La sexualidad puede, pero no debe convertirse en un juego

Sicut erat (13)

El libro sagrado del Génesis nos trae hasta dos narraciones de la Creación y nos dice que, en el día sexto, Dios creó al hombre y especifica que lo creó varón y mujer. Ciñéndonos a la Biblia, que para nosotros los cristianos con el Antiguo y el Nuevo Testamentos es -junto a la Tradición- la fuente de la Divina Revelación, dos y sólo dos son los géneros del hombre: masculino y femenino, confirmando así el derecho divino natural, esto es el derecho inscrito por Dios en la naturaleza misma de las cosas. Parecería, sin embargo, que la UE, esto es la Unión Europea, reconozca hasta cinco. A los dos géneros reconocidos por la Biblia, ha añadido otros tres: uno se referiría a los homosexuales, otro a las lesbianas y otro todavía a los así llamados transexuales.

No obstante sea el sexo registrado en el registro civil, cada uno tendría el derecho de elegir su propio sexo y también de cambiarlo con una simple, o mejor, complicada operación quirúrgica. Sí, porque el sexo disociado de la naturaleza y de su finalidad es usado principalmente como instrumento de placer y de diversión desordenada.

“Creced y multiplicaos” dijo el Creador y Señor a nuestros padres. La procreación es, por tanto, la única finalidad de la sexualidad. La única, pero esta finalidad, impresa y querida por el Creador, los hombres de hoy la han complementado con otras: hacer un instrumento de juego, de diversión y de placer. De tal modo se pasa a un uso desenfrenado y hedonista del sexo, sin ningún reparo. Se ha llegado ya a un pansexualismo y resulta muy difícil estar lejos de esta mentalidad, difundida y aceptada por doquier. Sólo el ejemplo de los Santos, verdaderos y auténticos modelos de vida, sólo su intercesión, nos puede mantener alejados de dicho influjo maléfico y diabólico.

Es de alguna manera el aire que se respira, la contaminación no sólo atmosférica sino también ideológica, la que difunde dicho influjo nefasto y peligroso. Nadie puede sentirse exento de él si no toma las debidas precauciones: mucha oración y vivir en gracia de Dios, pensando y creyendo firmemente que Dios existe y no abandona a sus hijos, siendo un Padre próvido y benévolo.

El Santo Temor de Dios, verdadero y auténtico Don del Espíritu Santo, el séptimo, lo necesitamos y lo debemos pedir en la oración. No podemos prescindir del Temor de Dios, como no podemos prescindir de los cuatro Novísimos: Muerte, Juicio, Infierno, Gloria. Recordarlos y pensar en ellos nos ayuda a no pecar, a huir de las ocasiones de pecado. Tales ocasiones son tantas y tan súbdolas, que debemos más que nunca estar atentos a huir de ellas. El pecado continúa siendo la mayor desgracia en la que se puede incurrir. Y el pecado, cada pecado, cada transgresión de la Ley de Dios, esto es a los mandamientos, se paga.

Dios, si queremos que no sea un Dios reducido a la mitad, no es sólo Dios de misericordia, sino también Dios de justicia. El pecado que se basa en el uso desordenado del sexo es quizá el más difundido y el más propagado y tolerado. ¡Por los hombres, se entiende, pero no ciertamente por Dios! El Señor lo perdona todo, también los pecados más graves, pero sólo si tenemos dolor por los pecados cometidos por haber ofendido a Aquel que no merece ser ofendido.

El sexto y el noveno mandamientos prohíben el uso impropio del sexo, dentro y fuera del matrimonio; el diablo sabe que estos mandamientos son el punto débil de muchas personas. Ciertamente los pecados no se limitan a los pecados del sexo, porque los mandamientos son diez y no solamente dos, pero, si en el Decálogo son hasta dos los preceptos que se refieren a este campo, quiere decir que no lo debemos subestimar. No falte el esfuerzo, no falte jamás. ¡Y confiemos también en la Divina Misericordia! ¡Alabado sea Jesucristo!

Presbyter senior

[Traducido por Marianus el Eremita]

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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