Entre mayo y octubre del año del Señor de 1917, Nuestra Señora se apareció en Fátima por seis veces. El 13 de julio, un milagro había sido anunciado por la Virgen:
«Continúen viniendo todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro para que todos vean y crean».
El 13 de octubre de 1917, se operó ante la multitud el milagro anunciado. Antes y durante la aparición había llovido torrencialmente. Finalizado el coloquio de Lucía con la Santísima Virgen, la niña había gritado a la multitud: «¡Miren el sol!».
Se entreabrió el cielo nublado, dando lugar al sol que aparecía como un disco de plata. Todos podían verlo a pesar de la intensidad de su brillo, sin que la vista se viera afectada. La gente contemplaba absorta «cuando súbitamente el astro se puso a bailar», girando raudamente como una gigantesca rueda de fuego.
Un enorme gesto de sobresalto ascendió de la multitud: «¡Milagro, milagro! ¡Milagro, milagro!», gritaron miles de personas. La excitación y el entusiasmo de la muchedumbre era indescriptible. Un anciano, incrédulo hasta entonces, extendió sus manos y brazos hacia arriba y dijo en voz alta: «¡Virgen santa, Virgen bendita!» Las lágrimas le corrieron en abundancia sobre las majillas. Estaba ensimismado con las manos levantadas como un profeta y gritó con toda su fuerza: «¡Reina del rosario, salva a Portugal!» Semejantes escenas se sucedieron por doquier.
El prodigio solar duró unos 10 minutos. Todos los presentes lo contemplaron: creyentes e incrédulos, gentes del campo, de la ciudad, hombres de ciencia, periodistas y librepensadores.[1]
«El fenómeno solar del 13 de octubre de 1917, recogido en todos los periódicos de entonces, fue algo maravilloso y ha producido una impresión muy profunda en quienes tuvieron la suerte de contemplarlo. Los niños anunciaron de antemano la hora en que iba a suceder. El aviso corrió veloz a todos los rincones de Portugal. Y, a pesar del rigor del tiempo frío y de la lluvia continua, llegaron muchos miles que fueron los testigos presenciales de todos estos fenómenos solares en honor de la Reina del cielo y de la tierra».[2]
El arzobispo Fulton J. Sheen, que defendió con su palabra y con su ejemplo la Eucaristía y la devoción a la Madre de Dios, dijo lo siguiente:
«Estamos viviendo los días del Apocalipsis –los últimos días de nuestra era… Dos grandes fuerzas, el Cuerpo místico de Cristo, y el cuerpo místico del Anticristo, están formando filas para la catastrófica contienda».
«La intervención de Dios en la historia humana por los acontecimientos de Fátima, fue predicho en la Biblia, y es la respuesta definitiva de Dios a la rebelión de muchas naciones y muchos pueblos contra la revelación y el imprerio de Jesucristo, la rebelión contra Dios es el misterio de la iniquidad de que habla San Pablo»[3]
«El misterio de iniquidad es el principio de la Ciudad del Hombre, que lucha con la Ciudad de Dios desde el comienzo; es la raíz de todas las herejías y el fuego de todas las persecuciones; es la quietud incestuosa de la criatura asentada sobre su diferencia específica; es la continua rebelión del intelecto pecador contra su principio y su fin, eco multiplicado en las edades del no serviré de Satanás.
La cúspide del misterio de iniquidad es el odio a Dios y la adoración idolátrica del hombre.
El misterio de iniquidad tiende a corporizarse en cuerpo político y aplastar a los santos. Él fue quien condenó a Sócrates, persiguió a los profetas, crucificó a Jesús, y después multiplicó los mártires; y él será quien destruya la Iglesia, cuando, retirado el Obstáculo, se encarne en un hombre de satánica grandeza, plebeyo genial y perverso, quizá de raza judía, de intelecto sobrehumano, de maldad absoluta, a quien Satán prestará su poder y su acumulada furia».[4]
El Libro del Apocalipsis comienza anunciando la profecía de que lo que ha de ocurrir en los tres primeros siglos de Cristianismo, ocurrirá una y otra vez en la Iglesia hasta el fin de los tiempos, ya que siempre habrá (1) persecución de la Iglesia, (2) perseverancia paciente de los buenos, incluso hasta el martirio, y, (3) la victoria final sobre el mal: sangre de los mártires semilla de cristianos.
«Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas, la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto y en las angustias del alumbramiento. Y vióse otra señal en el cielo y he aquí un gran dragón de color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas. Su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó a la tierra. El dragón se colocó frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo luego que ella hubiese alumbrado. Y ella dio a luz a un hijo varón, el que apacentará todas las naciones con cetro de hierro; y el hijo fue arrebatado para Dios y para el trono suyo. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para que allí la sustenten durante mil doscientos sesenta días».[5]
Después de la victoria celestial de San Miguel Arcángel arrojando al dragón a la tierra, el drama continúa:
«Cuando el dragón se vio precipitado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al varón. Pero a la mujer le fueron dadas las dos alas del águila grande para que volase al desierto, a su sitio donde es sustentada por un tiempo y (dos) tiempos y la mitad de un tiempo, fuera de la vista de la serpiente. Entonces la serpiente arrojó de su boca en pos de la mujer agua como un río, para que ella fuese arrastrada por la corriente. Mas la tierra vino en ayuda de la mujer pues abrió la tierra su boca, y sorbióse el río que el dragón había arrojado de su boca. Y se enfureció el dragón contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra el resto del linaje de ella, los que guardan los mandamientos de Dios mantienen el testimonio de Jesús».[6]
La Mujer simbolizaba a Israel, al antiguo pueblo de Dios, el Israel que dio a luz al Mesías, en tiempos de Juan ella simbolizaba al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia primitiva sufriendo la persecución del emperador Domiciano.
Para nosotros, la Mujer simboliza hoy a Nuestra Señora, el sol que la viste es la Santísima Trinidad, Ella aparece bañada con luz deslumbrante, porque es la Hija del Padre, quien hizo que fuera concebida inmaculada; Ella es la Esposa del Espíritu Santo, y Ella es la Madre de Jesús el Hijo de Dios.
En 1917, cuando con la victoria bolchevique, el «Dragón Rojo» surgió en el oriente europeo, en Leningrado, (entonces Petrogrado), en el otro extremo de Europa, en Fátima, apareció la «Mujer vestida del Sol».
«Precisamente en el mismo instante en que la extremidad oriental de Europa se había desatado el Anticristo” no sólo en contra de la Verdadera Religión, sino también contra la profunda idea de Dios y contra la misma sociedad, mediante la más terrible mortandad de la historia, he aquí aparecer en la extremidad occidental de la misma Europa a la grande y eterna enemiga de la serpiente infernal».[7]
La rebelión contra Dios se manifestó en la era apostólica bajo la forma del gnosticismo, en la Edad Media bajo el dualismo gnóstico de los albigenses, irrumpió a comienzos de la Edad Moderna (siglo XVI) con Martín Lutero que proclamó tener fidelidad a Dios y a Nuestro Señor, pero rechazó a la Iglesia.
Lutero fue el principio mismo de la división de la Iglesia en la Europa cristiana, el gran divisor entre el Cielo y la tierra, estableciendo un abismo impasable, negando todas las mediaciones, al fin Lutero, quien habló tanto de Cristo, negó la mediación de la Humanidad de Cristo, y negó a fortiori la mediación de la Madre de Cristo, su Corredentora.
El Dragón –continúa revelando Apocalipsis 12, 15– vomitó de sus fauces como un río de agua detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. ¿Qué es esta agua? ¿Qué es el agua que amenaza ahogar el Corazón Inmaculado? ¿No será en gran medida, como Su Eminencia el cardenal Alfonso Stickler aludió: las nuevas teorías teológicas que buscan minimizar y socavar el rol de la Santísima Virgen María en la Redención? ¿Aquello de negarle el rol de Madre de la humanidad? ¿Aquello de llamarla solamente “discípula”, o “hermana”, pero no Madre? ¿Hay acaso un intento generalizado de reducir el rol de la Santísima Virgen María en la Redención a un lugar menor a aquél que le ha dado la Santísima Trinidad colocándola como una observadora pasiva o física y no un canal moral?[8]
El luminoso Prof. Plinio Correa de Oliveira, refiriéndose a Lutero, en 1983 -quinto centenario del nacimiento del apóstata- decía:
No entiendo cómo los hombres de la Iglesia de hoy, incluyendo algunos de los más cultos, formados, e ilustres, mitifican la figura de Lutero, el heresiarca, en su afán de favorecer un acercamiento ecuménico directamente con el protestantismo e indirectamente con todas las religiones, escuelas filosóficas, y así sucesivamente.
¿Es que no perciben el peligro que está al acecho para todos nosotros al final de este camino, es decir, la formación a escala mundial de un siniestro supermercado de religiones, filosofías y sistemas de todo tipo, en el cual la verdad y el error se rompen en pedazos, mezclados entre sí en una confusión cacofónica? La única cosa que faltaría en el mundo sería –si es que llegamos a punto- toda la verdad, es decir, la Fe católica, apostólica y romana, sin manchas ni arrugas.
Obedezcamos el llamado de Nuestra Señora de Fátima haciendo nuestra parte para lograr el cumplimiento de la profecía que todas las generaciones me llamarán bienaventurada[9] y la gran profecía de la Mujer vestida de sol en Fátima: Al final mi Corazón Inmaculado Triunfará.
Germán Mazuelo-Leytón
[1] Cf.: BOHR, OTTO, Roma Moscú Fátima.
[2] ALVES CORREIA DA SILVA, Mons. JOSÉ, Carta Pastoral 13-X-1930.
[3] DE SAINTE MARIE, JOSÉ, Nuestra Señora de Fátima es el cumplimiento de la profecía bíblica.
[4] CASTELLANI, P. LEONARDO, Cristo vuelve o no vuelve.
[5] APOCALIPSIS 12, 1-6.
[6] APOCALIPSIS 12, 13-17.
[7] SHEEN, Mons. FULTON J, La Virgen y Rusia.
[8] Dr. Mark I. Miravalle, S.T.D.
[9] SAN LUCAS 1, 48.