La palabra que define es propia de los hombres definidos. La claridad en la expresión, la claridad lograda y el correcto uso de los vocablos y los términos –evitando en lo posible la equivocidad– son signos que hablan de una voluntad fuerte, honesta, leal. De ahí que se haya dicho que la lógica es la ética de la inteligencia. Por eso es que, salvando la ignorancia, un razonamiento equivocado es un razonamiento inmoral. El logos y la ética van muy unidas en el hombre. La palabra que define es propia del hombre definido, con convicciones, que ama, pelea y combate.
La palabra que no define y el discurso que deliberadamente elige los vocablos más elásticos y polisémicos, son, por el contrario, la palabra propia de los hombres sin definiciones. Incapaces del sí, incapaces del no. Paradójicamente, no hay nadie como ellos que conozca lo que valen las palabras; no hay nadie como ellos que perciba el compromiso que conlleva el pronunciarlas, el costo que implica el decirlas.
Pero como su voluntad está en el mal, precisamente porque no quieren definir, porque quieren eludir el sacrificio y el esfuerzo que toda postura definida conlleva, estos hombres omiten culposamente el uso de la palabra concisa, clara y precisa, sustituyéndola por otra que sea lo suficientemente elástica para admitir diferentes interpretaciones. Así, el auditorio en un primer momento queda desconcertado; pero luego se inclina a interpretar el discurso en el sentido que le parezca verdadero.
Pero el problema está en que ese sentido no es necesariamente el sentido en que el hombre ha querido decir las cosas. No obstante, al “definir” equívocamente –lo cual equivale a no definir–, este hombre ha cometido una injusticia: se ha refugiado en la equivocidad para dejar contentos a la mayor parte de la gente. Si es un profesor, un maestro, una autoridad o un sacerdote, su culpabilidad aumenta pues –teniendo el deber de enseñar, de juzgar la verdad y el error en las cosas, condenado el segundo y ensalzando el primero– ante la presencia de la falsedad, omite definir. Elude definir. Peca por omisión a su deber de ser LUZ.
El hombre definido, por el contrario, dirá la verdad, oportuna e inoportunamente, sin menguarla ni hacerle descuentos, y sin pretender cuidar su propia fama de las opiniones del mundo. He ahí uno de los signos del testimonio verdadero.
Gilberto Aquino
Publicado en Catapulta