Reforma católica en España e Hispanoamérica

El protestantismo en el proceso de la revolución anticristiana

El P. Meinvielle en su obra El comunismo en la Revolución Anticristiana hace referencia al Orden Social o Ciudad Católica como una proyección, un reflejo, del orden jerárquico de las 4 dimensiones humanas: lo material, lo animal, lo humano y lo sobrenatural o divino. En el Orden Social estas cuatro dimensiones corresponden a 4 funciones sociales bien caracterizadas y ordenadas jerárquicamente: la economía de ejecución llevada a cabo por los campesinos y obreros, la economía de dirección realizada por la burguesía, la política y la cultura ejecutada por la nobleza, las clases dirigentes y lo sobrenatural desarrollado por la Iglesia, el clero, los religiosos.

La revolución atenta contra este orden y jerarquía de la Ciudad Católica, de la Sociedad que se rige por los designios divinos, invirtiendo el Orden. Esa revolución anticristiana empieza por poner a lo político y humano por encima de lo religioso y sobrehumano, generando de este modo una expansión política y una opresión religiosa. Justamente es el proceso que abarca el Cisma de Occidente con la discusión de la superioridad de la autoridad religiosa, el Renacimiento con su exaltación de lo humano y el Protestantismo con su negación de la autoridad papal y del magisterio eclesiástico y con la sustitución de la función primera de la Iglesia como rectora y guía de los gobernantes por la preeminencia de los príncipes; todo esto significó la primera ruptura revolucionaria que dinamitó la unidad de la Cristiandad y la jerarquía social querida por Dios. Esta revolución, en la cual el protestantismo ocupa un lugar clave, inicia de este modo el Proceso de la Revolución anticristiana.

Reforma católica y no contrarreforma

Enseñan, entro otros, la Historia de la Iglesia de los españoles Llorca, García Villoslada y Montalbán y el P. Alfredo Sáenz en La Nave y las tempestades, que ante la gravedad de los hechos producidos por Lutero y la Reforma Protestante obviamente la Iglesia no podía permanecer con los brazos cruzados. Sin embargo, se ha calificado de «contrarreforma» la reacción que se produjo en la Iglesia contra la «reforma». Cabe aquí señalar dos equívocos.

1. El primero que se suscita al emplear la expresión «reforma» para designar el movimiento protestante. Es importante evitar este equívoco, calificando siempre a la «reforma» con el adjetivo «protestante». El P. Sáenz se lamenta de que haya historiadores católicos que hablan simplemente de «reforma» para referirse al movimiento iniciado por Lutero.

¿Por qué es lamentable? Porque de ningún modo podemos considerar como una «reforma» real ni en el dogma, ni menos en las costumbres, a lo realizado por Lutero, Calvino o Enrique VIII. En todo caso se trataba de una verdadera revolución. Por eso es que entre algunos historiadores católicos se ha introducido la costumbre de hablar de «movimiento protestante», o simplemente con la palabra «protestantismo», y, si se prefiere seguir empleando la palabra «reforma», cabe perfectamente aplicarla a la obra positiva que realizó la Iglesia Católica en el curso del siglo XVI. Pero como ésta se puede confundir con la protestante, conviene llamarla «reforma católica», que es como lo hace el P. Sáenz en La Nave y las tempestades.

2. El segundo equívoco es el que se produce al llamar “contrarreforma” a la respuesta católica. Quienes emplean la expresión «reforma» para designar la innovación protestante, califican al emprendimiento católico como «contrarreforma». Esta denominación, muy utilizada por los católicos, es empleada también por los protestantes, que se valen de ella para mostrar que toda la obra de restauración católica no fue sino el resultado de una «reacción» contra la reforma protestante, un acto de autodefensa.

El término no resulta convincente, ya que parece suponer que sólo después de Lutero y como réplica a las consecuencias del movimiento contestatario protestante, apareció y se desarrolló el movimiento de renovación católica. En realidad, ya con anterioridad a Lutero había florecido una reforma católica. Es cierto que la obra de los innovadores -y los lamentables efectos de su difusión en el campo de la Cristiandad necesitaban de una respuesta que implicara una reforma interior, la cual alcanzaría gran desarrollo a partir del Concilio de Trento. Sin embargo, no podemos perder de vista que ya antes de Trento  la verdadera reforma se había iniciado y se hallaba en pleno desarrollo.

Por lo tanto quede en claro que la Reforma Protestante no fue una verdadera Reforma sino más bien una auténtica Revolución. Que la verdadera Reforma fue la Reforma Católica y que no es del todo adecuado denominarla Contrarreforma pues, si bien dio batalla contra los errores del protestantismo se inició antes del movimiento protestante. Quede, pues, en claro, que la reforma católica no comenzó con el Concilio de Trento, sino que es bastante anterior aunque el Concilio haya sido de gran importancia para clarificar diferentes aspectos de la Reforma católica; tampoco surgió sólo a modo de respuesta frente a los «innovadores», sino de acuerdo a los impulsos interiores que brotan del vigor íntimo y tradicional de la Iglesia, procedentes de la fidelidad a su propia esencia. La reforma protestante constituyó, por cierto, un incentivo para la reforma católica. Pero no es lo mismo «ocasión» que «causa». La causa fue la misma que la de todas las reformas anteriores: devolver a la Iglesia su rostro divino-humano, el rostro de Cristo.

En el triple campo de la fe, las costumbres y la organización eclesiástica, el Concilio de Trento dio respuesta a preguntas que habían sido formuladas al menos desde hacía un siglo, e incluso eligió soluciones que desde tiempo atrás habían propuesto los hombres más lúcidos de la Iglesia. Claro que el protestantismo representó un papel en el hecho de la respuesta católica. Como afirma el P. Alfredo Sáenz, “en el plan providencial de Dios, todo tiene sentido, el Señor permite la aparición de herejes y de herejías para que la Iglesia se vea empujada a precisar mejor su doctrina y fijar con mayor firmeza sus posiciones, cosa que probablemente no hubiera hecho con tanto apremio de no haber existido errores que combatir” (p. 338).

Reforma católica en España e Hispanoamérica

Uno de los casos más notables de la Reforma Católica anterior al movimiento protestante es el cambio operado en España a instancias de los Reyes Católicos que apoyaron al Cardenal Jimenez de Cisneros. De esta España fuerte y firme en la fe surgió una gran cantidad de escritores españoles y de santos que ayudaron a la reconstrucción de la cristiandad. El del Cardenal Cisneros es el otro 5º Centenario del cual se habla poco y que, en el caso de España y todos los pueblos hispánicos nacidos de su cepa deberíamos resaltar y reivindicar. La profunda renovación católica que se logró a instancias de los Reyes Católicos y del Cardenal Cisneros fue la simiente de la cual surgió la hispanidad, o sea la cristiandad de los pueblos hispánicos.

El escritor nicaragüense Pablo Antonio Cuadra en su ensayo Entre la Cruz y la espada traza en breves y ajustadas líneas la esencia de nuestro ser y destino. Que sea este nuestro homenaje en este 5º Centenario al Cardenal Jiménez de Cisneros uno de los fundadores de nuestro ser:

“Hispanoamérica ha sido crucificada sobre el cruce del destino universal. Su mano izquierda está clavada en España, sobre Europa, como un brazo de puente para la tradición. Su derecha está clavada en Filipinas, sobre Asia, como una orden que señala la misión.

Esa ha sido la obra de España. Colocar entre los cuatro puntos cardinales del mundo —en el encuentro y la partida de cualquiera futura empresa— el más claro fruto de su agonía ecuménica, el hijo de sus bodas de sangre con Roma, el mundo nuevo de la fe y de la esperanza: ¡Cristianoamérica!

Nuestra historia es pasión. Ocupamos la geografía como una cruz. Cruz o cruce de rutas. Cruz y cruce de sangres. Rutas y sangres que se han unido únicamente por la Cruz.

No ocupamos la geografía como un patio de recreo ni como una plaza de comercio.

No somos el «Continente de la Libertad».

No nos definimos por el continente, sino por el contenido.

Somos Hispanoamérica.

Cristianoamérica”.

Andrea Greco de Álvarez

 

Andrea Greco
Andrea Grecohttp://la-verdad-sin-rodeos.blogspot.com.ar/
Doctora en Historia. Profesora de nivel medio y superior en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. En esta misma Universidad actualmente se encuentra terminando la Carrera de Doctorado en Historia. Recibió la medalla de oro al mejor promedio en historia otorgada por la Academia Nacional de la Historia. Es mamá de ocho hijos. Se desempeña como profesora de nivel medio y superior. Ha participado de equipos de investigación en Historia en instituciones provinciales y nacionales. Ha publicado artículos en revistas especializadas y capítulos de libros. Ha coordinado y dirigido publicaciones.

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