La túnica y la espada

Hay dos pasajes del Evangelio de San Lucas, ambos pertenecen al relato de la Pasión del Señor, que a primera vista suenan contradictorios. El primero corresponde a aquel en que el Señor, que ya se encamina al encuentro de su Pasión y de su Muerte, se dirige a los discípulos diciéndoles: En aquel tiempo en que os envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿por ventura os faltó alguna cosa? Nada, respondieron ellos. Pues ahora, prosiguió Jesús, el que tenga bolsa, llévela, y también alforja; y el que no la tenga, que venda su túnica y compre una espada (Lucas 22, 25-36). El segundo pasaje pertenece al mismo capítulo 22, unos pocos versículos más adelante, cuando el Evangelista  relata la escena del prendimiento de Jesús en el Huerto: Viendo los que acompañaban a Jesús lo que iba a suceder, le dijeron: Señor, ¿heriremos con la espada? Y uno de ellos hirió a un criado del Príncipe de los sacerdotes, y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús, tomando la palabra, dijo luego: Dejadlo, no paséis adelante, y habiendo tocado la oreja del herido, le curó (Lucas 22, 49-51).

A primera vista, como dijimos, los dos pasajes parecen contradecirse: primero, en efecto, el Señor urge a sus discípulos a vender la túnica y comprar la espada; poco después, cuando uno de ellos (Pedro, como aclara el texto paralelo de San Juan[1]) desenvaina la espada para enfrentar a sus captores, se dirige en duros términos y le ordena volver a envainar la espada. Sin embargo, sabemos que en Dios no hay contradicción posible; por tanto se impone una adecuada interpretación de estos pasajes evangélicos.

Sabemos que estos textos han sido objeto de cuidadosas y variadas exégesis fundamentalmente de parte de los Padres. San Agustín, en uno de sus escritos contra los maniqueos, en referencia a estos pasajes de Lucas, escribe:

¿Entienden ya cómo los preceptos, consejos o permisos cambian, no por inconstancia del que manda, sino en razón del que planifica según la diversidad de los tiempos?[2]

Y respecto del texto paralelo de San Juan, añade:

No se le había dado (a Pedro) la orden de herir, aunque se le había mandado tomar la espada. Se les ocultaba la intención por la que el Señor les había mandado que llevasen armas, de las que no quería que hiciesen uso. Con todo, a él le correspondía mandar con criterio, a éstos cumplir lo mandado sin echarse atrás”[3].

No menos iluminador es el comentario del Doctor Angélico. En su bellísimo y profundo comentario del Evangelio de San Juan el Aquinate, comentando el mencionado pasaje que narra el prendimiento en el Huerto, la actitud de Pedro y la orden del Señor dada a éste de envainar la espada, comienza señalando un aspecto muy importante: el Príncipe de los Apóstoles, el más ardiente de entre todos ellos, hiere al siervo del Sumo Sacerdote movido por el celo; y recuerda aquello del Tercer Libro de los Reyes: con gran celo he defendido la causa del Dios de los Ejércitos (III Reyes, 19, 10)[4].

Decimos que esta observación del Aquinate es de gran importancia porque da a entender que el Señor no condena en sí el uso de la espada sino que no era aquella la hora apropiada. Tampoco para Santo Tomás existe contradicción entre los dos pasajes de Lucas:

Puesto que el Señor había mandado a los discípulos que no tuvieren siquiera dos túnicas (Mateo, 10, 10), ¿cómo es que Pedro tenía además una espada? A esto se debe responder que aquel precepto les dio Cristo a los discípulos cuando los envió a predicar y debía durar hasta el tiempo de la pasión; por tanto, en la pasión Cristo revocó aquel mandato tal como se lee en Lucas 22, 35: cuando os envié sin bolsa, sin alforja, ¿acaso os faltó alguna cosa? Y enseguida añade: pero ahora quien tiene una bolsa que la tome y lo mismo la alforja y quien no tenga una venda su túnica y compre una espada[5].

De la mano de los dos grandes Doctores estos textos, como puede advertirse, se tornan claros. El Señor no manda cosas contradictorias sino cosas distintas para tiempos distintos. Habrá, pues, un tiempo para comprar la espada, un tiempo para usarla y un tiempo para envainarla. Lo que se nos pide, en consecuencia, es que sepamos discernir los tiempos y las circunstancias.

Todo esto viene a cuento de la nueva ofensiva abortista que hoy se vive en Argentina. A partir de la irresponsable decisión del Gobierno de abrir el debate por la despenalización del aborto lo que se ha abierto en realidad es la caja de pandora de la que, al día de hoy, no sabemos qué va a salir finalmente. Los católicos se han movilizado y, a decir verdad, lo están haciendo muy bien. Pero, por desgracia, se han aceptado los términos impuestos por el Gobierno, a saber, que se trata de participar de un debate que se busca sea “maduro”, “profundo”, “honesto”, “respetuoso” y en el que, conforme en todo con los cánones de las más impoluta democracia, “puedan escucharse todas las voces”. Desde la Jerarquía, salvo muy pocas excepciones, sólo se bajan líneas de moderación, de diálogo, de debate sin fundamentalismos y sobre todo, se deja muy en claro que han de evitarse las actitudes de confrontación pues no se debe combatir sino debatir. Pero esta es una desdichada concesión que no hace otra cosa que enervar la fuerza de lo que debiera ser una gran resistencia católica encabezada por los Pastores[6].

No puede, en efecto, admitirse un debate en cuestiones como el aborto; y por dos razones; primero, porque no es posible debatir sobre los principios, y un principio evidente, inmutable e inabrogable de la ley natural es que es absolutamente ilícito y gravemente injusto quitar la vida a un inocente. No es necesario apelar ni a la embriología, ni a la genética, ni a ninguna otra ciencia: basta la experiencia más elemental e incontaminada de falsa ciencia y de prejuicios ideológicos, para comprobar que toda vez que se inicia un proceso gestacional humano el resultado, al final de la gestación, salvo falla de la naturaleza, es el nacimiento de uno o más individuos de naturaleza humana. Ergo, suprimir una gestación, no importa en qué momento de su desarrollo, es suprimir una o más personas humanas. Esto no significa recusar los conocimientos científicos sino, simplemente, señalar que ellos no hacen sino ahondar y perfeccionar el dato inmediato de la experiencia. Ningún artificio pseudocientífico puede rebatir este hecho fundamental, de evidencia inmediata. Pero en segundo lugar, como enseña Santo Tomás, para debatir con alguien es preciso tener con éste algo que sea común; si no se comparte ni la fe en el Antiguo Testamento, ni en el Nuevo, no queda sino apelar a la razón natural que es común a todos los hombres. Este es el fundamento, como se recordará, de sus polémicas contra los gentiles[7]. Pero ya no estamos en los tiempos de Santo Tomás; ahora ni la razón natural nos queda pues ésta se ha extraviado y oscurecido al extremo de una insanable debilidad que, de hecho, ha abolido la capacidad de su recto ejercicio.

Entonces, si no se trata de un debate, ¿de qué se trata? De una batalla, del buen combate del que nos habla San Pablo para el que es preciso alistarse, empuñar la espada del espíritu que es el Verbo de Dios, revestirse de su armadura, embrazar el escudo de la fe y tomar el casco de la salvación (Efesios, 6, 10. 17). Es este fuerte y recio espíritu paulino el que debe animar nuestra empresa en esta hora porque lo que tenemos enfrente es la impiadosa ofensiva de un falso humanismo que tras proclamar con Nietzsche la muerte de Dios se empeña ahora en matar al hombre. Este es el punto fundamental; todo lo demás es vano palabrerío.

Pero entiéndase bien: sostener que no afrontamos un debate sino una batalla, no significa proponer abandonar los espacios mediáticos o académicos o aún parlamentarios ni menos las calles y las plazas públicas, en los que nuestras voces puedan y deban ser oídas. Antes bien, hay que cubrir y multiplicar esos espacios y levantar bien en alto la voz porque es preciso resistir y dar testimonio de la verdad. Pero no cedamos a la corrección política ni a las consignas del pensamiento único. No es la hora de los amables y cómodos debates al estilo de las democracias al uso. Es la hora de vender la túnica y comprar la espada.

[1] El pasaje paralelo del Evangelio de San Juan relata este episodio con mayor detalle: Entretanto Simón Pedro que tenía una espada, la desenvainó, y dando un golpe a un criado del sacerdote, le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Pero Jesús dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿he de dejar yo de beberlo? (Juan 18, 10-11).

[2] Contra Faustum Manichaeum, XXII, 77.

[3] Ibídem.

[4] Super Joanem, caput XVIII, lectio 2.

[5] Ibídem.

[6] Pese a esta actitud de los Pastores, felizmente existen numerosos grupos católicos y parroquiales que están dando una estupenda respuesta a la avalancha abortista.

[7] Cf. Summa contra gentiles I, 9.

Mario Caponnetto
Mario Caponnettohttp://mariocaponnetto.blogstop.com.ar/
Nació en Buenos Aires el 31 de Julio de 1939. Médico por la Universidad de Buenos Aires. Médico cardiólogo por la misma Universidad. Realizó estudios de Filosofía en la Cátedra Privada del Dr. Jordán B. Genta. Ha publicado varios libros y trabajos sobre Ética y Antropología y varias traducciones de obras de Santo Tomás.

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