Para crecer en santidad (XIII): Las habitaciones de nuestra casa

Es hora ya de comenzar a hacer las diferentes habitaciones de nuestro edificio espiritual. Como en cada casa, habrá unas habitaciones que serán “obligatorias” y otras que dependerán de los gustos y necesidades de cada uno. Son obligatorias: la sala de estar, la capilla, la cocina, los dormitorios, baño y área de lavado y la biblioteca. Son aleatorias: el cuarto de jugar los niños, la terraza… Así pues, comencemos describiendo brevemente cómo deberían ser esas habitaciones de nuestra casa.

Habréis oído más de una ocasión esta frase: “Cuando Dios hace un santo, rompe el molde”; y es verdad, pues cada santo tiene sus propias peculiaridades. No hay dos santos iguales; ahora bien, todos ellos han de tener una serie virtudes que son imprescindibles: caridad, espíritu de sacrificio, vida de oración, entrega a Dios… , además de eso, cada uno de ellos tiene notas peculiares que lo diferencian de los demás; y es que cada santo viene a plasmar algunas de las infinitas perfecciones presentes en Dios.

De esas peculiaridades es precisamente de lo que vamos a hablar hoy. Lo que diferencia a un santo de otro son las dimensiones de cada habitación, el color de las paredes, los muebles, la decoración…  Les pongo unos ejemplos y así lo entenderán mejor. Hay santos que tienen una gran sala de estar, como San Juan Bosco, pues han de dar cobijo a muchas personas que acudirán a él. Hay otros que no tienen ni quieren biblioteca, ni cocina, como San Francisco de Asís, pues para él, su biblioteca es la Biblia y la cocina no la necesita, pues todo lo que comen lo han tenido que pedir. En cambio para otros santos, como Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura o Santo Domingo de Guzmán, la biblioteca será una de las partes más importantes de la casa; ya que les ayudará a profundizar en la revelación de Dios. Hay santos con grandes dormitorios, como San Juan de Dios, pues tendrán que atender por caridad a muchos enfermos…, en cambio hay santos, como San Pedro de Alcántara que apenas si tenía un taburete donde dormir; su celda era tan pequeña que no cabía una cama. Hay santos que destacan por tener un gran baño y una gran lavandería, como el Santo Cura de Ars, que se pasaba más de veinte horas diarias confesando. Los hay contemplativos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Lisieux, cuya habitación más importante es la capilla; en cambio hay otros, que aunque tengan una capilla grande, tienen que compartir su tiempo con una vida activa en el mundo, como puedan ser los papas santos o aquellos santos que se dedicaron sobre todo a cuidar a los pobres, enfermos y necesitados. Esas diferencias, a veces muy marcadas, hacen que el mundo de los santos sea atractivo, y contemplar y comparar sus vidas un maravilloso caleidoscopio donde admirar, asombrarse y aprender.

Ahora nos toca el turno a nosotros. La distribución de las habitaciones, aunque es algo que suele hacer el arquitecto, a cada dueño le gusta introducir sus propias modificaciones para que así la casa se edifique según los gustos y necesidades de cada uno. ¿Cómo quieres que sea tu casa? Dicho en otras palabras, ¿qué virtudes te atraen más? ¿A qué santo te gustaría parecer? Seguir los patrones marcados por otros santos nos ayudarán a preparar los nuestros. Preguntémosle a Dios, descubramos nuestras propias cualidades y gustos, y luego, empecemos cuanto antes a hacer las habitaciones.

A la hora de ir describiendo las habitaciones usaremos abundantes metáforas que el lector agudo no tendrá dificultad en entender e interpretar; pasaremos del edificio físico al espiritual y viceversa sin solución de continuidad y de un modo apenas perceptible.

La sala de estar-comedor

Es lugar donde se reúne la familia, se come, se relaja nuestro espíritu, se entretiene nuestra alma, se reciben visitas. Si hay bastante espacio en el hogar, suelen haber dos salas de estar, una la que se le enseña a las visitas, y otra, el lugar donde realmente se hace la vida de hogar. Esta última suele ser más pequeña, cómoda, hogareña. Es el lugar donde la familia suele “hacer su vida”, donde se habla, se ve la tele, se duerme la siesta, se reza.

La sala de estar habla mucho de la personalidad de su dueño. Las hay amplias y con mucha luz y otras pequeñas y oscuras. Todo dependerá de nuestros gustos y de las necesidades que tengamos.  Puesto que la sala de estar será el lugar donde tendremos que departir con la familia, amigos…, será bueno que pensemos no sólo en nosotros, sino también en todos aquellos que la vayan a usar. Tenemos que “ser” un lugar donde la gente pueda venir a “descansar”, a encontrar una palabra de aliento o de ánimo. La sala de estar será de las habitaciones donde más podremos ejercer la caridad con los demás. Nuestra sala de estar ha de ser pues, lugar de descanso.., no sólo para nosotros, sino también para todo aquél que nos visite. Cada uno ha de “trabajar” su personalidad para poder dar paz a los demás; del mismo modo que Cristo lo es para cada uno de nosotros: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré (Mt 11:28)”, o esta otra “Él es nuestra paz” (Ef 2:14)

Hoy día tenemos el peligro de convertir la sala de estar en un centro de comunicaciones, donde están muchos reunidos, pero donde nadie habla; y si hay comunicación nunca es con los que están contigo sino con los que están, a veces a miles de kilómetros o incluso no sabes ni quiénes son. Hemos de evitar que cada uno de los que están en la sala sea una célula aislada de los demás: la hija con la tableta, el padre viendo el partido, la madre mandando mensajes de Whatsapp, el más pequeño con la “play”; todos “juntos” pero todos “separados”. ¿Y a eso le llamamos familia? Más parece un hotel donde los comensales se reúnen en espacios comunes a ciertas horas del día, pero donde cada uno sigue viviendo su propia vida sin que haya interacción con los demás. Hemos de recuperar el tiempo del parchís, de jugar al dominó o a las cartas con los chicos; o sencillamente, leerles un cuento o rezar el rosario.

La cocina

Es una de las habitaciones más importantes de la casa. Es el lugar donde elaboramos la comida que necesitaremos para reponer las fuerzas. Un buen cocinero no prepara lo que más le gusta, sino lo que más necesita. A la hora de preparar nuestra “dieta” tendremos que tener en cuenta lo que sea más necesario para nosotros y para el bienestar de los que vivan con nosotros. Lo mismo ocurre con nuestra vida espiritual, debemos proveer a nuestra alma con el alimento que necesite en cada momento. Deberemos “ingerir” alimentos sanos y vigorizantes al tiempo que deberemos evitar todo aquello que nos pueda hacer daño. Por otro lado, esos alimentos tendremos que “prepararlos” debidamente. No está la cosa en entrar en la cocina y comer lo primero que pillemos; lo mejor es tener un buen plan de “alimentación” que contenga todo los principios necesarios: eucaristía, oración, sacrificio, obras de caridad, buenas lecturas, devociones particulares.

Los dormitorios

Es el lugar donde nos desconectamos para recuperar fuerzas, serenar nuestros pensamientos y el corazón. Que nunca falte en ninguno de nuestros dormitorios un crucifijo encima de nuestras camas.

Como consecuencia del activismo que todos llevamos (a pesar a veces de estar en el paro), necesitamos tener un dormitorio confortable, cómodo y silencioso. Por otro lado hemos de cuidar que el dormitorio no se transforme en el centro de la casa; bien porque nos pasemos gran parte del día durmiendo o porque lo hayamos transformado en sala de operaciones (cama, televisor, ordenador, gimnasio…). El dormitorio es para dormir y también, si fuera el caso, para recuperarnos de una enfermedad; pero no es el lugar donde hemos de vivir durante la mayor parte del día. A veces los chicos transforman su dormitorio en “bunkers” privados donde hacen de todo y donde el acceso de los padres está prohibido.

Deberemos vigilar también las horas de sueño. Los médicos aconsejan que un adulto duerma ocho horas al día. A mí me parece exagerado; un niño quizá, pero un adulto con seis horas tiene más que suficiente. Menéndez Pelayo solía decir que todo lo que fuera dormir más de cinco horas era perder el tiempo. El exceso de tiempo de sueño hace que luego falte tiempo para otros menesteres que son iguales o incluso más importantes, como por ejemplo la lectura, la oración… Recordemos que era precisamente mientras que los apóstoles dormían, cuando el Señor se iba a un lugar apartado para hacer oración (Mc 1:35). Si no robamos tiempo al sueño, luego tengamos por seguro que no tendremos tiempo para hacer oración. Controlar nuestro tiempo de sueño es un sacrificio sencillo, pero efectivo e incluso a veces heroico. Y no olvidemos también la cantidad de tiempo que a veces se pierde a la hora de levantarse; desde que suena el despertador hasta que nos levantamos a veces pasan diez, quince minutos e incluso a veces mucho más. El que no da importancia a esos pocos minutos cada día, luego esté por seguro que perderá su tiempo en el resto de cosas que tenga que hacer diariamente.

La capilla

Toda casa debería tener “capilla privada”. La capilla ha de ser un lugar silencioso y tranquilo donde podamos hacer nuestras oraciones, leer libros de piedad. Debido a que hoy día la gran mayoría de las iglesias permanecen cerradas cuando no hay culto, y debido también a que necesitamos hablar con Dios, no nos queda más remedio que habilitar en nuestro propio hogar un pequeño espacio silencioso y tranquilo donde tengamos nuestro altarcito con algunos santos, un crucifijo, la imagen de la Virgen. Yo recuerdo que en casa de mis abuelos existían esas capillas. Capillas que eran habitaciones reales, donde no llegaba el ruido de la radio ni de la calle, y donde mis abuelas sobre todo, se retiraban después de haber acabado los menesteres de la cocina y todos habíamos vuelto al cole, trabajo… para hacer sus oraciones. Desgraciadamente hoy día, con los pisos tan pequeños y las paredes de cartón, es casi imposible encontrar ese silencio. Pero dado que esos minutos de oración y silencio son necesarios para el bienestar de nuestras almas, tendremos que buscar ávidamente un lugar donde poner nuestra capilla, aunque fuera en un rincón del dormitorio. No hace falta mucho espacio, simplemente una mesita con un mantel blanco de lino donde pongamos un crucifijo, una imagen de María, agua bendita, el santo rosario, la biblia, nuestros santitos,  y alguna que otra vela.

La capilla nos ayudará a descubrir cómo somos y cómo quiere Dios que seamos. Esto será muy importante a la hora de planificar nuestra vivienda.

La biblioteca

Que no falte en ninguna casa una biblioteca religiosa. Y no tanto me refiero tanto a una habitación especial, cuanto a una estantería donde atesoremos nuestros libros de piedad: una buena Biblia, un Misalito antiguo (latín – español) y una buena colección de libros de piedad que nosotros podamos subrayar, escribir nuestras notas, leer y releer. A mí no me gusta leer cualquier libro de piedad que me encuentre, prefiero los libros que ya sé que son buenos y seguros; que tengan una sólida teología y una profunda piedad. Prefiero releer mil veces un libro bueno que leer cualquier cosa que caiga en mis manos. Para ello puede ser muy útil el consejo del director espiritual. Él sabe muy bien qué libros nos pueden ayudar más en el momento de “desarrollo espiritual” en el que nos encontramos. Y ante todo, ¡ojo con los libros nuevos! Porque sea nuevo no quiere decir que sea bueno. Lo más normal, aunque no siempre, es que sea bastante malo. Hay ciertos libros que te echan atrás sólo con el título: “Alfalfa espiritual para los borregos de Cristo”, aunque no creo que caigamos tan bajo. Por ello, del mismo modo que no comemos cualquier cosa, sino que nos aseguramos que el alimento esté en buen estado, no esté caducado…, cuidemos también los libros con los que alimentamos nuestra alma, pues podría ocurrir que nos hicieran más daño que beneficio y al mismo tiempo nos produjeran confusión, dudas, e incluso la pérdida de la fe.

Baño

De igual modo que en cada casa tenemos baño y lavandería para practicar la higiene corporal y de los vestidos que nos cubren, deberemos procurar la limpieza de nuestra alma para que siempre se encuentre en estado de gracia y al mismo tiempo le vayamos limpiando las impurezas y corrigiendo las imperfecciones que tengamos.

Para ello será ideal practicar la confesión frecuente según la periodicidad que el director espiritual nos aconseje; y por supuesto, siempre que en nuestra alma hubiera una grave mancha que nos hubiera quitado la gracia de Dios.

Aparte de eso, será bueno realizar todas las noches un sencillo y completo examen de conciencia en el cual revisemos el estado de nuestra alma, el cumplimiento de las prácticas de piedad que nos hayamos propuesto y el examen particular para ir limando poco a poco las imperfecciones que “adornan” nuestro modo de ser.

¿Te preguntas qué es el examen particular? Pues es el examen diario que hacemos sobre un defecto que queramos corregir. Cada día nos examinamos sobre ese defecto y comprobamos si poco a poco se va corrigiendo. Llegará un momento que, con la gracia de Dios y si nosotros queremos, ese defecto o imperfección esté ya bastante limado y entonces será el momento de poner nuestra atención en otro. De ese modo, y siguiendo un plan, nuestra alma se irá purificando, nuestro carácter se irá haciendo más santo, bondadoso… A la hora de determinar sobre qué debemos hacer el examen particular, la ayuda del director espiritual y de los que viven con nosotros y nos tienen que soportar todos los días, nos darán muchas pistas sobre las cosas que tenemos que mejorar.

Hablando del director espiritual, será muy conveniente si deseamos tener un sólido y bello edificio espiritual que busquemos algún “experto” que nos ayude. Es conveniente, que el director espiritual sea un sacerdote; y mejor todavía si es la misma persona con la que habitualmente nos confesamos. Podría ocurrir que nos dirigiéramos con uno y nos confesáramos con otro diferente, y como consecuencia de ello, ninguno de los dos nos conociera de verdad y no nos pudieran ayudar debidamente.

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Con ello, damos por concluido este capítulo para, el próximo día acabar con lo que serían los exteriores de nuestra edificación; es decir, la fachada y los jardines de la casa. La verdad es que quedarían muchas más cosas por revisar, pero creo que son más del diseñador y del decorador que del arquitecto, por lo que acabando con el artículo del próximo día, llamaremos a un buen decorador y diseñador para que nos ayude a seguir mejorando nuestra casa. Este decorador no será otro que el mismo Jesucristo, quien a través de sus dichos y hechos nos marcó claramente cómo quería que fuéramos nosotros. Y de eso precisamente es de lo que nos ocuparemos una vez que acabemos esta serie.

 Padre Lucas Prados

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Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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