Para el miércoles de la segunda semana de Adviento
PUNTO PRIMERO. Considera cómo habiendo hecho el decreto la Santísima Trinidad del redimir al hombre, haciéndose hombre el Verbo Eterno, quiso nacer de mujer como los demás hombres, aunque por modo más perfecto, cual convenía a su deidad: bien pudiera Dios formar un cuerpo perfecto como el de Adán, y unirse a él hipostáticamente, elevándole a ser Dios sin nacer de mujer, pero no quiso tomar este medio, sino ser concebido y nacer de una Virgen, así para honrar más la naturaleza humana, haciendo a un hombre Dios y a una mujer Madre suya, como para asemejarse en todo a los demás hombres; empezando desde su Concepción a padecer la estrechura de aquel aposento por nueve meses, y naciendo pequeño, sujeto a las inclemencias de los tiempos, sujetándose a una mujer como a madre suya; en que tienes mucho que agradecer, y aprender a no afectar excepciones, y a padecer desde luego por su amor, y sujetar tu voluntad a la de los otros hombres.
PUNTO II. Considera, que también quiso Dios nacer de mujer, para que como muestra perdición tuvo principio en un hombre y una mujer, le tuviese nuestra redención de otro hombre y otra mujer que en cierto modo ayudase a ella, dando el cuerpo al Redentor, para que así la medicina correspondiese a la dolencia, y el remedio a la culpa: de lo cual sacarás el que has de poner tu a las tuyas, procurando con todas tus fuerzas satisfacer por tus pecados, cuanto fuere de tu parte, con debida y proporcionada penitencia, haciendo tales obras, que merezcan el perdón de tus pecados.
PUNTO III. Considera la elección que hizo para esto la Santísima Virgen, mirando Dios a todos los siglos pasados, presentes y por venir, y de todos ellos escogió a esta Purísima y Santísima Señora, adornándola con altísimas virtudes, cuales convenían a tal Reina y a tal Virgen, que había de ser Madre suya, Contempla aquí la providencia divina desde antes de los siglos en prevenir los medios para nuestra redención, y la excelencia de esta Señora, escogida para Madre suya, y gózate de tener tal Madre, que lo es de los pecadores, y cobra gran confianza en la misericordia de Dios, que la tendrá de ti, y que con su divina providencia te dará remedio a tus pecados, y allí vio a todas tus fatigas.
PUNTO IV. Considera que, como dice el Apóstol[1], Dios no es aceptador de personas, y que en una balanza pone el cargo y en otra la gracia y auxilios para ejercitarle; y así decretó a la Reina del cielo desde luego lo que necesitaba para tan alto oficio como era ser Madre de Dios, determinando enriquecerla de todas las gracias, prerrogativas, y virtudes que para tan alta dignidad se requerían: de lo cual has de sacar una firme confianza en la misericordia y providencia divina, de que te dará los auxilios y gracias que necesites para los puestos en que te pusiere, y para las cosas que te mandare, y un grande aliento para todo lo que fuere de su servicio, confiando en su gracia, en la cual todo lo puedes, y sin la cual nada.
Padre Alonso de Andrade, S.J
[1] Gálatas I.