Principios generales de interpretación bíblica

Noción

Se llama heurística bíblica  a aquella parte esencial de la Hermeneútica bíblica que estudia los principios que deben aplicarse para la adecuada interpretación de la Biblia. Tiene un carácter de disciplina introductoria a la Exégesis bíblica.[1]

Punto de partida

A la Biblia nos hemos de acercar con humildad y fe. Deberemos valernos de los medios que las ciencias humanas nos ofrecen para poderla interpretar correctamente; pero sabiendo siempre que el último criterio de interpretación lo tiene el Magisterio de la Iglesia; y que nunca podrá haber contradicción entre la fe y lo que las ciencias humanas puedan concluir.

Un error bastante común que se comete cuando uno se acerca a la Biblia para estudiarla, es el de pretender llegar a entenderlo todo y encontrar razón para todo. En la Biblia encontramos todo y sólo aquello que Dios quiso revelarnos, y de modo más particular, todo aquello que sea útil para nuestra salvación.

La Biblia nos presenta figuras reales, como Adán y Eva, o Noé; o hechos que acontecieron, como las plagas de Egipto, sobre los cuales apenas si tenemos apoyo de las ciencias humanas para su explicación. Sí es verdad que se han hecho muchas conjeturas a la hora de intentar explicar estas realidades, pero nunca son del todo concluyentes. Es por ello que tendrá que prevalecer sobre todo nuestro sentido de fe y aceptar con humildad muchas verdades sobre las cuales el Señor no nos quiso dar una revelación más detallada.

Metodología

Según se desprende de la inspiración divina de la Sagrada Escritura, el libro inspirado es todo él obra de Dios y, al mismo tiempo, todo él también obra del hagiógrafo, siendo ambos verdaderos autores (DV 11).

La heurística bíblica no es, una ciencia meramente histórica, sino netamente teológica. El intérprete debe situarse ante la Biblia como un dialogante al que no compete juzgar el texto de modo exclusivamente humano: de un lado está Dios, que le habla en el texto sagrado, que no es un documento arqueológico, sino vivo, plantado en la Tradición ininterrumpida de la Iglesia; de otro, está el propio intérprete, que debe ponerse cuidadosa y humildemente a la escucha de Dios, para entenderle; ese entendimiento es un acto de fe que exige la obediencia del intérprete. Tal actitud hermenéutica no exime, sin embargo, del esfuerzo intelectual de la razón informada por la fe.

Como nos dice la Dei Verbum, 12:

La Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió, para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas el trabajar según estas reglas… Porque todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios».

Por su parte, H. Schlier sintetiza así la actitud hermenéutica:

«Quien equipado con todas las técnicas del saber filológico e histórico se acerca a interpretar la S. E. y no se preocupa de añadir la fe, ese tal jamás llegará a conocer la realidad que nos comunica en su mensaje el N. T.».[2]

De lo dicho se desprende la doble metodología que debe manejar el intérprete. De un lado, debe ayudarse de todos los auxilios racionales de crítica histórico-literaria: son los llamados principios, criterios o reglas racionales de interpretación, comunes en hermenéutica general. De otro lado están los principios o criterios dogmáticos o de fe, específicos de la interpretación bíblica.

La distinción de ambas series de criterios es metodológicamente correcta y útil, pero hay que evitar, al hacer la exégesis bíblica, separar como dos mundos distintos ambas series, pues en tal caso se llegaría a una vivisección esterilizante.

La realidad de Cristo mismo, vivo y actuante en la Iglesia, y junto con la revelación del Padre y la misión del Espíritu Santo, desborda siempre la imagen fijada en un documento, aunque sea la propia Biblia. En ningún caso puede ser desligado el texto bíblico de la entera vida de la Iglesia, en cuyo seno adquirió su redacción literaria a impulsos de la divina inspiración, y ha sido custodiada e interpretada.

Por consiguiente, el exegeta debe aplicar a cada texto los dos tipos de criterios hermenéuticos mencionados: la mejor técnica histórico-crítica y una profunda fe, con todo su complejo dispositivo doctrinal y espiritual.

Principios generales de interpretación

Son los principios comunes para todo estudio literario histórico-crítico de cualquier texto. Implican todas las cuestiones filológicas y lingüísticas, así como el instrumental para situar el texto en su marco histórico: historia, arqueología, circunstancias personales del autor y de su situación cultural, destinatarios inmediatos, fecha de composición del escrito, crítica histórico-literaria de sus fuentes, género literario al que pueda reducirse, etc.

Por tanto, todas las disciplinas científicas que concurren en la interpretación de un texto, deben ser aplicadas a la interpretación de la Biblia siempre que haya presunción de su utilidad. A ello hay que sumar otros elementos más subjetivos, como la sensibilidad del lector, desigual desde su capacidad especulativa, artística, psicológica, espiritual, moral, etc.

La investigación escriturística contemporánea ha alcanzado un desarrollo considerable en cuanto a las técnicas de hermenéutica racional, en especial por lo que atañe a los auxilios suministrados por la filología, lingüística y algunos métodos hermenéuticos, como son el mejor conocimiento de los géneros literarios de la Biblia, el método histórico-formal y el histórico-redaccional, que aunque con graves prejuicios y errores históricos, filosóficos y teológicos en sus principios, han ido siendo depurados por los críticos católicos, hasta ser empleados con utilidad para ahondar en el proceso de formación literaria de algunos libros o conjuntos de libros de la S. E.

Sin embargo, el enorme esfuerzo de la investigación contemporánea en los dominios de la crítica racional no se ha visto coronado en general por un fruto paralelo desde el punto de vista de la profundización teológica. La causa de ello radica seguramente en la falta de fe. No pocos de los investigadores se han enfrentado con escasa sintonización de fe con la Biblia y con la Iglesia. Por esto se hace ahora especialmente necesario fijar de nuevo la atención en los criterios dogmáticos de hermenéutica.

Principios específicos de la hermenéutica bíblica

Son los criterios teológicos o dogmáticos. Tienen su fundamento y exigencia en la inspiración divina de la S. E. De ahí arrancan dos grupos de criterios, basados respectivamente en la condición de Dios como autor y de la Iglesia como intérprete auténtico de la Biblia.

Para ello, presentamos el siguiente esquema:

Principios específicos de hermenéutica bíblica

  1. Dios, autor de la Biblia
    1. Analogía de la fe bíblica
    2. Desarrollo progresivo de la revelación
    3. Armonía de ambos Testamentos
    4. Acción vivificante interna del Espíritu Santo.
  2. La Iglesia, custodio e intérprete de la Biblia
    1. Intérprete auténtico del Magisterio
    2. Analogía de la fe católica
    3. Sentido de la Tradición en la Iglesia
    4. Testimonio de los Santos Padres

Unas breves explicaciones del cuadro expuesto se hacen necesarias:

  • Por analogía de la fe bíblica se entiende la íntima coherencia de las verdades religiosas contenidas en la revelación escrita. Este principio ofrece un aspecto positivo: merced a la unidad y continuidad de la revelación, unos textos proyectan luz sobre otros y ayudan al lector a una más honda inteligencia. Ofrece, a su vez, un aspecto negativo: ningún texto de la S. E. puede verdaderamente contradecir a otro; cualquier apariencia de contradicción sería sólo eso, apariencia, como efecto de la limitación del lector. Puede la S. E. mostrar diversos acentos, subrayar aspectos diversos de un mismo objeto, como consecuencia del desarrollo progresivo de la revelación y de la distinta personalidad de sus respectivos autores humanos; se puede dar progreso, como, p. ej., de ciertas imperfecciones morales de las leyes del Pentateuco hasta la perfección suma de la moral evangélica, predicada y vivida por Cristo: pero progreso y crecimiento no significan contradicción.
  • Conectado con el principio de la analogía de la fe bíblica está el del desarrollo progresivo y homogéneo de la revelación: Dios no ha mostrado de una sola vez al hombre toda la verdad, sino que, usando de una divina pedagogía, ha ido desvelando nuevos contenidos, revelándose progresivamente a Sí mismo en acontecimientos de la historia bíblica y en palabras que explicaban el acontecimiento (cfr. DV 2), hasta llegar a su revelación suprema, que es Jesucristo, el Verbo Encarnado. Existen, pues, textos más antiguos que pueden ser mejor entendidos a la luz de textos posteriores.
  • Del principio básico de que Dios es el autor de ambos Testamentos se desprende también el tercero de los criterios derivados: la interna armonía de los dos Testamentos, íntimamente conexo con el anterior y que fundamenta, a su vez, la «interpretación cristiana del A. T.». Con arreglo a tal armonía, las nociones, acontecimientos, cosas y personas del A. T. tienen una cierta correlación o «cumplimiento» en el N. T., de modo que, según fórmula feliz de S. Agustín, «El Nuevo Testamento permanece escondido en el Antiguo y el Antiguo Testamento en el Nuevo es revelado». Este modo de entender el A. T. fue ya iniciado por Jesucristo y los Apóstoles, a quienes «abrió la mente para que entendieran las Escrituras» (Lc 24: 44-45), y fue intensamente cultivado por la exégesis tipológica de los Santos Padres.
  • Finalmente, «como la Sagrada Escritura hay que leerla o interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió… » (DV 12), lector e intérprete deben «sintonizar» con ese Espíritu de Dios por medio de la práctica de la vida cristiana, especialmente de la oración, para que la gracia divina y la acción vivificante interna del Espíritu Santo abra el alma a la inteligencia de la S. E. Este criterio interpretativo debe ser usado, sin embargo, con especial humildad y prudencia, persuadido el intérprete de que sólo el Magisterio eclesiástico posee en última instancia el carisma del discernimiento de Espíritu, tanto para interpretar la S. E. como para enjuiciar las interpretaciones particulares de la misma. Sin caer, pues, en el error de la teoría protestante del «libre examen», el intérprete católico debe invocar la gracia divina para entender y profundizar lo que Dios dice en los sagrados libros.

El segundo gran principio es la consideración de la Iglesia como custodio e intérprete auténtico de la S. Escritura. Este principio supone una serie de criterios que hemos agrupado en cuatro, convencionalmente.

  • En primer lugar se ha destacado el criterio de la interpretación auténtica de la Biblia que compete exclusivamente al Magisterio de la Iglesia. Dicho Magisterio puede declarar infaliblemente el sentido auténtico de un texto de la S. E.; tales declaraciones solemnes se han dado pocas veces en la historia de la Iglesia y acerca de pocos textos; pueden reducirse a no muchos más de los siguientes: Mt 16: 16-19; 26:26; Lc 22:19; Jn 3:5; 21: 15-17; Sant 5,14. Esta es la que se llama interpretación directa, que puede ser a su vez positiva, cuando se declara el sentido auténtico de un texto, o bien negativa, cuando se determina como errónea, temeraria, etc., alguna interpretación privada (p. ej., la condenación de la sentencia de J. L. Isenbihel, que negaba el sentido mesiánico de Is 7:14). La interpretación auténtica y directa del Magisterio es el primero y más concreto criterio específico de hermenéutica católica. Tales declaraciones se han dado normalmente ante determinadas circunstancias; por ello, el Magisterio no ha querido definir todas las perspectivas de un determinado texto, sino el sentido de éste respecto a la verdad de fe concreta (p. ej., presencia eucarística, primado de Pedro, mesianismo, sacramento de la unción de enfermos, etc.). Un texto, pues, declarado por el Magisterio puede contener aspectos que no entran en la definición: p. ej., respecto al mencionado texto de Is 7:14, el Magisterio ha definido su carácter mesiánico, pero no ha entrado en la cuestión de si ese carácter debe entenderse en sentido literal o en sentido típico.
  • Junto a la interpretación directa, existe la indirecta, cuando no es el texto mismo de la Biblia el que constituye el objeto formal de la declaración, sino que ésta se refiere formal y directamente a una verdad de fe, para cuya ilustración se trae a colación uno o varios textos de la S. E. Estos casos son numerosísimos en la Historia de la Iglesia y no siempre es fácil precisar de qué modo la declaración del Magisterio afecta a la interpretación de los textos bíblicos. La razón es que cuando el Magisterio define una verdad de fe, lo que queda definido es esa verdad misma; al lado de ella el Magisterio puede y suele dar ciertas razones de conveniencia, las cuales sólo indirecta y no formalmente entran en el alcance de la definición, salvo que expresamente se diga. Así, pues, el intérprete habrá de deducir del contexto de la definición magisterial hasta qué punto queda afectada la interpretación del pasaje. En cualquier caso está obligado a no contradecir el sentido en que el Magisterio ha utilizado el texto, y siempre será para él un criterio orientador en su interpretación personal.
  • Las verdades de la fe tienen entre sí una conexión, más o menos inmediata. Por ello, ante un texto concreto, el intérprete suele tener que poner en confrontación, de alguna manera, todo o parte del discurso general de la fe. En cualquier caso, debe mantener el criterio heurístico de la analogía de la fe católica, es decir, como es lógico, ninguna interpretación particular de la S. E. puede estar en oposición con la doctrina católica; si tal contradicción se produjese, sería indicio de error, y el intérprete deberá reandar el camino de su investigación.
  • En cierto modo, el principio de analogía de la fe católica puede englobar los otros dos criterios heurísticos de: el sentido de la S. Tradición de la Iglesia y el testimonio moralmente unánime de los Santos Padres. Ambos son por lo general más constatables documentalmente que el principio de analogía; o, dicho de otro modo, pueden constituir pasos previos para establecer tal analogía. Ambos criterios alertan al lector acerca de si su interpretación está en conformidad con lo que la Iglesia ha creído y enseñado a lo largo de su historia, o bien si su interpretación personal es coincidente con la de los Santos Padres, testigos primeros de la fe cristiana.

Conclusión

De todo lo dicho podríamos concluir que la hermeneútica bíblica católica, considera a la S.E. como un todo, obra conjunta de Dios y del hombre en el seno de la Iglesia viva, a la que corresponde, en última instancia, la genuina y auténtica interpretación. Y que sin conflicto con la razón y la ciencia, la fe es la fuerza interpretativa capaz de usar rectamente los auxilios de aquéllas, que el progreso de la cultura ofrece.

(continuará)

Padre Lucas Prados


[1] El presente artículo está tomado del libro de José Mª Casciaro, Exégesis bíblica, hermeneútica y teología, Eds. Universidad de Navarra, 1983, 312 págs.

[2] Schlier, H. Über Sinn und Aufgabe einer Theologie des Neuen Testaments, Friburgo Br. 1964, 11.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a lucasprados@adelantelafe.com

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