«Pues bien, San Juan en el Apokalypsis, que es una profecía acerca de los últimos tiempos, añade a la lista de pecados otros dos que no están en San Pablo: “los mentirosos y los cobardes”. Lo cual parece indicar que en los últimos tiempos habrá un gran refuerzo de mentira y de cobardía. Dios nos pille confesados.» Padre Leonardo Castellani
Como reconociera tristemente Pablo VI, el mal del mundo contemporáneo es la confusión del lenguaje, y por ello pretendió sin éxito que se definieran los términos utilizados en el Vaticano II, siendo la BAC Minor (1971) una de las pocas ediciones que publicaron las aclaraciones de algunas palabras equívocas o confusas del texto ya bastante anfibológico.
Haciendo honor a la crítica de la “confusión babélica de lenguas”, y porque la compartimos, entonces comencemos por explicarnos en qué sentido y desde qué connotación tomamos cada palabra del título. Esto se exige con mayor empeño en la presente época de la imagen por encima de la palabra, lo cual deja al desprevenido a merced de sus sensualidades y no de su inteligencia: si me agrada es bueno, si no me agrada es malo…
Empecemos por lo más fácil, el catolicismo moderno. Podría ser que el adjetivo le cupiera al nombre de “católico” siendo éste la Fe en Jesucristo Dios defendida por su Iglesia en la Custodia del Depósito de la Fe, y sólo se refiriese a un tiempo en contraposición a otra época como distinta del catolicismo medioeval o del catolicismo de las catacumbas. El publicista que así lo utilizase se referiría a los hechos sociales cuando se desarrolló tal momento del catolicismo. Por ejemplo, en las épocas del catolicismo de las catacumbas los cristianos se escondían para escuchar Misa, y en el catolicismo moderno las iglesias son públicas.
Sin embargo, no es así como se lo entiende en la comunicación de hoy en día. El adjetivo está tomado del Movimiento Modernista, ese modus vivendi inmanentista, de la religión al servicio de la paz del hombre y no de la paz en Dios; de esa mente donde la fe es algo subjetivo y privado que no debe invadir lo social ni influir en la leyes del Estado; y por tanto la religión es una construcción personal perfectamente equiparable o igual a otra construcción religiosa; el catolicismo moderno es el que aprendió que el mundo mundano no es malo, que no tiene nada que ver la vida privada de cada uno con la Fe; el catolicismo moderno defiende “la tolerancia” como virtud-esponja y su enemiga es la violencia, siempre negativa y nunca opción; el catolicismo moderno odia los dogmas devenidos del Depósito de la Fe que nos retrotraen a la espantosa Edad Media, pero adora los dogmas de la democracia que dirime la moral por la cantidad de votos, que establece la libertad absoluta, que predica la fraternidad universal con bombas atómicas y armamento químico, que radica el progreso en el cientificismo del dominio de la naturaleza, es decir, son pensamientos bien modernos.
Resumiendo, el catolicismo moderno es la pose sin vida, el sincretismo tolerante, la ausencia de conflicto, la presencia de amor al bienestar, el Crucifijo escondido o escondible si dialogo con un judío, la misa como encuentro, la democracia como camino del Evangelio, y el único fin de la religión es lograr la paz en la tierra donde vivamos en placer y confort todos los hombres hermanos, sin guerras ni discusiones, durante una larga vida sostenida por drogas y cirugías, y sobre todo teniendo buenos móviles o celulares que nos conecten vitalmente a la nube, como Moisés en el desierto.
Dejando la definición descriptiva del catolicismo moderno, miremos ahora la palabra difícil, la palabra no diletante, sino por el contrario, llena de contenido, palabra usada por el mismo Dios, palabra hiriente como espada de doble filo: “A los tibios los vomitaré de mi boca” (Apoc. XIII,16)… La Virgen nos libre y guarde.
¿Qué es la tibieza? Directamente, el Padre Ángel Ayala SJ en su gigante librito de Exámenes Prácticos para días de Retiros[1], nos dice que es el hábito de pecado venial deliberado. Bueno, entonces, diría un buen criollo, apaga y vámonos. No hay más por decir. Casi está puesta por definición como peor al pecado mortal. Podría un santo caer en pecado mortal (y a veces Dios lo permite para fundar la humildad de los que van de mejor en mejor, enseña Santa Teresa la Grande), pero no podría ser nunca santo aquél que consintiera deliberadamente en una falta leve que se repite y se permite convivir con uno debilitando a la larga la personalidad.
¿Por qué es tan dañina la tibieza? Por mil razones, pero acentuemos el objetivo de nuestro articulejo, es dañina porque engendra la carne de cañón para el catolicismo moderno. Cuando un obispo, un cura, una familia, un colegio o una universidad son modernosos la predicación de los principios liberales que derrame desde su tribuna no harán ruido en los oídos de los tibios. “Éste obispo es de mente abierta”, dirán y sonreirán los tibios. Tan abierta la cabeza que se le cae el cerebro, como diría Chesterton, pero el católico tibio ve bien, por ejemplo, que la universidad enseñe a compaginar con la teórica prohibición del aborto la permisión de abortar por casos de violación o por terapia en la madre. Por supuesto, es mejor salvar a la madre, un niño se hace rápido. Y el obispo modernoso invita a dialogar con los autores de las leyes liberales de los Parlamentos para llegar a un consenso. Consenso, qué hermosa palabra democrática, qué palabra tan llena del nuevo evangelio, que idea tan profunda de paz sin conflicto. Todos debemos renunciar a nuestras posturas recalcitrantes para lograr el ansiado consenso. En un diálogo todos deben despojarse de sus dogmas en función del resultado armonioso. Esto le encanta al tibio, la pacífica convivencia con todos y la alaba como cultura del que no se siente dueño de la verdad.
El católico tibio, y Dios nos libre y guarde, es aquél que ve menos grave enseñar a usar profilácticos que a hacer abortos; es el que vota a los políticos que cuidan la propiedad privada aunque sean abortistas y masones; es aquél que invierte en el sistema financiero pero da su ropa usada a los pobres; es aquél que se toma vacaciones en Semana Santa y tiene una estampita guardada para los peligros; el tibio es el que reconoce la verdad en el progresista y en el marxista, pero nunca en el tradicionalista o en el patriota; es el que va a Misa cuando lo siente y comulga porque tiene necesidad de ello y “se sienta a charlar de la vida con el cura amigo” en lugar de la Santa Confesión; el tibio es el que se aleja de los exagerados y ve películas de desintegración moral; el tibio es amigo del cura y le perdona todo y acepta todo lo que el cura diga o haga sin cuestionamientos ni criterios, después de todo es un hombre como los demás. El tibio se echa la plata encima, se entristece por el progreso de los demás, se enferma de los nervios por los esfuerzos económicos que debe sufrir en la consecución del confort y por eso es fiel devoto del diván del psicoanalista. El tibio no reza, y aquí está su mayor enemigo; si el tibio rezara, ciertamente Dios ganaría la batalla contra la tibieza de su alma, pero el tibio no reza. El tibio está en Misa, pero no tiene oración mental. El tibio sólo usa el Santo Rosario para colgarlo del retrovisor del automóvil como protector de accidentes; el tibio no se santigua delante del Santísimo cuando cruza una iglesia; el tibio no entiende la Doctrina cristiana de tanto Mandamiento, Pecado e Infierno o Cielo. La vida es linda y él dice que Dios le pide vivirla… sin excesos ni para izquierda ni para derecha.
Ahora unamos las dos ideas recogidas y veamos si se aplican a nuestra triste época de apostasías universales.
La tibieza como sustancia del catolicismo moderno es la clave del hombre masa supersticioso devoto del Falso Pastor. Toda esa muchedumbre bautizada sin capacidad de rebeldía pero con una tremenda capacidad de gozar, necesita una religión moderna sin exigencias y muy adormecedora, como la buena música en los auriculares del pasajero del avión que se estrella. Necesita una religión que no lo separe de la otra masa sin fe y sin Dios. La falsa fe consiste en ese empuje a mezclarse con los mundanos y quedar “bien revolcaos en un merengue, y en el mismo lodo, todos manoseaos”, como enfatiza el tango argentino Cambalache. Nunca hará lo que ellos hacen, pero necesita estar en este mundo que será cada vez mejor, según el Falso Pastor. Nunca irá a sacrificar niños en rituales budistas, pero sí leerá el horóscopo y jugará al tablero ouija. Y quizás no abortará tampoco, según piensa y esconde la cabeza en el agujero de la ignorancia para no enterarse que el DIU es abortivo, y que la píldora anticonceptiva tiene antiprogesterona abortiva, y que la píldora del día después también mata un bebito…Pero al vivir en la sustancia de la tibieza razona que son exageraciones de los fundamentalistas, y mi médico me lo recetó, ergo, la ciencia –la pseudo ciencia- está por encima de la realidad de las cosas.
En la sustancia tibia del catolicismo moderno, sus feligreses se manejan con la dirección espiritual de los curas tibios e ignorantes que le afirman que los problemas de conciencia en el tálamo los solucionan entre los cónyuges, nunca una moral objetiva. Por tanto, no se debe ser familia conejera, como previene Francisco[2], sino moderna familia de dos hijitos para que no le falte nada a los chicos. Y hasta pueden dejar ese tálamo para ir a construir otro por amor y seguir recibiendo la Comunión de la Iglesia, si el cura los acompaña. Y si los chicos quedaran solos y a merced de imágenes o personas confusas y eligieran caminos de homosexualidad, el tibio que abandonó la educación de sus hijos por rehacer su vida, tiene ya la frase consoladora ¿quién soy yo para condenar?
Nunca la sustancia del catolicismo moderno defenderá la violencia, pero si entre varios agarran a un ladrón, el tibio lo molerá a patadas cuando esté el delincuente sometido y en el suelo al grito de “la propiedad privada es sagrada”. Si los paganos tienen al vientre por dios, los tibios tienen al “equilibrio” por emblema. El ambiente del catolicismo moderno no ve nada malo en las modas de ropaje afeminado en sus hijos “porque se ven tan bonitos”; o en atuendos eróticos de sus hijas porque todo depende de la intención; y el pervertido será siempre el que mire mal, “el viejo baboso”, nunca el estímulo del “hábito” puede ser indecoroso, como pone Aristóteles en una de las diez categorías del Ser, pero a este filósofo anticuado hay que cambiarlo por Curram o por la monja Caram que están más acordes con el mundo moderno.
Se ha creado esa sustancia tan maleable y eficaz para el maligno como es el espíritu mundano hecho falsa religión. La tibieza volviendo amebas a los cristianos sin resistencia ya contra la Gran Apostasía. Y San Pablo quisiera gritar por boca de algún sucesor suyo aquél “¡hasta cuándo los alimentaré con leche y miel! (Hebreos V,12); o si un ángel o yo mismo les predicara otro Evangelio, anatema sit”, pero los que debieran ladrar así contra lo nauseabundo, están pasándose la lengua por los labios después de gustar la leche rancia del mundo mezclada con el aspartamo más venenoso del maligno. Esto produce arcadas eternas al que dijo “He venido a traer Fuego sobre la tierra y cómo deseo que ya estuviera ardiendo”…o “Con deseo ardiente he deseado comer esta Pascua con vosotros”. Y Dios nos libre y guarde de escucharLe cuando no haya más tiempo “a los tibios los vomitaré de mi boca”.
[1] Ayala, Ángel Sj, Exámenes Prácticos para días de Retiros, Madrid-BsAs, 1948, pág. 245
[2] http://www.abc.es/sociedad/20150119/abci-hijos-conejos-papa-201501192055.html