimamente decrete su remedio y poner fin tantos males,
PUNTO II. Considera que los Ángeles pecaron, y fueron lanzados del cielo, y no tuvo Dios misericordia de ellos, ni trato de su remedio, y la tuvo de los hombres en los cuales entraste tú. Pondera la misericordia grande que Dios use contigo: reconoce cuanto le debes y mira que servicios le hicieran los ángeles, si les hiciera a ellos semejante merced, haciéndose ángel para darles remedio y sacarlos del infierno, y reducirlos al estado felicísimo que perdieron; y dale infinitas gracias por la que te hizo en dolerse de tu miseria, y dar remedio a tus males, y franquearte las puertas del cielo, y aprende también a tener misericordia de tus hermanos, cuando los vieres en trabajos de pobreza, destierro, cárceles y enfermedades, y a procurar su remedio.
PUNTO III. Considera el decreto que salió del consistorio de la Santísima Trinidad, que la segunda Persona, que es el Verbo Eterno, Hijo del Eterno Padre y en todo igual a él, se hiciese hombre vistiéndose de la misma carne de Adán, y que viniese al mundo en calidad de siervo a redimir con su sangre al hombre, y abrirle con la llave de su Cruz las puertas del cielo. Todas tres personas hicieron este decreto, y el Hijo le ejecute con suma voluntad, haciendo alarde de su infinita caridad. Pondera como siendo tan fácil enviar un ángel a rescatar al hombre, o tomar otro medio menos costoso, no quiso sino hacer este rescate por su propia persona y a tanta costa suya, vistiéndose de la librea del que era su enemigo, y te había ofendido tan gravemente. ¡Oh Señor, quién no admirara tu infinita bondad! ¡Quién podrá comprender tu grande misericordia! ¡Oh que lengua engrandecerá tu infinito amor, y la piedad que tuviste del hombre, cuando más te ofendía menos lo merecía! Alábenle los serafines y querubines y todos los coros de los Ángeles y todos los hombres y todas las criaturas, y yo te doy las alabanzas que todas te den, ya que no tengo caudal para alabarte como debo por tan grande misericordia como usaste conmigo.
PUNTO IV. Considera el fin que tuvo la Santísima Trinidad en este decreto, que fue para que, como dice san Juan: todos los que creyesen en Cristo, y le imitasen, no se perdiesen sino que consiguiesen la vida eterna; y como dice san Agustín, Dios se hizo hombre para hacer al hombre Dios. En esto has de mostrar el agradecimiento que le tienes: mira si le amas como te amo , y si logras su redención , procurando con su gracia tu salvación, y si aspiras a imitarle en todas tus obras: entra en cuenta, contigo, y atiende al empeño en que te ha puesto este tan singular beneficio y pídele afectuosamente que se logre en ti el decreto de su redención y que no seas tan desdichado que viendo bajado por ti al mundo y franqueándote con su sangre las puertas del Cielo, y entrando tantos por ellas, tú te quedes fuera y caigas en el calabozo del infierno: pon a los Santos por intercesores, en especial a la Beatísima Virgen, que ella te da la mano para lograr este tan grande beneficio.
Padre Alonso de Andrade, S.J