De la segunda bienaventuranza: bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra

Medtiación para el jueves veintidós

PUNTO PRIMERO. Considera cómo Cristo con divino acuerdo encadenó estas dos virtudes de la pobreza de espíritu y la mansedumbre de corazón; porque de la primera se sigue la segunda, por cuanto los ricos son altivos y soberbios, iracundos y mal sufridos, con la osadía que les da la prepotencia; así como los ríos son más arrebatados y bravos cuanto más crecen sus aguas, y más mansos cuanto menos agua tienen; de la misma manera los hombres son más soberbios e iracundos cuanto más crecen sus riquezas, y más humildes y mansos cuanto menos tienen. Necesitan los pobres de mucha paciencia y mansedumbre para llevar los desprecios, las injurias y las incomodidades que les ocasiona su pobreza: de lo cual has de sacar, que, así como el primer escalón para subir al reino del cielo es la pobreza, el segundo es la mansedumbre, que está eslabonada en ella y que necesitas de esta virtud para conseguir la bienaventuranza, en que consiste toda tu felicidad: pídele a Dios que te la dé, y resuélvete a procurarla por todos los medios que pudieres.

PUNTO II. Considera en qué consiste esta virtud, que, según san Ambrosio, es en no airarse ni vengarse, en sufrir con suma paciencia, sin responder palabra mala, ni dar mal por mal, ni contender con alguno sobre las cosas de la tierra, sino ceder a todos con blandura, hacer a todos bien y a nadie mal. Pondera todas estas calidades de esta insigne virtud, y mira si las tiene en ti, y cuán lejos andas de ellas, y pide al Señor que te las dé; acuérdate de lo que dice san Pedro de Cristo (1): que cuando le maldecían no maldecía, y cuando padecía no se airaba,  más callaba y sufría como manso cordero; y lo que dice Isaías (2), que no pondría el pie sobre la caña cascada, ni sobre el lecho que humease: este es, no ofendería al quebrantado con los trabajos ni aflicciones, ni afligiría al afligido agravando sus cuitas, sino antes aliviaría a todos con benignidad y misericordia, calidades conocidas de los mansos y humildes. Pondera, pues, las que tiene esta virtud, y no dejes piedra por mover hasta alcanzarla.

PUNTO III. Considera el valor de esta virtud de la mansedumbre, que es tal, que por ella se asemeja un hombre a Dios, el cual dijo (3): aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Muchas virtudes tuvo Cristo, todas en altísimo grado, de las cuales debíamos aprender, y todas las pasó en silencio, y solamente nos propuso estas dos, que andan hermanadas, de la mansedumbre y humildad: por ellas se asemeja el hombre a su Redentor y se hace una imagen suya, y merece ser heredero con Él del reino del cielo, en el cual todos son mansos, y ninguno se aíra ni contiende con otro, más están y se conservan en suma paz: así los humildes se parecen a los bienaventurados, y gozan de suma paz en sus almas, y por el contrario, los iracundos y soberbios ni la tienen ni la dejan tener a los demás.

PUNTO IV. Pon los ojos en Cristo nuestro Señor y en la Santísima Virgen y en sus santos, y en sus santos, y contempla la paciencia y mansedumbre que tuvieron en todas las ocasiones que se les ofrecieron en su vida, que fueron muchas. Mira cómo no se airaron ni alteraron, y la blandura y paciencia con que respondieron y trataron con todos, las palabras tan dulces que salieron de su boca, la sazón de sus corazones y el temple de sus ánimos, con que recibían siempre a todos con sumo agrado y benevolencia, haciéndoles siempre bien y nunca mal; y enciéndete con su ejemplo en vivos deseos de alcanzar esta virtud, y pide a Dios que te la dé, y a los santos que intercedan y te la alcancen de su Divina Majestad.

Padre Alonso de Andrade, S.J

1- 1 Petr. 2

2- Isaí. 42

3- Matth. 11

Meditación
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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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