Estimado sì sì no no,
un catequista muy capaz, dos carreras y una vida cristiana ejemplar, me ha contado que en un encuentro para los catequistas, dirigido por los doctos de la Diócesis, ha lamentado cómo hoy demasiado a menudo no se habla ya de Jesús, incluso por quien tendría la misión de hablar de él desde la mañana a la noche, mientras que él habla a menudo de Jesús a sus alumnos, adolescentes y jóvenes. A lo cual un docto de la “casta” le ha rebatido inmediatamente que “de Jesús se habla a los niños, mientras que a los jóvenes, a los adultos, se les debe hablar del Espíritu”.
El catequista estaba desconcertado y se preguntaba: “¿Pero acaso el Espíritu no es el Espíritu que procede del Padre y del Hijo? ¿No es acaso el Espíritu de Jesús, que toma de Jesús y lo explica a sus amigos, aquellos que lo siguen? ¿O, por casualidad, diciendo Espíritu se pretende decir otra cosa?
“¡Muchacho, le he respondido, tú quizá no comprendes todavía el sofisma! ¿No sabes, he añadido riendo, que los sacerdotes de hoy estudian seis años de teología, tres para que no los engañen y tres para engañar a los demás?”. Es solo una broma la mía, pero contiene algo de verdad. Hoy, la teología más en boga es la de Karl Rahner, que, como escribió el cardenal Siri de santa memoria, “es una teología sin Cristo”. Hoy, no se quiere afirmar a Jesucristo como único Salvador, porque también Mahoma, Buda y compañeros de las “demás religiones”, tendrían alguna salvación que proponer, como se enseña desde el Vaticano II en adelante. Por tanto, Jesús, hoy más que nunca, molesta a los ecumenistas, antes aún que a los musulmanes, budistas y semejantes, Jesús molesta porque crea divisiones (“Yo he venido a traer la espada a la tierra”, Lc, 12, 51; “El que no está conmigo está contra mí. Quien no recoge conmigo, desparrama”, Lc, 11, 23; “No existe otro Nombre en el cual seamos salvados, fuera del Nombre de Jesús”, Hch, 4, 12).
Desde que alguien dijo que “quería buscar más lo que une que lo que divide”, se ha comprendido que es mejor hablar cada vez menos de Jesús, porque Él se presenta como el único Salvador y no existe otro: “Nadie va al Padre, dijo Jesús, sino por medio de mí” (Jn, 14, 6). Entonces, es mejor hablar del Espíritu, que, sí, es el Espíritu de Jesús, pero podría ir bien también para el Espíritu en sentido general, en sentido hegeliano, el Espíritu alma y armonía de todas las cosas (al estilo del panteísmo, al estilo de Spinoza), el gran Espíritu del que hablan las “religiones” de África, etc. Y entonces, ya no es el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, del cual habla con acentos de fuego el mismo Jesús en su discurso eterno durante la Última Cena, la noche antes de su pasión (Jn, 14, 16); “el Espíritu que mandaré, tomará de lo mío (no de ningún otro) y os lo dará”. “El Espíritu os guiará hasta la Verdad toda entera”. El Espíritu que guía, por tanto, a la comprensión total de Cristo, que modela a Cristo en las almas.
No ya todo esto, que es el “corazón virginal del Catolicismo”, sino la caída de diferentes pastores, de diferentes guías, y de los que les son confiados, en la “gnosis”, en la “gnosis espuria”, en el espíritu de la gnosis, sabiduría solo humana, que de una manera u otra, pretende superar a Jesús, dejar de lado a Jesús, lo cual es propio del anticristo, como enseña Juan, el predilecto (1 Jn, 2, 22-23).
He explicado a mi amigo catequista todo esto. Me miraba maravillado, pero lo he tranquilizado: “Quien te dijo que de Jesús se habla a los niños, me hace sospechar que piense en Jesús como en la ‘fabula Christi’, que serviría solo para los pequeños, mientras que al que crece es necesario hablarle del Espíritu, realidad ‘más para mayores, para personas serias’. Quien te dijo que se hable a los mayores del Espíritu, quizá o sin quizá se abre a la gnosis, a la sabiduría solamente humana, de los principios y de los valores humanos”. Y he terminado: “Permanece unido a Jesús, siendo una sola cosa con Él, por toda tu vida… y para la vida de los jóvenes que te son confiados”.
El catequista asentía. Le he citado la buena alma de Romano Amerio, que ante un discurso así habría dicho que se ha alterado la “Monotríada” de Dios, la Trinidad de Dios, en la que el Verbo, el Verbo encarnado Jesús, está en el centro. ¡Claro, precisamente así, primero está la Cristología, después la Pneumatología! Estimado catequista, desconfía, no te fíes de quien, en vez de Jesús, dice solo “el buen Dios” o “el Espíritu”. Sigue adelante y siempre “Jesús solo”.
Candidus
(Traducido por Marianus el eremita)