Unas semanas atrás, me topé con un artículo de Karl Keating, el de Catholic Answer, en el que especulaba sobre la posibilidad de que el Papa Francisco renunciase dentro de un año más o menos, en aceptación de sus propias limitaciones y su falta de idoneidad para el cargo. Aunque el tema es interesante, no fue esa la parte del artículo que suscitó mi interés.
Después de hacer una crítica justa y respetuosa del estilo de comunicación de Francisco y de su capacidad general para desempeñar el cargo de vicario de Cristo, Keating hace las siguientes observaciones:
«No creo que dimitiera antes del sínodo de octubre. Seguramente querría terminarlo. A diferencia de otros, no me preocupan mucho los cardenales y obispos rebeldes que asistan. No creo que reúnan ni mucho menos tener los votos suficientes para forzar una declaración final nada ortodoxa, y no sospecho ni por un momento que Francisco quiera secretamente que prevalezcan.
Nada en su enseñanza moral a lo largo de los años –como cardenal o como Papa–, da respaldo a tal especulación.
Pero creo que Francisco quiere que el Sínodo sea un “éxito”, sea cual sea su plan.»
Con todo el respeto a Keating, creo que esa afirmación de que nada respalde la especulación de que Francisco apoye las actividades y la misión de lo que Keating acepta como «cardenales y obispos rebeldes», muestra una obstinada ceguera a la realidad, o bien una impresionante falta de capacidad para pensar.
Me gustaría proponer algunos detalles que al menos insinúan la posibilidad de que el Papa apoye en parte o totalmente el proyecto de los «cardenales y obispos rebeldes» y de que no es tan secreto que Francisco quiera verlos ganar. Es más, hay nuevos datos que dan a entender que esos «cardenales y obispos rebeldes» apuestan por que el Papa les permitirá imponerse.
Por el contexto de las observaciones de Keating, deduzco que sinceramente estaría de acuerdo en que sería un atentado contra la Iglesia que el sínodo hiciera pública una declaración final nada ortodoxa o perjudicara en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio, ya fuera mediante una ambigüedad deliberada o introduciendo novedades en la praxis inmemorial.
Para determinar la probabilidad de que se cometa semejante crimen, veamos si los responsables tienen los medios, el móvil y la oportunidad.
Echemos un vistazo a algunos datos fundamentales. Fue el Papa Francisco quien convocó el Sínodo de la Familia. El Papa preside el Sínodo. Él eligió al cardenal Kasper para que pronunciara el discurso preparatorio en febrero del año pasado, discurso que dio un lugar preponderante al tema de la comunión para los divorciados vueltos a casar.
El Papa vio y aprobó con antelación el contenido de dicho discurso, de acuerdo con el cardenal Kasper.
Fue el Papa Francisco quien nombró al cardenal italiano Lorenzo Baldisseri secretario general del Sínodo de los Obispos, el cardenal que se jactó públicamente de que manipularía el Sínodo para encaminarlo por un rumbo nefasto.
Fue el Papa Francisco quien designó al resto de los miembros dirigentes del Sínodo, que redactaron el desastroso y anticatólico Instrumentum laboris de 2014.
Fue el Papa Francisco quien aprobó el catastrófico Instrumentum laboris.
Fue el Papa Francisco quien revisó y aprobó la repugnante y herética Relatio post disceptationem, documento justamente nombrado por la organización Voice of the Family como uno de los peores documentos oficiales redactados la historia de la Iglesia.
Fue el Papa quien permitió el intento inicial por parte del cardenal Baldisseri de impedir que los padres sinodales publicaran su opinión sobre dicho documento antes de que lo hicieran callar a voces y tuviera que echarse para atrás.
Fue el Papa quien mediante su única autoridad ordenó la publicación de párrafos anticatólicos e inquietantes, tachados por los padres sinodales en el documento final del Sínodo de 2014.
Fue el Papa Francisco quien aprobó el igualmente preocupante Instrumentum laboris del Sínodo de 2015.
Fue el Papa Francisco quien hace menos de un mes ordenó que se introdujeran novedades en los procesos de nulidad, novedades a las que se oponían muchos padres sinodales, y que indudablemente contribuirán a la generalización de los abusos y al debilitamiento continuado de la institución del matrimonio.
Y ahora, si damos fe a los últimos informes, los de la cúpula del Sínodo que hicieron todo lo que acabamos de decir han cambiado por completo las reglas del Sínodo de 2015, impidiendo que se publiquen documentos y debates. No se publicará ningún documento intermedio (como el que causó la controversia en 2014). Tampoco se publicará ningún debate; de hecho, no habrá ningún debate general. Sólo se reunirán pequeñas comisiones que no se podrán comunicar entre sí. Los padres sinodales ni siquiera votarán y publicarán un documento final. En lugar de ello, el Santo Padre pronunciará un discurso.
Y ya está. Luego, el Papa hará lo que le dé la gana después del Sínodo.
¿Por qué las innovaciones? ¿Por qué unas mismas personas que tienen los mismos objetivos en 2014 quieren cambiar las reglas del Sínodo de 2015 de forma tan radical y apostarlo todo a la voluntad del Papa si no tienen por lo menos alguna confianza en que él aspira a los mismos fines?
Con todo respeto a Keating, hay razones de sobra para sospechar que Francisco quiere que se impongan los herejes innovadores. Hay motivos fundados para sospechar que los innovadores abrigan la misma expectativa.
Nada de lo que he dicho supone que yo sepa lo que va a hacer el Papa. Ni siquiera sé si el Papa sabe lo que va a hacer.
Además, siempre existe la posibilidad de que de un momento a otro se manifieste el Espíritu Santo, por lo cual rezo diariamente. Pero hay razones de peso para sospechar del próximo Sínodo y de lo que quiere imponer el Papa.
Patrick Archbold
[Traducido por Yo Vera]