De la séptima bienaventuranza: bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios

Para el viernes veinticuatro

PUNTO PRIMERO. Considera que la primera paz y la raíz de las demás ha de ser con Dios, y el que la tiene, tiene paz consigo y con todos los demás; y el que no la tiene, no puede tenerla consigo ni con otros, por lo cual dijo San Pablo[1]: el reino de Dios no es otra cosa que la justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo; porque quien está en paz y amistad con Dios es templo suyo, en quien mora por la gracia del Espíritu Santo; y por esta razón Cristo da título de bienaventurados a los pacíficos, en quien mora Dios. Contempla su dicha y lo mucho que merecen, y las mercedes que continuamente reciben de tal compañero y amigo, y pídele al Señor: dadme, Dios mío, esta paz que el mundo no puede dar; tenga yo vuestra amistad, y no la pierda por todas las del mundo, ni me aparte de vos.

Punto II. Considera que, como dice San Jerónimo, no solo son bienaventurados los que tienen paz consigo, sino los que la tienen con sus prójimos, y la procuran establecer con sus hermanos; estos son pacíficos, y los da Cristo título de bienaventurados y de hijos de Dios, como a los discordes y guerreros de hijos de Satanás, que siembren entre los hermanos discordias. Pondera todo esto, y cuan amables son a Dios y a los hombres los pacíficos, y cuan aborrecibles son los discordes; y pídele a Dios que te de su gracia para ser ángel de paz entre tus hermanos, y que te libre de discordias, para que merezcas ser llamado hijo de Dios.

Punto III. Considera que gran virtud es esta, tener paz con Dios, consigo y con los hombres; de la cual dice San Pablo[2], que excede todo sentido, porque no parece que hay más que desear. Pondera el gozo del alma, y la quietud de la conciencia de que gozan los pacíficos a imitación de los bienaventurados del cielo; y que si merecen nombre de hijos de Dios, por legitima consecuencia le merecen de herederos de su gloria; y al contrario, los perturbadores y guerreros que no tienen paz consigo ni con sus prójimos, padecen continua guerra y desabrimiento en sus almas, y son condenados al infierno; levanta el corazón y el alma a Dios, pidiéndole esta virtud, y no dejes piedra por mover para alcanzarla.

Punto IV. Pondera que, como dice San Pablo, Cristo reconcilio el mundo con su Eterno Padre, y bajo del cielo a establecer la paz con los hombres; y así es obra de su brazo y virtud propia suya pacificar los discordes, por lo cual Isaías le llamo Príncipe de la paz. Pondera cuanto le costó establecer esta paz, y la merced que hizo a los hombres, reconciliándolos con Dios, y dale muchas gracias por ello, y pídele que pues a todos pone en paz, que no te deje a ti en guerra ni en enemistad de Dios, sino que te haga amigo suyo, y lo que sea siempre tuyo, y procura comprar esta gracia a cualquier cosa y trabajo que sea, y no perderla jamás.

Padre Alonso de Andrade, S.J 

[1] Ad Rom 14

[2] Filipenses 4

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