Misterios vaticanos. El amotinamiento de los obispos chilenos y la autocensura del Papa sobre Venezuela

Los tropiezos, los silencios, las incoherencias de los medios de comunicación vaticanos a menudo revelan divergencias serias en los niveles más altos de la jerarquía. Es lo que ha sucedido en los últimos días en, al menos, dos casos candentes.

Uno de estos concierne a Venezuela. Teniendo como fondo el desastre en el que ha precipitado el país y la inminencia de las falsas elecciones para confirmar de  nuevo en el poder al heredero de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, la semana pasado ha estallado una revuelta -duramente reprimida- en la cárcel El Helicoide de Caracas, lugar de detención y tortura de los prisioneros políticos cuya culpa es oponerse al régimen.

Ante la noticia de la revuelta, el arzobispo de Caracas, el cardenal Jorge Urosa Savino y, después, la conferencia episcopal venezolana han hecho un llamamiento “al Estado, a su responsabilidad respecto a la vida y la integridad de todas las personas detenidas”. Y en el Vaticano, la secretaría de Estado consideró oportuno que el Papa Francisco tomara la palabra al final del Regina Caeli del 20 de mayo, domingo de Pentecostés.

He aquí el texto del llamamiento anticipado por la sala de prensa vaticana a los periodistas acreditados ante la Santa Sede una hora antes de que el Papa hablara, naturalmente bajo embargo hasta el momento en que el texto fuera pronunciado, y con la obligación de compararlo con las palabras efectivamente pronunciadas:

“Deseo dedicar nuevamente un recuerdo especial a la amada Venezuela. Con la ayuda del Espíritu Santo, pido que todos trabajen para buscar soluciones justas, eficaces y pacíficas a la grave crisis humanitaria, política, económica y social que está agotando a la población, evitando la tentación de recurrir a cualquier tipo de violencia. Animo a las autoridades del país a asegurar el respeto por la vida y la integridad de cada persona, sobre todo de aquellas que, como los prisioneros, están bajo su responsabilidad”.

Sin embargo, cuando Francisco se ha dirigido a la muchedumbre presente en la plaza San Pedro, no ha leído el texto que tenía entre las manos, sino que ha alzado la mirada y ha improvisado estas palabras:

“Deseo dedicar un recuerdo especial a la amada Venezuela. Pido que el Espíritu Santo dé a todo el pueblo venezolano -todos, gobernantes, pueblo- la sabiduría para encontrar el camino de la paz y la unidad. Rezo también por los detenidos que han muerto ayer”.

Palabras muy decepcionantes para los venezolanos, precisamente porque son demasiado indulgentes -como ha sucedido otras veces en el pasado- con el régimen de Maduro, al que el Papa ha evitado llamar a la responsabilidad; llamamiento que, en cambio, era explícito en las palabras preparadas por la secretaría de Estado y que él no pronunció.

*

El otro caso concierne a Chile y a la convocatoria en Roma de los 34 obispos de ese país, para responder ante el Papa de los abusos sexuales perpetrados durante años por decenas de ministros consagrados contra numerosas víctimas, con la complicidad de no pocos obispos defendidos, a su vez, públicamente por otros obispos, cardenales y, hasta hace pocos meses, por el propio Francisco antes de su viraje en U; de la profunda investigación que ha hecho llevar a cabo en Chile; de las 2.400 páginas del informe acusador resultado de dicha investigación; de su personal acogida y escucha en Roma de las tres víctimas principales y, en resumen, de su alinearse con el “santo pueblo fiel de Dios” contra los pecados del aparato eclesiástico.

El proceso romano, aunque se ha llevado a cabo a puertas cerradas, ha sido seguido con grandísima atención por los medios de comunicación de todo el mundo, y ha tenido sus momentos clave en el “j’accuse” de diez páginas entregado por Francisco a los obispos chilenos el 15 de mayo, como también en la decisión final de la casi totalidad de ellos de poner sus cargos a disposición del Papa, para que él decida si confirmar o no a cada uno de ellos.

Los obispos eran en total 34, de los cuales 3 eméritos, y 29 de ellos han entregado al Papa su carta de dimisión. Dos han considerado que no tenían que escribirla debido al vínculo especial que uno tiene con las fuerzas armadas de Chile, el obispo castrense y presidente de la conferencia episcopal Santiago Silva, y el otro, Luigi Infanti della Mora, con Propaganda Fide, de la que depende el vicariato apostólico de Aysén del que es titular. Entre los eméritos, sólo uno, Juan Luis Ysern, ha escrito la carta de renuncia por solidaridad con sus hermanos, mientras que los otros dos, entre los cuales el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, no lo han hecho.

Pues bien, lo que asombra es que “L’Osservatore Romano” no sólo no ha publicado el texto entregado por Francisco a los obispos chilenos, ni la declaración con la que estos virtualmente han dimitido, sino que ni siquiera ha dado noticia de uno u otro hecho.

En los siete días que van del 12 al 19 de mayo, la sala de prensa de la Santa Sede ha publicado, respecto a los encuentros entre Francisco y los obispos chilenos, sólo tres breves comunicados.

El primero y el tercero han sido también publicados -resumidos- por “L’Osservatore Romano”. Pero no el segundo, brevísimo, del 15 de mayo, el único que informaba sobre “un texto con algunos temas sobre los que meditar”, entregado por Francisco a los obispos, sin decir nada sobre los contenidos de dicho texto.

En lo que respecta a la declaración final con la que los obispos chilenos han puesto a disposición del Papa sus mandatos, no han dado noticia de ella ni la sala de prensa ni tan siquiera “L’Osservatore Romano”.

Casi todos los medios de comunicación del mundo han juzgado la “dimisión” de los obispos chilenos como un acto de sufrida, pero dócil, sumisión al Papa.

Hay una excepción y es un informador muy especial, Luis Badilla, chileno, durante muchos años periodista en Radio Vaticana, que tiene una excelente relación con el padre Federico Lombardi y con cada director de un portal de información y comentario, “Il Sismografo“, que sigue gravitando en la órbita vaticana con fachada paraoficial.

Tras haber publicado el 18 de mayo las diez páginas íntegras del “j’accuse” entregado tres días antes por el Papa a los obispos chilenos, Badilla ha comentado con total claridad:

“Este documento ha hecho estallar una especie de insensato tira y afloja, que una parte del episcopado chileno, bajo la guía del cardenal Francisco Javier Errázuriz y del obispo de San Bernardo, del Opus Dei, mons. Juan Ignacio González [a la derecha en la foto de Daniel Ibañez/CNA, después del anuncio de las dimisiones – ndr] deseaba con actitud arrogante y agresiva, como se ha visto en las distintas declaraciones de los dos prelados a la prensa internacional mientras estaban en Roma.

“La mayoría de los obispos chilenos han llegado al Vaticano tal como se comportan desde hace varios años en Chile: divididos y organizados en grupos, arrogantes y henchidos de sentimientos de superioridad, convencidos de ser más listos que todos y, sobre todo, convencidos que prevalecerían sobre el Papa, tratado en público con mucha deferencia y respeto, pero en privado definido como una persona exagerada y melodramática, como una persona que utiliza esta historia, aumentándola, para así ocultar otras crisis de su pontificado”.

La breve carta -hecha pública por fuentes oficiales vaticanas- con la que Francisco se ha despedido de los obispos chilenos al término de los encuentros, ha sido juzgada por Badilla como resolutiva en su conjunto, pero también “aparentemente” demasiado “cauta y dócil” y “según algunos no a la altura de la gravedad de la cuestión”, es decir, de “todos aquellos cambios” que el propio Papa dice que deberían ser llevados a cumplimiento “en el corto, mediano y largo plazo”.

Son comentarios y silencios, estos de Badilla y de “L’Osservatore Romano”, que convergen en hacer pensar en una insatisfacción profunda del Papa Francisco por el modo cómo los obispos chilenos han concluido su estancia romana, descargando sobre él la tarea de decidir sobre cada uno de ellos, en una especie de “amotinamiento”.

Es lo que ha escrito, única de los vaticanistas, Franca Giansoldati en el periódico romano “Il Messaggero” del 19 de mayo, que lo ha explicado así:

“Por primera vez en la historia de la Iglesia, por sorpresa, un episcopado al completo ha anunciado su intención de dimitir en bloque, del primer obispo al último, poniendo a disposición del Pontífice sus mandatos.  Ha sido, en cierto modo, una bofetada para Francisco, como si fuera una respuesta a los métodos insólitos por él utilizados […], convocándolos a todos en Roma, en una especie de acusación de complicidad en un delito que corre el riesgo de deslegitimar, de rebote, a todo el equipo episcopal, como si los 34 obispos, todos, hubiesen sido cómplices, encubridores y mentirosos. […] Ante esto, los obispos chilenos han levantado la cabeza. Las responsabilidades son individuales, no colectivas. Así que todos han entregado sus cargos ‘para que el Papa decida libremente sobre cada uno’. […] Es seguro que muchos obispos chilenos no quieren pasar por personas que han encubierto crímenes tan graves”.

La noche del martes 22 de mayo, la sala de prensa vaticana ha informadoque el Papa Francisco se reunirá en Roma, del 1 al 3 de junio, con un nuevo grupo de víctimas de los abusos sexuales de Chile, sin excluir otras “iniciativas similares en el futuro”.

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En las diez páginas del “j’accuse” entregado el 15 de mayo por el Papa Francisco a los obispos de Chile resaltan dos pasajes.

El primero es ése en el que el Papa informa de haber puesto en marcha una “comisión especial” de investigación y análisis sobre la crisis de la Iglesia chilena:

“En este sentido, escuchando el parecer de varias personas y constatando la persistencia de la herida, formé una comisión especial para que, con gran libertad de espíritu, de modo jurídico y técnico pudiese brindar un diagnóstico lo más independiente posible y ofrecer una mirada limpia sobre los acontecimientos pasados y sobre el estado actual de la situación”.

El segundo pasaje está en la nota 25 de las 27 incluidas en las diez páginas del texto.

En ella, Francisco cita los tres cargos del informe final de la “Misión especial” -formada por el arzobispo maltés Charles Scicluna y el oficial vaticano Jordi Bertomeu-, que él envió a Chile en febrero para interrogar a las víctimas de los abusos sexuales perpetrados por ministros consagrados, con la complicidad y encubrimiento de obispos y cardenales.

He aquí el texto íntegro de la nota:

“Nuevamente, en ese sentido, me gustaría detenerme en tres situaciones que se desprenden del informe de la ‘Misión especial’:

“1. La investigación demuestra que existen graves defectos en el modo de gestionar los casos de ‘delicta graviora’ que corroboran algunos datos preocupantes que comenzaron a saberse en algunos Dicasterios romanos. Especialmente en el modo de recibir las denuncias o ‘notitiae criminis’, pues en no pocos casos han sido calificados muy superficialmente como inverosímiles, lo que eran graves indicios de un efectivo delito. Durante la Visita se ha constado también la existencia de presuntos delitos investigados solo a destiempo o incluso nunca investidos, con el consiguiente escándalo para los denunciantes y para todos aquellos que conocían las presuntas víctimas, familias, amigos, comunidades parroquiales. En otros casos, se ha constado la existencia de gravísimas negligencias en la protección de los niños/as y de los niños/as vulnerables por parte de los Obispos y Superiores religiosos, los cuales tienen una especial responsabilidad en la tarea de proteger al pueblo de Dios.

“2. Otras circunstancia análoga que me ha causado perplejidad y vergüenza ha sido la lectura de las declaraciones que certifican presiones ejercidas sobre aquellos que debían llevar adelante la instrucción de los procesos penales o incluso la destrucción de documentos comprometedores por parte de encargados de archivos eclesiásticos, evidenciando así una absoluta falta de respeto por el procedimiento canónico y, más aún, unas prácticas reprobables que deberán ser evitadas en el futuro.

“3. En la misma línea y para poder corroborar que el problema no pertenece a solo un grupo de personas, en el caso de muchos abusadores se detectaron ya graves problemas en ellos en su etapa de formación en el seminario o noviciado. De hecho, constan en las actas de la ‘Misión especial’ graves acusaciones contra algunos Obispos o Superiores que habrían confiado dichas instituciones educativas a sacerdotes sospechosos de homosexualidad activa”.

 

 

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