Ya no es novedad decir que desde su llegada al Obispado de Roma, Jorge Mario Bergoglio hace alarde de signos y expresiones ambiguas en un doble discurso de subversión de los principios a través de la manipulación del lenguaje, la prédica de un evangelio torcido, promoviendo por ejemplo la herejía de la falsa misericordia.
De hecho, para él no es más que una herramienta ideológica utilizada con la finalidad exclusiva de contraponer falaz y dialécticamente verdad y caridad, doctrina y pastoral, tradición y «progreso», «fariseísmo» y «misericordia»… siendo la estrategia de la Revolución adormecer a las masas e inducirles a la aceptación de falsos dogmas.
Y ahora una reinterpretación de las herejías condenadas por la Iglesia, dándoles consecuentemente un significado totalmente diferente.
I. Reforma de la Iglesia, pelagianos y gnósticos
Ya en julio de 2013, durante el encuentro de Franciscus con el Comité de Coordinación del CELAM, en Brasil, habló de las tentaciones del discipulado misionero, entre las que citó la solución pelagiana y la solución gnóstica.
La propuesta gnóstica para el Obispo de Roma, suele darse en grupos de élites con una propuesta de espiritualidad superior, bastante desencarnada, que termina por desembarcar en posturas pastorales de “quaestiones disputatae”.
La propuesta pelagiana. Aparece fundamentalmente bajo la forma de restauracionismo. Ante los males de la Iglesia se busca una solución sólo en la disciplina, en la restauración de conductas y formas superadas que, incluso culturalmente, no tienen capacidad significativa. En América Latina suele darse en pequeños grupos, en algunas nuevas Congregaciones Religiosas, en tendencias exageradas a la “seguridad” doctrinal o disciplinaria. Fundamentalmente es estática, si bien puede prometerse una dinámica hacia adentro: involuciona. Busca “recuperar” el pasado perdido.[1]
El 10 de noviembre de 2015, Franciscus, durante el «V Congreso de la Iglesia Italiana»,[2] se refirió a la reforma de la Iglesia «que significa injertarse y radicarse en Cristo, dejándose conducir por el Espíritu. Entonces todo será posible con ingenio y creatividad» afirmando que no se trata de «una era de cambio, sino un cambio de era».
Ante lo cual Francisco convoca a derrotar lo que él llama tentaciones:
«La primera es la pelagiana ante los males y los problemas de la Iglesia es inútil buscar soluciones en conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y formas superadas que ni siquiera culturalmente tienen capacidad de ser significativas. La doctrina cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes, sino que está viva, sabe inquietar, sabe animar. Tiene un rostro que no es rígido, tiene un cuerpo que se mueve y crece, tiene carne tierna: la doctrina cristiana se llama Jesucristo.
Una segunda tentación que hay que vencer es la del gnosticismo: la fascinación del gnosticismo es la de “una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos”.»
Placuit Deo y Gaudete et Exsultate
Continuando la misma singladura reinterpretativa de la auténtica doctrina, el 1 de marzo pasado, la Congregación para la Doctrina de la Fe remitió a todos los obispos, con la aprobación del Obispo de Roma, la Carta «Placuit Deo», sobre ciertos aspectos de la salvación cristiana, que rechaza las modernas formas de antiguas herejías.
La Carta afirma que tanto el individualismo neo-pelagiano como el desconocimiento neo-gnóstico del cuerpo desfiguran la confesión de fe en Cristo, el único Salvador universal.
Y recientemente Franciscus vuelve a retomar las dos ideas en su Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate.
No me refiero a los racionalistas enemigos de la fe cristiana. Esto puede ocurrir dentro de la Iglesia, tanto en los laicos de las parroquias como en quienes enseñan filosofía o teología en centros de formación. Porque también es propio de los gnósticos creer que con sus explicaciones ellos pueden hacer perfectamente comprensible toda la fe y todo el Evangelio. Absolutizan sus propias teorías y obligan a los demás a someterse a los razonamientos que ellos usan. Una cosa es un sano y humilde uso de la razón para reflexionar sobre la enseñanza teológica y moral del Evangelio; otra es pretender reducir la enseñanza de Jesús a una lógica fría y dura que busca dominarlo todo.
Habla de los nuevos pelagianos, y cita entre otras actitudes aparentemente distintas, la obsesión por la ley, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia.[3]
II. Gnosticismo
La gnosis no es una aberración de dogmas ortodoxos, sino que se origina en el sincretismo de la cultura y la civilización helénica. En efecto, asume: 1. teorías especulativas (por ejemplo ideas) del platonismo. 2. principios ascéticos (mística exagerada, panteísmo) del neoplatonismo y neopitagorismo. 3. elementos de religiones orientales: Egipto, Persia, Caldea. 4. elementos cosmogónicos de persas e hindúes. 5. diversos principios cristianos, por ejemplo la redención.
El principio fundamental de la gnosis es el siguiente: en la religión hay una fe común, que puede bastar al vulgo, pero hay una alta ciencia reservada a los doctos, que ofrece una explicación filosófica de la fe común. El gnosticismo cristiano toma elementos paganos y los aplica a la religión evangélica, usando y abusando de la exégesis alegórica de la Sagrada Escritura.
El gnosticismo es un sistema de doctrinas secretas y oscuras que generalmente involucra el dualismo (dos dioses, uno bueno y uno malo).
Señal de gran peligro de esta herejía, fueron los esfuerzos con que el cristianismo naciente luchó contra él.
Las medidas que asumió la Iglesia fueron: excluir de las comunidades cristianas a los jefes gnósticos; particular esfuerzo de los obispos por instruir a los fieles (por ejemplo Dionisio de Corinto), exigiendo escuelas catequísticas; importantísimo: señalar con claridad en la práctica los libros sagrados, de donde se originó el canon.
Los Santos Padres adivinaron el peligro y trabajaron por evitarlo. San Ireneo refutó el gnosticismo en los cinco libros de su obra «Adversus haerenses».
La base de su argumentación es el conocimiento exacto del gnosticismo. En el libro 4 ataca a Marción, negando la oposición base del sistema. Y fija el canon, excluyendo así a los apócrifos gnósticos.
Tertuliano refutó a Valentín y Marción ridiculizando con estilo acerado y fogoso las extravagantes concepciones gnósticas. En su obra De praescriptione establece este principio jurídico según el cual las escrituras son de la Iglesia, no de los herejes.
III. Pelagianismo
Esta herejía extendida en Occidente por el monje inglés Pelagio, no admitía claramente la transmisión del pecado original.
La doctrina esparcida por éste, fascinaba a las almas buenas: el hombre con su libertad es capaz de obrar bien por sí mismo sin auxilio sobrenatural y con sus fuerzas evitar todo pecado. Pues como el pecado de Adán no se transmite, nuestra naturaleza es tan perfecta como la de aquel antes del pecado.
Los niños nacen en condiciones idénticas a las de Adán antes de pecado: por consiguiente son inocentes y amigos de Dios; aunque no estén bautizados alcanzan la vida eterna.
La herejía pelagiana puede reducirse a un sistema naturalista en el terreno antropológico, con mengua del sobrenaturalismo, presenta también un tinte estoico en la exaltación de la fuerza moral del hombre contra el mal.
San Agustín jugó ante esta herejía una intervención providencial. Nadie de los que previamente habían tratado las cuestiones impugnadas por los pelagianos las presentó tan profundamente como él: el pecado original, el estado de naturaleza antes y después del pecado, la necesidad y gratuidad de la gracia sobrenatural, el don de la perseverancia. Con razón San Agustín ha sido llamado el Doctor de la Gracia.
«Opinan que el hombre puede cumplir todos los mandamientos de Dios, sin su gracia. Dice [Pelagio] que a los hombres se les da la gracia para que con su libre albedrío puedan cumplir más fácilmente cuanto Dios les ha mandado. Y cuando dice “más fácilmente” quiere significar que los hombres, sin la gracia, pueden cumplir los mandamientos divinos, aunque les sea más difícil. La gracia de Dios, sin la que no podemos realizar ningún bien, es el libre albedrío que nuestra naturaleza recibió sin mérito alguno precedente. Dios, además, nos ayuda dándonos su ley y su enseñanza, para que sepamos qué debemos hacer y esperar. Pero no necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer. Así mismo, los pelagianos desvirtúan las oraciones [de súplica] de la Iglesia [¿Para qué pedir a Dios lo que la voluntad del hombre puede conseguir por sí misma?]. Y pretenden que los niños nacen sin el vínculo del pecado original».[4]
Neopelagianismo
La herejía pelagiana no es sólo la negación del pecado original, es la negación radical de la necesidad de la gracia para las buenas obras y la salvación. El pelagianismo actual es la bandera doctrinal de los bautizados que cayeron en la apostasía o próximos a ella, y se escurren sutil y hábilmente, silenciando sistemáticamente la incapacidad radical del hombre de salvarse a sí mismo y su absoluta necesidad de la gracia redentora.
Una predicación que apenas habla del pecado original o cuando minimiza el deterioro enorme que produce en la misma naturaleza del ser humano, es pelagianismo.
La adulación del hombre es una evidente expresión de la herejía pelagiana, si tuvieran fe en el pecado original, es decir, si no fueran pelagianos, no adularían al hombre.
Hay pelagianismo cuando el cristianismo cae en el moralismo ‘y da igual que sea un moralismo del sexto mandamiento o sea de la justicia social; es lo mismo: eso depende solo de las modas ideológicas del siglo-, y deja a un lado los grandes temas de la fe dogmática, que propone «valores morales», pero sin vincularlos necesariamente a Cristo, es decir a la Gracia.
Hay pelagianismo evidente en todo lo que ignore la necesidad absoluta de la gracia, en todo lo que no una siempre la oración y la acción, cuando se devalúa la oración de petición, la Eucaristía, los sacramentos y los medios.[5]
IV. Conclusión
Francisco define erróneamente la herejía pelagiana enfocándola en el pecado de orgullo. Acusa a los católicos tradicionales de faltos de humildad para colocarlos desde su enfoque, autorreferencial y vertical, en el arco pelagiano.
Él se centra en las obras naturales, no en las sobrenaturales, ergo, es naturalista y por lo tanto pelagiano.
La artillería se apunta a desacreditar la teología tradicional y la auténtica santidad cristiana.
Gaudete et Exsultate, sataniza a los católicos temerosos de Dios y, a las órdenes religiosas contemplativas.
El gnosticismo es ambiguo, metatafórico, adverso a las afirmaciones directas y lejano de la verdad. ¿No encontramos eso mismo en Jorge Mario Bergoglio?
_____
[1] https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/july/documents/papa-francesco_20130728_gmg-celam-rio.html
[2] https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/november/documents/papa-francesco_20151110_firenze-convegno-chiesa-italiana.html
[3] http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20180319_gaudete-et-exsultate.html
[4] SAN AGUSTÍN, De hæresibus, lib. I, 47-48. 42,47-48.
[5] Cf.: IRABURU, P. JOSÉ MARÍA, Gracia y libertad.