Por qué la iglesia revolucionaria de los años 60’s retiró la fiesta de San Valentín del calendario litúrgico?
Una de las prácticas más comunes en los Estados Unidos, y en muchas otras regiones del mundo, es la de intercambiar tarjetas de San Valentín el 14 de febrero. Incluso siendo niños, chicos y chicas intercambian tarjetas y caramelos, no por razones románticas sino como signo de fiesta y alegría. En mi escuela parroquial tenemos una regla según la cual, si traes un presente por San Valentín para alguien, tienes que traerlo para todos, incluso para aquellos que no sean de tu agrado. De esta manera, una práctica en cierto modo secularizada está promoviendo y reflejando una cualidad sobrenatural: el amor a los enemigos. Como pastor, me conmueven profundamente las tarjetas y caramelos que los niños me regalan.
Qué irónico resulta que el nombre de San Valentín, tan popular y universalmente reconocido en todo el mundo secular, haya sido abandonado por la Iglesia institucional moderna. Así es; junto con otros innumerables santos antiguos, la iglesia revolucionaria de los sesenta retiró San Valentín del calendario litúrgico. A muchos otros les fue un poco mejor, en tanto en que sus días de fiesta han sido reducidos a festividades “opcionales”.
¿Quién era San Valentín y por qué los modernistas de la Iglesia del Vaticano II detestan a este Santo del Corazón? He aquí una versión de la historia de San Valentín extraída de la web con comentarios entre paréntesis añadidos por “La Última Palabra”:
La historia de San Valentín comienza en el siglo III con un emperador romano opresor y un humilde mártir cristiano (se parece mucho a la moderna América). El emperador era Claudio (apodado Claudio el Cruel, quien arrancó los dientes a su caballo, y después a un opositor, de un solo puñetazo). El cristiano era Valentín (un hombre culto, a la vez médico y sacerdote). Claudio había ordenado a todos los romanos adorar a los doce falsos dioses reconocidos por el Imperio, y había declarado delito punible con la muerte entablar asociación con cristianos (se ve la separación de Iglesia y Estado en Roma).
Pero Valentín se había entregado a los ideales de Cristo; ni siquiera las amenazas de muerte pudieron apartarle de sus creencias (al contrario que muchos católicos modernos, que abandonan la práctica sin afrontar ninguna amenaza de muerte). Claudio había prohibido también todos los matrimonios en el Imperio con objeto de aumentar el contingente del ejército romano, ya que maridos y padres se resistían a dejar a sus familias para ir a la guerra (podría haber intentado llamar a filas a homosexuales, transexuales y mujeres, como las fuerzas armadas de Estados Unidos).
El padre Valentín ignoró este injusto decreto imperial e impartió secretamente el sacramento del Santo Matrimonio a parejas cristianas. Finalmente fue descubierto, arrestado y encarcelado. Durante las últimas semanas de vida del santo, ocurrió un suceso notable. Reconociendo en Valentín a un hombre culto, su carcelero le preguntó si podía llevarle a su hija, Julia, para que le instruyera. Julia, ciega de nacimiento, era una dulce muchacha rápida de mente. Valentín le leyó pasajes de la historia de Roma, le describió la naturaleza, le enseñó aritmética y le habló de Dios. Julia vio el mundo a través de los ojos del santo, confió en su sabiduría y encontró consuelo en su fuerza serena y en su inquebrantable fe.
Un día, Julia preguntó:
”Valentín, ¿escucha realmente Dios nuestras plegarias?”.
“Sí, hija mía, Él las escucha todas”.
“¿Sabes por qué rezo cada mañana y cada noche? Rezo por que pudiera llegar a ver. ¡Deseo tanto poder ver todo de lo que me has hablado!”
“Dios hace lo que es mejor para nosotros, si creemos solo en Él”. Dijo Valentín.
“Oh Valentín, ¡yo creo, yo creo!” Ella se arrodilló y agarró su mano. Los dos rezaron juntos, sentados tranquilamente. De súbito, apareció una brillante luz en la celda de la prisión. Julia, radiante, exclamó:
“¡Valentín!, ¡puedo ver! ¡puedo ver!”.
“Gracias sean dadas a Dios”, exclamó Valentín arrodillándose, y oró una plegaria de gratitud.
En la víspera de su muerte, Valentín escribió una última carta para Julia, en la que le urgía a permanecer cerca de Dios, y que firmaba “de tu Valentín”. La sentencia fue ejecutada al día siguiente, el 14 de febrero de 270 d.C., cerca de una puerta que recibió el nombre de Porta Valentini en su santa memoria. El padre Valentín fue golpeado, apedreado y decapitado. Su cuerpo fue enterrado y posteriormente exhumado, y sus restos y reliquias continúan siendo venerados por los fieles en las iglesias de Roma y, sobre todo, de Irlanda. Se cuenta que Julia plantó un almendro de flores rosas cerca del sepulcro, y actualmente el almendro simboliza el amor y la amistad imperecederos.
Valentín es el santo patrón de las parejas comprometidas, las parejas casadas y los jóvenes. Es también el patrón de los apicultores y de aquellos que luchan contra la epilepsia y las plagas (apropiada causa de muerte de Claudio el Cruel).
¡Qué historia tan conmovedora! Quién, salvo un modernista, puede dejar de conmoverse por el coraje y la devoción de Valentín hacia las parejas cristianas y hacia la muchacha ciega. No sorprende que su nombre se haya asociado al amor. Algunos historiadores sostienen que esta asociación entre San Valentín y los rituales románticos procede de los esfuerzos de los primeros dirigentes cristianos por acabar con los festivales paganos romanos asociados con el 14 de febrero. Puede que fuera así, pero los modernistas han acabado actualmente con el Santo y devuelto su día a los paganos.
Entonces, ¿por qué los modernistas odian al Santo del Amor, o al menos le quieren fuera del calendario y de la mente cristiana? Por muchas razones: los modernistas odian cualquier cosa que tenga algo que ver con la tradición; en este caso, un antiguo santo cuyo nombre e influencia han pervivido durante 1.700 años. Los modernistas son racionalistas que no creen en los milagros y, por tanto, despojan al Evangelio y las historias de santos de cualquier rastro remotamente sobrenatural. Los modernistas son revisionistas que rechazan o alteran el sentido de acontecimientos del pasado, vaciándolos de su historia y de sus héroes. Los modernistas odian la piedad y la devoción, y preferirían dejarse estrangular antes que bendecir por la intercesión de un santo, o rezar oraciones de un antiguo mártir. Los modernistas, en muchos casos, son tibios y cobardes, y su conciencia se ve sacudida por el heroísmo de un antiguo mártir.
En el espíritu de Claudio, que dijo “¡Fuera Valentín!”, “La Última Palabra” dice: “¡Fuera los modernistas!”.
Pero a todos los católicos tradicionales que honran el 14 de febrero como sagrado, nosotros decimos: “¡Viva el día de San Valentín!”.
Padre Celatus
[Traducción de Mónica Rodríguez. Artículo original]