Naturaleza de la Misa
La Misa es el Sacrificio del Calvario que se renueva de manera incruenta en los altares de la Nueva y Eterna Alianza (Catecismo del Concilio de Trento, parte II, Los Sacramentos, § 3, La Eucaristía, n. 235. L’Eucarestia come Sacrificio, tr. it., a cargo del padre Tito S. Centi, Siena, Cantagalli, 1981, p. 289)[i].
Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica (III, q. 83, a. 1), enseña que “En la Eucaristía, Cristo se ofrece en Sacrificio como en la Cruz, y esto no sólo porque la Eucaristía es una conmemoración del Sacrificio de la Cruz, sino también porque se participa de sus frutos aplicándonos los méritos que Cristo ganó en el Calvario”.
Jesús, como hombre, sufrió y murió por nosotros en el Calvario y como Dios dio a sus acciones y sufrimientos un valor infinito. Además, durante la Ultima Cena[ii], dispuso que el Sacrificio del Calvario se renovase para todos los hombres de todas las épocas mediante la Misa, que tiene un valor infinito como el Sacrificio del Calvario (Catecismo del Concilio de Trento, II parte, § 3, n. 237. Cit., pp. 290-291). En la Ultima Cena y en el Calvario, Jesús se ofreció sólo a Sí mismo ya que no había fundado todavía la Iglesia, que salió de su costado traspasado por la lanza solamente después de Su Muerte (Concilio de Vienne en Francia, DS, 901). Por el contrario, en la Misa, Jesús se ofrece a Sí mismo y a toda la Iglesia, o sea, el “Christus totus”, como lo llama San Agustín, ya que, después de Su Muerte, El es la Cabeza principal e invisible de la Iglesia, que es Su Cuerpo Místico (cfr. Pío XII, Encíclica Mystici Corporis Christi, 1943).
El Sacrificio del Calvario es sustancialmente diferente no sólo de los sacrificios de las religiones paganas, sino también de los del Antiguo Testamento, los cuales habían sido instituidos por Dios como figuras de la Muerte en Cruz de Jesús y de la Misa, en la cual Su Muerte se renueva de manera incruenta, o sea, sin derramamiento de Sangre. Por ello el Sacrificio del Nuevo Testamento es permanente en el sentido de que durará hasta el fin del mundo y no será sustituido, mientras que los sacrificios del Antiguo Testamento eran transitorios porque debían ser sustituidos por el único Holocausto de valor infinito y agradable a Dios, el del Verbo Encarnado.
La Religión y el Sacrificio en la antigüedad pagana y en el Antiguo Testamento
En todo tiempo y en toda religión, el hombre ha ofrecido a Dios sacrificios: “Ofrecer a Dios sacrificios pertenece al derecho natural. Dicha ofrenda ha sido practicada por todos los pueblos y la sola razón natural demuestra que el hombre depende de un Ente superior y que dicha dependencia suya del Ser perfectísimo se manifiesta mediante signos sensibles, o sea, los sacrificios” (S. Th., II-II, q. 85, a. 1). Por ello, “siendo el sacrificio ofrecido a Dios de derecho natural, todos están obligados a ofrecerlo” (ivi, a. 4).
El Sacrificio es la ofrenda pública, hecha a Dios por el sacerdote, de una cosa sensible (una paloma, un cordero, un fruto), que se debe destruir para testimoniar el dominio absoluto del Creador sobre la criatura. Con el sacrificio, en efecto, se reconoce a Dios el derecho absoluto de vida y muerte sobre todas las criaturas, porque ellas son creadas y mantenidas en el ser por El, y se Le adora (fin latréutico; latria = culto de adoración). Sin sacrificio no hay adoración de Dios, no hay religión.
Desde la antigüedad pagana, todos los pueblos y especialmente el israelita en el Antiguo Testamento, al cual Dios había prescrito positivamente[iii] las víctimas que debían ofrecerse y el modo de ofrecerlas, siempre ofrecieron algo a Dios y lo destruyeron (holocausto = destrucción total de la víctima) para profesar su fe en la Omnipotencia de Dios, que es Creador y Señor del cielo y de la tierra y para reconocer que todo bien viene de Dios y se refiere a El. Como el hombre no puede sacrificarse a sí mismo o a otros hombres (por la Ley natural y divinamente Revelada en el 5º Mandamiento), ofrece en su lugar un animal o un fruto a Dio para demostrar a Dios que El tiene el derecho de dominio supremo sobre todas las criaturas y también sobre él y por ello estaría dispuesto a ofrecerse a sí mismo en holocausto para adorarLe como le ofrece y destruye en homenaje una criatura no racional.
Los sacrificios del Antiguo Testamento eran agradables a Dios sólo porque prefiguraban el Sacrificio de la Cruz, que habría sido perpetuado y aplicado hasta el fin del mundo todos los días y en todas las partes de la tierra, y Dios concedía a quien participaba en ellos gracias espirituales (y también materiales, con la condición de que estuviesen dirigidos al bien del alma), pero solamente en vista del Sacrificio del Calvario.
“Umbram fugat veritas / la realidad disipe la sombra”: el Sacrificio del Nuevo Testamento
Para reparar las ofensas contra Dios, que es una Persona infinita, es necesaria una Víctima infinita. Ahora bien, Ella nos fue dada con la Encarnación del Verbo, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. La ofrenda que Cristo realizó de Sí mismo en el Altar de la Cruz honró y dio gracias (fin eucarístico, eucaristía = acción de gracias) a Dios de manera infinita, nos obtuvo el perdón del pecado (fin propiciatorio, propiciar = hacer amigo [a Dios]), pecado que tiene una malicia infinita en cuanto es cometido contra Dios, que es infinito (S. Th., I-II, q. 88), la remisión de la pena debida a la culpa (fin satisfactorio, satisfacción = pagar la pena después de una culpa) (S. Th., I-II, q. 87) y la impetración (fin impetratorio, impetrare = obtener algo) de todas las gracias espirituales (y materiales subordinadamente a la salvación del alma)[iv].
El papa León XIII, en la Encíclica Caritatis studium (25 de julio de 1898) enseña: “Como era necesario que un rito sacrificial acompañase la religión en todo tiempo, el Redentor quiso que el Sacrificio del Calvario, consumado cruentamente o con derramamiento real de Sangre una vez por todas, se hiciera perpetuo y perenne, renovado incruentamente (sin derramamiento de sangre) todos los días hasta el fin del mundo”.
Es por este motivo por lo que el Sacrificio del Calvario y el de la Misa son sustancialmente un solo e idéntico Sacrificio; difieren sólo en el modo: cruento el primero, incruento el segundo (Catecismo del Concilio de Trento, II parte, § 3, n. 238. Cit., p. 292).
Las cuatro causas del Sacrificio del Calvario y de la Misa
En efecto, en el Calvario y en la Misa son sustancialmente idénticas las cuatro causas o principios que los constituyen.
Causa eficiente
La causa eficiente es Aquel o aquello por por quien o por qué es hecho algo. En el Calvario y en la Misa, la causa eficiente es idéntica porque idéntico es el Sacerdote principal, que es Jesucristo, el cual se ofreció por Sí mismo en el Calvario, mientras que en la Misa se ofrece mediante los sacerdotes.
El Sacrificio de la Misa no es realizado eficientemente por todos los fieles junto con el Sacerdote consagrado, sino que solamente quien ha recibido el Sacramento del Orden sagrado es el Sacrificador o el Ministro del Sacrificio del Altar (cfr. Pío XII, Encíclica Mediator Dei, 20.XI.1947).
Los fieles bautizados pueden “ofrecer” a Dios, solamente a través del Sacerdote, la Víctima infinita y pura mediante su intención (o “in voto”), y no sacramentalmente, como causa eficiente secundaria y subordinada a Cristo, Causa primera del Sacrificium Missae. En pocas palabras, los fieles, gracias al Sacramento del Bautismo, pueden recibir todos los demás Sacramentos, que los no bautizados no pueden recibir, y además pueden participar “activamente” en el Sacrificio de la Misa, pero solamente a través del Sacerdote consagrado y válidamente ordenado, el cual consagra y hace presente a Jesús bajo las especies del pan y del vino.
Este y no otro es el sentido genuino de la frase de San Pedro que define a los cristianos como “un sacerdocio real” (I Pt., II, 9); sacerdocio no “ordenado”, común a todos los bautizados, que tienen el deber de presentarse a sí mismos a Dios como víctima espiritual a través de la imitación de Cristo y la asimilación a Jesús mediante la gracia santificante.
El Sacerdote, que ha recibido el sacramento del Orden sagrado, por el contrario, puede transustanciar el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo. Jesús se sirve de sus manos y de su voz para ofrecerse visiblemente al Padre y aplicar los frutos de la Redención merecidos en el Calvario hace dos mil años a las personas que asisten a la Misa todos los días hasta el fin del mundo.
El Concilio de Trento definió de Fe e infaliblemente: “El mismo Jesús, que se ofreció un día en la Cruz, se ofrece ahora [todos los días hasta el fin del mundo] por el ministerio de los sacerdotes” (sesión XXII, cap. 2). Por lo tanto, en la Misa como en el Calvario, es único e idéntico el Sacerdote, esto es, Cristo mismo, ya que los ministros celebrantes, cuando consagran, no actúan en nombre propio, sino en persona de Cristo.
En efecto, el Sacerdote no dice: “Esto es el Cuerpo de Cristo”, sino “Esto es mi Cuerpo”, no dice “Este es el cáliz del Sangre de Cristo”, sino “Este es el cáliz de mi Sangre” porque representa en ese momento a la Persona de Cristo y, de este modo, transforma la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo (cfr. Catecismo del Concilio de Trento, parte II, § 3, nn. 235-238. Cit., pp. 288-293).
Causa final
La causa final es el fin por el que algo es hecho.
La causa final de la Misa es cuádruple porque los fines de la Misa (Catecismo del Concilio de Trento, II parte, § 3, n. 238. Cit., p. 292) son los mismos del Calvario: 1º) adorar a Dios, reconociendo que El es Todo y nosotros nada; 2º) darLe gracias por todos los dones que nos ha dado; 3º) obtener el perdón de nuestros pecados (propiciación) y la remisión de la pena debida a la culpa (satisfacción); 4º) impetrar y obtener todas las gracias espirituales que necesitamos para nuestra alma y, condiciondamente a ella, para nuestro cuerpo.
Tanto en el primero como en el segundo Sacrificio, por lo tanto, Jesús Sacerdote principal y víctima, se ofrece para los mismos cuatro fines.
Ahora bien, “una sola oración de Cristo tiene un valor infinito y puede obtenernos todo” (San Alfonsio de Ligorio). Por lo tanto, el medio verdaderamente infalible para obtener las gracias (si son para nuestro bien) es la Santa Misa.
Causa material
La casa material es la cosa sensible que es ofrecida, o sea, la víctima u hostia.
Ahora bien, en el Sacrificio del Gólgota y en el de la Misa, la Víctima ofrecida a Dios para la Redención del género humano es la misma, os sea, Jesucristo, como enseña el Concilio de Trento: “una sola y misma es la Víctima y Aquel que ahora la ofrece, mediante el ministerio de los sacerdotes, es Aquel mismo que entonces se ofreció a Sí mismo en la Cruz en el Calvario. Es diferente sólo el modo en el que la Víctima es ofrecida [de manera cruenta en el Calvario y de manera incruenta en la Misa]” (sesión XXII, cap. 2).
Causa formal
La causa formal es lo que constituye la esencia de una cosa. La esencia de la Misa es la ofrenda de la Víctima divina, que se hace presente en el altar, por manos del sacerdote y a su palabra consecratoria, bajo los símbolos y con las mismas disposiciones de obediencia al Padre que tuvo en el Calvario. La causa formal del Sacrificio es la misma tanto en el Calvario como en los altares de la Misa. Este es el punto fundamental: la identidad sustancial de la Inmolación o Sacrificio del Calvario y de la Misa. El Sacrificio de la Cruz y el de la Misa cambian sólo accidentalmente, o sea, en cuanto al modo, pero siguen invariados en cuanto a la sustancia. En efecto, en cuanto al modo, la Inmolación es cruenta (con derramamiento físico de Sangre) en el Calvario, ya que en él se dio una real separación física del Cuerpo y de la Sangre de Jesús y, por lo tanto, una muerte cruenta. Por el contrario, en el Sacrificio de la Misa, se da una separación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo incruenta, mística, alegórica, representativa, ya que la doble consagración primero del pan y después del vino representa místicamente (misteriosa pero realmente) la Muerte de Jesús, sin derramamiento físico de Sangre, o sea, de manera no cruenta[v].
Aquí reside la diferencia entre la Misa y el Calvario: el Viernes Santo, en el Gólgota, Jesús derramó físicamente Su Sangre y murió realmente; en la Misa Su Sangre aparece separada de Su Cuerpo, por cuanto parece que Su Sangre esté bajo la especie del vino y Su Cuerpo bajo la apariencia del pan y, por ello, en la Misa no hay muerte real, sino sólo mística, figurada por la doble consagración del pan y del vino.
Sin embargo, la oblación de la Víctima o de la Hostia se ofrece realmente a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para la salvación de los hombres, como se ofreció en el Calvario.
El Concilio de Trento lo enseña de fe e infaliblemente: “en el Sacrificio divino que se realiza en la Misa está contenido e inmolado de manera incruenta Cristo mismo, el cual se inmoló una vez sola cruentamente en la Cruz del Calvario” (sesión XXII, cap. 2).
Debe advertirse, contra un error hoy cada vez más difundido, que la comunión del sacerdote pertenece a la integridad y no a la esencia de la Misa, que reside en la doble consagración del pan y del vino (Concilio de Trento, ses. XXII, c. 6). Por el contrario, la comunión eucarística de los fieles no es exigida para la integridad del Sacrificio del Altar. Pío XII enseña: “la comunión del Augusto Sacramento es absolutamente necesaria para el ministro sacrificador, mientras que a los fieles debe sólo ser recomendada” (Encíclica Mediator Dei, 20.XI.1947).
En cuanto a la comunión frecuente de los fieles, Monseñor Antonio de Castro Mayer, Obispo de Campos en Brasil, en su Carta pastoral sobre El Sacrificio de la Santa Misa (12.IX.1969), enseña: “acerquémonos a la Mesa del Señor con la preparación ascética, el combate contra los vicios y las malas inclinaciones y la práctica de la virtud. […]. Si los fieles se habituaran a comulgar con frecuencia y con las necesarias disposiciones, alcanzarían la santificación con certeza y en poco tiempo. Si hasta hoy no han llegado a ella, se debe al hecho de que no han prestado toda la debida atención a las condiciones necesarias para comulgar bien. […]. San Pío X exige, además del estado de gracia, una voluntad seria de progresar en la vida espiritual […] evitando las ocasiones de pecado […] y combatiendo seriamente las inclinaciones pecaminosas” (cfr. sì sì no no, 15 de octubre de 2016, pp. 6-7). Se advierta que el Concilio de Trento (ses. XIII, c. 8) enseña también que la práctica según la cual los fieles reciben la Eucaristía en la comunión de las manos de los Sacerdotes consagrados es de Tradición apostólica y debe ser conservada.
Valor y frutos de la Misa
El valor de la Misa es infinito porque en ella se ofrece una Víctima infinita: Jesucristo. Por el contrario, los frutos de la Misa son aquellos bienes y dones que Dios concede a los hombres en virtud de la Misa. El Catecismo del Concilio de Trento (II parte, § 3, n. 236. Cit., p. 290) enseña que “aquellos que participan en el Sacrificio de la Misa merecen participar de los frutos de la Pasión de Jesús y, por lo tanto, de Su obra de Redención y Satisfacción”. Ahora bien, ninguna criatura, siendo finita, puede recibir un don que es de por sí infinito de manera infinita. Por lo tanto, cada hombre recibe de él más o menos según sus disposiciones, pero nunca infinitamente.
Para mayor exactitud podemos hacer la siguiente distinción: 1º) en cuanto Sacrificio de adoración y de acción de gracias, la Misa produce inmediatamente e infaliblemente su efecto de manera infinita porque la Santísima Trinidad recibe realmente una Ofrenda de valor infinito: Jesucristo; 2º) en cuanto Sacrificio propiciatorio, la Misa a) no cancela directamente nuestros pecados, como la absolución sacramental, pero obtiene para los pecadores la gracia de convertirse y los predispone a la gracia santificante; b) en cuanto a la satisfacción de la pena debida a la culpa, la Misa perdona inmediata e infaliblemente a los justos la pena de las culpas según su disposición y ellos pueden destinar esta satisfacción a las almas del Purgatorio; 3º) en cuanto Sacrificio impetratorio, la Misa da inmediata e infaliblemente una cierta medida de gracias actuales; obtiene también gracias temporales, pero sólo a condición de que sean para el bien del alma.
En conclusión, quien asiste a la Misa con fe y la “ofrece” a Dios mediante el sacerdote ministerial, según los cuatro fines que quiso Jesús, si está en pecado mortal adora y da gracias a Dios por todos los dones que le ha dado; obtiene indirectamente las gracias actuales para salir del estado de pecado y recuperar la gracia habitual santificante arrepintiéndose y confesándose; puede aplicar no a sí mismo (no teniendo la gracia santificante), sino a las almas del Purgatorio las satisfacciones de la pena debida a la culpa. Por el contrario, quien asiste con fe y en gracia de Dios no sólo adora y da gracias a Dios “ofreciendo”, a través del sacerdote celebrante, una Víctima infinita al Señor, sino que obtiene también infalible y directamente las gracias espirituales para el bien de su alma; obtiene siempre directa e infaliblemente al menos la remisión de una parte de la pena temporal debida a sus culpas (remisión que puede guardar para sí o ceder a las almas purgantes); obtiene inmediatamente, pero sólo condicionalmente, bienes temporales, esto es, a condición de que sean para el bien espiritual de su alma. La medida con la que se obtienen estos dones depende de nuestra disposición más o menos perfecta.
Sacrificio cruento e incruento
Sin embargo, es conveniente advertir que la muerte mística de Cristo, mediante la representación de la separación de Su Cuerpo y de Su Sangre, toma su propia eficacia de la Inmolación física y cruenta sucedida en la Cruz, en la que la Sangre de Cristo se separó física y realmente de Su Cuerpo, provocando Su muerte real. La Muerte de Cristo, si pasó en su acto material, físico y cruento, está presente hasta el fin del mundo, con toda su virtud y eficacia de valor infinito.
La Inmolación real y cruenta, o sea, la muerte física de Jesús, se dio una sola vez (Heb., IX, 27), pero de ella toma toda su eficacia la Inmolación mística del Sacrificio de la Misa, el cual es un Sacrificio relativo a la Muerte en Cruz de Jesús (que es el Sacrificio absoluto).
La Misa no es una simple representación, memorial o conmemoración del Sacrificio del Calvario, sino que representando, reproduce, renueva y hace presente de nuevo, es decir hace presente la Muerte de Cristo con todos Sus méritos, que son aplicados a aquellos que participan en la Misa. Por lo tanto, se puede decir que la Muerte mística de Jesús es la esencia del Sacrificio de la Misa porque no conmemora o representa solamente el Sacrificio del Calvario, sino que lo reproduce, lo hace presente, lo renueva y lo representa aplicando sus frutos todos los días hasta el fin del mundo.
El Concilio de Trento condenó a los protestantes, que reducen la Misa a una pura conmemoración de la Ultima Cena y del Sacrificio del Calvario: “Si alguno afirma que el Sacrificio de la Misa es solamente la simple conmemoración o memorial del Sacrificio de la Cruz sea anatema” (sesión XXII, cap. 3). Enseña además que “en este Sacrificio divino que se realiza en la Misa está contenido e inmolado de manera incruenta el mismo Cristo, que se inmoló una sola vez cruentamente en el Altar de la Cruz” (sesión XXII, cap. 2). Véase el Catecismo del Concilio de Trento (II parte, § 3, n. 237. Cit., pp. 290-291).
La Misa no es ni siquiera solamente un simple “Sacrificio de alabanza y de acción de gracias” y un mero “banquete o comunión del Cuerpo de Cristo”, como quería Lutero, sino que es también un Sacrificio propiciatorio, expiatorio y satisfactorio, además de serlo de adoración y de acción de gracias, en el cual los fieles pueden (no deben) recibir la Comunión del Cuerpo de Cristo.
Por lo tanto, se puede concluir perfectamente que la Misa representa, renueva y hace presente de nuevo (“conmemorando vuelve a realizar”) el Sacrificio de la Cruz, aplicando a las almas que han vivido después del Sacrificio del Calvario sus frutos. Por ello, la Misa no quita nada a la virtud y eficacia infinitas del Sacrificio del Gólgota (como la Corredención secundaria y subordinada de María Santísima no quita nada a la Redención primaria de Cristo): asistir a la Misa es sustancialmente lo mismo que asistir a la Muerte de Jesús en la Cruz[vi].
La Redención de Cristo se realizó en el Calvario y es continuada por la iglesia hasta el fin del mundo mediante la Misa. Cruz y Misa no pueden ser separadas. La Redención no sería completa sin la Misa y esta no tendría ningún significado si no estuviera unida al Sacrificio de la Cruz[vii].
El mal y el diagnóstico
El padre Gabriele Roschini escribe: “la edad moderna, comenzada con el humanismo, es una marcha hacia la conquista del yo, que el Medioevo había mortificado en homenaje a Dios. Para reconquistar este yo, mortificado por Dios, el hombre se puso a recorrer frenéticamente los caminos de la emancipación del yo de la autoridad religiosa. Llegó Descartes y, con su famoso método filosófico, marcó la emancipación del yo de la filosofía tradicional, o sea, de la filosofía perenne que es la única verdadera; emancipación filosófica llevada después a su último término por Kant, por Hegel, etc. Llegó Rousseau y, con sus principios sociales revolucionarios, marcó la emancipación del yo de la autoridad civil. Esta continua, progresiva emancipación del yo es después culminada en la divinización del mismo yo y en la consiguiente humanización, o mejor, destrucción de Dios. Se dio así la muerte nietzscheana de Dios en homenaje al yo. Dios es luz, amor, alegría, cantó el Poeta: ‘luce intellettual, piena d’amore; amore di vero ben, pien di letizia; letizia que trascende ogni dolzore / luz intelectual, llena de amor; amor del verdadero bien, lleno de alegría; alegría que trasciende toda dulzura’ (Paraíso, XXX, 40-42)[viii]. Quitado de en medio Dios, se han quitado de en medio la luz, el amor y la alegría; y se ha dado todo lo opuesto, es decir: tinieblas, odio, tristeza. Se ha dado, de este modo, el hombre acabado, o sea, un cadáver ambulante, al que cuadra perfectamente el epitafio que había preparado Papini para sí mismo, antes de que fuera hecho resurgir por la fe de Cristo: ‘La ascensión metafísica de mí mismo ha fracasado. Soy una cosa y no un hombre. ¡Tocadme! Estoy frío como una piedra, frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre que no pudo llegar a ser Dios’. La conquista se transformó en derrota”[ix].
El remedio y la terapia
El padre Roschini nos da también el remedio: “¿Quién podrá hacer salir de la tumba a este Lázaro, que es el hombre moderno, el cual yace desde hace cuatro días et jam foetet, para devolverle la luz, el amor, la alegría y el gozo de vivir? Ningún otro fuera de Aquel que es el Camino, la Verdad, la Vida, o sea, Cristo crucificado, junto a María Dolorosa, indisolublemente unida a El en la obra de la Redención. Solamente una adhesión y una vuelta completa, incondicional al Crucificado y a la Dolorosa puede liberarnos de las tinieblas, del odio y de la tristeza; puede devolvernos la luz, el amor y la alegría. Es necesario reconducir al mundo a los pies del Calvario. Ahora bien, los rayos salvíficos del Crucificado y de la Dolorosa se concentran en la Santa Misa, que es un puente entre el mundo y Dios, y alcanzan a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares. […]. Cristo y la Dolorosa, en la obra de nuestra Redención constituyen una sola persona moral, como enseña el papa Benedicto XV: ‘la Dolorosa sufrió de tal manera y casi murió junto al Hijo (“commortua est”) que sufría y moría, e inmoló de tal manera a su Hijo a la justicia divina que la aplacó, por lo que le correspondía a ella, de modo que puede decirse justamente que Ella corredimió con Cristo y bajo Cristo al género humano’ (Carta Inter Sodalicia, 22 de marzo de 1918, AAS, X, 1918, p. 182)”[x].
El cardenal Ernesto Ruffini añade: “Perpetuándose en la Santísima Eucaristía el Sacrificio de la Cruz, es necesario admitir que María continúa en el Sacrificio del Altar el oficio que realizó con Jesús para la Redención de los hombres en el Calvario”[xi].
El padre Roschini concluye así su áureo librito: “Este será (María Dolorosa y la Cruz en la Misa) el medio más eficaz para salvar al hombre moderno, deteniéndolo eficazmente en su loca y ruinosa carrera a la conquista del yo, e incitándolo no menos eficazmente a la sapientísima conquista del yo a Dios” (La Santa Messa, cit., p. 59).
Cómo participar en la Misa
El modo más conveniente de asistir a la Misa es “ofrecerla” a Dios a través del sacerdote celebrante para los cuatro fines para los cuales Jesús se inmoló en el Calvario (latréutico, eucarístico, propiciatorio/satisfactorio e impetratorio), pensando en el Sacrificio de la Cruz en el Gólgota, contemplándolo y reviviéndolo. La comunión bien hecha, en gracia de Dios y con buenas disposiciones, que deben ser siempre más intensas de las de la comunión precedente, es la mayor participación al santo Sacrificio de la Misa.
Responder a la Misa dialogada y seguir los gestos del Sacerdote sin conocer la naturaleza y los cuatro fines de la Misa y, por lo tanto, no ofreciéndola por estos fines, es un modo totalmente inadecuado de participar en la Misa.
Se puede contemplar la escena del Calvario mientras se celebra o se asiste a la Misa.
1º) Las oraciones al pie del Altar: Jesús ora en Getsemaní, viendo la Pasión próxima que le viene y los pecados de la humanidad, entra en agonía, suda sangre; unámonos íntimamente con sus sentimientos de dolor por el pecado y de dar gloria a Dios, uniformándonos a Su Voluntad.
2º) La Antífona al Introito: los Apóstoles huyen y dejan a Jesús en manos de Sus enemigos; pidamos a Jesús la gracia de no huir ante Sus enemigos y de poder resistir frente a las persecuciones e incluso el martirio.
3º) Lectura de la Epístola y del Evangelio: contemplamos a Jesús humillado y vejado en los tribunales de Pilato y de Herodes; pidamos la fuerza de no temer las críticas, las calumnias, las persecuciones que nos vienen de los tribunales humanos, sino pensar solamente al del Sumo Juez, Nuestro Señor Jesucristo, ante el cual compareceremos en la hora de nuestra muerte.
4º) El Ofertorio: ofreciendo la patena con la hostia y el cáliz con el vino pensemos en la flagelación del Cuerpo de Jesús y a la coronación de espinas de Su Cabeza; pidamos la gracia de mortificar nuestro cuerpo, los pensamientos y someter nuestra inteligencia y nuestra voluntad a la divina Revelación y a la Ley de Dios.
5º) El Canon: Jesús inicia la Via Crucis, abraza la Cruz por nosotros y para salvarnos del pecado; pidamos la fuerza de llevar nuestra cruz junto a Jesús.
6º) El Hanc igitur: Jesús es colocado en la Cruz y clavan Sus Manos; pidamos la gracia de no ofender jamás a Jesús y de permanecer siempre unidos a El con la gracia santificante.
7º) La Consagración del pan y del vino: se renueva la Muerte de Jesús de manera incruenta, pero el valor infinito de los méritos que el Señor ganó derramando cruentamente Su Sangre nos son aplicados realmente. Recojámonos lo más intensamente posible para que Su Sangre divina nos purifique y nos una siempre más íntimamente a El.
8º) El Pater noster: Jesús muere por nosotros, démosLe gracias, pidamos el don de vivir y morir unidos a El para ir al Cielo donde está sentado glorioso y triunfante.
9º) La Comunión sacramental del Cuerpo y Sangre de Jesús: Jesús es colocado en el sepulcro, el Holocausto se ha cumplido; pidamos hacer de nuestra vida un continuo holocausto (en unión con El de Jesús) de nuestro amor propio y unirnos perfectamente a El mortificando al hombre viejo con todas sus concupiscencias.
De esta manera revivamos durante la Misa el Sacrificio de la Cruz, compartamos los sentimientos de Jesús y pidamos las gracias correspondientes a cada fase de su Via Crucis, evitemos las distracciones y sobre todo ofrezcamos la Misa por los cuatro fines para los cuales Nuestro Señor ofreció Su Sacrificio al Padre. Nuestra Misa será vivida verdaderamente en el espíritu del Sacrificio de Cristo y nos dará todas las gracias que necesitamos de manera tan copiosa como perfecta haya sido nuestra identificación con Cristo Sacerdote y Víctima (cfr. P. Guéranger, La Santa Messa, tr. it., Suore Francescane dell’Immacolata, Città di Castello (PG), 2008). Per Crucem ad Lucem!
Dismas
(Traducido por Marianus el eremita)
[i] Cfr. G. Roschini, La Santa Messa. Breve esposizione dogmatica, Torino, 1941, II ed., Frigento (AV), Casa Mariana Editrice, 2010. Se puede estudiar con provecho el Decreto sobre el Sacramento de la Eucaristía del Concilio de Trento (DS, 1635-1661, sesión XIII, 11 de octubre de 1551).
[ii] El Jueves Santo, al decir “Esto es mi Cuerpo” y “Esta es mi Sangre”, Jesús convirtió el pan y el vino en su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad y se inmoló a Sí mismo todavía en carne pasible, poniéndose bajo las especies del pan y del vino para ser recibido en Comunión sacramental por los presentes. Finalmente figuró el Sacrificio del Calvario representando y haciendo presente mística o incruentamente la Muerte que iba a sufrir física o cruentamente el día siguiente. En la Misa esto sucede no anticipadamente como el Jueves Santo, sino posticipadamente después del Viernes Santo, no en carne pasible, sino en el cuerpo glorioso y triunfante de Cristo ascendido al Cielo para no sufrir nunca más. Además, el Sacerdote principal y único de la Ultima Cena y del Calvario es Cristo mismo, mientras que en la Misa hay un sacerdote ministerial secundario que actúa en persona de Cristo Sacerdote principal. En la Ultima Cena la Sangre de Cristo bajo la especie del vino parecía estar separada de Su Cuerpo bajo la especie del pan. Esta separación aparente, mística e incruenta figuraba, representaba, presentaba de nuevo y hacía presente la separación física, real y cruenta que sucedería el día siguiente en el Gólgota, donde la Sangre de Cristo se separaría realmente de Su Cuerpo y habría ocurrido Su Muerte real. La Ultima Cena fue, por lo tanto, la primera Misa celebrada por Cristo mismo y la Misa celebrada por los sacerdotes de la Nueva Alianza es su continuación, su renovación y la aplicación de los frutos de la Muerte de Cristo a todos los hombres de todas las épocas. Por ello se puede concluir que la Ultima Cena, el Sacrificio del Calvario y el Sacrificio de la Misa son un continuum, “id cujus extrema sunt unum / aquello cuyos términos forman una sola cosa”.
[iii] Los otros pueblos, todavía no pervertidos por el politeísmo y naturalmente íntegros, tenían inscrita en su espíritu la Ley natural y por lo tanto el 1º y el 3º Mandamiento, los cuales nos mandan adorar a Dios mediante el descanso, el cuidado de nuestro espíritu y el culto a El debido. Así, entre los sacrificios de los paganos naturalmente rectos y los de la Antigua Alianza se da la diferencia análoga a la que existe entre la Ley natural y la Ley divina positiva.
[iv] Cfr. Benedicto XIV, De sacrosancto Missae Sacrificio, Paris, Migne, Cursus theol. compl., vol. XXIII, 1863; G. Bona, De Sancto Sacrificio Missae, Roma, 1658, III ed., Torino, 1910; V. Bernardi, De Sacrificio Missae, Treviso, 1934; J. Van Der Mersch, Adnotationes de Sacrificio Missae, Bruges, 1940; F. A. Piersanti, L’essenza del Sacrificio della Messa, Roma, 1940; P. Parsch, Cos’è la Messa, Milano, 1938; Ch. Journet, La Messa, Roma, 1958.
[v] Cfr. C. Corazza, La consacrazione delle due specie e le sue intime ragioni, Venezia, 1940.
[vi] A. Lepicier, In che consiste l’Essenza del Sacrificio Eucaristico, Roma, 1926; G. Roschini, L’Essenza del Sacrificio Eucarsitico, Roma, 1936; Id., Sull’Essenza del Sacrificio Eucaristico, Rovigo, 1937.
[vii] Cfr. F. Maccono, Il valore della vita. Commento dogmatico-morale al Catechismo di Pio X, Torino, SEI, II ed., 1925, vol. III, Mezzi della Grazia. Sacramenti e Orazione, cap. IV – L’Eucarestia, § 4 – Il Santo Sacrificio della Messa, pp. 164-191.
[viii] Dante habla aquí del Cielo Empíreo, que se identifica con la Esencia Divina, en la cual se goza de la Visión Beatífica de Dios (cfr. Benedicto XII [1334-1342], Constitución Benedictus Deus, DB, 530; Concilio de Vienne en Francia [1311-1312] y de Florencia [1438-1445], DB, 475 y 693), visto cara a cara como es en Su Esencia (I Cor., XIII, 2) gracias al Lumen Gloriae (Sal., XXXV, 10; Apoc., XXII, 4). El Cielo Empíreo está hecho de pura luz espiritual y cognoscitiva de la Esencia de Dios. Dicha Ciencia infusa (I Jn, III, 2) nos llena de Amor sobrenatural y se llama teológicamente Visión Beatífica (cfr. Santo Tomás de Aquino, S. Th., I, q. 12, a. 5; Summa contra Gentiles, 1. III, cc. 53-54), o sea, que hace felices a los Bienaventurados del Paraíso (“luce intellettual, piena d’amore”, v. 40). Además, este Amor tiene como objeto el Sumo Bien infinito que es Dios, el cual nos llena de alegría espiritual (“amor di vero ben, pien di letizia”, v. 41). Finalmente, la felicidad de los Santos del Paraíso (S. Th., I, q. 26) trasciende y sobrepasa infinitamente toda dulzura humana y sensible o puramente intelectual (“letizia che trascende ogni dolzore”, v. 42). Cfr. La Divina Commedia di Dante Alighieri. Commento e analisi critica di Giuseppe Giacalone, Paradiso, (XXX, 40-42), Bologna, Zanichelli, II ed., 1997, pp. 675-676.
[ix] La Santa Messa. Breve esposizione dogmatica, II. ed., Frigento (AV), CME, 2010, p. 11-13.
[x] La Santa Messa, cit., pp. 11-16 y 47.
[xi] Relazione tra l’Eucarestía e la Madonna, Roma, 1939.