La Fidelidad de un Tradicionalista

La sustentación incondicional a la verdadera Tradición de la Iglesia Católica, a sus dogmas y a su estructura moral plasmada en el pleno reflejo del actuar cristiano conforme a los principios evangélicos, constituyen las características de un habitualmente denominado “católico tradicionalista”. Evidentemente que la manipulación peyorativa de estos conceptos, trastocan este atisbo definitorio convirtiéndolo en una amalgama de recalcitrante integrismo, fanatismo e inflexible intolerancia hacia una continuamente “evolutiva” realidad eclesial, nunca definida o determinada con precisión.

Las posturas modernistas de Alfred Loisy (1857-1940) y George Tyrrell (1861-1909), condenados post Pascendi entre otros muchos, durante los primeros años del siglo XX, engendraron a posteriori la llamada nouvelle theologie, entre los años treinta y cuarenta, que sería la mediadora entre el ala dura del modernismo, y la sutil nueva teología que introducirá sus principales conceptos teológicos, en el maremágnum aggiornado del Concilio Vaticano II.

Las geniales enseñanzas de S.S. Pío XII en sus encíclicas Mediator Dei (1947) y Humani Generis (1950), vislumbraron asintóticamente el posible alcance a que podrían llegar estas desviaciones doctrinales y pocos años después de su muerte, el Concilio Vaticano II abrió las puertas a las mismas. La propagación y proliferación de estos errores y abusos, fueron estrechando el círculo de los tradicionalistas, a punto tal de considerarlos una minoría refractaria significando más una rémora que un válido interlocutor. En la actualidad, excluidos de la misericordia bergogliana, solamente encuentran solaz en la fortaleza de sus convicciones y en la constancia que alimenta la esperanza de una restauración definitiva de un catolicismo que nunca debería haber sido desvirtuado de su esencia metafísica y reducido a vergonzosas dimensiones inmanentes.

Los tres frentes que se ha valido el neo modernismo en su victoria pírrica contra el catolicismo tradicional podrían resumirse en los siguientes:

A)- Un ecumenismo que ha reemplazado la conversión de los disidentes por un culto a ultranza a un dialogismo sinfín, inconducente para un retorno de los mismos a la verdadera Iglesia de Cristo. Los hermanos separados, (anteriores herejes y cismáticos de diverso pelaje), son considerados legítimos miembros de auténticas comunidades eclesiales que pueden convivir en un absoluto pie de igualdad con la Iglesia Católica.

Asimismo, las relaciones con las falsas religiones se canalizan a través de la inmolación en el altar del diálogo, resultando de esta manera una perfecta conformación de un supermercado religioso, en el cual la Verdad se adquiere con el relativismo, que es la moneda de compra de sus productos. Los lamentables encuentros de Asís testimonian esta realidad. (1)

B)- La todavía venenosa inoculación de la dialéctica marxista a través de la teología de la liberación y del piélago de errores dimanantes de su vertiente gramsciana. La misma ya no se restringe a algún progresismo teológico de ciertas zonas de centro y sud América marcadas por un enorme abismo de desigualdad social, sino que se predica oficialmente desde determinados organismos vaticanos bajo la directa supervisión del Sumo Pontífice.

Esto abre las puertas de seminarios, universidades y escuelas católicas para patrocinar esta ideología nefasta amparándose a la sombra de la oficial tergiversación de la teología tradicional efectuada desde la propia Santa Sede. (2)

C)- Indudablemente, la hecatombe doctrinal dejará sus secuelas en la moral y en el obrar cristiano en general. Antiguamente en la teología moral se discutía sobre atrición, contrición, probabilismo o tuciorismo. La estricta aplicación actual de estas doctrinas, parecen haber quedado totalmente perimidas ante la enorme aparición de fenómenos contra natura tales como los derivados de la homosexualidad, el aborto o la eutanasia, por nombrar los más tristemente conocidos. Si a esto agregamos la ambigüedad consecuente con que las más altas autoridades eclesiásticas formulan sus posturas en torno a estos temas, no es de extrañar el desconcierto flagrante que pesa en la conciencia de los cristianos.

El panorama general es desconsolador. Nos encontramos (tal cual el mismo papa Francisco lo ha manifestado muchas veces), en el ocaso de un pontificado. Sin embargo, el último tango en el Vaticano, no ha sido aún interpretado. La intensificación de los neo sínodos, una probable nueva restricción (sino la definitiva) para la Misa Tradicional y la plétora de nuevos cardenales nombrados, hacen lamentablemente conjeturar una marcada tendencia de continuidad independientemente de quien deba conducir la barca de Pedro.

Necesitamos asumir la verdadera magnitud de la crisis que estamos atravesando y el papel fundamental que debe desempeñar el tradicionalismo, no atomizado en pequeños guetos, sino uniéndose en comunidades que se desempeñen como auténticos faros de ortodoxia en medio de las tinieblas reinantes.

Es dificultoso e incómodo la convivencia y el trato con hermanos católicos pertenecientes al novus ordo en todo sentido, es decir, con sacerdotes, laicos y religiosas creados en sus respectivos órdenes o pastoreados como simple fieles a partir del Concilio, e intercambiar con ellos distintas impresiones sobre la realidad eclesial.

Más de un tradicionalista habrá experimentado la impotencia de encauzar sus puntos de vista, mayormente signados por una supina ignorancia de la situación eclesial pre conciliar en particular y de la historia de la Iglesia en general. Una serena exposición que desarrolle claramente cómo se ha desembocado en la actual crisis, ilustraría a estos fieles a considerar una visión más amplia de la realidad, libre de cierto espíritu becerril y acrítico infundido desde la jerarquía reinante en sus diócesis.

Recordemos finalmente que siempre encontraremos en Nuestro Señor Jesucristo y en María Santísima, la gracia y la esperanza que no nos dejará sucumbir ante estos infortunios y nos moverá desde un compromiso inclaudicable con la Tradición a enfrentar los desafíos pendientes.

“Nuestra vida discurre entre el honor y el agravio, entre la calumnia y la buena fama. Nos tienen por impostores, aunque somos veraces; por desconocidos, aunque nos conocen bien; por moribundos, aunque estamos vivos; por castigados, aunque no condenados a muerte; por gente triste, aunque estamos siempre alegres; por pobres, aunque enriquecemos a muchos. En fin, creen que no tenemos nada, aunque todo lo poseemos.”

2 Cor 6 8-10

Prof. Anselmo A. González

Buenos Aires, Argentina.

Notas

1)- “Dios en su unidad puede ser honrado fuera de la Iglesia; la fe, que es una, puede encontrarse fuera de ella; el bautismo, que es único, puede ser administrado válidamente fuera de su seno. Y, sin embargo, así como no hay sino un Dios, una fe, un bautismo, no hay más que una Iglesia incorruptible: no la única en que el verdadero Dios es honrado, sino la única en que Él es honrado con piedad; no la única en que la verdadera fe es conservada, sino la única en que ella es conservada junto con la caridad; no la única en que el verdadero bautismo existe, sino la única en que existe para la salvación.” San Agustín (Ad Cres. Libro 1, cap.2)

2)- Decía Santo Tomás de Aquino:“Parvus error in principio magnus fit in fine”: (un error pequeño en el principio se hace grande hacia el fin.)

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