El milagro de la transubstanciación

Cada vez que el sacerdote católico celebra el Santo Sacrificio de la Misa, ve la Sangre de Jesús en el cáliz y acaricia su verdadero Cuerpo, y esto no es suposición, ya que es dogma de fe que tras la pronunciación de las palabras de la consagración el pan que está sobre el altar y que el sacerdote lo ve y lo toca se convierte en verdadero Cuerpo de Jesús, nada de suposiciones, sino absoluta certeza.

Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, tiene lugar la misteriosa transubstanciación.

En la Eucaristía se hallan verdadera, real y sustancialmente presentes el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo (de fe divina expresamente definida).

Desde los orígenes mismos de la Iglesia, se dieron doctrinas heréticas opuestas a esa verdad de fe. Partiendo del supuesto de que Cristo tuvo tan sólo un cuerpo aparente, los docetas y las sectas gnósticomaniqueas negaron la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo en la eucaristía.

Berengario de Tours (+ 1088) negó la transubstanciación del pan y el vino e igualmente la presencia real de Cristo, considerando únicamente la eucaristía como un símbolo (figura, similitudo) del Cuerpo y la Sangre de Cristo glorificado en el cielo.

Frente a la doctrina católica de la transubstanciación o sea la conversión total, Lutero la negó, admitiendo la coexistencia de la sustancia del pan y del Cuerpo de Cristo (consustanciación). Bajo la impresión de las palabras de la institución, mantuvo la presencia real, pero limitándola al tiempo que dura la celebración de la Cena (in usu). Explicó la posibilidad de la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo basándose en una doctrina insostenible acerca de la ubicuidad de la naturaleza humana de Cristo, según la cual dicha naturaleza humana, por su unión hipostática, sería también partícipe real de la omnipresencia divina. Una presencia moral como dice Su Eminencia el Cardenal Burke.

Zwinglio y otros negaron la presencia real, declarando que el pan y el vino eran meros símbolos y la Cena una conmemoración de nuestra redención por la muerte del Señor y una confesión de fe por parte de la comunidad.

El término transubstanciación (latín «trans» = al otro lado, «substantia» = sustancia; o sea, paso de una sustancia a otra), apareció en la literatura teológica durante la controversia de la herejía berengariana (s. XI a XII), acogido inmediatamente en los documentos del Magisterio eclesiástico se convirtió muy pronto en la piedra de toque de la ortodoxia, como había sido el «Homousius» en Nicea y la «Teotocos» en Éfeso.[1]

Su contenido real lo precisa el Concilio Tridentino al definirla:

«Admirable y singular conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo y de toda la sustancia del vino en la Sangre de Cristo quedando inmutables las apariencias externas» (DB, 884).

Frente a la doctrina luterana de la consubstanciación y demás herejías de los reformadores, van dirigidas las definiciones dogmáticas de las sesiones 13.ª, 21.ª y 22.ª del Concilio de Trento.

La transubstanciación se contiene implícitamente en las palabras con que Cristo instituyó este sacramento. La doctrina de la consustanciación no es compatible con el tenor literal de las palabras de la institución del sacramento. Para serlo, tendría que haber dicho Jesucristo: «Aquí (en este pan) está mi cuerpo».[2]

En el lenguaje eclesiástico sustancia se define como lo que por su naturaleza puede existir en sí mismo y no exige un sujeto de inhesión para existir. Se opone al accidente, que no puede existir naturalmente sino en un sujeto que lo sustente, lo que existe es sustancia o accidente. Conviene distinguir la sustancia creada, que es la que acabamos de definir, de la sustancia increada (Dios), la cual no sólo es en sí y por sí, sino también de sí. La sustancia no es objeto de los sentidos, como los accidentes, sino del entendimiento, aunque no por esto es menos real que ellos.

La doctrina católica defiende la realidad de la sustancia, distinta realmente de sus accidentes, y, basada en este principio, explica el misterio de la transubstanciación, por el cual la sustancia del pan y del vino se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, permaneciendo intactos los accidentes o especies de ambos elementos consagrados.[3]

Toda y sola la sustancia del pan y del vino se convierte en toda y sola la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Del pan y del vino no quedan más que todos y solos los accidentes.

La conversión del pan y vino en Cuerpo y Sangre del Señor, es un milagro comprobado por la fe, es Jesús aunque de una forma material con su Cuerpo, con su Sangre, su doctrina, su santidad, su amor al hombre.

«La consagración de la materia de este sacramento es una milagrosa conversión de la sustancia, que sólo Dios puede realizar. De ahí que el ministro no tenga otra acción, al confeccionarlo, más que la de proferir palabras»[4]

Un sacerdote me escribía: acá no hay que andar por las ramas, el milagro es tan patente que queda uno hipnotizado al comprobar la transubstanciación, es decir la transformación del vino y agua en Sangre del Señor, y la transformación del pan en Cuerpo de Cristo.

La transubstanciación eucarística consiste en la total conversión de toda la substancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la substancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente las especies o accidentes del pan y del vino.[5]

Santo Tomás de Aquino explana la doctrina de la transubstanciación de manera magistral:

Es evidente que lo que se convierte no son las dimensiones del pan y del vino en las dimensiones del Cuerpo de Cristo, sino la substancia en la substancia.[6]

San Cirilo de Jerusalén ya la había expuesto en el Catecismo de los catecúmenos. Frente a la Real Presencia, no es ambiguo: “Debido a que Él mismo declaró y dijo del pan: Este es Mi Cuerpo, ¿Quién es quién tendrá dudas? Y cuando Él dice: Esta es Mi Sangre, ¿Quién alguna vez estará reticente y dirá que no es Su Sangre?”.

Sobre la Transformación, San Cirilo argumenta, que si Cristo pudo cambiar el agua en vino, ¿No podía Él transformar vino en su Propia Sangre? El pan y el vino son símbolos: “En el tipo de pan se está dando el Cuerpo, en el tipo de vino, la Sangre”. Pero ellos ya no permanecen en su condición original, ellos han sido cambiados, aunque los sentidos no nos puedan decir esto: “No pienses que es solamente pan y vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo, de conformidad con lo que ha declarado el Señor”.

Enseña el Aquinate que Cristo se hace presente en el sacramento no por movimiento local, sino por conversión de la sustancia:

«Algunos dijeron que permanece la sustancia del pan y del vino en el sacramento después de la consagración. Más esto no puede sostenerse. En primer lugar, porque así se niega la verdad del sacramento, según la cual en él está el verdadero Cuerpo de Cristo. No estaba allí antes de la consagración. Una cosa se hace presente donde no estaba por cambio de lugar o por conversión de otra en ella; en una casa empieza a haber fuego porque lo llevan o porque se produce en ella. Es evidente que el Cuerpo de Cristo no empieza a estar en el sacramento por movimiento local. Primeramente porque dejaría de estar en el cielo, pues lo que se mueve localmente no llega a un término sin dejar el otro. También porque el cuerpo movido localmente pasa por lo que media entre los extremos, cosa que aquí no se da. Y, por último, por ser imposible que el movimiento de un mismo cuerpo movido localmente termine a la vez en diversos lugares; y el Cuerpo de Cristo sí empieza a estar a la vez sacramentalmente en diferentes sitios. Por lo tanto, no puede estar en el sacramento sino por conversión de la sustancia del pan en Él. Lo que se convierte en otro deja de existir una vez hecha la conversión. Se sigue, pues, que si queremos salvar la verdad del sacramento, no puede quedar la sustancia del pan después de la consagración».[7]

La Eucaristía contiene a Nuestro Señor Jesucristo en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

«Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema».[8]

Esa Presencia es:

a) Con independencia de nuestra fe, voluntad o imaginación; aunque no nos acordemos, ni le honremos. Él está allí.

b) No es sólo un signo, como la bandera lo es de la Patria.

c) No sólo según su virtud o gracia, como en la administración del Bautismo o Confirmación.

Según el Doctor Angélico, en la Eucaristía no se aniquila la sustancia del pan, ni el Cuerpo de Cristo se hace presente por reproducción o aducción, sino simplemente por la conversión total de la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo preexistente, glorioso e inmutable.[9]

Qué comprende esa presencia sustancial:

a) Su cuerpo, con sus llagas de la crucifixión, pero ahora en estado glorioso, «Jesucristo resucitado, no muere ya» (Rom 6, 9).

b) Su alma, bella, santa, inundada de alegría y de paz.

1.º Con sus exquisitos sentimientos de amistad, de comprensión, de compasión…

2.ª Con su inteligencia iluminada por la bienaventurada visión de la Trinidad y de todo el Universo. Nada escapa a su mirada.

c) Y esta naturaleza humana subsiste en la Persona del Verbo Eterno, al que adoran los ángeles desde la eternidad. El Dios y Señor del Universo está en la pequeña hostia del Sagrario.[10]

La Eucaristía contiene a Cristo «el Santo de los Santos».[11]

La secuencia Lauda Sion, es la poesía admirable en que Santo Tomás de Aquino sintetizó toda la teología y toda la mística de la Eucaristía: «Cuando se parte la hostia: no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero».

«Si se le quita la transubstanciación a la Misa… Esta palabra es de una importancia capital, porque al suprimirla se omite la presencia real y deja, por tanto, de haber víctima. ¡No dejes de emplear esa palabra! ¡Transubstanciación! Los niños no la entenderán y tú tampoco, pero no importa: ¡Empléala! ¡Empléala! No sólo molesta a los nuevos herejes… Al que molesta mucho más es al Demonio».[12]

Germán Mazuelo-Leytón

[1] Cf.: PARENTE, PIOLANTI, GAROFA, Diccionario de teología dogmática.

[2] Cf.: OTT, LUDWIG, Manual de teología dogmática.

[3] Cf.: PARENTE, PIOLANTI, GAROFA, Diccionario de teología dogmática.

[4] DE AQUINO, S. TOMÁS,  S. Th., III, 75, 8, ad 3.

[5] ROYO MARIN, OP, ANTONIO, Teología moral.

[6] DE AQUINO, S. TOMÁS,  S. Th., III, 76, 1, ad 3.

[7] DE AQUINO, S. TOMÁS,  S. Th., III, 75, 2, c.

[8] DENZINGER, 883.

[9] Cf.: PARENTE, PIOLANTI, GAROFA, Diccionario de teología dogmática.

[10] ROYO MARÍN, OP, P. ANTONIO, La Eucaristía.

[11] DE AQUINO, S. TOMÁS,  In IV Sent., d. 9, q. 1, a. 3ª.

[12] ESCRIVÁ DE BALAGUER, San JOSEMARÍA, Tertulia 16-VI-1971.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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