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Los “cambios históricos” de una diócesis argentina

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Los “cambios históricos” de una diócesis argentina

Singular preocupación y no menor escándalo ha causado en Argentina lo acaecido durante la celebración, el pasado 25 de agosto, de las fiestas patronales de la Diócesis de San Luís. Su recientemente designado obispo, Monseñor Gabriel Bernardo Barba, invitó a un conocido transexual a leer las preces de la misa. El episodio fue unánimemente aplaudido por la prensa secular y los círculos progresistas quienes lo han calificado como un hecho “histórico”, un antes y un después, en la vida de esta provincia. Un suceso de tamaña gravedad nos exige hacer algunas consideraciones.

I. Algunos antecedentes de la Diócesis de San Luís

La Provincia de San Luís, que integra con las de San Juan y Mendoza la Región de Cuyo, está situada en el centro, hacia el oeste, de la Argentina en un paisaje dominado por serranías y ríos. Su capital es la ciudad del mismo nombre fundada el 25 de agosto de 1594 por Luis Jufré de Loaiza y Meneses, Teniente Corregidor de Cuyo, quien la bautizó con el nombre de San Luis de Loyola Nueva Medina de Rioseco en homenaje a San Luís, Rey de Francia (cuya festividad litúrgica se celebra ese día), en honor al Capitán General de Chile, Don Martín García Oñez de Loyola, quien había ordenado a Jufré fundar la ciudad, y en alusión a Medina de Rioseco, municipio ubicado en la Provincia de Valladolid, España, lugar de nacimiento de los padres del Fundador, Don Juan Jufré y Doña Cándida de Montesa. Es, sin duda, una ciudad de noble estirpe católica e hispánica.

La Provincia dependió eclesiásticamente de la Arquidiócesis de San Juan de Cuyo hasta que fue constituida en Diócesis por el Papa Pío XI el 20 de abril de 1934 mediante la Bula Nobilis Argentinae nationis. Su Catedral, erigida por la mencionada Bula, está dedicada a la Inmaculada Concepción de María; San Luís, Rey, es su santo patrono y su primer obispo fue Monseñor Pedro Dionisio Tibiletti. Posee, además, un seminario diocesano, dedicado a San Miguel Arcángel, enclavado en un hermoso paisaje en la localidad de El Volcán.

Lo interesante es que desde su erección canónica hasta julio de este año, esta diócesis argentina ha sido gobernada por excelentes obispos, todos ellos de ortodoxa doctrina y de digna liturgia. Cuando en 1996, a pedido de la Conferencia Episcopal Argentina, la Santa Sede autorizó a recibir la comunión en la mano, San Luís, a cuyo frente estaba Monseñor Rodolfo Laise, fue la única diócesis de todo el país que no se acogió al “indulto”. El sucesor de Monseñor Laise, Monseñor Jorge Lona, mantuvo la misma actitud al respecto de modo que los fieles siguieron recibiendo la comunión de acuerdo con la normativa hasta hoy vigente en la Iglesia.

Frutos de esta benéfica sucesión de buenos pastores han sido, entre otros, la creación del Instituto Mater Dei de religiosas de vida mixta dedicadas al apostolado universitario y al cultivo de una impecable liturgia en la que se destaca, sobre todo, la centralidad del canto gregoriano, y la activa presencia de varios grupos juveniles abocados al estudio de la doctrina de Santo Tomás y de los grandes Doctores de la Iglesia que, año a año, organizan reuniones y jornadas de estudio a las que acuden multitud de jóvenes de todo el país.

Con estos antecedentes era sólo cuestión de tiempo para que se produjera la intervención del Papa Francisco. Efectivamente, el pasado 9 de junio se conoció la renuncia de Monseñor Pedro Daniel Martínez Perea y la designación en su lugar de Monseñor Gabriel Bernardo Barba. La renuncia de Monseñor Martínez no sorprendió: hacía tiempo que el Papa se la había solicitado y, si bien no trascendieron los motivos, estamos en condiciones de asegurar que dos fueron, principalmente, las razones del relevo episcopal: la interpretación de Amoris laetitia en sentido opuesto a la interpretación considerada oficial y la prohibición de la presencia de mujeres en el oficio del acolitado. Se trató, como se ve, de una de las tantas ya clásicas “misericordiadas” a los que nos tiene acostumbrados el Papa Bergoglio. Huelga decir que el nuevo obispo, que asumió el pasado 11 de julio, está exactamente en las antípodas de la línea pastoral y doctrinal de sus predecesores: su designación, por cierto, comporta un quiebre radical con esta dilatada y fructífera labor de décadas al tiempo que ha sumido en el desconcierto y en la angustia a la gran mayoría del clero y de los fieles de este, hasta ahora, pequeño gran reducto de la Fe verdadera.

II. Los “cambios históricos” del obispo Barba

Gabriel Bernardo Barba fue designado obispo en diciembre de 2013 por el actual Papa y destinado a una diócesis del conurbano bonaerense. Para definir su perfil pastoral y doctrinario basta detenerse en el texto de una homilía que pronunciara en junio de 2017 en ocasión de la festividad de Corpus Christi. Aparecen en ella tres elementos que a modo de pistas nos permiten descubrir cuál es la forma mentis de este obispo.

En primer lugar aparece esta idea tan difundida en los últimos tiempos de que los pobres (entendidos más bien en un sentido sociológico que propiamente evangélico) son “maestros de espiritualidad” y agentes evangelizadores antes que sujetos a evangelizar. Al respecto aparece una extensa cita del jesuita español Victor Codina (de larga actuación en Bolivia), conocido por sus posturas en favor de la teología de la liberación y de esta neo teología de los pobres. Entre otras cosas, Codina sostiene la existencia de un “magisterio evangélico de los pobres” que corre paralelo al de los obispos y doctores al tiempo que pregunta si se tiene en cuenta este “magisterio” a la hora de tomar opciones pastorales y aún doctrinales. Lo segundo es el anuncio de la puesta en práctica de las recomendaciones de Amoris laetitia lo que supone “ser comunidades que acogen y que no expulsan” a fin de que “todos encontremos un lugar en la Iglesia para vivir y alimentar la fe” y buscar “con creatividad lugares de integración, y acción”. Lo tercero, finalmente, es la expresa recomendación de comulgar en la mano que es “un gesto mucho más significativo y maduro que recibirla en la boca. Los niños son quienes deben ser alimentados en la boca. No los adultos… y un buen cristiano debe crecer siempre”.

Se entiende, entonces, que cuando en el pasado mes de junio se conociera su designación como Obispo de San Luís cundiera, como dijimos, la angustia y el temor entre los buenos curas y fieles de esta diócesis. Y la prueba de que dicha angustia y temor no eran infundados se hizo presente apenas un poco más de un mes de la asunción del nuevo ordinario. Fue, en efecto, el pasado 25 de agosto, en la ya mencionada celebración de la fiesta patronal de San Luís Rey, en que aparecieron los “cambios históricos” que inauguraron “una nueva etapa” en la vida de la Iglesia en aquella hasta ahora tranquila provincia argentina.

¿Cuáles son esos “cambios históricos”? Excluir de la liturgia el canto gregoriano a cargo del Coro Santa Cecilia de las mencionadas religiosas de Mater Dei y sustituirlo por la música corriente hoy en nuestros templos al son de guitarras; aplaudir en la iglesia (a pesar de que el mismo Benedicto XVI ha reprobado expresamente esta mala costumbre); dar la comunión en la mano aunque, por ahora, sin dejar de darla en la boca a quienes lo pidan; y, lo que dio cima al cambio histórico, la presencia en el altar como lector de las preces de los fieles de un conocido transexual que oficia de “profesora” en varias instituciones de enseñanza de la Provincia, incluso, en la misma Universidad de San Luís.

El transexual responde al nombre de Francia Gabriela López y saltó a la fama por haber sido la primera “mujer transexual”, en América Latina, en adoptar un niño. Al término de la misa, en declaraciones a un grupo de periodistas que lo esperaban a la salida de la Catedral, López disparó: “este hecho histórico es muy esperanzador porque nos permitirá construir una iglesia como seres humanos, donde las opciones de vida de las familias diversas encontraban muchos obstáculos para vivir su vida espiritual”; y remató:“el mensaje del Obispo fue tan territorial, con la mirada puesta en los pobres”, lo que, a su juicio, constituye “una verdadera esperanza”. “Necesitamos -dijo- poder bautizar a nuestros hijos, contar con la palabra de los pastores ante la muerte y no continuar haciendo pagar a las niñeces las decisiones de las que no son parte”; claro mensaje de que lejos está de abandonar su actual estado de vida ni de creer que debe arrepentirse de nada.

Terminada la ceremonia, el obispo Barba dio una conferencia de prensa en la que remarcó, una vez más, los “cambios históricos”: “hemos hecho un poquito de historia” fueron sus textuales palabras. Cuando alguien le preguntó por la presencia de López se limitó a responder que ignoraba su condición y que había sido invitado sólo y exclusivamente por el valor de su trabajo. Es muy difícil suponer que el obispo ignorara la condición de López ya que es un personaje muy conocido localmente; y en cuanto a su “trabajo” todo hace suponer que para Monseñor Barba promover la ideología de género y reivindicar los derechos del colectivo LGTBQ es una tarea meritoria que merece ser premiada.

Es fácil advertir, por tanto, que lo que sucede en San Luís no es sino una muestra más de la avanzada de esta “nueva Iglesia” promovida desde Roma. Avanzada al parecer incontenible y a la que sólo el Señor puede poner fin cuando decida acortar los días de la tribulación.