Transcribimos el prefacio del escritor Martin Mosebach para la edición alemana del libro de Roberto de Mattei Apología de la Tradición publicado en el mes de febrero de 2017 por la editorial Sankt-Grignion di Altoetting, bajo el título Verteidigung der Tradition. Die unüberwindbare Wahrheit Crhisti.
¿Es lícito a un católico criticar al Papa?
Cuando los jesuitas fueron obligados a abandonar Japón, dieron la indicación muy concreta a su comunicad -que no sabía cuando habría de poder volver a ver un sacerdote católico- de interrogar a quien se presentara como católico sobre su relación con la Virgen María y con el Papa. Era un criterio extremadamente fácil de aplicar.
En dos mil años el edificio de la teología católica creció hasta transformarse en un palacio casi inmenso, que esconde tras sus muros no solo salones que se suceden armónicamente unos a los otros , sino también obscuros laberintos, no solo terrazas con vistas magníficas, sino también cámaras obscuras y a veces subterráneas.
La religión católica es, sin duda alguna, la más complicada del mundo, desconocida sobre todo por sus mismos fieles. Sin embargo, los jesuitas, obligados a dejar solos a los fieles por ellos convertidos, no habían elegido una mala fórmula indicando a María y al Papa como las características esenciales distintivas respecto a las otras denominaciones cristianas. La Virgen está por la fe en el nacimiento sobrenatural del Hijo de Dios, por la victoria sobre el pecado original y por el llamado de cada ser humano a la santidad y a la resurrección de la carne.
El Papa es la expresión de la constitución jerárquica de la Iglesia, por su carácter litúrgico y por la presencia en ella del Espíritu Santo. Es el Papado que ha otorgado a la Iglesia Católica su durabilidad, de la que no hay ejemplo en la historia del mundo. Conmociones históricas, fracturas culturales, cambios de mentalidad, catástrofes políticas, pérdida de la tierra de origen y las numerosas secularizaciones no consiguieron poner fin a la continuidad de la Iglesia.
Su venerable edad habla ya de suyo de que en dos mil años no pudo obscurecerse, a pesar de que ella debió defenderse de ataques provenientes de todas las direcciones posibles, haciendo frente, con demasiada frecuencia, a un odio profundo y radical. Ella demostró poseer una fuerza que le es negada a cualquier otra institución humana. Si se intenta prescindir de la fuente sobrenatural de su energía -lo cual es obviamente muy difícil- entonces se ve muy bien que este ministerio real y sacerdotal del servus servorum, heredado del pescador judío y de los emperadores romanos, es la única institución del mundo que logró resistir durante un período de tiempo verdaderamente increíble.
Algunos Papas fueron ajusticiados, otros abofeteados, otros aún deportados y privados de todo bien o insultados como la prostituta de Babilonia y soportándolo con su propia impotencia; sin embargo ninguno de los enemigos del Papado tuvo éxito en intentar perturbarlo al punto de colocar seriamente en entredicho su duración y continuidad.
Una particularísima contradicción domina el ministerio del Papa: después que la Iglesia hizo propia la forma de la institución imperial romana, no hubo ninguna monarquía secular, en el interior del Cristianismo, que haya superado a los Papas en esplendor autocrático y, al mismo tiempo, ninguna otra institución que haya permanecido lejos de aquello que en el comunismo fue definido como culto de la personalidad.
Pedro era una persona inclinada al temor y al entusiasmo, que en las horas decisivas se reveló poco confiable. Sin embargo, es esta misma figura la que Jesucristo llamó a ser su Vicario y es esta la figura que quedó, pues, constantemente en la memoria y en la conciencia de la Iglesia incluso durante los Pontificados señalados por el máximo poder terreno.
La Iglesia siempre supo que el Papa es solo el representante de Jesús y que, como legislador, está vinculado a la Revelación que, a su vez, no está limitada al Evangelio, sino que se desarrolla en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. El dogma de la infabilidad papal, que a los ojos de los enemigos de la Iglesia presuponía una insoportable pretensión de poder, no significa otra cosa que la sumisión del Papa a la Tradición, como ha sido incluso repetido por el Papa Benedicto XVI.
Roberto de Mattei es originario de una familia siciliana, pero no hay otro igual en cuanto a la Romanitas. Este historiador católico nunca cedió a la tentación de maquillar las crisis que la Iglesia ha visto a lo largo de su peregrinar en la historia, ni, mucho menos, se ha dejado atemorizar por los estereotipos de la leyenda negra tejida por los enemigos de la Iglesia, como, por ejemplo, respecto a los Papas del Renacimiento.
En lo que dice respecto a los Papas mundanos de aquel período, aún con su impresionante obra cultural, lo que cuenta es que ninguno de ellos haya de modo alguno atacado el depositum fidei. Aunque sin escrúpulos estos Papas hayan llevado adelante una política principesca, enriqueciendo su propia familia, la tradición de la fe con ellos ha permanecido en manos seguras. Ello no ha ocurrido así, en cambio, con el Papa Honorio, cuya conducta de vida era irreprensible, pero que no supo hacer frente a la herejía arriana. Aunque en este caso, sin embargo, se pudo aprovechar un signo de la asistencia del Espíritu Santo en el hecho de que, al menos, él evitó de pronunciar una declaración magisterial que se colocara explícitamente en el sentido de los arrianos.
Roberto de Mattei ha sometido la historia de los Papas a un examen severo, precisamente teniendo como presupuesto la plena fidelidad al Papa. Él más que nadie quiere que el Papa sea Papa. Si critica a un Papa es porque lo coloca de frente al Papado. De ese modo él no es sino coherente con la gran tradición católica. Como claro ejemplo de ello no olvida la distinción dantesca en su visión del infierno entre el ministerio y la persona del Papa.
Allí el Poeta nos muestra al Papa Bonifacio VIII incrustado de cabeza en el pozo infernal de los simoníacos -aunque hoy la historiografía recuperó un juicio más atemperado respecto a este desafortunado Pontífice- mientras, en otro lugar del Infierno encontramos a Guillermo de Nogaret, legado del Rey de Francia, que había golpeado en la cara al mismo Papa, porque, como recuerda Dante, en la figura del Papa él había abofeteado al mismo Cristo. También Santa Catalina de Siena, que define al Papa como “dulce Cristo en la tierra” -y ninguno de los admiradores del Papa Francisco osaría utilizar hoy una fórmula similar- fue inflexible, sin disturbio alguno, en fustigar al Papa que se mantenía en el exilio de Aviñón.
Esto podrá resultar una enormidad a cualquier católico que se mantenga fiel. Después del Concilio Vaticano I surgió una teología papalista que iba mucho más allá de la definición del ministerio papal en la Tradición católica. La concepción de la estrecha pertenencia del Papa a la Tradición terminó por desvanecerse, mientras los excesos de las pretensiones políticas de los Papas medievales encontraron en los siglos XIX y XX un equivalente en la exageración de su potestad espiritual, lo cual a los fieles más ingenuos podía hacer parecer que la infabilidad se extendía a todos los ámbitos posibles de la vida y que el Papa tenía además la autoridad de suprimir la Tradición.
Cuando esto ocurrió en puntos particularmente sensibles -pensemos en la reforma litúrgica del Papa Paulo VI- emergieron las primeras dudas sobre esta teología, y justamente entre los católicos particularmente fieles al Papa: había quedado claro que el haber transformado al Papa en un ídolo constituía un peligro para la Iglesia. Fue entonces cuando Benedicto XVI advirtió respecto al hecho de que el Papa no es el dueño de la liturgia, sino que tiene la obligación de custodiarla y a alimentarla como un tesoro recibido.
La gestión del propio ministerio por parte del Papa hoy reinante levanta nuevos problemas. Por una parte está fuertemente orientada al mundo no católico, lo cual se podría también fundamentar con la misión apostólica de la Iglesia, si no fuera que Francisco parece más preocupado en seguir la agenda de los medios de comunicación de masas que en transmitir el proprium católico, mientras, por otra parte, ello lo ha distanciado de la tradición papal de ejercitar el ministerio orientándolo hacia las cuestiones espirituales y morales: hoy es más bien el Papa quien levanta las cuestiones controvertidas, negándose, sin embargo, a tomar las decisiones al respecto.
Roberto de Mattei desea demostrar a sus lectores como, en esa situación, se puede permanecer católico fiel al Papa, aunque no convirtiéndose, sin embargo, en ciego y sordo. Él muestra que es erróneo imaginar a la barca de la Iglesia en una ruta tranquila.
El triunfo de la Iglesia viene del Cielo, en la tierra deberá luchar y aunque sobre ella esté profetizado que las “puertas del infierno” no prevalecerán, en otro lugar se lee también que Cristo en su retorno no encontrará más fieles en la tierra, si los últimos días no fueran abreviados. En verdad, no se puede simplemente tranquilizar con argumentos del tipo: “La Iglesia ya ha pasado por tantas cosas que sobrevivirá al siglo XXI”, porque el Cristianismo es una religión de la preocupación, que puede vencer o terminar en cada persona.
La Cámara de los Comunes del Reino Unido conoce la expresión “La fiel oposición a Su Majestad“. En este sentido se puede definir a Roberto de Mattei como “la fiel oposición a Su Majestad“. Su implacable determinación no proviene de una forma de pesimismo, sino que es la consecuencia del reconocimiento de un dato real: la Iglesia, en lo que concierne a su parte terrena, pertenece obviamente al mundo en decadencia, como así también, en su integridad, ella es santa, pura y eterna.
Martin Mosebach, Verteidigung der Tradition. Die unüberwindbare Wahrheit Crhisti – febrero 2107
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