Lefebvre y la Iglesia de nuestro tiempo (recordando por qué se resistió)

« La herejía que viene será la más peligrosa de todas; ella consiste en la exageración del respeto debido al Papa y la extensión ilegítima de su infalibilidad». 

Estas fueron las palabras del padre Henri LeFloch, Superior del Seminario Francés en Roma en 1926. Qué proféticas se han vuelto para nuestro tiempo. Y qué tiempo a soportar, en el que un arzobispo (Scicluna de Malta) se toma el atrevimiento de decirles a los fieles que pidan a la Iglesia que les enseñe la voluntad de Cristo para sus vidas, definiendo luego a la “iglesia” como el actual Papa y los obispos en comunión con él.  Sin Biblia. Sin catecismo. Sin tradición.  Ciertamente, sin misa tradicional.  Sin reverencia hacia el Señor, solo una leve reverencia al mundo como lo enseñan Jorge Bergoglio y los obispos «en comunión» con él. 

Cuándo tendremos suficiente.  Al considerar a estos hombres que representan la Iglesia moderna, cómo no ver en ellos a los descritos por San Pablo; aquellos que “experimentaron la bondad de la palabra de Dios” pero han recaído, crucificando al Hijo de Dios nuevamente y burlándose de Él.  Crucificándolo nuevamente. El Santo Rey de la Gloria. Pero es importante recordar que esta crisis no comenzó con Jorge Bergoglio.  Comenzó con el «mal Concilio», con el Vaticano II y los cambios en la enseñanza de la Iglesia que abrieron la posibilidad a este pontificado.  Tanto se ha diluido y vuelto común, desde la misa hasta la instrucción de la catequesis. Por eso muchas personas se han apartado. Cayeron incluso, en medio de la congregación; cayeron porque nadie les enseñó la verdad de la fe.  

Por eso es útil reconsiderar las palabras y acciones del líder solitario que habló primero, allá atrás en los primeros días de la crisis que condujo hasta esta confusión y desunión en la Santa Iglesia de Cristo. El arzobispo Marcel Lefebvre era estudiante del p. LeFloch, un evangelizador de los pobres en África y un gran defensor del catolicismo tradicional.

Marcel Lefebvre

Dado que muchos católicos—incluso católicos tradicionales—son cautelosos respecto al arzobispo Lefebvre y la fraternidad que él fundó, es importante considerar los hechos que derivaron en el conflicto entre el arzobispo y las autoridades romanas. Cada uno de nosotros debe determinar qué es justo y verdadero. No podemos esperar que Roma nos lo enseñe correctamente; debemos realizar nuestra propia investigación y estudio. Dado que le debemos obediencia a Dios y no al hombre, cada uno de nosotros debe, según San Pablo, trabajar por su propia salvación con «temor y temblor».  

La historia de la lucha entre el arzobispo Lefebvre y la iglesia del Vaticano II comenzó en 1968 cuando, al retirarse a la edad de 65, se le acercó un pequeño grupo de seminaristas apegados a la tradición que no querían aceptar las reformas que se estaban llevando a cabo. Eventualmente esto condujo a la creación de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX) y al establecimiento de un seminario en Econe, Suiza en 1970.  Es importante notar que esta nueva fraternidad fue establecida con plena aprobación tanto del obispo local como de las autoridades en Roma.

Aferrándose al Depósito de la Fe

Sin embargo, casi desde el comienzo, surgieron controversias debido al apego de la Fraternidad hacia la tradición, porque la jerarquía de la Iglesia, bajo el liderazgo del papa Pablo VI estaba decidida a cambiar, alejando a la Iglesia de su propósito inmutable y verdadero—el de guardar, proteger, e interpretar auténticamente el depósito de la fe—para convertirla en una religión más acomodaticia y agradable al hombre moderno. Este empeño, esta ambición por “modernizar” la Iglesia, avanzó rápidamente en aquel tiempo, con una fuerza y autoridad increíbles, aparentemente decidida a destruir en su camino todo lo que fuera sagrado, como un monstruo en una película de terror, o quizás como la visión del profeta Daniel.  Solo el arzobispo Lefebvre se interpuso en su camino. Él se rehusó a ser atemorizado, él no iba a moverse. Su primer proyecto fue un intento de restaurar la misa tradicional en latín. Tras reunir a 12 teólogos, se preparó un estudio breve y crítico del Novus Ordo que se presentó al Papa. Para junio de 1971 era evidente que el pontífice no quería responder esa crítica, ni renunciar a su promoción de la nueva misa. Por lo tanto el arzobispo declaró su fidelidad a la misa verdadera de la siguiente manera:

«Cómo puedo estar de acuerdo en abandonar la misa de todos los tiempos o aceptar ponerla a la altura del Novus Ordo, creado por Annibale Bugnini con la participación de los protestantes, para hacer de ella una cena equívoca que elimina totalmente el ofertorio y cambia las palabras mismas de la consagración.»

Su oposición al Novus Ordo era tan seria que luego proclamó que la misa había sido «profanada», dado que ya no confería la gracia ni la transmitía. Incluso afirmó que el desprecio por la Presencia Real de Jesucristo en la eucaristía era el signo más flagrante con el que la “nueva mentalidad”, que “ya no era católica” se expresaba a sí misma, y se preguntó cómo era posible que los obispos y los sacerdotes no temieran atraer la ira sobre sí mismos y su pueblo.

Si el arzobispo hubiera estado solo en su negación a aceptar el Novus Ordo, quizás los reformadores de la Iglesia lo habrían ignorado, esperando que su pequeño grupo muriera naturalmente. Pero en realidad la Fraternidad crecía rápidamente. En 1971 entraron 24 candidatos al seminario, y en 1972 otros 32. En 1973 se abrió un nuevo seminario de la FSSPX en los Estados Unidos, y en 1974 se abrió otro en Roma. Fue entonces que los reformadores decidieron que la Fraternidad debía ser detenida, ya que temían que los sacerdotes tradicionalistas regresaran a las diócesis y crearan una resistencia católica tradicional.  Eso no era aceptable para ellos ya que su ambición era destruir completamente la verdadera religión católica y reemplazarla con una religión diluida al estilo protestante, como la que tenemos en la Iglesia Novus Ordo de hoy. Al parecer, los reformadores no esperaban resistencia a sus cambios. Como las nuevas innovaciones honraban al hombre por encima de Dios, creyeron que serían aceptadas ampliamente y hasta deseadas, porque esperaban que todos los hombres fueran como ellos.

Declaración de 1974

En junio de 1974 se formó en Roma una comisión de tres cardenales para estudiar a la Fraternidad. Esto condujo a una visita canónica al seminario de Econe en noviembre de 1974. Además de entrevistar a los profesores y a los estudiantes, las dos “visitas apostólicas” expresaron sus propias opiniones respecto a las filosofías y reformas de la Iglesia moderna, que incluían cuestionar la existencia de la verdad inmutable y el concepto tradicional de la resurrección de Cristo—opiniones que el arzobispo Lefebvre consideró ofensivas.  Tras la visita, decidió clarificar formalmente su posición de fidelidad a Roma. Escribió entonces la “Declaración de 1974” que originalmente pretendía ser un documento privado en beneficio y clarificación de los profesores y estudiantes del seminario. Sin embargo, como de alguna manera el documento se filtró hacia el exterior y fue citado fuera de contexto por la prensa, el prelado eventualmente lo publicó en su totalidad para que todo el mundo lo viese.

Hoy, tras 50 años de una visión moderna enseñada en diferentes grados dentro de la Iglesia, las palabras de la Declaración parecen proféticas y es difícil imaginar un prelado dando una declaración tan fuerte y clara, con un celo por la casa del Señor que sobrepasa el cuidado personal y la ambición, y también con un celo por proteger al pueblo de Dios como el que debiera tener todo verdadero sacerdote. Profesó su fidelidad a la “Roma católica”, “guardiana de la fe católica”, “esposa de sabiduría y verdad». Escribió específicamente sobre los duros cambios en la celebración de la misa que, según dijo, pasaron de un énfasis sobre “Dios y Sus santas obras de misericordia gracias al sacrificio de Su Hijo” a un énfasis sobre “el hombre y su comunión con el hombre”. Recalcó los cambios en los métodos de enseñanza utilizados en los seminarios, universidades y catequistas; métodos que describió como “naturalistas”, “Teilhardianos», y «nacidos del liberalismo y el protestantismo;» habiendo sido todos condenados con anterioridad por el Magisterio.  

Con un grito de guerra que debiera movilizar los corazones de todos los fieles católicos de hoy día, proclamó que ninguna autoridad—ni siquiera la autoridad más alta de la Iglesia—puede forzar a los fieles a abandonar o disminuir la verdadera fe católica profesada claramente por el magisterio durante 1900 años.  Afirmando que las reformas del Vaticano II estaban «envenenadas de pies a cabeza,» «comenzando y terminando en herejía»,  dijo que la única manera de salvación para los fieles y la doctrina de la Iglesia es “una categórica negación a aceptar la reforma”.

Citado en Roma

Para quienes están preocupados por el actual estatus canónico de la FSSPX en Roma, es importante observar que el arzobispo y la FSSPX fueron suprimidos por la autoridad romana sin otra evidencia de ofensa más que la interpretación de la Declaración por parte de la comisión. Tras la publicación, el arzobispo Lefebvre fue citado a Roma. La comisión se rehusó a considerar el contexto previsto para dicho documento y rechazó su intento de defender el contenido.  Aconsejado por esta comisión, el nuevo obispo de Econe retiró la aprobación de la Fraternidad dada por su predecesor; por lo tanto, a ojos de Roma, la Fraternidad fue “suprimida”, es decir, el seminario “perdió su derecho a existir”.   

Si bien el arzobispo intentó apelar la decisión solicitando el “motivo de culpabilidad” que justificó la supresión, jamás se proveyó un motivo y le fue negada la apelación canónica o Suprema Signatura Apostólica. Es probable que la negación de Roma a permitir el proceso adecuado haya ocurrido porque la Declaración del arzobispo no se apartaba de las enseñanzas inmutables del magisterio. Dado que el Vaticano II era un concilio pastoral en lugar de dogmático, muchos conceptos permanecieron ambiguos y/o indefinidos, cosa que permitía que muchos cambios ocurrieran en la práctica sin contradecir el dogma de la Iglesia. Si las opiniones del arzobispo contra el Concilio se hubieran presentado ante una corte, la jerarquía hubiera tenido que contradecir sus opiniones, definidas dogmáticamente con anterioridad por el magisterio, o admitir que el prelado estaba libre de culpa.  

En lugar de concederle su derecho a apelar, fue simplemente ignorado, y el Secretario de Estado escribió a todos los obispos del mundo solicitando que se nieguen a incardinar miembros de la Fraternidad.  Por lo tanto, si el arzobispo Lefebvre hubiera aceptado obedientemente las acciones de la autoridad romana, la Fraternidad simplemente habría desaparecido.

Un Intento militante de proteger la Iglesia

Sin embargo, como la Declaración expresó un intento militante de proteger a la verdadera Iglesia, el arzobispo Lefebvre demostró su compromiso con este intento al rehusar someterse a la supresión ilegal. Continuó con su plan de ordenar 13 subdiáconos y 13 sacerdotes, como estaba previsto para junio de 1976. Roma conocía su intención y en mayo de 1976 el papa Pablo VI denunció al arzobispo por “desobediencia a la nueva liturgia”. Si bien el Vaticano le ofreció un acuerdo que requería al arzobispo celebrar el Novus Ordo, él se negó. Ordenó a los candidatos según el rito tradicional, como estaba planeado.  

Debido a su «desobediencia», incurrió en dos suspensiones; para Roma ya no podía ordenar sacerdotes legalmente y no tenía derecho a celebrar misa. Nuevamente, el arzobispo se negó a reconocer las suspensiones como legítimas, explicando que como el seminario había sido abolido “sin razón verdadera” y como él no había ido a juicio, sostenía que su seminario no estaba abolido, sus ordenaciones eran válidas y las suspensiones eran inválidas.

Fidelidad a Jesucristo y a la Verdadera Iglesia

Durante el verano y el comienzo del otoño de 1976, el arzobispo Lefebvre comenzó a hablar públicamente, defendiendo los derechos de la Iglesia tradicional. Sus homilías eran concurridas, atraía a miles, y los medios de noticias (si bien con frecuencia críticos) ayudaron a difundir su mensaje a una audiencia mucho mayor. Él le dijo al mundo que había sido suspendido por rehusarse a celebrar la misa Novus Ordo. Escribió una carta al papa Pablo VI pidiendo el regreso de la “misa de todos los tiempos”, la verdadera Biblia (como la vulgata), y el verdadero catecismo según el modelo del Concilio de Trento.  

Él hizo públicos sus pedidos, hablando de ellos en sus homilías. A causa de la publicidad y debido a la popularidad del arzobispo, fue citado al Vaticano para una reunión con el papa Pablo VI el día 9/11/76. Hacia el final de este encuentro tenso, el arzobispo Lefebvre realizó un pedido modesto para los fieles. Pidió al Papa que instruyera a sus obispos para que den una “cálida bienvenida” a los grupos tradicionalistas, y les provean lugares de adoración.  El papa Pablo VI jamás respondió oficialmente a este pedido. En cambio, envió una carta al prelado el 10/11/76, acusándolo de “fomentar una rebelión inaguantable» rehusándose a aceptar todas las reformas del Vaticano II. Lo llamó a “retractarse”, “adherirse al Concilio” y a “aceptar la liturgia renovada”. Exigió que el arzobispo traspasara la responsabilidad de sus obras y las casas que había fundado a la autoridad del Vaticano. El Papa enfatizó que el arzobispo estaba solo y afirmó que ningún obispo sin “misión canónica” tenía la capacidad de establecer las reglas de la fe o determinar el significado de la tradición.» 

Así el Papa dejó en claro que la obediencia a Roma y al Concilio Vaticano II era obligatoria. Pero el arzobispo, si bien se encontraba completamente solo entre sus hermanos, eligió la fidelidad a Dios antes que la obediencia a un Papa y un concilio claramente decididos a complacer al mundo incluso al precio de faltar a la Eterna Alianza. El arzobispo Lefebvre no renunció a su fidelidad a Cristo y la verdadera Iglesia. Respondió públicamente a la carta con una ilustración sencilla. Explicó que si bien había sido acusado, él no juzgaba al Papa ni deseaba hacerlo. Dijo que un niño de 5 años que conociera el catecismo podía decirle a un sacerdote u obispo que enseñaba contrario a la verdad, “usted no está diciendo la verdad”. Si el obispo o el sacerdote luego respondía acusando al niño de juzgarlo, el niño podía responder con rectitud, “no, yo no lo estoy juzgando. Lo está juzgando mi catecismo”.

La Fe no se trata de sentimientos, sino de la Verdad

Sin dudas, estos días estamos cansados de intentar documentar los numerosos y horrendos abusos de poder proviniendo del Vaticano. Al hablar sobre las reformas del Vaticano II, el arzobispo Lefebvre una vez observó que la fe se había convertido en un “concepto fluido”, la caridad en una especie de “solidaridad universal”, y la esperanza en una “esperanza de un mundo mejor”. Esta parece ser una descripción muy apropiada de la visión del papa Francisco para la nueva “iglesia”. Pero mientras el Papa, junto con sus prelados-aliados, parece querer completar la destrucción de la Iglesia de Cristo, esta es una tarea que jamás podrán lograr, aunque en sus necios corazones crean que tal objetivo está a su alcance. En cierto sentido, el arzobispo Lefebvre sigue parado en el medio del camino gracias a la humilde y pequeña organización que fundó.

En una conferencia realizada en Portland, Oregon, en noviembre de 2016, el p. Jurgen Wegner, Superior del Distrito de la FSSPX en los Estados Unidos de América, explicó el pensamiento por el que el arzobispo pudo continuar con su fe y en obediencia a la verdadera Iglesia, incluso en medio de la crisis actual de confusión y persecución. El p. Wegner dijo que para proteger y salvaguardar la tradición, el arzobispo Lefebvre siempre tomó un enfoque objetivo: la fe no se trata de sentimientos, se trata de la Verdad. Las virtudes que él vivía y esperaba que sus sacerdotes abrazaran eran la obediencia, la caridad, y el estar dispuestos a sufrir; características de un verdadero servidor de Jesucristo. Explicó que jamás fue el deseo del arzobispo el separarse de la Iglesia, y que él siempre insistió en la obediencia al Papa (cuando la obediencia no contradiga la tradición de la Iglesia) dado que el Papa es la cabeza legítima de la Iglesia. Es importante notar que las cuestiones que separaron a la FSSPX del estatus canónico no fueron—en la mente del arzobispo—causadas por la FSSPX, sino que la separación vino de adentro—de quienes no habían seguido la tradición y por tanto abandonaron la fe.  Por eso, en su mente la Fraternidad no había roto con la tradición de la Iglesia, y por eso a pesar de todos los gestos autoritarios llegados de Roma con los años, la Fraternidad aún insiste por el derecho a ser llamada Católica Romana.

La voz de un extraño

Esto nos lleva a la situación extremadamente grave de la Iglesia de hoy. Como Jesús dijo “las ovejas Me siguen porque conocen Mi voz. Mas al extraño no le seguirán”, es obvio que los creyentes tienen una responsabilidad, incluso una obligación, de seguir a Dios, no a un hombre que lo rechaza, aunque este hombre ocupe la posición de mayor autoridad.  En cambio, debemos seguir el ejemplo de los salmistas que siempre buscaron al Señor de forma directa: «Presta oído a mis palabras, oh Yahvé, atiende a mi gemido; advierte la voz de mi oración, oh Rey mío y Dios mío”.  Y « Alégrense, empero, los que en Ti se refugian; regocíjense para siempre y gocen de tu protección».  

Claramente, el arzobispo Lefebvre comprendió estos años tiempo atrás, a medida que se desenvolvía la crisis, y se alzó por la causa de Cristo aceptando las consecuencias de la desobediencia a la autoridad; las humillaciones y las persecuciones. Hoy debemos hacer lo mismo, por amor a nuestro Dios que es rechazado por el mundo. Y mientras el mundo y su falsa iglesia llaman, intentando seducir o forzarnos a ponernos en línea, debemos recordar a quién servimos, y mantener nuestros ojos en el reino; el reino de Cristo que “no es de este mundo”. En este mundo, y en esta iglesia conciliar, hay una crisis. Una tan “profunda” e “inteligentemente organizada” que el arzobispo Lefebvre concluyó que el autor intelectual debía ser el mismo Satanás. Y en una seria advertencia a los católicos que prefieren contentarse con el status quo, proclamó que es un “golpe maestro de Satanás” el convencer a los católicos para que “desobedezcan toda la tradición en nombre de la obediencia”.

Toni McCarthy

[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original.]

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Edición en español de The Remnant, decano de la prensa católica en USA

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