“Las mutaciones grandes de la historia humana vienen por causa de las herejías; porque son las ideas las que gobiernan los sucesos; y las ideas más hondas, o la raíz de todas nuestras ideas, son las afirmaciones religiosas, las creencias. Las herejías cambian las creencias”.
R.P. Leonardo Castellani, Los papeles de Benjamín Benavides.
Rafael, mi ayudante de cátedra, notó de inmediato que hoy venía con el genio atravesado. Me estaba esperando en mi oficina de la universidad como todas las mañanas con una humeante taza de té. El chico lleva dos años como ayudante de la cátedra que doy a los muchachos de primero y cuarto año, y hemos llegado a tener una relación casi como la que tendría un padre con su hijo. Me ha llegado a conocer tan bien, que dice que el genio se me nota en el modo de caminar y en la expresión del rostro, y que esta mañana de lejos, cuando me vio flanquear la puerta del campus, supo que algo desagradable me había pasado. Además, yo soy muy puntual y hoy día llegué un poco más tarde, de modo que sumando y sumando sacó una certera conclusión: venía molesto y frustrado.
– Buenos días don Mateo…profe disculpe, pero viene con una cara…
Me saqué el abrigo, la larga bufanda de mi cuello y la boina. Él me recibió las cosas y las colocó en el perchero. Tiré el maletín sobre el escritorio y me desplomé en la silla con las manos en la nuca.
– Hola Rafael. Sí, eres buen observador. Tuve un encontrón en el colegio de mis hijos ahora en la mañana cuando los fui a dejar y vengo con una sensación de desagrado enorme. Gracias por el té. ¿Tú cómo estás hijo? ¿Cómo te fue con los libros que encargamos?
– Estoy como siempre no más profe, tratando de sobrevivir. Los libros llegaron ayer a la biblioteca, tengo que ir a buscarlos durante el curso de la mañana. ¿Puede contarme qué fue lo que le pasó profe?
El té me reanimó un poco y algo más tranquilo le conté a Latorre lo que me había pasado y, resumiendo un poco, la historia es la que sigue:
Con mi esposa les hemos enseñado a nuestros hijos la importancia de estar siempre en Gracia de Dios para que si nos pilla la muerte podamos irnos al Cielo. Para estar en Gracia de Dios hay que, por un lado, estar permanentemente luchando contra nosotros mismos, contra el mundo y contra el demonio que no deja pasar nada para arremeter contra nuestra alma; y por otro acudiendo al sacramento de la confesión cuando se ha cometido algún pecado mortal o cuando se han sumado muchos veniales. No voy a negar que me cuesta ir a confesarme. No creo que exista nadie que le guste andar contando sus miserias y sus bajezas, pero Dios dispuso de este sacramento como lo que yo llamo un tribunal medicinal. Voy a un tribunal que a su vez me cura y me libera de las ataduras de mis pecados. No puedo acercarme a recibir a Nuestro Señor Sacramentado con el alma sucia con pecados. Por eso voy y me confieso y busco ahí las gracias necesarias que me ayudarán a resistir las tentaciones.
– ¿Me vas siguiendo Latorre?
-Sí don Mateo, pero no veo qué tiene que ver eso con el encontrón en el colegio de sus hijos.
– Recién empiezo el relato y ya quieres que llegue al final. Comprenderás que desde hace un tiempo a la fecha todos mis desencuentros con las personas han venido por causa de la religión.
– Usted no suele quedarse callado cuando le tocan el asunto de la religión. Discúlpeme que se lo diga señor, pero a veces se pone bien intransigente.
– Rafa Latorre, ¿crees que para mí es muy agradable estar siempre discutiendo por lo mismo? ¿Crees que me ha sido fácil ir dejando gente a la que quería y apreciaba atrás en mi vida, porque simplemente no quieren aceptar lo que Dios mismo nos lo ha revelado y quieren seguir con sus propias interpretaciones? No, no es fácil convertirse en un paria para el mundo y estoy bien harto de la gente a decir verdad. Cada día que pasa me voy sintiendo más solo. Ya no se pueden encontrar amigos que quieran compartir una conversación mediamente inteligente. Imposible pedir una conversación razonable con gente que esté abierta a entender tus argumentos, porque cada uno quiere ponerte el pie encima y hacer que cambies tus convicciones y de la Verdad yo no me voy a mover ni un milímetro aunque me tenga que quedar más solo de lo que estoy ahora. Intransigente….Tu quoque Raphael, fili mihi?
– ¡Vamos don Mateo! No se ponga tan grave conmigo, es sólo un comentario y un parecer mayoritario de la gente del instituto, pero yo no creo que usted lo sea…o sea sí, es intransigente, pero con razón ¿no? Además eso de quedarse solo debiera ser para usted motivo de alegría y no de tristeza, poder sufrir por Cristo es un privilegio de los mártires ¿o no?
– Sí hijo, lo es, aunque mi vida dista bastante de ser la de un mártir. Esta soledad es una prueba que hay que pasar, pero a veces duele y duele mucho. Dios quiera tener presente este sufrimiento del alma que se ha unido a su Cruz para el día en que me muera Rafael.
Rafael se sentó en el escritorio que le tengo instalado justo enfrente del mío y recostó sus brazos sobre la mesa escuchándome atentamente. Yo seguí con mi cuento.
El punto es que mis hijos tienen muy claro que hay que confesarse especialmente cuando se ha cometido un pecado grave, y para que lo sea deben cumplirse las tres condiciones que sabemos lo convierten en un pecado mortal: materia grave, intención de hacerlo y pleno conocimiento que se trata de algo malo. Uno se esfuerza día tras día para comunicarles y enseñarles la doctrina que nos conduce al amor a Dios y por tanto al Cielo.
Y aquí es donde mi paciencia se colma: llega ayer del colegio uno de mis hijos, el que tiene 14 años, y me cuenta lo que el profesor de religión le ha “enseñado” en clases. “Papá” – me dice – “el profe de religión está loco o es un hereje”
– Su hijo es igual a usted profesor.
– ¿Igual de intransigente Rafael?
– Me refiero a que habla en términos similares a usted.
– Desde luego, le he estado “lavando el cerebro” desde que nació…a él y a sus hermanos.
– Vamos don Mateo, no se ponga sarcástico. Usted sabe que en materia de religión los dos pensamos lo mismo.
– Porque a ti también te lavé el cerebro. – El muchacho estaba perdiendo la paciencia conmigo y cuando me largué a reír comprendió que yo estaba molestándolo como suelo hacerlo.
Entonces le pregunté a mi hijo qué le había dicho su profesor de religión que él encontraba que era tan terrible como para decir de él que era un hereje.
“Nos dijo que ahora el sacramento no se llama de la Penitencia sino que de la Reconciliación, y que esto es así porque los faltas son un asunto entre Dios y nosotros y que no estoy obligado a decirle al sacerdote mis pecados graves o aquellos que a mí me avergüenza decirlos porque, como es una cosa entre Dios y yo, a nadie más le interesa saberlo. Basta que me arrepienta, le diga al sacerdote lo que a mí me parece prudente decirle y nada más. Total, Dios sabe que me he arrepentido y que no hay que hacer una confesión íntegra de los pecados. Es una conversación con el cura y no con un juez en un tribunal, dijo el profe. Mis compañeros estaban felices porque a ellos les carga confesarse y con esto que les dijo ahora van a contarle al cura un par de cosas no más. Total da lo mismo. ¿No crees que es atroz papá?”
Mi hijo más que escandalizado estaba dolido porque sus compañeros a quienes poco y nada se les ha enseñado acerca de la religión y de los deberes para con Dios, se acercarían a comulgar con sus pecados gordos y estarían cometiendo uno más grave como es el del sacrilegio por culpa de un torpe e imprudente profesor que a título personal cambia la doctrina como se le antoja.
– Y como tú dices Rafael, yo no me puedo quedar callado, y hoy cuando fui a dejar a los niños, justo me encontré en la puerta del colegio con el mentado profesor que conversaba y reía a destajo con una de las mamás de colegio, ella toda coqueta y sofisticada.
-Supongo y conociéndolo, ahí mismo le habrá dado el batacazo o ¿no don Mateo?
Efectivamente, pero con caridad y prudencia. Le pedí hablar a solas para plantearle mi inquietud, pero él, que no quería separarse se la coqueta apoderada, me señaló que no había problema en que le planteara mi problema ahí mismo frente a ella. Le conté lo que mi hijo me había dicho y si era tal cual o él había entendido mal.
-Su hijo entendió muy bien Mateo, muy bien, ¿tiene algún problema con lo que dije?
– Uff…no quiero ni imaginármelo profesor. Apuesto a que sacó la artillería pesada.
Le tiré encima el catecismo, a Santo Tomás, y todo lo que sé, y él me dijo que eso estaba muy bien, pero que ahora la “pastoral” del sacramento de la Reconciliación era más misericordiosa con el pobre avergonzado pecador, y no quiere ponerle más cargas para que el fiel venga con confianza a conversar con el sacerdote.
Volví a la carga le indiqué que la doctrina no ha cambiado y que para que exista una verdadera confesión debe haber contrición, confesión oral de todos los pecados graves y también los veniales, y finalmente la satisfacción o penitencia por los pecados. Me observó con lástima y le dio una mirada de complicidad a la apoderada. Siguió con el discurso de la pastoral, que el papel de juez hay que dejárselo a Dios y que Él sabrá, porque además hay muchas cosas que no son pecados, sino problemas psicológicos y tendencias que son naturales en los hombres y contra las cuales es imposible luchar, especialmente en el caso de los adolescentes que están descubriendo su sexualidad y tienen curiosidad y tienen un desborde hormonal que hay que comprender. Dios sabe eso y nos perdona igual aunque no nos confesemos porque conoce nuestras debilidades.
– Porque son debilidades con mayor razón necesita el pecador confesarse para poder tener las armas y la fortaleza para luchar contra ellas. Sin la Gracia de Dios es imposible luchar por pura voluntad, sobre todo si se trata de chicos adolescentes a los que hay que guiar para que conduzcan sus pasiones y no que ellas los conduzcan a ellos.
– Mateo usted siempre tan resentido y amargado inmisericordioso que se ha anclado en el pasado con sus juicios inquisidores…misericordia Mateo, misericordia con los pecadores y con sus tendencias. No puede estar siempre viviendo contra el mundo. Nosotros no cambiamos la doctrina, lo único que queremos es cambiar el modo como ésta llega a la gente, debemos adaptarnos al mundo y a los tiempos para poder acercar a la gente a la Iglesia. No podemos ser tan duros de corazón.
– Semper contra mundum es mi lema Sr. Profesor de religión. Para que Dios tenga misericordia con los pecadores es necesario que ellos tengan un corazón humilde y contrito y se arrepientan: cor contritum et humiliatum Deus non despicies…El que es duro de corazón es el pecador que no quiere arrepentirse y quiere que Dios se adapte a sus caprichos. Yo lo único que le pido es que no le envenene la inteligencia con errores y mentiras a los niños porque los va a llevar a condenarse, y usted tendrá que darle cuentas a Dios por haberlos escandalizado. ¿Sabe que más señor? Definitivamente tenemos una fe distinta, usted no es católico.
No me dijo nada más y se fue enojado para dentro del colegio. La apoderada que lo acompañaba me quedó mirando y me sonrió con lástima, como si fuera un pobre loco que habla como fanático religioso. Yo también le devolví la sonrisa y le dije. “Estamos como en un reino dividido, con una guerra decisiva dentro de los mismos muros, pero tarde o temprano la Verdad brillará.” Ella movió la cabeza y se fue, mientras que yo me quedé con impotencia y la sensación de desagrado aquí en el corazón. Dime Rafael si estoy equivocado, ¿debo omitir y dejar que este tipo siga confundiendo a los que esta “deformando” en vez de formar?
– Creo que usted está dando la hora teniendo a sus hijos ese colegio pseudocatólico. No entiendo por qué los tiene ahí sabiendo lo que les enseñan a los niños.
Latorre tenía razón, el problema es que a mí no me queda ya otra opción de colegio. Tal vez educarlos en casa…pero por ahora que esto no me ha sido posible me limito a des-enseñarles la enseñanza anticatólica que a mis hijos les dan en ese colegio católico.
Beatrice Atherton