Sostengo (de manera especial en mi libro (El rito romano de ayer y del futuro) que el Novus Ordo se aleja descarada y escandalosamente de nuestra tradición litúrgica y merece ser eliminado y reemplazado por el Rito Romano; el único romano que hay. Los lectores de este blog conocen de sobra esa tesis.
Ahora bien, a veces los críticos del Novus Ordo se equivocan haciendo afirmaciones infundadas por no haber entendido bien los principios teológicos. Por ejemplo, en el mercado libre de las publicaciones tradicionalistas que van por libre se observa de vez en cuando a alguien que sostiene que la eliminación de las palabras mysterium fidei de la fórmula de la consagración del vino invalida la forma. Si bien es indudable que la supresión de dicha frase es cuestionable, no invalida en forma alguna el rito.
El motivo lo explica Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica III, cuestión 60, artículo 8:
«Puesto que las palabras operan en el sacramento según su propio sentido (…) es oportuno considerar si la alteración introducida hace desaparecer el requerido sentido de estas palabras. Porque si desaparece este sentido es evidente que el sacramento no se realiza. Es claro que si se elimina de la forma del sacramento un elemento esencial desaparece el requerido sentido de las palabras y, por tanto, no se realiza el sacra-mento. Por eso Dídimo en el libro De Spiritu Sancto 26 dice: Si alguien intenta bautizar omitiendo uno de los nombres indicados, o sea, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, bautizará vanamente. Por el contrario, si se omite de la forma un elemento no esencial, tal omisión no suprime el requerido sentido de las palabras y, consiguientemente, tampoco suprime el sacramento. Así, en la forma de la Eucaristía: porque esto es mi cuerpo, la supresión de la palabra porque no suprime el requerido sentido de las palabras, y por eso no impide la realización del sacramento, aunque pudiese suceder que el autor de la omisión cometiese un pecado de negligencia o de desprecio».
Por lo que se refiere al cáliz, las palabras que se requieren para que se lleve a cabo la transustanciación son: «Éste es el cáliz de mi Sangre». Si las pronuncia un sacerdote válidamente ordenado con la intención de hacer lo que hace la Iglesia, tendrá lugar la Consagración, ya que no hay la menor ambigüedad en la fórmula; no hay duda en cuanto a lo que se dice: que el cáliz contiene la Sangre de Nuestro Señor. Pero si el ministro que consagra no pasara de ahí y omitiese el resto de las palabras prescritas por el rito establecido por la Iglesia, pecaría contra la virtud de la religión al no rendir el culto debido. Por ser contraria al rito prescrito, esa afirmación incompleta sería ilícita; con todo, no sería inválida, por las razones alegadas por el doctor Angélico.
Que muchos autores digan que la totalidad de la fórmula tradicional es la forma del Sacramento, no tiene valor probatorio contra el mencionado argumento, pues hasta el Aquinate distingue entre forma correcta y forma incorrecta, pero no habla de forma inválida. Si no lo vemos de esta manera (que, francamente, es de sentido común), no tardaremos en vernos en apuros cuando tengamos que explicar cómo es que en los ritos orientales se lleva a cabo la transustanciación cuando en ninguno de ellos contiene la expresión mysterium fidei en la fórmula de consagración del cáliz. Por cierto, ése es también el motivo por el que es probable que esas palabras no las dijera el Señor, aunque es posible que procedan de algún apóstol: que por ejemplo las dijera San Pedro en Roma. Así se explicaría que únicamente se encuentren en el Rito Romano y en los derivados de él o los que pertenecen a su ámbito de influencia.
En cuanto a los aspectos eclesiológicos y canónicos, hay que decir también que la autoridad suprema de la Iglesia tiene potestad para especificar o aclarar qué es y no es la forma, o al menos qué es apropiado para un sacramento dado. El Derecho Canónico siempre lo ha reconocido, sin que ningún teólogo lo ponga en duda. Aunque no podemos menos que lamentarnos, y con toda razón, por el daño que hizo Pablo VI al orden de la Misa, no podemos acusarlo de promover un sacramento o una forma sacramental inválidos.
Para terminar, es cierto que ha habido una mutilación al alterarse la finalidad de las palabras mysterium fidei, como ya he expuesto en detalle con anterioridad. Lo que digo ahora es simplemente que no merma la eficacia de lo que se dice según el nuevo Misal, porque lo que se dice contiene la esencia de la forma: que lo que contiene el cáliz [1] es la Sangre de Cristo. Basta con eso en tanto que se cumplan los demás requisitos (materia, ministro e intención debidos). Como enseña Pío XII en su encíclica Mediator Dei, el Sacrificio consiste en la consagración separada del pan y el vino. Y una vez más, Santo Tomás aclara que aunque sea ilícito omitir una parte de la forma, en tanto que se quiera la conversión del pan en Cuerpo y el vino en Sangre las palabras tendrán eficacia.
[1] (Nota añadida a la publicación original.) Santo Tomás comenta una objeción concreta sobre las palabras que pronunció Nuestro Señor en la Última Cena (Comentario sobre Mateo, capítulo 26, versículo 26). Trata de identificar el sentido exacto del pronombre en frases como «este es mi Cuerpo» y «esta es mi Sangre». Señala varias maneras en que podría interpretarse el sentido de este o esta y excluye tajantemente que este signifiquen este pan o este vino,ya que de lo contrario se incurriría en contradicción: «Este (pan) es mi Cuerpo» o «este (vino) es mi Sangre». Tras hacer un análisis gramatical, Santo Tomás llega a la conclusión de que el pronombre significa «lo que esté en estos accidentes». No es, pues, una falsedad decir »este es mi Cuerpo», porque lo que quiere decir es: »lo que se oculta en estos accidentes es mi Cuerpo».
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)