Uno no deja de sorprenderse al advertir en las redes sociales, el constante aumento de un lenguaje coprolálico. Comentarios de contactos o visitantes de portales, plagados de un lenguaje procaz, lenguaje impuro, que muchas veces es empleado también por quienes se dicen muy católicos.
El ex presidente de la República Checa Vaclav Havel decía: «¿Quién plaga el lenguaje y la conversación con clichés, con una sintaxis mal estructurada y con expresiones putrefactas que fluyen negligentemente de boca en boca y de pluma en pluma? ¿No son estos severos ataques al lenguaje también asaltos contra la raíz de nuestra identidad? ¿Y nosotros, que los usamos bastante gustosos, no somos también responsables de ellos?».
Cuando estuve en Irlanda en 1999, visitando la casa-museo del Fundador de la Legio Mariae, el seglar Frank Duff, me llamó la atención que en una de las vitrinas había un pin, que correspondía a una asociación apostólica, de la que había tomado parte Duff, que promovía el lenguaje libre de palabras soeces, cual corresponde a un cristiano.
Se había promovido una promesa de no emplear palabas malsonantes, maldiciones e insultos, en la primera mitad del siglo XX, que viendo lo que ocurre hoy por hoy, habría que reactualizarla, para que aprendamos a controlar también el lenguaje.
I. Sociedad pornográfica
El Papa Pío XI, en 1934, en su encíclica Vigilanti cura, sobre la cinematografía, afirmaba: «Por tanto, es una de las necesidades supremas de nuestro tiempo vigilar y trabajar hacia la meta de que el cine no sea más una escuela de corrupción, sino que se transforme en un instrumento eficaz para la educación y la elevación de la humanidad», ¡en 1934!
La década de los 1960 fue un tiempo de mucha turbulencia. La revuelta de los estudiantes de La Sorbona en mayo de 1968 en Francia, y el festival de Woodstock en los Estados Unidos en 1969, son dos eventos de la revolución cultural anti-familia, anti-sociedad, anti-Estado, y anti-Dios, signos decadentes que estuvieron precedidos por la generación del «rock and roll», con sus íconos más influyentes: Elvis Presley y los Beatles.
«La música de rock –dice Joseph Ratzinger- es una expresión de pasiones elementales, y en festivales de rock asume el carácter de un culto. En la realidad, es una forma de culto que está en oposición al culto cristiano. Las personas son, de cierta manera, libertadas de sí propios a través de la música de rock, por la experiencia que hacen como parte de una multitud y por el choque emocional del ritmo, del ruido y de los efectos especiales de las luces del concierto de rock. Sin embargo, en el éxtasis de tener todas sus defensas demolidas [sus defensas contra los pecados de la carne demolidas] bajo la fuerza elemental del universo…».[1]
Así hemos llegado a un estado en el que el impudor hace gala, con películas indecentes, telenovelas que excitan los sentidos, «talk shows» conducidos por promotores del relativismo moral, vestimentas provocativas dictadas por los lobbies, modas ambiguas y escandalosas, sugestivas insinuaciones, chistes obscenos, y el peligro omnipresente en Internet de visitar los numerosos y venenosos sitios web, que junto a una gran cantidad de otras tentaciones atractivas y seductoras pueden atrapar incluso a los mejores en el pecado de la impureza. En cierto sentido, el mundo puede representarse como una mina terrestre moral, donde en cada esquina del camino hay una bomba espiritual inmoral que puede pisarse y explotar.
La música actual es uno de los medios más poderosos para promover la sensualidad y el lenguaje obsceno.
El Santo Cura de Ars dijo: «El hombre de lenguaje impuro es una persona cuyos labios no son sino una apertura y un tubo de alimentación que utiliza el infierno para vomitar sus impurezas sobre la tierra».
Dan Basilio observa que «la lengua encierra todos los males, enciende el fuego de las pasiones, destruye lo bueno, es un instrumento del infierno».
El hombre, dice San Agustín, doma la fiera y no doma la lengua. De manera que sería inútil pretender frenarla por propio esfuerzo. El remedio está en entregarse a la moción del Espíritu Santo (Lc. 11, 13; Rm. 5, 5; 8, 14). Entonces, cuando nos inspire el amor en vez del egoísmo, podremos hablar cuanto queramos, oportuna e inoportunamente (2 Tm. 4, 2). No es otro el pensamiento del mismo Obispo de Hipona cuando nos dice en su célebre máxima: «Dilige et quod vis fac». Ama y haz lo que quieras. Entonces será la misma lengua el mejor instrumento de los mayores bienes.[2]
Esto tiene íntima relación especialmente con la pureza. Nunca deben salir de nuestros labios palabras sucias, lenguaje inapropiado y peor aún obsceno, o chistes impuros.
«La palabrota que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. Quien habla como un patán, terminará por pensar como un patán y por obrar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con honradez lo que se expresa en los peores términos soeces».[3]
Nuestro Señor nos advierte que seremos juzgados por todas las palabras que se emitan por nuestra boca: «Os digo, que de toda palabra ociosa que se diga se deberá dar cuenta en el día del juicio».[4]
II. Revolución en las tendencias
A partir de la rebelión estudiantil de La Sorbona, en mayo de 1968, numerosos autores socialistas y marxistas en general pasaron a reconocer la necesidad de una forma de revolución previas a las transformaciones políticas y socio-económicas, que operase en la vida cotidiana, en las costumbres, en las mentalidades, en los modos de ser, de sentir y de vivir. Es la llamada revolución cultural.
Esta Revolución es un proceso compuesto de etapas, y tiene su origen último en determinadas tendencias desordenadas que le sirven de alma y de fuerza propulsora más íntima.
La primera, la más profunda, consiste en una crisis de las tendencias: busca modificar las mentalidades, los modos de ser, las expresiones artísticas y las costumbres.
De esas capas profundas, pasa al terreno ideológico. Así, irrumpen nuevas doctrinas.
La transformación de las ideas, se extiende luego al terreno de los hechos, donde pasa a operar, por medios cruentos o incruentos, la transformación de las instituciones, de las leyes y de las costumbres, tanto en la esfera religiosa, cuanto en la sociedad temporal.
El proceso revolucionario en las almas, produjo en las generaciones más recientes, y especialmente en los adolescentes actuales que se hipnotizan con el rock and roll, una forma de espíritu que se caracteriza por la espontaneidad de las reacciones primarias, sin el control de la inteligencia ni la participación efectiva de la voluntad; por el predominio de la fantasía y de las impresiones sobre el análisis metódico de la realidad; fruto, todo, en gran medida, de una pedagogía que reduce a casi nada el papel de la lógica y de la verdadera formación de la voluntad.[5]
El impudor es uno de los métodos más efectivos empleados por la Revolución para la consecución de sus objetivos.
«Bajo las ruinas de las normas eternas se alinean las familias destruidas, las vidas ani-quiladas, los hogares extinguidos, los ancianos rechazados, los hijos degenerados y – finalmente – la desesperación y los suicidios».[6]
III. Virgen pudorosa
Esta ingeniosa parábola es de San Gregorio Nacianceno:
En otro tiempo, el linaje de los mortales vivía en completo desorden. Como dicen las historias antiguas, no había distinción entre el bueno y el malo. Muchos que tenían cara de buenos, llevaban cartas de criminales. Y, por el contrario, los tontos y alocados paseaban como personas honorables.
No se le ocultó a Dios esta plaga que invadía la sociedad. Y al fin se dijo: «No es justo que los malos y los buenos tengan la misma gloria; así, irá creciendo el vicio. Por tanto, a los mejores les voy a distinguir con esta hermosa señal, para que abiertamente se conozca quién es bueno y quién es malo».
Cubrió entonces de pudor las mejillas de los buenos, derramando sangre pura bajo la piel cuando alguien revelara su torpeza- Sobre todo, a las mujeres duplicó el pudor. A las malas les hizo la sangre más gorda y se la dejó más estancada en el interior; por eso apenas se ruborizan de los hechos torpes.
Dice Aristóteles que el pudor es cierto dolor y perturbación que proviene de un peligro moral que amenaza la honestidad.
El pudor es una gracia de Dios. Es una virtud distintiva del hombre, los animales no se ruborizan.
San Pablo exhorta a practicar la modestia, hija primogénita del pudor, cuando recomienda a los cristianos:
¡Que vuestra modestia sea vista y reconocida por todos, porque el Señor está cerca!
¡Qué bien captaron esta lección de pudor cristiano las primeras cristianas! En el martirio de Santa Perpetua se lee que, habiendo sido arrojada al circo, la furia desatada de una vaca brava corneó, desgarró y descompuso su vestido.
Como su vestido estaba descompuesto y desgarrado, juntó Perpetua los pliegues para cubrirse y sujetó sus cabellos con la peineta de oro.[7]
«La modestia es la perla de las costumbres, la vara de la disciplina, la hermana de la continencia, la lámpara del alma casta; hace desaparecer el mal, propaga la pureza; es la gloria especial de la conciencia, la guardiana de la reputación, el honor de la vida, la sede de la fuerza, las primicias de la virtud, lo más loable de la naturaleza, y el ornamento de todo lo que es honesto».[8]
Sentenciaba Tácito: Mujer que pierde el pudor es capaz de cualquier maldad.
La apostasía y el impudor han crecido en los últimos tiempos de forma simultáea.
Nuestra Señora después de haber mostrado a los pastorcitos de Fátima la visión del infierno, dijo una cosa que más tarde sería uno de las citas más famosas de todo el Mensaje de Nuestra Señora de Fátima: «Van más almas al infierno a causa de los pecados de la carne de que por cualquier otra razón». Nos alertó que aparecerían ciertas modas que ofenderían a Nuestro Señor.
¿Puedes tú afirmar que eres como la Virgen, alma pudorosa? Pudorosa en las palabras… en las miradas, en los modales, en el modo de sentarte, en el modo de caminar tan excitante y provocativo?
El lenguaje soez, es un síntoma evidente de impureza.
Germán Mazuelo-Leytón
[1] El Espíritu de la Liturgia, p. 148.
[2][2] Cf. Si. 28, 14.
[3] USLAR PIETRI, ARTURO, La lengua sucia.
[4] SAN MATEO 12, 36.
[5] Cf.: CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Revolución y Contra-Revolución.
[6] SIRI, Card. GIUSEPPE, Advertencia sobre la ropa masculina usada por mujeres.
[7] Cf.: Actas, 20.
[8] SAN BERNARDO, S. LXXXVI, in Canticum.