LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO: 3. La «nueva» filosofía de M. Blondel

Pasamos ahora a los santos padres de la «nueva teología».

El primer paso de la «nouvelle théologie» para despedirse de la teología católica tradicional y, por tanto, de la tradición dogmática es, lo hemos visto, el abandono de la filosofía escolástica. No debe por esto sorprender si Urs von Balthasar, al sostener que «el infierno existe, pero está vacío» apele, entre otros, a Maurice Blondel (véase sì sì no no, 15 de noviembre de 1992, p. 1). Este filósofo, que, a pesar de sus aspiraciones y de sus «amigos», ocupa un espacio muy modesto en la historia de la filosofía, ocupa, en cambio, un lugar muy importante en la historia del neomodernismo o «nouvelle théologie».

Una filosofía fantasma

Nacido en Dijón en 1861 y muerto el 5 de junio de 1949 en Aix en Provenza, en cuya Universidad enseño filosofía durante 30 años, Maurice Blondel fue hasta el final de sus días objeto de una larga polémica, que se volvió tormentosa por su  comportamiento escurridizo y proteiforme. Este comportamiento, típicamente modernista, fue así estigmatizado por el padre de Tonquedec S. I. en el Dictionnaire apologetique de la Foi catholique: «… me doy cuenta de que, a pesar de todo esfuerzo por dar a la controversia [con Blondel] una base documental lo más amplia posible, dicha controversia no podrá acabarse sino ante un público que tenga a la vista sus obras. Desgraciadamente este público no existe. Las obras de M. Blondel [que de Tonquedec poseía y citaba ampliamente] han desaparecido desde hace tiempo de las librerías; los opúsculos en los cuales ha recogido sus artículos más importantes no han sido puestos a la venta. Por tanto, la doctrina contenida en sus escritos se encuentra en una condición singular: objeto de explicaciones, de rectificaciones, de discusiones sin fin, sostenida por una propaganda muy activa y ardiente, permanece inaccesible en su tenor original. Así, ella da a muchos la impresión de algo de inaferrable y escurridizo, cuyo aspecto se modifica según los momentos y las circunstancias. Poquísimas personas, aun entre las que estudian por profesión filosofía religiosa, son capaces de controlar las afirmaciones del autor y de sus amigos sobre el significado y el contenido de sus escritos» (voz miracle, Nota adicional sobre la interpretación de los escritos de M. Blondel).

Sistemas de modernistas

Quiénes fueran estos «amigos» de Blondel se dice rápido: el padre de Lubac y su «banda»: Bouillard, Fessard, von Balthasar, Auguste Valensin, etc.; en resumen, los padres fundadores de la «nouvelle théologie», condenada por Pío XII en la Humani Generis y hoy – como reconoce el padre Henrici S. J. –  convertida en «teología oficial del Vaticano II» (véase sì sì no no, 31 de diciembre de 1992, pp. 1 ss.).

En 1925, el mismo Dictionnaire Apologetique, bajo la voz immanence (méthode d’), publicaba (signo de la confusión que reinaba entonces sobre la posición real de Blondel), junto a la intensa y documentada crítica anti-blondeliana del jesuita de Tonquedec, también la defensa de Blondel por obra del también jesuita Auguste Valensin, de la «banda» de de Lubac.

Valentin S. J. se exoneraba preliminarmente de toda documentación con el siguiente motivo:

«En la exposición que sigue no se encontrarán, por así decir, citaciones [de las obras de Blondel]; las pocas frases entre comillas no son siempre absolutamente literales; ha sido modificado el tiempo de un verbo o suprimida alguna palabra para adaptarla al contexto y el uso que se hace de ellas es sólo literario. Esta exclusión es sistemática: una citación desgajada del contexto no probaría nada; puede sólo servir como tapadera para una interpretación aventurada, sin ser segura» (Dictionnaire Apologetique de la Foi catholique, voz immanence (méthode d’), 1º estudio, col. 580). A lo que el padre de Tonqeudec, el cual, por el contrario, fundaba su crítica en citaciones numerosas y textuales, replicaba justamente: «Ciertamente, es posible falsear el espíritu de un texto que se cita, pero se concederá que es todavía más fácil hacerlo cuando no es citado en absoluto. El documento resiste, por su misma presencia, ciertas interpretaciones. Tenerlo constantemente a la vista es indudablemente la mejor garantía contra el error y la más alta forma de honestidad de un crítico hacia el autor y sus lectores» (ivi, voz miracle, Nota adicional sobre la interpretación de los escritos de M. Blondel, col. 533).

Bajo el pretexto apologético la ruina del dogma católicos

En realidad, los «amigos» de Blondel – de Lubac y su «banda» – tenían motivos para dejar entre la niebla la filosofía del que, en sus intenciones, habría debido ser el fundador de la nueva «filosofía cristiana».

Blondel presentaba su filosofía como un método apologético para conquistar al «hombre moderno»:

«Las pruebas clásicas [de la credibilidad del dogma católico] – escribía él – suponiendo una filosofía objetiva, no hacen presa de estos espíritus llenos de positivismo y de kantismo. Ahora bien, cuando se quieren salvar las almas, es necesario ir a buscarlas adonde se encuentran y, si han caído en el subjetivismo, es aquí donde es necesario buscarlas» (L’Action). La desgracia, sin embargo, era que, si la apologética clásica suponía y supone una filosofía objetiva, la nueva «apologética» de Blondel suponía, en cambio, una filosofía subjetivista e inmanentista, típica del protestantismo y del modernismo y ya condenada por San Pío X en la Pascendi por sus ruinosas consecuencias en el dogma católico.

Cuando Blondel afirma (L’Action, pp. 402-403) que la verdad del catolicismo se capta más con la voluntad y la experiencia que con la inteligencia (la fe «no pasa de la mente al corazón», sino que pasaría, en cambio, del corazón a la mente), se mueve en el ámbito del agnosticismo o escepticismo religioso, que es el fundamento del modernismo y que lleva a los modernistas a exaltar la «experiencia» religiosa, que, sola, haría que el hombre estuviera cierto de la existencia de Dios (pietismo, pseudomisticismo, de los cuales están afectados la mayor parte de los actuales «movimientos eclesiales»). Y, en efecto, para Blondel, la tarea de la apologética no es producir argumentaciones racionales sobre la existencia de Dios y sobre la credibilidad del Cristianismo, sino llevar al incrédulo a tener «una experiencia efectiva» del catolicismo, a llevar a quien todavía no tiene fe a «actuar como si la tuviese» (L’Action, pp. 402-403), en resumen, a tener «experiencia» de lo divino; lo que es exactamente la apologética modernista condenada por San Pío X en la Pascendi.

Más aún: cuando Blondel afirma que el sobrenatural es una exigencia de la naturaleza humana, porque «nada puede entrar en el hombre que no salga de él y no corresponda de algún modo a una necesidad suya de expansión», se mueve en el ámbito del inmanentismo (Spinoza, Kant, etc.), para el cual el espíritu humano es la realidad a la cual todo se reconduce; inmanentismo que es la esencia del modernismo, porque «el jugo del modernismo es, en efecto, esto: que el alma religiosa obtiene no de otra parte, sino de sí misma el objeto y el motivo de su propia fe» (R. Amerio, Iota Unum, Ricciardi ed., Roma-Napoli, I. ed., p. 37, nota 17). Lo que en la práctica quiere decir que no ha habido en la historia ninguna revelación divina externa y que Nuestro Señor Jesucristo habrá sido la conciencia más sublime, como dice Renan, de la humanidad, pero no es Dios.

La nueva «filosofía cristiana»

Es decir, Blondel fue, sí, a buscar al «hombre moderno» (identificado sic et simpliciter con el filósofo moderno) enfermo de escepticismo y de subjetivismo allí «adonde está», pero no para sacarlo de sus gravísimos errores, sino para empantanarse en los mismos errores. Y esta nueva «filosofía cristiana», en el pensamiento de Blondel, pero más aún en las intenciones de sus «amigos» de la «nueva teología», habría debido suplantar a la «filosofía perenne» de la Iglesia católica, la filosofía objetiva de la realidad, que, fijada lentamente a través de los tiempos por los más grandes ingenios filosóficos de la humanidad, alcanzó su vértice en el tomismo.

En la encíclica Humani Generis (1950), Pío XII hará hincapié una vez más, contra los «nuevos teólogos», en la importancia fundamental que la Iglesia reconoce a dicha filosofía, también para evitar desviaciones en el dogma. La Iglesia, en efecto, como escribe una lúcida inteligencia contemporánea, «no se ha vinculado a la filosofía griega por una casualidad fortuita», sino más bien porque «la filosofía griega es la del sentido común, del realismo, de la inteligencia humana fiel a sí misma» y, por esto, «siempre que es repudiada se pagan las consecuencias». Y, en efecto, hoy que «el Concilio se ha descargado… de aquel realismo del que siempre la Iglesia había cuidado» y ha roto «aquella solidaridad entre realismo sobrenatural de la fe y realismo natural de la inteligencia… que duró cerca de dos mil años» y que «con diferentes peripecias fue el eje del cristianismo, el perno de la Iglesia constituida, depositaria y custodia vigilante de la fe, de la inteligencia y de las costumbres», hemos visto y vemos verter «en el odre vaciado… el viento de todas las tempestades de la subjetividad humana» (Marcel de Corte, L’intelligenza in pericolo di morte, ed. Volpe Roma).

La alarma

En aquel tiempo, por tanto, el padre Auguste Valensin S. J., al asumir la defensa de Blondel, tenía sus razones para eximirse de citar sus pasajes textuales y para «adaptar» oportunamente las raras frases citadas. Por ejemplo, la afirmación de Blondel de que «nada puede entrar en el hombre que no salga de él y no corresponda en algún modo a una necesidad suya de expansión» se convierte en la defensa del padre A. Valensin: «nada puede entrar en el hombre que no corresponda en algún modo a una necesidad suya de expansión» (Dictionnaire Apologetique, cit., col. 581). La eliminación de la  frase relativa: «que no salga de él» servía claramente para evitar a Blondel la acusación de inmanentismo y de subjetivismo.

Los errores de Blondel, sin embargo, habían llamado la atención de los grandes teólogos tomistas (de Tonquedec, Labourdette, Garrigou-Lagrange, etc.), a los que se unió en un segundo momento también el jesuita Charles Boyer. Ellos lanzaron la alarma, confutando los errores de la nueva «filosofía cristiana», indicando sus ruinosas consecuencias en el dogma, subrayando el insanable contraste con el Magisterio infalible de la Iglesia.

Hoy «los que piensan que han vencido» pretenderían reducir aquella polémica de importancia vital para la Iglesia a una mezquina cuestión personal. No fue así. Las luminosas confutaciones de de Tonquedec, de Labourdette y del padre Garrigou-Lagrange, permanecen ahí para dar testimonio de lo contrario y la actual crisis de la Iglesia demuestra la amplitud de miras de aquellos nobles ingenios.

El perno de la cuestión

El error capital de Blondel, que es además el perno de toda la cuestión agitada en la Iglesia por los modernistas, es puesto así a la luz sintéticamente por el padre Garrigou-Lagrange:

«M. Maurice Blondel, hemos visto, escribía en los Annales de Philosophie chretienne, 15 de junio de 1906, p. 235: “A la abstracta y quimérica adaequatio rei et intellectus [conformidad de la mente con el objeto conocido] la sustituye la búsqueda metódica de este derecho, la adaequatio realis mentis et vitae [la adecuación del intelecto a la vida]» (La nouvelle théologie où va-t-elle? en Angelicum 23, 1946). Esta proposición – observaba el ilustre teólogo dominico – es precisamente la proposición «extraída de la filosofía de la acción y condenada por el Santo Oficio el 1 de diciembre de 1924: “La verdad no se encuentra en ningún acto particular del intelecto, en el cual existiría la conformidad con el objeto conocido [conformitas cum obiecto], como dicen los escolásticos, sino que la verdad está siempre en devenir y consiste en una adecuación progresiva del intelecto con la vida [in adaequatione progressiva intellectus et vitae], esto es, en cierto movimiento perpetuo, con el cual el intelecto se esfuerza por interpretar y explicar lo que la expresión produce o la acción exige de modo que en todo el progreso no exista nunca nada determinado y fijo» (La nouvelle théologie où va-t-elle?, en Angelicum, 23, 1946). Es la vuelta al error fundamental del modernismo:

«La verdad no es más inmutable que el mismo hombre, ya que ella evoluciona en él, con él y para él» (Dz 2058), por lo que San Pío X escribía de los modernistas: «Ellos pervierten la eterna noción de verdad» (Dz 2080).

«No carece de grave responsabilidad – escribía todavía el padre Garrigou-Lagrange – llamar “quimérica” a la definición tradicional de la verdad admitida durante siglos en la Iglesia y hablar de “sustituirla” por otra, en todos los campos, comprendido entre ellos el campo de la fe teologal», porque «un error sobre la noción primera de verdad lleva consigo un error sobre todo el resto» (ivi). Contemporáneamente (1946), el gran teólogo dominico, con una carta personal, suplicaba a Blondel que «retractase, antes de morir, su definición de la verdad, si no quería estar demasiado tiempo en el Purgatorio» (Centre d’Archives Maurice Blondel, Journées d’inauguration, 30-31 de marzo de 1973, Textes des interventions). Uno de los frutos más amargos del error capital de Blondel es hoy la así llamada «Tradición viva», que no se preocupa del indispensable vínculo lógico con lo que la Iglesia siempre ha creído y enseñado desde los orígenes, porque, también en el progreso dogmático, en la profundización de la Verdad revelada, no hay «nunca nada determinado y fijo» (véase sì sì no no, 15 de octubre de 1991, p. 4).

Los «repensamientos» de Blondel

El padre de Tonquedec, desde 1924 (Dictionnaire Apologetique, cit., col. 601), había subrayado la «semejanza impresionante» entre el pensamiento de Blondel y algunas tesis condenadas por San Pío X en la Pascendi. Esta semejanza – escribía él – «existe a veces incluso en los términos empleados por una y otra parte, y esta coincidencia, con toda probabilidad, no es producto de la casualidad» (ivi). Para el padre de Tonquedec, Blondel había escapado del anatema personal y directo solamente por sus «imprecisiones de pensamiento», por «vacilaciones» y «contradicciones», que se repiten en sus escritos, a veces a una sola página de distancia.

¿Tenía Blondel al menos buena fe? El padre de Tonquedec tenía buenos motivos para dudar de ello, como la deformación que hizo sufrir al pensamiento de Santo Tomás para llevarlo a decir exactamente lo opuesto de lo que dice (ivi, nota 3), el «abuso» de «negaciones sumarias y categóricas» invariablemente opuestas por Blondel a las críticas documentadas de sus opositores, el continuo refugiarse tras un «No me habéis comprendido», los repetidos intentos de «explicar» su propio pensamiento para afirmar después, de manera totalmente gratuita, que nunca había estado en contraste con la ortodoxia católica, etc. (ivi, coll. 611-612). En realidad, Blondel estuvo toda la vida ocupado en el intento de «explicar» su pensamiento en sentido ortodoxo, de tal modo que, hasta nuestros días, se han dado de Blondel los juicios más contrastantes. Si algunos opositores acabaron creyendo al menos en la sinceridad de las «explicaciones» de Blondel, los críticos más perspicaces y mejor informados no se desarmaron.

Así, el Ami du clergé (4 de marzo de 1937, p. 155) escribía:

«La Pensée y L’être et les êtres no son sino la expresión reelaborada de L’Action. Blondel ciertamente la ha corregido para mejor o también ha retractado algunos particulares; ha acogido algunas constataciones psicológicas y hecho oportunas declaraciones de ortodoxia. En el fondo, no ha cambiado ni siquiera una iota de su doctrina. Y lo decimos francamente y sin animosidad, porque es así, para retomar una palabra que él no ama repetir».

Del mismo parecer fueron el padre Descoqs y el padre de Tonquedec:

«me ha sido imposible, con gran pesar para mí, aceptar la interpretación que actualmente M. Blondel da de sus obras. Su interpretación me parece, en efecto, forzada, arbitraria, inspirada por la preocupación, honorabilísima indudablemente, pero un poco febril, por defender la ortodoxia de sus propios textos. El desacuerdo entre las otras ocasiones y hoy no versa sólo entre palabras y detalles, sino sobre líneas orgánicas de su pensamiento.

En “L’Action” y en la “Lettre sur l’Apologetique” existe todo lo contrario a una “apologetique du seuil” [una apologética de acercamiento]. Existe una filosofía general, una teoría del conocimiento, una metafísica, una lógica, fragmentos de teología, etc. Es imposible reducir todo esto a aquello. Nadie que haya leído íntegramente los escritos de M. Blondel podrá aceptar esta equivalencia, aunque sea por la palabra del autor. Tampoco esta “apologetique du seuil” – de la que estoy contento de decir que la acepto íntegramente en la forma que le dio M. Auguste Valensin – conserva ya el mismo aspecto cuando se la considera en relación con la restante doctrina. Ella resulta intrínsecamente transformada, radicalmente traspuesta según sea aislada o referida a una filosofía de la que ella es originalmente su conclusión y que confiere un significado particular a sus fórmulas más ambiguas. Esta filosofía, novísima, atrevida y exclusivista comprende una parte negativa de las más acentuadas, que no se deja cancelar sin que el conjunto resulte falseado» (Dictionnaire Apologetique, cit.). A su vez, el padre Garrigou-Lagrange, acerca de la nueva noción de «verdad» sostenida por Blondel, escribía: «¿Corrigen acaso las últimas obras de M. Blondel esta desviación? Hemos visto que no es posible afirmarlo» (La nouvelle théologie où va-t-elle?, cit.).

Las «confesiones» de «los que han vencido»

Los críticos tenaces de Blondel no se equivocaban. Del comportamiento anguilesco del padre de la «nueva filosofía cristiana» dan hoy la confirmación y la clave los mismos «nuevos teólogos»: «después de “L’Action” de 1893 y la “Lettre” de 1896, Blondel fue a menudo acusado de “modernismo” por polemistas que lo confundían todo [sic!] y él multiplica las precauciones, manteniendo su silencio o refugiándose a menudo en artículos de tema histórico [¡el padre de Lubac, “famoso por hacer teología a través de la historia” (don Ennio Innocenti, véase sì sì no no, 15 de diciembre de 1992, p. 5) aprenderá bien la lección!] […]. Es más, para responder a sus detractores, Blondel ofrece demasiado a menudo una interpretación débil, minimalista, de sus primeras obras» (Centre d’Archive Maurice Blondel, op. cit., p. 50). Y de la correspondencia Blondel-de Lubac sabemos que, el 20 de diciembre de 1931, Blondel preguntaba a de Lubac si alguna de sus tesis «superaba la medida». De Lubac (3 de abril de 1932) responde con un reproche «en sentido contrario»: el padre de la «nueva filosofía» se deja «avergonzar» demasiado por los teólogos que le critican obligándole a dar «tantas explicaciones». Esto impide el «libre desarrollo» de su pensamiento, que «era lo bastante espontáneamente católico para deber recubrirse de excesivas timideces». «Sí, admiro – continúa de Lubac – la premura minuciosa con la cual Usted se critica a sí mismo, pero me quedo un poco entristecido al pensar que este trabajo retrasa quizá las obras más importantes que esperamos con tanta impaciencia…» (H. de Lubac, Memoria intorno alle mie opere, Jaca Book, p. 21 [trad. en castellano: Memoria en torno a mis escritos, Encuentro, Madrid, 2000]).

Encantado por la flauta mágica de su «amigo», Blondel recupera ánimos y, a vuelta de correo (5 de abril de 1932), confiesa: «cuando hace más de 40 años afronté problemas para los cuales no estaba suficientemente armado, reinaba un extrinsecismo [=tomismo, filosofía perenne] intransigente y, si yo hubiera dicho entonces lo que Usted espera, habría creído ser un temerario y habría comprometido todo el esfuerzo que debía hacer, toda la causa que debía defender, afrontando censuras que habrían sido casi inevitables y ciertamente retardadoras. Era necesario encontrar el tiempo para madurar mi pensamiento y para amansar a los espíritus rebeldes. Las lentitudes de las que se lamenta son, desde este doble punto de vista, excusables. Y antes de lanzarme hacia las tesis discutibles, quería hacer discernir lo esencial no percibido, lo incontestable que, sin embargo, era contestado; de aquí la necesidad de aceptar los modos tradicionales (tradición por lo demás reciente, pero que se convirtió en escolástica) y de adaptarme a la perspectiva de partida de una renovación, de una ulterior profundización. Usted conoce las dificultades, los riesgos – todavía presentes – en medio de los cuales perseguí un plan que las pruebas de salud y los compromisos profesionales o los mismos consejos de prudencia y de espera que me eran prodigados, hacían todavía más gravoso. No soy, por ello, completamente responsable de los retrasos o de las timideces que usted deplora como “enfant” de una nueva generación y como maestro de una ciencia teológica que he estado siempre lejos de poseer» (ivi, pp. 23-24). Por tanto, Blondel, con sistema típico de los modernistas, escondía voluntariamente su verdadero pensamiento para permanecer oficialmente en la Iglesia y «renovarla» desde dentro.

Está en esta correspondencia Blondel-de Lubac todo el modernismo (y su pronlongación histórica: el neomodernismo) con sus maniobras subterráneas para no tropezar con censuras que le habrían irremediablemente comprometido y con su soberbia obstinación, sorda a toda crítica y a toda advertencia. Las cartas (no «amenazantes», sino simplemente caritativas) con las cuales Garrigou-Lagrange intentó hasta el final poner a Blondel frente a sus propias gravísimas responsabilidades, «en vez de surtir el efecto deseado, son entregadas a de Lubac y utilizadas y hechas circular de forma confidencial por estos para desacreditar al autor» (A. Russo: H. de Lubac: teologia e dogma della storia/L’influsso del Blondel, ed. Studium, Roma, p. 334).

Para desgracia suya, Blondel se había topado con de Lubac y con su «banda», que en su «filosofía cristiana» veían la base de su nueva «teología católica», y en Roma podrá contar con la simpatía del sustituto de la Secretaría de Estado, mons. Montini. Pero de esto volveremos a hablar.

(continúa)

Hirpinus

(Traducido por Marianus el eremita)

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