LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA: AMOR DE LOS AMORES

El quinto misterio luminoso: la INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA». Expongo a continuación mi síntesis personal sobre lo que ha de ser CENTRO de nuestra vida cristiana.
    Introducción. Cuatro Relatos.

   

    De la institución de la eucaristía tenemos cuatro relatos (Mateo 26, 26-29; Marcos 14, 22-25; Lucas 22, 15-20;  y Pablo en 1ª carta a Corintios 11, 23-25) y, habiendo nacido todos de una fuente original, fueron tomando matices y aspectos particulares en las distintas comunidades cristianas.
    Cada evangelista, al igual que Pablo, al describir la institución de la eucaristía por Jesús, recoge y redacta cuanto considera útil para la vida de los fieles, y cada uno lo hace a su manera, y de ahí esa diferencia material en su redacción aun siendo idéntica la sustancia.
    Los textos de Pablo y Lucas representan la tradición de la comunidad cristiana de Antioquía, en la que por vez primera se llama “cristianos” a los discípulos de Jesús. Un análisis de sus relatos nos descubre elementos comunes que caracterizan a la citada comunidad:
          La invitación de Jesús a hacer su gesto y palabras institucionales de la eucaristía en memoria de Él
          La alianza es presentada como nueva
          La consagración del pan y vino después de la cena
          Sobre el cuerpo los dos dicen que se ha entregado a la muerte “por vosotros”, como dialogando con los presentes
    Sin embargo, los textos de Mateo y Marcos representarían mejor la tradición de la comunidad cristiana de Jerusalén. Ambos identifican la copa con la sangre de Cristo. Y Mateo concretamente añade la interpretación teológica para la remisión de los pecados (vv 28), que es la muerte de Jesús anticipada en la eucaristía.
    Sacrificio

    La dimensión sacrificial es la más destacada en la institución de la eucaristía. El cuerpo que es entregado y partido, y la sangre que es derramada y participada significan el sacrificio de Jesús. Son expresiones que aluden claramente al sacrificios que horas más tarde va a ofrecer Jesús en su pasión y muerte de cruz, en la que derrama hasta la última gota de su sangre para nuestra redención y remisión de pecados.
    Jesús, que tiene el poder de dar la vida y tomarla, la da libremente y de una vez para siempre. No se ofrece en sacrificio por si mismo ya que es inocente, sino en rescate por todos nosotros. Por tanto, el sacrificio de la cruz y el de la eucaristía es el mismo y único sacrificio, pues el oferente y la víctima es la misma, y sólo difiere el modo de ofrecerlo. Es decir, Jesús instituye la eucaristía en el marco de su pasión y muerte como un sacrificio único y perpetuo.
    Según los testimonios de Lucas y Pablo, la eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo: Haced esto en memoria mía. Con esas palabras, Jesús entregó la eucaristía a su Iglesia. Y eso quiere decir que cuando la Iglesia hace memoria eucarística no se limita a recordar lo que hizo Jesús al instituirla, sino que hace presente al mismo Jesús en su sacrificio salvador, incruento pero actual. Es un memorial en un “eterno hoy”. El memorial actualiza el sacrificio único de Cristo en sus elementos constitutivos y salvadores.
    La nueva alianza

    En Marcos y Mateo vemos la frase de esta es mi sangre de la alianza. Jesús es la novedad y todo lo hace nuevo, y así hace nueva la alianza antigua de Dios con los hombres a través de su sacrificio. La nueva alianza es la misma sangre de Cristo. La alianza antigua, que el pueblo de Israel no supo mantener ni cumplir fielmente, se plenifica ahora con el gesto de Cristo que expresa la total fidelidad a Dios hasta la muerte, hasta el derramamiento de la sangre, y la exige de los que se unen a Él en la repetición de su gesto.
    En este sentido, la eucaristía se convierte en el centro de la vida cristiana, de forma que cada vez que los cristianos celebran la eucaristía se saben colectivamente rescatados y formando el nuevo pueblo de la nueva alianza.
    El Banquete

    Jesús en su predicación se sirve de elementos de la vida humana para explicar sus enseñanzas, y así procede al instituir la eucaristía: el pan y el vino, ingredientes de un banquete, juegan un papel esencial en la eucaristía al ser transformados en cuerpo y sangre de Cristo sin perder por ello sus accidentes que dan carácter de comida al banquete eucarístico. Además, la participación de distintas personas en una comida era considerada, en la tradición oriental donde se ubica Israel, un signo importante de comunión y pertenencia mutua. Con la comida en grupo se expresaba la hospitalidad, la reconciliación y la amistad. Jesús hizo de la última cena una comida de comunión donde se comiera su propia carne. De igual modo que el cordero pascual era sacrificado y comido luego en familia, ahora Él, el verdadero cordero pascual, quiso darse en comida a sus discípulos.
    Jesús, en su predicación, describe le Reino que Él proclama como un banquete escatológico semejante a un banquete de bodas en el que se sentarán todos los pueblos. Y en esa perspectiva el milagro de la multiplicación de los panes estaría unido a la última cena del Señor, a la que aluden y recuerdan las palabras pronunciadas y los gestos realizados por Jesús antes de distribuir el pan a las multitudes. Siguiendo esta línea podemos aludir a la oración que el mismo Jesús enseña: el Padrenuestro, que en su petición de danos hoy el pan de cada día, no se queda en la súplica por el pan material sino que expresa el deseo de gustar hoy el pan de la eucaristía. En definitiva, Jesús presenta la eucaristía como un banquete que se inaugura en virtud de sus palabras y su libre entrega por amor. Banquete inaugurado y no plenamente consumado, lo que sucederá en la parusía.
    El Pan de Vida: Eucaristía en Juan

    Si bien San Juan no habla de la institución de la eucaristía, si hace alusión profunda a ella en el lavatorio de pies, en cuanto a la profundidad de la dimensión del servicio, del amor fraterno llevado al extremo, que precisamente hace coherente el rito mismo y en el fondo es una gran catequesis para evitar una celebración vacía del sacramento y unir a la misma la correspondencia con una vida cuyo centro sea la eucaristía.
    No obstante, y además de lo dicho, es en el discurso del Pan de Vida (Juan 6, 22-66) donde el evangelista ha explicitado la presencia eucarística de Jesús, pues Jesús ha venido a darse a si mismo. El pan que da es su propia entrega: ÉL SE REPARTE. Cristo nos da su carne y su sangre. Y Juan sugiere que es por medio de la muerte como Cristo se convierte en pan de vida. De manera que la antigua simbología del cordero pascual queda integrada y superada. La carne de Cristo, El cordero pascual, es alimento permanente y no libera provisionalmente sino que da la vida eterna (efecto salvífico de la eucaristía). Al nombrar Juan “verdadera comida y verdadera bebida” supera la idea de simbolismo y nos lleva a la realidad plena: pues es una comida real. Y el que come y bebe la carne y sangre de Cristo, permanece en mi y yo en él, expresando así la persistencia de la comunión de los creyentes con el Señor.
    El realismo sacramental del texto del Pan de Vida se expresa justo en la palabra “carne” en vez de “cuerpo”, de manera que se enlaza así la idea de encarnación con la de sacramento. La cena del Señor, de ese modo, afirma el materialismo de la encarnación y previene contra ideas gnósticas de alejamiento de la realidad visible.
    Pienso que nadie como Juan ha mostrado la eucaristía en su más valor más incluyente, pues la catequesis unida del discurso del Pan de Vida y el gesto del lavatorio de pies de sus discípulos, configuran la esencia de la vida cristiana cuyo centro es la eucaristía que al hacernos más semejantes al Señor nos interpela a la vez a mostrar con obras de amor fraterno la autenticidad del sacramento celebrado.
    LECTURA PASTORAL, HOY

    Estamos en el siglo XXI, a casi cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II que, entre otras aportaciones, se esforzó en hacer más comprensible el mensaje cristiano a través de un lenguaje adaptado a la cultura del momento. Por su parte en el mundo occidental se ha dado un viraje desde la modernidad a lo que hoy se asume como “posmodernidad” cuyo pensamiento impregna en gran medida la praxis del hombre y la mujer del nuevo siglo. Y ello lleva consigo luces y sombras, y, en la lectura pastoral de la eucaristía, pretendo hacer una conexión de dichas luces y sombras de la posmodernidad con la formalidad en que podríamos presentar el sacramento para una mejor evangelización. Para ello me propongo centrarme en tres dimensiones: mística, comunitaria y personal.

   

    DIMENSIÓN MÍSTICA
    La palabra “mística” nos lleva tanto a la idea de “misterio” como a la misma “trascendencia”. La posmodernidad presenta una marcada dimensión emocionalista que encaja con la sabiduría oriental y hasta con ciertos sistema filosóficos como el budismo que nosotros metemos en el conjunto de las religiones. Siendo así, me propongo hacer un envite que quizás para muchos sea descabellado o hasta arcaizante (aunque solo en apariencia). Mi propuesta es redundar en la transubstanciación, pues, ¿qué mayor misterio que un cambio de sustancia permaneciendo los accidentes?; redundar en el aspecto de misterio de la eucaristía, del auténtico milagro (creíble sólo por la fe) que sucede en cada celebración de la Santa Misa. Es además una doctrina que el Magisterio mantiene y que ciertamente se ha visto embestida por teorías de teólogos de nombre que han optado por una sustitución del concepto citado por el de “transignificación” ó “transfinalización”, palabras ambas que desacralizan el sacramento y suponen una notable pérdida de misterio. Por otro lado, y apuntando en la misma dirección y ahora enlazando con el emocionalismo actual, ¿qué puede causar mayor emoción que una actualización no cruenta de un sacrificio hecho por amor a toda la humanidad?; entonces, propongo también recuperar más el “Santo Sacrificio de la Misa” que incluye la misma eucaristía, y no al contrario (o sea, denominar “eucaristía” a la misa). Hasta nos sorprenderíamos la aceptación que en no pocas personas tendría (o ya tiene) la recuperación de celebraciones de la Misavigentes antes del concilio que envolvían un mayor halo de misterio que las posteriores al mismo.
    DIMENSIÓN COMUNITARIA
    La posmodernidad ha llevado en gran medida a una verdadera revolución en las relaciones humanas consideradas como “de toda la vida” de forma que han entrado en crisis los modelos tradicionales y han sido sustituidos por otros modelos que, sin entrar a valorar moralmente, si se pueden definir por algo es por su provisionalidad. Ello crea una verdadera crisis de soledad existencial en las existencias individuales que a su vez buscan continuamente toda clase de apoyos del tipo “psicología, Internet…etc”. Desde esa base sociológica muy evidente sobre todo en las grandes ciudades, presentar la eucaristía en su dimensión más festiva y comunitaria, es decir, de unión  entre aquellos que la celebran. Para ello en las distintas parroquias se pueden organizar actividades alrededor de la Misa, antes y/o después, de forma que se convierta en punto de encuentro de los que realmente somos hermanos e hijos del mismo Padre que nos ha regalado el don de la eucaristía.
    DIMENSIÓN PERSONAL

    A la persona posmoderna le preocupa bastante su autorrealización, su crecimiento “sostenible” como está de moda hoy decir. Hay un individualismo que bien podría compararse, en una versión religiosa negativa, al pelagianismo de muchos siglos atrás. Ante ello, la eucaristía puede presentarse como el gran camino que Dios pone a cada persona para que se dirija a la plena semejanza con Él. La eucaristía diviniza al hombre y a la mujer. Y Dios es Amor, amor dinámico que no se centra en Él mismo sino que hasta en su esencia trinitaria huye de cualquier atisbo de egoísmo. Divinizarse lleva amar, y amar lleva a divinizar. Si somos capaces de presentar un Dios que nos ama hasta el punto de quedarse con nosotros en la eucaristía, podremos catequizar en el sano “individualismo” que no es otro que desear la santidad de vida como la más auténtica realización personal.
Padre Santiago González
Padre Santiago González
Sacerdote de la archidiócesis de Sevilla ordenado en el año 2011

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