Sobre los Sacerdotes casados: el Papa enfrenta las complejas limitaciones de la Iglesia

Intentando exhibir la gravitas de la resignación bienintencionada, nuestro pontífice, quien acaba de aparecer por segunda vez en la portada de la revista Rolling Stone, suspira ahora por toda la web porque la crisis vocacional puede llegar a forzarlo a solicitar que algunos viri probati (viri probati casados, eso sí) suban al platillo sagrado. Después de todo, estos días los seminarios están tan vacíos como la Plaza de San Pedro. ¿Qué se supone debe hacer el Supremo Pontífice?

No importa si finalmente el sometido del papa Francisco en Malta dijo abiertamente lo que hasta ahora permanecía como una amenaza implícita por todos lados en las décadas post Vaticano II: específicamente, que cualquier joven que siente el llamado a ser un alter Christus en el servicio ilimitado a Dios está invitado a no sentirse excluido. Pero para las masas católicas, debemos hablar sobre la falta de sacerdotes, cosa que deja a un sacerdote serio y de buen corazón como el papa Francisco entre la espada y la pared. Hasta el Espíritu Santo debería admitir (¿no es cierto?) que los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.

Por eso amigos míos, ahora mismo empezamos a vislumbrar el verdadero lugar al que el capítulo 8 de Amoris Laetitia nos quiere llevar. Crucen el páramo y verán que no son solo los “divorciados vueltos a casar sin beneficio de nulidad” a quienes la realidad les exige que tuerzan “las reglas” según los dictados de su propia situación. Los demás también se verán obligados, incluyendo el propio Santo Padre.

No viene al caso que estas circunstancias inextricables hayan sido generadas por los mismos que hoy afirman sentirse “forzados” a tomar medidas drásticas reconociendo noblemente la concreta complejidad de sus limitaciones (¿o es la limitación concreta de sus complejidades? No recuerdo). El hecho es que algo debe hacerse, ¿y quién puede luchar contra los hechos? Incluso Francisco I, de quien se dice está listo para llevarse por delante hasta un ángel, entrega su sotana blanca ante la incansable e inexorable “madre tierra” de la famosa Laudato Sii (quién es esta Madre Tierra sino la que se opone a la fe, los hechos, el reino natural, ideológicamente separados de cualquier cosa fuera de su alcance). Sin embargo, detengámonos al borde del abismo de Amoris para preguntarnos por qué el “algo debe hacerse” siempre termina siendo – ¡mirablie dictu! – exactamente lo que los nobles reconocedores han estado tramando desde un principio.

Magda Denes (una socióloga que, según su propia desvergonzada declaración personal, apoya el “derecho a elegir”) escribió un estudio intelectualmente honesto sobre el trabajo de una clínica abortista norteamericana en la década de 1970, titulado Por Necesidad y con Pesar, seguramente por eso usted nunca escuchó hablar de él.  

Como las fotos del martirio de Miguel Pro, que Plutarco Elias Calles inicialmente ordenó tanto tomar como distribuir para desalentar la resistencia a su régimen, pero luego debió prohibir porque al final terminaron inspirando la convicción católica; o los libros robados sobre el tema que el papa Bergoglio decía querer estudiar en los “Sínodos de la Familia” sólo que no a la luz de la incansable tradición que los libros desaparecidos sostenían firmemente; como estos ejemplos, la investigación de Magda Denes del sacramento de los secularistas fue anticipado por el lobby anti-vida, pero luego agresivamente ignorado y efectivamente escondido del centro de atención.  

Verán, Denes, había cometido el error de decir las cosas como son—de sacar a la luz de la mejor manera posible, un oscuro universo alternativo en el que los lemas alegres de los que protestan a favor de Planned Parenthood dan lugar a una jungla de explotaciones manipuladoras y las heroínas del Sangerianismo comienzan a sonar tan patéticas como los nacional socialistas que conquistaron el mundo y se quejaron de que “el Fuhrer me obligó a hacerlo,” cuando se los acorraló en los banquillos de los acusados de  Nuremberg. En otras palabras, Denes relata su descubrimiento bien documentado de que la industria del aborto en realidad se dedica a convencer a la gente para que abrace la complejidad concreta de su limitada….lo que sea.  

El patrón es inconfundible. Cuando una madre asustada considera la posibilidad de llevar a término su embarazo no planeado, un “consejero” del aborto a sueldo está allí a su lado para mostrarle que, a pesar de lo conmovedoras que son sus aspiraciones, tarde o temprano tendrá que enfrentar los datos duros y fríos.  Una mujer es considerada muy joven; la otra muy vieja. Una no tiene suficiente dinero; la otra tiene tanto que sería una locura poner en riesgo su prometedora carrera.  Una no puede verse como madre en el futuro, en absoluto; la otra quiere ser madre de muchos, pero no aún.  

Y así sucesivamente. La única constante en el escenario desgarrador que describe Denes una y otra vez es este: hacer lo mejor posible dentro de las limitadas complejidades de lo concreto parece reducir las opciones a un número más manejable. Es interesante que las madres que luego terminan abortando no atestiguan una maestría personal sobre todo lo demás (en relación a la mitología feminista), sino precisamente una paradójica inhabilidad para ver más allá de lo que perciben, o son ayudadas a percibir ingenuamente, como restricciones impuestas sobre ellas por las exigencias de sus circunstancias inmediatas. Ellas no quieren abortar, insisten; ellas desearían no tener que abortar; reconocen que llegar a término es lo ideal; pero abortan de todos modos porque es lo mejor que pueden hacer.  Y por lo tanto el aborto se torna, de forma atenuada, en algo bueno o hasta posiblemente heroico. El negro es blanco; el no es un sí; dos más dos son cinco; y terminamos atribuyendo al mismo Jesucristo algo diametralmente opuesto a lo que antes habíamos sostenido que Él había afirmado de forma indiscutida. 

Hasta los mismos abortistas parecen jugar con el mismo conjunto de reglas. Ellos no lo hacen principalmente por dinero, dirán, mientras amontonan lujos obscenos más allá de toda expectativa razonable.  Ellos están allí por el bien de todas las mujeres a las que  explotan cobrándoles de más.  No está bien que estas mujeres se encuentren en condiciones tan desafortunadas, pero ¿qué puede hacer el abortista sobre eso, excepto ayudarlas?  Descuartizar a inocentes niños no nacidos, miembro por miembro, o envenenarlos químicamente hasta matarlos, es todo lo que puede hacerse, y mientras los abortistas lamentan tener que hacerlo, reconocen de manera realista que alguien debe hacerlo, y por lo tanto, por qué no ellos. De ahí el título, Por Necesidad y con Pesar.

Otro investigador, Robert Jay Lifton, que creo fue el primero en inventar un término para este fenómeno, lo llamó “reclamando la dolorsa experiencia del sacrificio.”  La población entrevistada por él, también exhibe estar suscripta al mismo tipo de mentalidad. De hecho, uno de los entrevistados por Lifton, resumió su misión y la de sus compañeros de esta manera: “Vivimos y actuamos dentro de los límites de lo posible.”  El libro de Lifton se titula, de manera suficientemente prosaica, Los Doctores Nazi.  

Sin duda, a esta altura dirán que darle la comunión a los que no están debidamente preparados, u ordenar al sacerdocio a unos cuantos hombres buenos pero casados, no puede compararse con el asesinato de millones de personas inocentes. Sin embargo, lo que puede compararse e incluso es idéntico, es el cálculo metafísico que hay detrás de todos ellos. ¿Acaso la internet no está plagada de supuestos “católicos” solicitando al papa Francisco la posible ordenación de los viri probati, porque de otra manera las “necesidades” de los fieles simplemente no serán atendidas? Como antes de esto, con el sacramento del matrimonio, ahora el sacerdocio latino será traicionado “por necesidad y con pesar.” En toda esta discusión, como en la de cuántas personas molestas se puede esperar que la “madre tierra” soporte, quedó fuera de consideración la obediencia inquebrantable debida a un Dios infinitamente bueno, infinitamente poderoso, al que puede confiársele tanto el saber lo que es mejor así como también el hacer que suceda.

¿Entonces, quiénes serán estos viri probati exactamente?  Si los hombres solteros que temen a Dios son retirados de los seminarios, ¿por qué esperaríamos que los hombres casados que temen a Dios podrán soportar la formación?  Probati significa probados; pero ¿probados en qué?  Esperaríamos que fuesen probados en su adhesión a la fe, santa, católica y apostólica; y sin embargo, la misma frase–“fe probada” –¿no parece tener un mal sabor?  ¿No le suena conocido?  

Por supuesto que sí; de hecho lo hemos escuchado constantemente en el contexto del debate sobre Amoris Laetitia, dado que es precisamente los de una “fe probada” entre los adúlteros crónicos los que supuestamente serán admitidos a los sacramentos, mientras que quienes intentan recibir la sagrada eucaristía con sus pecados perdonados y un firme propósito de enmienda son despreciados como hipócritas, incluso peor que si fueran ateos. ¿Será que, de manera similar, los viri probati terminarán siendo “probados” no en su fidelidad a Jesucristo sino al Papa a quien le deben gratitud por permitir su ordenación en primer lugar –como los miembros de la jerarquía que recientemente ofrecieron el extraño “voto de confianza” no al Dios Todopoderoso, sino específicamente al ex – obispo de Buenos Aires?

Y respecto a torcer “las reglas” mediante la lógica de la nota al pie 351, ¿quién puede decir qué tan lejos pueda ir? Quizás hoy solo hasta aquí, cosa que permitirá a los apologetas papales de todo tipo proclamar, plausiblemente o no, que lo que se dice o hace en este momento no llega a constituir técnicamente una extralimitación imputable.  Entonces, en «la tierra del capítulo 8» nuevamente, donde todos no solo pueden sino que deben “ir más allá”, siempre queda el día mañana. Convenientemente, lo que actualmente llamamos hoy fallará en convertirse en ayer, y como todos saben, las actitudes anticuadas no deben ser tenidas en cuenta.  Aparentemente, aquí entra en juego algo de eso de que el Tiempo supera el Espacio, pero sea como fuere; los nobles reconocedores jamás se detienen en el cumplimiento de sus planes. Como observa C. S. Lewis en El Gran Divorcio, “sólo hay dos tipos de personas: los que dicen a Dios «hágase tu voluntad» y aquellos a quienes Dios dirá, al fin, «hágase tu voluntad».’”

Sin embargo, lo grandioso sobre “la tierra del capítulo 8” de Amoris es que en primer lugar nadie puede ser forzado a hacerlo.  Cada ser humano recibió de Dios una libertad inviolable y personal, y sencillamente no existe algo como una circunstancia en la que no podemos conformarnos más, gracias a la mediatriz de todas las gracias, a la voluntad del Dios Todopoderoso. Nuestra madre es María Inmaculada, no la “tierra”, sin importar lo que digan los demás.  No pertenecemos a este mundo, y ciertamente no a la tierra del capítulo 8, sino al reino del cual solo ella es reina.

Helen Weir

[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original.]

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