Yo no entendí ni una sola palabra, lo que si entendí es que Dios estaba ahí y que me sentí en el cielo” Uno de tantos testimonios de una señora al salir de misa
Durante la semana santa el grupo misionero San Francisco Xavier de la FSSP conformado por un grupo de alrededor cien personas, entre ellas mexicanos y americanos, el padre Daniel Heenan, el diácono Antonio Dorsa, el seminarista Jesús Valenzuela y dos religiosas de la orden de las Esclavas del Inmaculado Corazón de María, visitamos el tradicional pueblo de Cajititlán asentado a la orilla de una hermosa laguna. Fue una experiencia increíble. Se hallaban misionando gente de todo tipo, niños, niñas, hombres y mujeres, familias enteras, clérigos y religiosas, todos unidos por compartir una misma riqueza, la Santa Misa tradicional.
La misión consistía en ir puerta por puerta invitando a la gente a asistir a los oficios de la Semana Santa que celebramos ahí mismo. Escuché algunos comentarios diciendo tonterías como que la gente se sentía más cómoda con la misa en su idioma, o que íbamos a ir predicando nuestras doctrinas como fariseos. A esas personas les digo que los hechos hablan más que las palabras. Bendito sea Dios en todas las celebraciones contamos con una numerosa asistencia. Le prestábamos a la gente de Cajititlán unos misalitos latín español, no es broma, al final de las misas casi casi teníamos que pelear por que nos los devolvieran y todos decían lo mismo, ay no me dejan llevármelo, es que la misa está preciosa, las oraciones son hermosísimas y me gustaría conservarlo. Ahí es cuando se nota que en el sensus fidei de la Iglesia la gente aunque haya perdido este tesoro, en su corazón guardan el anhelo de conservarlo. De hecho una parte de la población de Cajititlán se molestó porque no misionamos en el pueblo, sólo en el fraccionamiento (esas fueron las instrucciones que los sacerdotes nos dieron) porque ellos también querían conocer este tesoro, pero si Dios quiere volveremos a ir en el verano a seguir con la labor que ahí comenzamos, o más bien la labor que ahí Dios comenzó.
Aparte de compartir con la gente casa por casa la riqueza de la Santa Misa tradicional también les preguntábamos un poco acerca de sus vidas y su relación con Dios y con la Iglesia. Tristemente encontramos en la mayor parte de las casas visitadas gente viviendo en unión libre o en adulterio. La cosa era seria, era decirles que esta vida no dura por siempre, y después de ella existen dos realidades, el cielo o el infierno, hacia donde querían llegar cuando murieran. Bendito sea Dios y esto impresionó mucho a los americanos, nadie de las personas a quienes les hablamos clarito lo tomó como una ofensa, al contrario agradecían nuestro interés por ellos y por sus almas. Algo que seguido pasaba y que nos reconfortaba el corazón es que muchas de las veces veíamos en las misas a la gente que invitábamos.
Una anécdota divertida de la misión es un día como al medio día nos encontramos una casa donde practicaban brujería, curiosamente esta casa se hallaba ubicada en la calle seis, el edificio seis, el departamento seis. Fuimos como seis o siete misioneros junto con el padre Daniel y el diácono Antonio. Al llegar nos encontramos que la bruja tenía desde la puerta de su casa fila de gente hasta la calle. Todas las personas llevaban cosas muy extrañas, en su mayoría una bolsa con huevos. El padre cuando llegó saludó a todas las personas preguntándoles que si venían a una fiesta, que porque tanta gente reunida, que qué estaban regalando. Nadie respondía. En ese momento me di cuenta que todas estas personas en su interior sabían que lo que estaban haciendo no estaba bien. El padre siguió con las preguntas, hasta que una mujer nos dijo: venimos aquí con esta persona porque nos hace oraciones de sanación. El padre preguntó que si esta persona tenía autorización de la Iglesia a lo que todos respondieron que no, entonces fue cuando les dijo que si no tenía ninguna autorización de la Iglesia no tenía poder que viniera de Dios, ni si quiera poder, y si lo tuviera vendría del demonio. Una mujer ahí se indignó y le dijo al padre que ella no era nadie para juzgarla que si hacía bien o mal ella daría cuentas a Dios, fue cuando el padre dijo que él si era alguien para juzgarla y que en el nombre de Cristo y la Iglesia la juzgaba como una mala mujer y exhortó a todos los presentes a retirarse, les decía que un seguidor de Cristo no se quedaría ahí esperando entrar con el demonio. O Cristo o el diablo así de simple. Les roció agua bendita y les dio medallas de San Benito. En cuanto a los huevos la gente decía que los traía para una limpia y el padre les dijo que una confesión los limpiaba mejor por medio de la gracia que unos huevos. Creo que es la única vez que he visto al padre Daniel enojado con ganas. Pero una ira santa, un celo por el Reino de Dios que pocos sacerdotes tienen.
Este celo fue el que nos impulsó a todos a seguir adelante con la misión a pesar de nuestras fatigas y cansancios. Fue todo un éxito y esperamos que tú que estás leyendo esto te animes a unirte a nuestro equipo de misioneros para las siguientes misiones. “Porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!” (1ª Cor 9,16). Y cuando pensemos que es una locura dejar nuestra casa y nuestras comodidades por venir a evangelizar pensemos como el Apóstol, “Pues por no haber conocido el mundo a Dios en la sabiduría de Dios por la humana sabiduría, plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.” (1º Cor 1,21) (Durante la misión algo que nos motivó muchísimo a todos fue ver a un matrimonio americano con apenas una semana de casados que vinieron a misionar de luna de miel)
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¡Ánimo! ¡Adelante la fe!
Nicolás Castro