Por esas cosas de la Providencia justo cuando estaba redactando el relato imaginario de Mateo que sigue a continuación de estas palabras, me llegó de regalo desde Mendoza, un hermoso libro de poesía que tiene mucho que ver con el tema que estaba esbozando.
Pues bien, que sirva este encabezado al relato para dar las gracias al autor, José A. Ferrari por tener la delicadeza y la generosidad de enviarme este poemario, el cual recomiendo mucho para todos aquellos que sienten en su alma una Santa Nostalgia, tal como lo señala el título libro; para aquellos que sienten en su alma un exilio permanente de la Patria Eterna que, a causa del pecado, nos arrancó del paraíso, y que nos hace poder tener a su vez la esperanza de que el mundo pasará y que nos encontraremos cara a cara con Dios después de peregrinar por esta gran prueba que es la vida misma. Los que estén interesados en adquirirlo lo pueden hacer en www.vorticelibros.com
Lo que sientes, hijo, es la nostalgia de Dios
Así, con una sed indescriptible,
ansiamos ese río cristalino
que traba nuestro origen y destino
en un soplo de amor incontenible.
¡Oh, divina Belleza! Tu semblante
nos extiende las alas hasta el cielo,
y esta santa nostalgia es Tu consuelo
para el dulce retorno de un amante
José Alberto Ferrari,
Santa Nostalgia
Como el año pasado los alumnos de mi universidad se habían ido a paro durante casi dos meses, tuvimos que recuperar las clases alargando el segundo semestre, y recién ahora en Enero estamos cerrando el año. Exámenes y trabajos por corregir han hecho que esté casi todo el día encerrado en la oficina de mi facultad poniéndome al día con el papeleo y recibiendo alumnos desesperados por irse a sus casas para así poder disfrutar del verano.
Cuando hoy en la mañana me disponía salir a trabajar, el segundo de mis hijos, un chico adolescente con un genio impredecible y con una inteligencia privilegiada, quiso acompañarme por el día. Yo acepté de inmediato, pues no sólo sería una rica oportunidad para estar con él, sino que también me sería de gran ayuda para poder ordenar el desorden de papeles, libros y fotocopias que tenía desperdigadas por todos lados.
Fue un día muy agradable donde pudimos conversar y reírnos mucho, pero al final de la tarde noté que la alegría que había manifestado durante la jornada se había comenzado a apagar poco a poco del rostro del chico y ahora estaba pensativo y callado.
Fue un día muy agradable donde pudimos conversar y reírnos mucho, pero al final de la tarde noté que la alegría que había manifestado durante la jornada se había comenzado a apagar poco a poco del rostro del chico y ahora estaba pensativo y callado.
Él había terminado de guardar en los archivadores personales de los alumnos sus fichas y se había sentado frente al ventanal de mi oficina que mira a la laguna.
-¿Qué te pasa que estás tan pensativo? – le dije desde mi escritorio, y él sin siquiera voltearse para mirarme me dijo:
– No, nada, es lo que me pasa siempre, rollos míos.
– ¿Podrías ser un poco más específico? ¿Te preocupa algo o te he molestado con alguna cosa? – él movió la cabeza.
– No papá, no es nada de eso, el día ha estado muy entretenido. Es que a veces me siento frustrado y con rabia por algunas cosas que me parecen injustas. Cuando me acuerdo de eso, me pongo mal.
– Todos pasamos por momentos de frustración y de sentirnos molestos con nosotros mismos o con el entorno. ¿Quieres decirme por qué te sientes frustrado? – Entonces él se dio vuelta hacia donde yo estaba y acomodándose en la silla hacia atrás comenzó a largar para afuera lo que le estaba molestando.
– Me frustra saber que hay cosas que me gustan y que no las puedo hacer o no las puedo tener porque no tenemos los medios. Tú trabajas todo el día, mi mamá corre con sus clases de violín para todos lados para poder vivir, y veo, por otro lado, a mis compañeros que salen de vacaciones al caribe o que tienen celulares de última generación, autos modernos y bonitos, casas con piscina…y nosotros en la casa siempre con la incertidumbre de llegar bien a fin de mes. Ves la desproporción y la injusticia que hay con lo que ganan, por ejemplo, los futbolistas, o lo fácil que es para algunos ganarse la plata. Yo sé que tú me vas a decir que optaste por vivir católicamente y que esto significa un montón de renuncias; sé que me vas a decir que has hecho lo que manda Dios y que te has llenado de hijos sabiendo lo que esto implica. Yo sé todo eso, que hay soportar las adversidades y que el ser modestos nos forja el carácter, pero es muy duro, muy difícil de realizar cuando estás siendo todo el día golpeado por las modas, por los gustos, por los placeres, y yo en realidad, me aburro, me aburro mucho. No puedo hacer lo que hacen mis amigos, no puedo salir con ellos porque no tengo plata o porque tengo que quedarme en casa para ayudar. Papá, estoy cansado y no tengo…no siento que desde arriba me ayuden a soportar la vida, no me siento apoyado por el Cielo ¿me entiendes? Soy súper joven y creo que tengo mucho potencial para hacer un mogollón de cosas, pero no puedo porque no tengo los recursos.
– ¿Y si yo te dijera que me saqué un premio de la lotería y que ahora tengo miles de millones y que con eso podrás hacer lo que quieras y tener lo que quieras, cambiaría lo que sientes ahora, mejoraría tu situación y tus frustraciones se irían?
– Es una pregunta entre capciosa y sarcástica papá.
– No, ninguna de las dos, es en serio. Si tuvieras todos los bienes materiales que deseas, ¿serías feliz? ¿Llenarían tu alma? Podrías comprar ese auto que te gusta, viajar a donde quisieras, invitarías a tus amigos a salir, tendrías chicas que se pelearían por ser tus amigas.
– Vamos papá, no soy tan estúpido como para pensar eso. Yo sé que no, siempre hay algo más y nunca nos vamos a quedar tranquilos en este mundo. ¿No? Por favor no quiero que me mal entiendas. Tal vez me expresé mal y te di a entender una parte del problema. Me baja la tontera papá, perdona, lo que te dije antes es una soberana estupidez. No debiera siquiera pensar en injusticias. Los hechos son de determinada manera por algo y no me corresponde a mí juzgarlos. Me pongo melancólico nada más, esto va más allá de los bienes materiales y no sé cómo explicarlo, es algo que vengo experimentando desde hace unos pocos años atrás. Se me confunden mis sueños impedidos con la certeza de que, aunque lograra realizarlos, tampoco podría sentirme pleno. Lo sé, tengo una profunda intuición que me dice que es así y eso me da rabia porque no sé cómo quedarme tranquilo y en paz conmigo mismo.
El niño se puso de pie y puso su cabeza contra el cristal. Yo notaba que en su alma estaba viviendo un duro combate para no darle consentimiento a pensamientos de rabia y de desazón. Se estaba tomando a mal una bendición que el paso de los años hace que la veamos como tal. Las decepciones y los desencantos que nos regala la vida son una escuela que nos lleva a poner los ojos y la voluntad en aquello que realmente importa. Con los años uno aprende a desprenderse de mucho lastre que va dejando atrás. Yo mismo me la he pasado sintiendo lo mismo que mi hijo sentía en ese instante, pero como soy viejo, me conozco mejor y sé encausarlo y darle el gran valor que tiene y traté de explicárselo:
– Aquí en este mundo nada podrá llenarte, nada podrá satisfacerte, y bendita sea aquella frustración y de no sentirte pleno y satisfecho porque eso significa que en tu alma hay un anhelo de algo más, ese don de querer estar con la fuente que siempre mana y que nos llena con su Amor. Recuerda aquellas palabras de San Agustín en las Confesiones, cuando buscaba a Dios en las criaturas y todas le decían que ellas no eran lo que él buscaba. Las criaturas, la creación en general puede acercarnos a Dios, son sus huellas, pero hay que ir más allá de ellas.. Eso que sientes en tu corazón es el vivo deseo de Dios, de querer estar con él.
– Sí, pero una cosa es el desear a Dios y otra caer en este estado de melancolía atroz. Siento como que nada me llena, por eso te insisto en que lo que te había dicho antes sobre tener más plata y poder hacer lo que me dé en gana es una tontera. Yo creo es un problema de la edad, ¿verdad papá? Porque esta sensación, o como quieras llamarlo, que es entre dolorosa y angustiosa, no me va a durar para siempre, porque si es así creo que me volveré loco.
– No hijo, no es un problema de la edad, es algo que nos acompaña durante toda la vida. Me costó muchos años entenderlo, hasta que finalmente comprendí que es un don, aunque te suene extraño. Dios pone en nuestro corazón ese deseo de buscarlo, de amarlo y como estamos sujetos al pecado y estamos manchados por él no podemos alcanzarlo en esta vida. A todos los hombres les imprime este deseo en su corazón, pero no todos lo buscan donde deben, sino que se arrojan a las cosas de este mundo creyendo que sus anhelos insatisfechos serán saciados ahí. Nosotros sabemos que no hay que buscarlo en las cosas del mundo. Esa melancolía, esa sensación como le llamas no es otra cosa que una nostalgia por el bien que perdimos al pecar. Dime hijo, ¿Cuándo sientes nostalgia?
Mi hijo se quedó por un momento en silencio pensando la respuesta. Bajó la vista y yo noté que estaba intentando buscar en su mente una definición que apuntara exactamente a lo que la palabra significaba. Muchas veces utilizamos términos casi por inercia y no nos hemos puesto a pensar lo que expresan. Sabemos lo que es, pero si nos lo preguntan para que lo definamos, ( San Agustín dicit) nos enredamos, y no sabemos cómo hacerlo. Al cabo de un par minutos levantó la cabeza y me miró para dar su definición:
– Cuando siento una añoranza por algo o por alguien que ya no está.
– Sí, muy bien, eso es. Es la pena que nos da saber que perdimos algo o alguien, y si bien el recuerdo nos deleita y os hace revivir momentos felices, al mismo tiempo también nos causa dolor. Nosotros perdimos el paraíso, y para quienes tenemos Fe, lejos está la pena de sumergirnos en la angustia y en la desesperación, pues nosotros tenemos la virtud de la esperanza. Tenemos la certera esperanza de que, si nos dejamos amor por Dios y hacemos su voluntad, nuestros esfuerzos serán recomenzados. Pero por mientras tenemos que aprender a vivir con esta nostalgia, a la que no hay que temer, sino todo lo contrario.
– Es que esa nostalgia de la que hablas, me produce pena.
– Es un regalo, un gran regalo que nos impide aferrarnos a las cosas del mundo y nos hace poner los ojos en Dios. Nosotros no nos hundimos como los paganos en la melancolía asfixiante, que te ciega y que te paraliza, por el contrario, ésta nos ayuda a ser conscientes de la nada que somos y que todo lo esperamos de Aquel que nos creó. Nos hace falta Dios, lo echamos de menos, lo queremos con nosotros y nos duele la distancia. Tómalo como algo natural…sobrenatural, y pídele a Él que te consuele. Dile a su Madre que le cuente a nuestro Señor cómo te sientes y te apuesto lo que quieras a que Él se las arreglará para calmar tu alma de una u otra manera. Estamos en un valle de lágrimas: in hac lacrimarum valle, reza la Salve. Un gran consuelo lo tengo en la Sagrada Comunión, en la visita al Santísimo donde, como tú lo estás haciendo ahora, le cuento todo a nuestro Señor.
No huyas ni le tengas miedo a esto que sientes. Junto con esta nostalgia vendrán noches oscuras para tu alma y no encontrarás consuelo en nada ni en nadie, y para que el alma triunfe hay que estar entrenado para no sucumbir en la desesperanza que el desconsuelo trae consigo. Dios permite estas pruebas por nuestro propio bien: somos orgullosos y definitivamente malos y nos tienen que zamarrear para encauzarnos, tal como yo los castigo a ti y a tus hermanos cuando no se comportan como deben. Pero bueno, ese es otro tema.
Por el momento, mi niño, olvídate de pasar por la vida buscando la felicidad como lo hace alguna gente acumulando bienes y satisfaciendo todas sus necesidades sin importar el costo. Aquí no puede haber paz ni descanso porque somos una naturaleza caída. A mí me apena ver cómo la gente es capaz de vender su alma al diablo con tal de sentirse «felices» y plenos. Nosotros tenemos que acumular tesoros no para este mundo, sino para el cielo, porque recuerda que las cosas del mundo pasan. El auto último modelo en un par de años más va a estar en el depósito de chatarra. Ahí quedó lo nuevo y caro, pero los tesoros para el cielo, jamás envejecen.
Por otra parte tienes que aprender a valorar lo que tienes. Ve el vaso medio lleno y no medio vacío, y con lo que Dios te ha dado intenta servirle lo mejor que puedas. Él sabe lo que necesitas, conoce de tus penas y de tus sinsabores y nada de lo que hagas por amor a Él quedará sin recompensa. En medio de las injusticias, en medio del dolor hay que dar testimonio hijo, y para hacerlo tienes que creer firmemente. Cree que ese anhelo y esos bajones y nostalgias que inundan a veces tu alma, lejos de ser algo malo, son una bendición, pues nos hacen elevar nuestros ojos al cielo y esperar en Dios.
-Entonces, ¿no es malo lo que me pasa?. Según lo que dices este desagrado no otra cosa que un anhelo, una añoranza, una nostalgia por lo que perdimos, en este caso, por lo que perdimos con el pecado, la compañía de Dios en el mundo.
– Lo has comprendido bien, muy bien. Que esta nostalgia te anime en la lucha, y te enseñe a tener mucha paciencia contigo mismo. Poco a poco a lo largo de la vida uno aprende a conocerse y a entender que estos estados del alma vienen y van, y hay que aprender a encausarlos. El que busca encuentra y nadie que ha buscado y deseado con todo su ser a Dios ha quedado defraudado.
– Don Mateo, lo están esperando para tomar un examen – me interrumpió la secretaria que había entrado súbitamente a mi oficina para avisarme que a última hora me habían designado como parte de una de las comisiones para un examen oral a los de cuarto año.
– Anda no más – me dijo mi hijo- yo te espero aquí – y sin agregar nada más me besó la mejilla y se sentó en mi escritorio.
Beatrice Atherton