A la salida de la capilla de la universidad me encontré con uno de mis viejos conocidos que hace clases en la Escuela de Derecho. Como hace unos años se convirtió en un especie de libre-pensador, no entiende porqué yo soy, como él dice, “un hombre tan religioso” y no pierde ocasión para dedicarme algunos desagradables comentarios al respecto. Creo que soy para él una especie de fenómeno en retirada, un vestigio de una vieja religión que se niega a morir, y que necesita que alguien le abra los ojos y lo convierta en lo que él es. No comprende mis actos de piedad – cómo si hubiera que entenderlos – y para él soy una cosa rara digna de estar en alguna exhibición de sujetos friki al lado de la mujer barbuda o del hombre elástico. Trato de hacerle el quite, y cuando le veo venir, me arranco por algún atajo o por alguna puerta lateral. El tipo es de verdad muy fastidioso, pero esta vez no me pude escapar.
– Todos los martes, Mateo, te veo salir a la misma hora de la capilla. La semana pasada me dije: “cuando lo vea de nuevo entrar lo voy a esperar afuera para preguntarle si es para él una necesidad básica pasársela metido en la capilla”. – No me dio tiempo para responderle enseguida, pues me tomó por el codo conduciéndome hacia la sala de profesores de su escuela– Entra un momento a conversar y a fumarnos un cigarro. ¿A qué hora entras a clases?
– A las ocho y cuarto. Estoy un poco apurado, ¿podemos juntarnos a conversar otro día? – Lo cierto es que no tenía ganas de quedarme a conversar con él y además quería estar antes en el aula para ir recibiendo a los alumnos.
– Relájate un poco y vamos a fumarnos un cigarro. No hay nadie más y podemos hablar tranquilos.
– Gracias, pero no fumo, sabes que tengo problemas al corazón. – No hallaba como eludirlo, pero fue tanto lo que insistió que decidí no seguir haciéndome de rogar. – Está bien, me voy a quedar si me ofreces, en vez de un cigarro, un café gourmet de esos que toman ustedes los abogados de la escuela.
-Fantástico. Yo mismo te lo preparo. – El abogado estaba ese día completamente hiperventilado y no paraba de hablarme mientras con el cigarro en la boca preparaba el café. – Me olvidé que eras enfermo del corazón. ¿Te han operado ya?
– Sí, hace un tiempo me instalaron un marcapasos por mi problema con las arritmias.
– Vaya Mateo, qué terrible. ¿Por eso rezas entonces? Para que no te falle de nuevo el motorcito ¿eh?
Me lanzó la broma sin disimular para nada lo jocoso y hasta ridículo que era para él verme rezar en la capilla al llegar y luego al irme de la universidad.
-Rezo por muchas cosas, y una de ellas es para pedirle a Nuestro Señor que me dé la salud física para poder cuidar a mi mujer y a mis hijos.
-Reces o no, tu Dios hace lo que quiere. Si quiere que te mueras joven, Él lo va a hacer igual aunque te arrastres de rodillas por toda la capilla.
-Pero puede ser que Él esté esperando a que yo le pida para que no me muera todavía. A Dios le gusta que uno, como hijo Suyo que somos por el bautismo, le converse y le pida lo que necesita. Siempre nos está esperando para que nos acerquemos con confianza.
-Entonces tú rezas para pedir solamente.- Algo le pasaba, pues no era normal que me dijera tantas cosas relativas a la oración de un modo tan negativo. ¿Buscaba ponerme a prueba, provocarme? ¿Buscaba a alguien que le diera una razón por la cual acercarse a Dios? Opté por la última opción. La Providencia siempre se las arregla para hacer volver a sus hijos pródigos valiéndose de ineptos y brutos como yo. Recordaba que él había militado un tiempo en uno de estos grupos neocones y que luego había ido perdiendo la fe poco a poco, hasta ser reclutado por los masones, y por lo que yo sabía, asistía a una logia. Desgraciadamente, como veréis más delante, me equivoqué en mi pronóstico. Una vez más caí por ingenuo.
-No, Ricardo, no solamente rezo para pedirle cosas a Dios. Tú eres católico de modo que sabes que…– ahí me interrumpió de nuevo.
-Era – me dijo- era católico.
– Te convertiste en un apóstata.
-Llámalo como quieras. Ahora soy un hombre libre. Pero dime, si no rezas únicamente para pedir, ¿para qué más? Yo no te entiendo Mateo, realmente no te entiendo. Actúas como cualquier supersticioso siendo que eres un académico, un hombre de estudios, un intelectual. ¿Cómo puedes seguir creyendo en Cristo, y menos en la Iglesia con todos los escándalos y corrupción que la afectan? ¿Cómo puedes seguir arrodillándote frente a pedazo de pan? Eso no tiene sentido ni lógica.
Lo miré con tristeza. Sus palabras me dolieron, no por mí, sino por lo injusto que era para con Dios que le ha creado, que le ha bendecido con muchos dones y que ha derramado Su sangre para redimirlo.
-Ricardo, la fe es un don de Dios, un don que Dios da gratuitamente a todos quienes quieren recibirlo. Yo no te puedo forzar a ti a creer. Sé que me estás provocando para que entre en una discusión estéril contigo, pero voy a caer en tu trampa. Yo no te voy a cambiar y tú tampoco a mí. Lo único que te voy a decir es que para mí la oración es algo tan natural y necesario como la relación que tiene un hijo con su padre. ¿A qué hijo no le gusta conversar con su padre, que está siempre dispuesto a escucharle?
– ¿Y tú crees que a tu Dios le interesa lo que le dices? ¿Qué le va a importar a Él si le rezas o no? ¿Acaso a Dios le afecta que tú vayas o no a misa?
– Soy yo el que necesita rezarle e ir a misa, como el enfermo que necesita al médico, como el sediento que necesita que le den agua. Voy a adorarle como le corresponde; a reparar nuestros pecados, a rogarle y a darle gracias. Es mi deber para con Dios.
– ¡Qué raros son ustedes los católicos! No ven ni escuchan nada y aun así persisten en hablarle al aire. Yo más bien creo que eso que tú haces y a lo que le llamas “oración” es un acto de conversación contigo mismo.
– No señor, la oración es una gracia que Dios nos da. Nosotros gusanos que nos arrastramos por el suelo, llenos de pecados y de defectos podemos elevar nuestras súplicas a Dios, ¡A Dios! ¿No te parece una desproporción enorme? Sin embargo, Él ha querido convertirse en nuestro amigo y acepta que le dirijamos la palabra, nos escucha y nos responde en el silencio de nuestro corazón, en lo más íntimo de nuestro ser.
– Insisto que a tu Dios no le importa lo que le dices. Yo no rezo y vivo tranquilo y feliz. No necesito andarle pidiendo a algo tan etéreo como al Dios cristiano, que me arregle la vida.
-No podría pasar un solo día sin que en algún momento de la jornada no pensara en Dios y hablara con Él, incluso con una simple jaculatoria. Cuando amas a alguien, a tu mujer o a tus hijos, lo único que deseas es pasar la mayor parte del tiempo con ellos, conversando, contemplándolos, ¿verdad? Bueno eso mismo es lo que me pasa a mí con Dios, y la oración es la manera en la que estoy con Él. Si puedo voy a la capilla y rezo, pero si no, rezo en cualquier parte: en el tren, en la calle, en la sala de clases, en mi escritorio, donde sea que esté. Cierro los ojos y le converso a Dios: “Señor” – le digo – “tengo este problema, no sé qué hacer, necesito que le des luces a mi entendimiento para buscar la mejor solución” O le digo “Señor, me he comprometido a rezar por tal o cual persona, por favor, ¿puedes ayudarle en su necesidad?” O cuando estoy afligido y siento miedo, le suplico: “Señor, tengo miedo a caer en la desesperación. Siento que el mundo me aplasta, no dejes que me hunda. Señor, no permitas que pierda la fe y me condene” También rezo para agradecer por tantas cosas que Dios, sin ningún mérito propio, me da: por vivir en un país que, a pesar de sus defectos, está en paz y donde puedo formar mi familia, donde puedo ir a una Misa Tradicional, y hasta por tener todos los días un plato de comida para echarme al buche. Rezo por mi salud, por la de mis seres queridos, y por la de mis amigos. También rezo por aquellos que no lo hacen. ¡Hay tanta gente por la cual rezar y hay oraciones tan hermosas para recitar!
Mi amigo seguía mi monólogo con atención, pero yo notaba que estaba turbado, molesto. Si al inicio se había mofado de mí ahora había mutado hacia la seriedad y a la ansiedad. Fumaba con rapidez, por cada frase que yo decía él movía negativamente la cabeza y efectuaba exclamaciones irónicas. Hasta el rostro lo tenía deformado.
– Todo muy lindo lo que cuentas, pero ¿Dios te habla directamente? ¿Siempre te sientes tan reconfortado? Mateo, la verdad es que no te creo mucho lo que dices.
– La vida espiritual no es pareja. Tiene altos y bajos y a veces atravesamos por tiempos de aridez, periodos en que la oración es seca, con apariencia de infertilidad y parece no dar frutos ni tener respuesta. Son pruebas de Dios y a grandes santos les permitido pasar por periodos muy largos de noches oscuras. Yo, que de santo no tengo ni un pelo, también he pasado por periodos de noches oscuras en las que mi alma se siente sola, muy sola, y cuando todo parece perdido comienzo a ver la luz, pero esto después de un tiempo de pena muy grande y que me ha tenido al borde del colapso. Algunas veces salgo triunfante, pero en otras le ha dado consentimiento a los malos pensamientos y me he dejado arrastrar por la desolación, siendo que Él siempre estuvo a mi lado y yo no le veía. Entonces, vuelto a la luz, me da mucha vergüenza reconocer después lo tonto que he sido por haber desaprovechado la oportunidad de vencer y hacer méritos para el Cielo y, arrepentido, voy y me confieso por dudar de Dios.
– ¡Más encima te confiesas! Eres una causa perdida Mateo.
– Por supuesto que me confieso, la oración es más eficaz cuando yo estoy en gracia de Dios. Ahora bien, también ocurre que lo que le pedimos a no siempre se cumple y cuesta entenderlo. Si he rezado con tanta fe y le he pedido, por ejemplo, con lágrimas en los ojos por la salud de alguien y esa persona fallece, ¿acaso Dios no me escuchó? ¿Han sido inútiles mis ruegos? ¿no recé con la suficiente fe como creí que lo hacía? No, Él siempre escucha, pero nosotros no siempre pedimos lo que conviene. Decimos: fiat voluntas tua y esto es lo que se nos olvida. Tal vez para nuestra salvación y para la de la persona por la cual pedimos sea conveniente, no lo que nosotros queremos, sino lo que Él ve desde toda la eternidad, como lo más conveniente. El tiempo y los acontecimientos de la vida nos dan la perspectiva para poder decir al fin: Dios hizo lo justo y era bueno que esto pasara aunque en ese momento no lo vi de esa manera. – En ese instante sonó el timbre que llamaba a clases. Me había quedado dando vueltas en la mente el que dijera que yo era una causa perdida y le pregunté si acaso estaba pensando reclutarme para su causa. Me miró sorprendido por mi acertada intuición.
– Pensé que tal vez podrías estar más abierto ahora que tu Iglesia nos ha comenzado a mirar con otros ojos, pero contigo no hay vuelta Mateo. Tienes el cerebro lavado y vives un catolicismo medieval, lo cual es una pena siendo un hombre tan inteligente. Sin embargo, no pierdo las esperanzas de verte algún día convertido en un hermano, cuando te des cuenta de lo errado que estás.
-Antes muerto y enterrado a convertirme en un adorador del maligno en la secta masónica a la cual tú perteneces. – Él lanzó una carcajada y dándome la mano se despidió de mí, al tiempo que en el dintel de la puerta, le di mi última opinión:
– Voy a rezar por tu conversión Ricardo, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Cuando quieras volver, Él te va a estar esperando como siempre. Es una pena que no veas en Dios a un amigo amoroso y fiel, sino que a un ser sin rostro y lejano. No sabes lo que te pierdes, ni te imaginas lo que estás dejando pasar. ¿Qué sentido podría tener esta vida llena de dolores y penas si Él no existiera, o como creen los tuyos, si nos hubiera creado y se hubiera olvidado de nosotros? Pues ninguno. Nada, nada tendría sentido, sería una locura vivir. La vida y el valle de lágrimas por el que caminamos solo tiene sentido a la luz de la fe en Cristo. ¿Por qué apostaste a perdedor amigo?
– Al final veremos quién gana la apuesta Mateo. Cuídate y bueno ojalá te des cuenta de que te estás yendo por el camino que no conduce sino al sufrimiento, al abandono y a la soledad. – Y dicho esto cerró la puerta de la sala de profesores y yo, satisfecho por sus tres últimas palabras, me fui a dar mi clase.
Beatrice Atherton