Esta semana, mientras observaba el asunto del COVID-19 coronavirus dominar las conversaciones online suscitando discusiones a diestra y siniestra sobre lo que debía hacerse, si preocuparnos o permanecer totalmente impávidos, etcétera, me encuentro pensando sobre una anécdota del conocido autor y orador, Simon Sinek (a quién ya he mencionado aquí antes):
Ahora bien, tal vez haya un número de lecciones que podamos aprender de esta historia, pero por el momento me gustaría concentrarme en una sola.
El conocimiento epidemiológico que tenemos hoy es realmente diferente al que teníamos hace un siglo o dos atrás. El estudio de la microbiología y el reconocer que el simple acto de lavarse las manos puede destruir microorganismos que de otra manera resultarían fatales es, en la línea de tiempo, un concepto realmente novedoso. A medida que empeora la pandemia del coronavirus recordamos lo que Oliver Wendell Holmes dijo a esos médicos muchos años atrás: hay ciertas medidas razonables y prudentes que pueden tomarse fácilmente que tendrán un efecto beneficioso para salvar vidas.
Al hablar de coronavirus, debo admitir que al principio le resté importancia. Había visto a la gripe porcina, el SARS y otras amenazas de pandemia ir y venir sin desembocar en el drama que prometían, y no quise alterarme. Pero a medida que veía esta situación desarrollarse, a medida que veía cómo reaccionaban los gobiernos del mundo, hablaba con amigos que trabajan en la profesión médica o cerca de ella, leía sobre el potencial que tiene este virus para desbordar las capacidades hospitalarias, frenar en seco a la economía, y generalmente alterar nuestras vidas de forma significativa aunque no tengamos la infección, más me convenzo de que debemos tratarla seriamente.
Obviamente, hay mucho desacuerdo al respecto. Hay mucha información aparentemente contradictoria. También hay desacuerdo sobre el nivel de precaución que hay que tener. Hoy mi propósito es promover la prudencia y espero que, con ese fin, me escuchen aunque piensen que solo estoy aprovechando esta nueva amenaza para la salud, diseñada para inducir el pánico, con fines financieros o políticos.
Especialmente si eso es lo que piensan.
Italia prohíbe todas las misas
Cuando el fin de semana se difundió la noticia de que todas las misas públicas de Italia iban a cancelarse por el resto del mes como respuesta a una orden del gobierno italiano de suspender “ceremonias civiles y religiosas, incluyendo funerales”, hubo una explosión de furia e incredulidad en el mundo católico. Se dispararon acusaciones de infidelidad a los obispos italianos — y en verdad, en base a su historial, ¿quién lo discutiría? Luego siguieron las teorías conspirativas y la especulación sobre la retribución divina por varios pecados, incluyendo la idolatría en el Sínodo de la Amazonía. Incluso han teorizado que esto es parte de un plan largamente deseado de detener las misas para siempre en todo el país.
Es fácil comprender por qué la gente piensa esas cosas.
El hecho es que nos hemos acostumbrado tanto a la prevalencia de la cepa débil, afeminada y anti-sacramental del catolicismo que domina nuestra Iglesia, que tenemos la tendencia, por momentos, de reaccionar por demás en la dirección contraria. Pensamos que un catolicismo “masculino” o “auténtico” es uno en el que actuamos en la manera que creemos que actúan los héroes en todo momento y contra viento y marea. Tenemos estándares tribales con los cuales medimos nuestra fidelidad frente a las masas populares y, con frecuencia, frente a otros miembros de nuestra misma tribu.
Creemos que si ayunamos más, vamos más a misa y nos confesamos más seguido, rezamos más rosarios, hacemos más penitencia, eliminamos las cosas mundanas de nuestra vida, boicoteamos a todas las compañías, nos vestimos más modestamente, rompemos los televisores, despreciamos cualquier cosa postconciliar, tenemos más hijos, denunciamos más abusos, etc. hemos demostrado que pertenecemos a la fiel élite elegida.
Nuevamente, hay algo de verdad en todo eso. Hay virtud en una aplicación prudencial de todos esos principios. Y sin embargo, tal como enseña Santo Tomás, “parece que la virtud moral no consiste en el medio.”
Luego explica, “…su mal está, consiguientemente, en que disienta de su regla o medida, lo cual sucede, o bien porque excede la medida, o bien porque no la alcanza, como se ve claramente en todas las cosas reguladas y medidas; resulta claro que el bien de la virtud moral consiste en la adecuación a la medida de la razón.”
Entonces, mientras evaluamos aquello que enfrentamos con esta enfermedad global, traigamos a consideración la medida de la razón.
Formando una mirada prudente del precepto dominical
Por razones obvias, los católicos de todo el mundo que leen lo de Italia — que al momento de escribir esto contaba con más de 10.000 casos confirmados de COVID-19, y 631 muertes, con reportes de que los hospitales están sobrepasados — están preocupados por sus correligionarios italianos. Tampoco pueden dejar de preguntarse cómo sería si ellos también tuvieran prohibido el acceso al santo sacrificio de la misa — por el resto de la Cuaresma, ni más ni menos.
En respuesta, ha habido mucha resistencia de los fieles católicos solo ante la idea de algo así. También vi a más de uno sugerir que es imposible que la eucaristía, por ser la Presencia Real, sea un portador de infección. Surgen en las redes sociales tiempos pasados de plaga y las respuestas de varios santos. Si uno echa un vistazo a todo ese palabrerío, no es difícil tener la impresión de que si tuviéramos suficientes misas de reparación y procesiones eucarísticas públicas atacaríamos s esta enfermedad hasta su sumisión, como buenos católicos.
Tal como me dijo una persona, respondiendo a mi apoyo a que las personas se queden en casa y en lugar de ir a misa si están enfermas, “de ninguna manera me alejaré de la eucaristía.”
Creo que es justo afirmar que el Dr. Joseph Shaw, jefe de la Latin Mass Society de Inglaterra y Gales y uno de los firmantes tanto de la carta de censuras teológicas a Amoris Laetitia como la Correctio Filialis al Papa Francisco, no es un pseudo-católico modernista y afeminado. Y sin embargo, tal como señaló rápidamente ayer, el tipo de pensamiento que crece en respuesta a la acción prudente es realmente problemático:
(Tweet: Estoy realmente harto de las personas que insinúan que es piadoso o tradicionalista ignorar las preocupaciones de salud pública respecto a reuniones públicas e higiene. Esta no es la actitud de los católicos maduros. Aquí está el Catecismo de Baltimore volumen 3 .)
Si no comprenden lo que dice la imagen que publicó del tercer volumen del Catecismo de Baltimore, dice así:
“1154. P. ¿De qué debemos guardarnos cuidadosamente en nuestras devociones y prácticas religiosas?
R. En todas nuestras devociones y prácticas religiosas debemos guardarnos cuidadosamente de esperar que Dios realice milagros cuando podemos alcanzar lo que deseamos por causas naturales. Algunas veces, Dios nos ayudará milagrosamente, pero como regla, solo cuando todos los medios naturales hayan fallado.”
Como señala correctamente el Dr. Shaw, “la gente que insinúa que es piadoso o tradicionalista ignorar las preocupaciones de salud pública respecto a reuniones públicas e higiene” no tiene “la actitud de los católicos maduros”.
Y sin embargo es una actitud sorprendentemente usual, incluso en tiempos en que somos conscientes de que este virus, para el cual no existe vacuna o inmunidad natural conocida, está matando a los ancianos infectados a tasas particularmente altas — en más del 15%. (Los jóvenes también están siendo infectados, aunque normalmente con menos severidad. Afortunadamente, los niños jóvenes parecen ser los menos afectados.)
Aun así, tal como dije antes, muchos de nosotros tenemos una tendencia para desestimar todo esto. En los últimos días he visto innumerables repeticiones de “son sólo los ancianos los que están en peligro” — que extrañamente suena como un argumento en favor de la eutanasia — o “es una conspiración mediática diseñada para generar pánico”, etc. Y sin embargo sospecho que hasta las personas más despectivas pensarían diferentemente si se tratara de su madre o su padre, su tía, abuela, o esposo, hijo, o hermano inmunodeprimido que se encuentra agonizante.
Muchos católicos fueron educados para pensar que debemos arrastrarnos a misa mientras tengamos pulso, sin importar qué tan enfermos estemos. Después de todo, Jesús murió por nosotros; ¿no podemos soportar por Él un poco de fiebre, dolor de garganta, o virus estomacal?
Ayer, mi amigo John Zmirak escribió en The Stream un artículo que nos hace pensar sobre este tema. Cuenta la historia del Padre Dermot, el “mejor sacerdote que jamás haya conocido,” un irlandés y misionero en África, pastor de una parroquia tradicionalista en Baton Rouge. Zmirak dice que los sermones del padre, “eran agudos y estrictos. Nos forzaban a examinar nuestra consciencia, y a veces nos hacían sentir pequeños.”
Pero luego llegó el “peor sermón” del P. Dermot.
Zmirak cuenta la historia:
“Uno de los sermones del padre me llevó por el mal camino. Habló de los “tiempos penitenciales”, en que los ocupantes ingleses habían prohibido la misa. Los sacerdotes la decían sobre rocas en las colinas bajo amenaza de muerte. Los creyentes dejaban todo ante el rumor de un sacerdote cerca. Se reunían en la neblina y la lluvia para adorar afuera, en los campos. El padre rememoró su antiguo trauma para dejar en claro un simple punto. “Si pueden caminar y sentarse derechos, se acercan a adorar a Dios. No me importa si tienen que arrastrarse hasta aquí,” dijo. Nos hizo acordarnos de todos aquellos hombres que murieron en manos de los ingleses por ofrecer los sacramentos. A menos que nuestro riesgo fuese el mismo, no teníamos excusa para no venir.”
Eso dejó en mí una marca. Demasiado profunda, creo. Honradamente, jamás se me ocurrió que por arrastrar mi cuerpo enfermo a la Iglesia, tocar el agua bendita y tomar la comunión en mi boca, podía estar poniendo a otros en peligro. Personas ancianas, personas frágiles, personas que no tienen mi fuerte sistema inmune eslavo. Hizo falta que mi novia tuviera una prohibición médica de asistir a misa para que yo me diera cuenta. Ahora, cuando siento que estoy enfermo, me niego el placer y el privilegio de ir a misa. Se convierte en un domingo triste y solemne.”
Solía tener básicamente la misma filosofía que el P. Dermot. También solía tener algo de ese pensamiento mágico acerca de la eucaristía. De chico solían agarrarme fuertes dolores de garganta — por momentos casi deliraba por la fiebre y la infección. Pero recuerdo ir a misa y rezar para que, por la recepción de la eucaristía que bajaba por mi garganta, me sanara como la hemorroísa que tocó el manto de Jesús. (Me alegraba aún más si me sucedía durante la bendición de las gargantas en la fiesta de San Blas.)
Solo que no es así como funciona. Nunca me curó, ni una sola vez. Necesitaba la eucaristía para fortalecer mi alma, no curar mis dolores físicos. (Para lo último solo necesitaba antibióticos.)
Y la eucaristía tampoco está protegida divinamente para no cargar con agentes patógenos. Los accidentes de el pan y el vino subsisten después de la transubstanciación, y si dichos accidentes entran en contacto con un virus, pueden desparramarlo. Como también lo hacen los dedos ungidos de un sacerdote. Nuevamente, el Dr. Shaw:
(Tweet: Santo Tomás de Aquino: “Y si se da cuenta de que el vino consagrado tiene veneno, no debe asumirlo ni dárselo a nadie para que el cáliz de vida no se convierta en instrumento de muerte.” Summa Teológica III C83 a.6, ad3. Lo mismo aplica a la hostia, por supuesto.)
Y creo que la mayoría de nosotros hemos escuchado el caso de la supuesta hostia sangrante que resultó estar infectada con una especie de moho rojo.
Mi propia equivocación respecto a la obligación de ir a misa durante una enfermedad solo cambió al hacerme amigo de un hombre que tiene un pequeño con fibrosis quística. Cualquier gripe o fiebre común podían convertirse en algo potencialmente mortal para su hijo. Cada viaje a misa para ellos requería, en esencia, tener cuidado de un posible virus mortal. Él suplicaba a las personas que se quedasen en sus casas si estaban enfermas.
Como Zmirak y su novia inmunocomprometida, hizo falta eso para yo que despertara. Y para ser sinceros, todavía siento culpa si falto a misa por una enfermedad, o si debo cuidar a algún familiar enfermo. Pero el Catecismo deja las cosas claras:
“2181 La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su párroco propio. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.”
Todo se reducía a darme cuenta que no se trataba de mí. No se trataba de probar si era lo suficientemente fuerte, si amaba a Jesús lo suficiente, si era lo suficientemente católico. Se trataba de todos los demás a quienes podía dañar sin querer. Era una prueba de cuánto me preocupaba el bien de los demás, como los Evangelios nos ordenan que hagamos.
Estos días, tengo un suegro de 87 años que vive con nosotros la mayor parte del tiempo. Por razones que médicamente no son muy claras, ha tenido una tos crónica durante los últimos seis meses. Con frecuencia lo escucho respirar con dificultad. Es difícil hacerle entender que está en riesgo y que necesita quedarse en casa — le gusta mantenerse activo. ¿Pero qué sucede si mi esposa o yo o nuestros seis hijos, muy activos pero muy poco conscientes de su higiene y que literalmente tocan todo, traen de la parroquia este virus a casa? Una parroquia en la que, no tengo duda, muchos fieles van a misa cuando están enfermos porque sienten la obligación.
¿O qué si, como en los casos que surgen en la costa oeste de los Estados Unidos, las personas vienen a misa sin saber que están enfermas, siendo contagiosas antes que siquiera aparezcan los síntomas, a veces hasta 2 o 3 semanas después de haber sido infectadas?
Para mi suegro, este virus podría ser una sentencia de muerte. Y cuanto más leo sobre sus efectos, menos quiero ver gente vulnerable agarrárselo.
Por qué el Coronavirus es una preocupación
El Dr. Daniele Macchini, doctor en el hospital Humanitas Gavazzeni de Bérgamo, Italia, publicó un largo mensaje (original en italiano aquí) en Facebook, que ya ha sido ampliamente difundido, describiendo la situación en su institución. Él describe cómo su hospital entero se ha convertido en un centro de atención de urgencias para los infectados. Escribe:
“La situación actual es totalmente dramática. No se me ocurre otra palabra. La guerra ha explotado literalmente y las batallas son ininterrumpidas día y noche. Una tras otra, las pobres personas llegan a la sala de urgencias. Tienen mucho más que complicaciones por una gripe. Dejemos de decir que es una gripe grave. En estos dos años he aprendido que la gente de Bérgamo no viene a la sala de urgencias. Actuaron bien esta vez. Siguieron todas las indicaciones dadas: una semana o diez días en casa con fiebre sin salir y arriesgarse a contagiar, pero ya no pueden aguantarlo más. No respiran lo suficiente, necesitan oxígeno.”
Aquí, el Dr. Macchini aborda algo que he escuchado mucho: “No es peor que una gripe.” Claramente, esta experiencia es diferente. (Y si bien es difícil no tomar con algo de escepticismo lo que dicen los oficiales chinos, el Centro de Control de Enfermedades de China reporta que, de hecho, el coronavirus es “unas 20 veces más letal que la gripe común.”)
Macchini continúa su análisis centrándose en la dificultad de tratar esta nueva enfermedad, y la manera en la que está sobrepasando el sistema de salud italiano:
“Las terapias medicinales para este virus son pocas. El curso depende principalmente de nuestro organismo. Solo podemos ayudar cuando ya no aguanta más. Seamos sinceros, más que nada se espera que nuestro cuerpo erradique el virus por su cuenta. Las terapias antivirales son experimentales en este virus y aprendemos sobre su comportamiento día tras día. Quedarse en casa hasta que los síntomas empeoren no cambia el pronóstico de la enfermedad.
Sin embargo, ahora ha aparecido el drama de la necesidad de camas. Uno tras otro, los departamentos que se habían vaciado se están llenando a un ritmo impresionante. Los tableros con los nombres de los pacientes, con colores diferentes según el tipo de unidad a la que pertenecen, ahora son todos rojos y en lugar de una cirugía lo que figura es el diagnóstico, que es siempre el mismo: neumonía intersticial bilateral.”
Según el Dr. Macchini, el virus está destruyendo las barreras protectoras del tracto respiratorio, permitiendo que las bacterias invadan bronquios y pulmones. Un artículo del National Geographic dice que además, con el coronavirus, la respuesta inmune puede enloquecer y matar los tejidos sanos que de otra manera habrían ayudado a expulsar la infección.
La neumonía llena los pulmones con líquido y desechos. Y el coronavirus, como el SARS, debido a una reacción inmunológica excesiva, puede causar daño permanente, dejando agujeros en el tejido de los pulmones y causando inflamación y más acumulación de líquidos. Esto hace que la gente no pueda respirar. En varios casos, puede conducir a fallo respiratorio y la muerte.
Básicamente, te ahogas. No es una linda manera de irse.
El Dr. Macchini continúa:
“Mientras todavía hay personas que en las redes sociales se enorgullecen de no tener miedo y de ignorar las indicaciones, protestando porque los hábitos de vida normales están “temporalmente” en crisis, el desastre epidemiológico sigue en curso. Y no hay más cirujanos, urólogos, ortopedistas; sólo somos médicos que de golpe formamos parte de un único equipo para atender este tsunami que nos excede. Los casos se multiplican, llegamos a tener 15–20 hospitalizaciones por día, todas por la misma razón. Los resultados de las muestras llegan uno tras otro: positivo, positivo, positivo. De golpe la sala de emergencias colapsa…
Por lo tanto, tengan paciencia por no poder ir al teatro, al museo, o el gimnasio. Intenten tener misericordia de esos miles de ancianos a los que podrían aniquilar. No es culpa de ustedes, lo sé, sino de aquellos que les hacen creer que están exagerando, e incluso este testimonio pueda parecer una exageración para quienes estén lejos de la epidemia, pero por favor escúchennos, intenten dejar sus casas solamente para lo indispensable.”
¿Entonces, cuál es la respuesta católica?
Sé que muchos de ustedes estarán en desacuerdo conmigo, pero con lo que sé, me cuesta ver la suspensión temporal de las misas en Italia, o cualquier otro lado, como algo desleal y tonto. Por empezar, los obispos italianos cumplieron con una orden gubernamental destinada no a perseguir sino a proteger. Me han dicho que en toda Italia las Iglesias aún están abiertas para orar. Hay adoraciones y la confesión todavía está disponible. Están intentando limitar los encuentros numerosos de personas en lugares cerrados. No está muy claro si los sacerdotes todavía ofrecen misas privadas. Si no, debieran, aunque me dijeron que hay muchos que han sido entrenados para no ofrecer misa sin una congregación. (Otra gran pérdida de práctica pre-conciliar.)
No sé si veremos algo tan drástico en otros países, pero no me sorprendería. Las próximas dos semanas serán reveladoras a medida que aumente el número de infecciones. Los ciudadanos norteamericanos ya están enfureciéndose con la idea de cualquier cosa obligatoria y no culpo a nadie por esa reacción. Aquí tenemos alergia a la extralimitación burocrática. Pero se están decretando estados de emergencia en múltiples lugares. Los sistemas escolares están cerrando, y las universidades están cancelando clases. Las empresas están cancelando viajes internacionales y pidiendo a gente que trabaje desde casa. Las conferencias también están siendo canceladas. La empresa de ferrocarriles Amtrak suspendió su servicio entre Washington D.C. y Nueva York. El gobernador de Nueva York creó una zona de contención en Nueva Rochelle, donde aparecieron 100 casos. Allí, la cuarentena será reforzada por la Guardia Nacional.
A esta altura, tenemos menos de mil casos y treinta muertes. Pero esos números aumentarán.
En cuanto a nuestra diócesis, no he visto mucha orientación. En un extraño video, el cardenal Dolan de Nueva York interrumpió abruptamente al diácono cuando éste pidió el saludo de la paz durante la misa, diciendo, “Mejor no, ¿está bien? No debemos hacerlo, con todas las precauciones que hay. Agnus dei…” (Una lástima que no terminen con eso para siempre, pero eso es para otro artículo.)
En términos prácticos, creo que el precepto dominical debiera dispensarse en forma generalizada para que las personas preocupadas por enfermarse o llevar infecciones a familiares vulnerables puedan sentirse en paz por guardar el domingo en casa sin faltar al precepto.
Debido al hecho de que el virus puede incubarse por hasta tres semanas sin síntomas mientras todavía es contagioso, es importante reconocer que una vez que las personas de la parroquia están enfermas, ya es muy tarde para evitarlo. Si uno respira a menos de dos metros de una persona infectada, se pone en riesgo de infección. (Ver aquí una breve descripción de los métodos de transmisión.)
Pero incluso con una dispensa del precepto, es razonable asumir que muchas de las personas que de todas formas irán a misa son las que tienen la mentalidad del P. Dermot. Por ejemplo, hablé con un conocido durante el fin de semana que insistía en ir a misa aunque sabía que tenía gripe. (Bueno, con suerte solo era gripe.) Me dijo que no hay excusas para faltar a misa, ni siquiera la enfermedad, y dijo que su pastor le dijo lo mismo. Él no se convenció con mi cita del catecismo.
Es por eso que comprendo la lógica de la suspensión temporal de las misas públicas, si bien comprendo lo peligroso que parece que algo así suceda. Las personas enfermas no dejarán de venir a menos que no puedan.
También está el problema de los funerales, las confesiones y los bautismos. Si bien la eucaristía es la fuente y cumbre de la vida cristiana, solo estamos obligados s recibirla una vez al año. Una comunión espiritual durante un corto período de tiempo en lugar de la recepción física es un sacrificio que cualquiera de nosotros puede hacer por el bien de nuestros hermanos en Cristo. Pero no podemos esperar tanto cuando se trata del nacimiento, la muerte y el pecado. Van a tener que crear una disposición razonable para estas cosas, y tal vez sea suficiente con que no asistamos a estos sacramentos en grupos numerosos.
Pensamientos finales
Todo esto me lleva a la historia de Sinek sobre la peste negra en la cuna.
Cuando fallamos en identificar las medidas apropiadas para situaciones como esta o rechazamos las advertencias que recibimos, podemos generar resultados catastróficos.
Debemos tener cuidado en pensar solamente en lo que nosotros estamos dispuestos a sufrir para vivir nuestra fe, y no pensar en lo que podemos estar ocasionando a otros. Sin dudas, el quinto mandamiento aplica aquí.
Las comparaciones con acciones católicas en plagas históricas no alcanzan por las razones mencionadas en el video. Incluso los doctores de esa historia — Sinek resalta que se consideraban a sí mismos “hombres de ciencia” — no sabían que lavarse las manos podría haber detenido la misma epidemia que intentaban curar.
Si los fieles hubiesen sabido siglos atrás que posiblemente hubieran podido evitar el contagio, evitar ver a sus hijos y otros seres queridos morir muertes horribles y atroces por enfermedades terribles, sólo por quedarse en casa o lavarse las manos, no tengo ninguna duda que muchos de ellos lo habrían hecho. Y sí, los santos que asistieron a los enfermos en aquellos tiempos habrían continuado con su cuidado pastoral, y muchos habrían muerto enfermos por amor a esas almas — una muerte noble y santa.
La clave aquí está en que la virtud yace en sacrificarnos por amor a otros, no en permitir que nuestro amor a la fe nos ciegue al punto de exponer a los otros a un riesgo innecesario.
Volviendo a la moral de la historia de Sinek: a veces, nosotros somos el problema. Esto es algo que debiéramos esforzarnos por evitar.
Entonces, si llega el momento de quedarse en casa y no ir a misa, quédense en casa. Recen el rosario. Recen su misal. Aprovechen la fantástica calidad HD de la transmisión de la misa de la Fraternindad de San Pedro en LiveMass.Net. Únanse a otros hermanos católicos online y recen el uno por el otro por su bien y sus intenciones.
Cuando todo esto termine, el coronavirus podría ser peor de lo que algunos han creído o menos terrible de lo que otros han temido. Por el momento, no sabemos lo que no sabemos. Pero actuar con abundante precaución para preservar la vida, o para frenar la propagación de la enfermedad para que aquellos que necesitan atención puedan obtenerla, no es algo de lo que nos arrepentiremos si la amenaza termina siendo insignificante.
El no tomarlo con suficiente seriedad si terminará siendo funesto, ciertamente lo será.
Steve Skojec
Traducido por Marilina Manteiga. Fuente: https://onepeterfive.com/prudence-and-pandemic-considerations-on-coronavirus/