Mi padre ha fallecido. Todos ustedes tienen un regalo para él

Ayer mi padre, Miguel Ángel Yáñez Polo, fue llamado al Juicio de Dios, un trance por el que sin duda muchos de ustedes ya habrán pasado y del que mi torpe escritura no encuentra suficientes letras para describir lo que se siente. Hace sólo unas horas de ello, y aún ando sumido en el lógico dolor y consternación, pero a la vez con la tranquilidad cristiana de que partió habiendo recibido los Santos Sacramentos, y de que fue un padre de familia que trató de transmitir a sus ocho hijos los valores católicos que aquí defendemos y creemos.

Créanme que si no fuera por lo que él y mi madre inculcaron en mí, con paciencia y a veces resignación, no estaría hoy aquí hablándoles porque no tendría la Fe que tengo gracias a ellos, y a la ayuda de Dios. Él me enseñó a ser combativo, a buscar la Verdad pensaran los demás lo que pensaran, a no dejarme llevar por las corrientes, por las modas, por el mundo actual, por hacer o creer en lo que «hacen todos», me enseñó a tener una visión crítica mirando siempre hacia la vida eterna, y eso, que no valoré cuando era joven, terminó aflorando en mí como una primavera con todas las semillas que con un inmenso amor y cariño plantaron en mí, a pesar de que no siempre supe responderle como se merecía.

24085108266_a2e143b30f_oPudo haber tenido egoístamente una vida de dinero y muchas comodidades, y prefirió una de mayores estrecheces, pero feliz por entregar su vida al Plan de Dios, a traer nuevas almas destinadas a adorarle. Pudo haber planificado su familia, como dicen hoy, pero no existirían entonces la mitad de mis hermanos, y no puedo imaginar la vida sin ellos. Y eso sólo fue posible porque mi padre fue generoso, sacrificando su vida por traer vida, por amor a Dios, el cual, en su misteriosa providencia, se quiso acordar de él para que imitara a su Hijo Jesucristo, enviándole su particular Cruz durante 25 años. La vida del cristiano es una imitación de la de Cristo, quien con su cuerpo roto y maniatado por los más viles sufrimientos los aguanto con resignación ofreciendolos por nosotros. Mi padre quiso imitarle, cogió su cruz con resignación, pero con la esperanza cristiana de saber que tras la Cruz viene la gloria y que, sobre todo, sus dolores y sufrimientos los ofrecía por la salvación de sus hijos y seres queridos, inmolándose con amor y esperanza cristiana de que todos ellos la acepten entregando su vida al camino de Dios y no al egoísmo del pecado.

Hoy que queremos huir de la muerte, que no queremos nos recuerden el dolor de la enfermedad, que queremos evadirnos con cientos de historias y falsas comodidades, es momento de recordar que como mi padre, como papá, todos debemos coger nuestra particular Cruz y caminar junto a ella hasta el fin de nuestros días. Dios manda a cada uno la nuestra particular, él decide cómo, cuándo y cuánto, pero la vida de un cristiano sin cruz, no es vida cristiana. Da igual que la entendamos o que no, sólo Dios conoce sus planes, pero tengamos por seguro que si la cogemos nos veremos premiado en la vida eterna, que es lo único que cuenta. ¿De qué nos sirven los honores, placeres y diversiones si perdemos la eternidad? Los santos lo entendieron, mi padre lo entendió.

Todos ustedes tienen un regalo que dar a mi padre, y les pido sean generosos abriéndolo: sus oraciones y misas. Desde aquí les pido encarecidamente a aquellos sacerdotes amigos que ofrezcan una Santa Misa por su alma y a los fieles que se acuerden en sus oraciones. Recuerden que pueden hacer algo por sus seres queridos fallecidos, en caso de que estén en el purgatorio. Cada simple oración, cada Misa, les alivia y sirve para acelerar su entrada en el Paraíso. Háganlo. Les estaré eternamente agradecido… y mi padre también.

Miguel Ángel Yáñez

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Miguel Ángel Yáñez
Miguel Ángel Yáñez
Empresario, casado y padre de familia católico.

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