Por más que entré despacito y en completo silencio a mi casa ya muy entrada la noche, mi esposa se despertó igual. Ella me esperaba en el living y estaba sentaba en mi sillón favorito. La pobrecilla se quedó dormida con los audífonos puestos en sus oídos y con una novela de Jane Austen en su falda. Casi nunca salgo por las noches y como ella no está acostumbrada a eso, queda muy preocupada e intranquila hasta que llego. La miré antes que se despertara y me sentí conmovido al verla tan hermosa. Pensé en lo bendecido que he sido por Dios que me regaló a esta maravillosa mujer que me ama, me cuida y que me ha dado unos hijos preciosos. Después de todo lo que escuché esta noche en la reunión con mis ex compañeros de curso del colegio pienso que debo darme con una piedra en el pecho por la familia que sin yo merecerlo, Dios me ha dado.
No era mi intención asustarla, pero como estaba en penumbras tuve la mala suerte de pisar justo una tabla del suelo que chilla como ratón cuando uno la aplasta, y ella se sobresaltó con el ruido.
– ¿Mateo eres tú?
– Sí Ángeles, soy yo. Vengo recién llegando, perdóname si te desperté.
– No importa. Te estaba esperando. ¿Cómo estuvo la reunión?
Me senté a sus pies y apoyé mi cabeza en sus rodillas. Ella me abrazó por los hombros y nos quedamos mirando el fuego en la estufa que aún ardía y que estaba muy agradable. Siendo que era bastante tarde no quería irme a acostar. Ni pisca de sueño. En mi cabeza daban vuelta las cosas que había escuchado.
– Estuvo…sobrecogedora.
-¿Una reunión de ex – compañeros de curso sobrecogedora? ¿Qué les pasó? ¿Recordaron de sus días de colegio y se largaron a llorar?
Claro que fue extraño para ella escuchar la palabra sobrecogedora, pero así era. Cada cinco años nos juntamos en el Club de Campo de las Salinas a recordar viejos tiempos y a saber sobre lo que ha sido de cada uno de nosotros. Este año como nunca antes fuimos todos, incluso el padre Sebastián. Con Manuel, mi cuñado y amigo de toda la vida, nos sentamos con Seba en la misma mesa junto a otros de nuestros compañeros. Al principio el salón se inundó de risas y holgorios. Los abrazos iban y venían.
– Entonces después de comer, la directiva del curso que organizó el encuentro nos pidió a todos que habláramos sobre nuestras vidas y lo que estábamos haciendo. Comenzaron las presentaciones y cada uno de mis compañeros quería parecer como más exitoso frente al otro, y los grados académicos, post-títulos, cargos gerenciales y empresas de jóvenes (¿podré llamarme a mí mismo aún joven a esta edad?) emprendedores se escuchaban por aquí y por allá en las mesas. Había un par de oficiales de la marina y del ejército dentro de mis compañeros que habían hecho también muy buena carrera. Todos se felicitaban mutuamente por exitosos trabajos, por los encumbrados puestos.
Mi mesa fue la última en presentarse. El primero que habló fue el padre Sebastián y bueno, su sotana delataba su vocación y su ocupación. Habló sobre lo agradecido que estaba de Dios por haberle llamado al sacerdocio, y que cada día se encomendaba a Él para que le diera la fuerza suficiente para serle leal y llevar más almas al Cielo. Después que los otros tres ocupantes de nuestra mesa se presentaron, habló Manuel y contó que se había hecho cargo de la gerencia logística de la naviera de su papá. Todos sabían que tarde o temprano Manuel se iba ser cargo de la empresa, pero lo que más les llamó la atención es que dijera que este cargo le daba lo mismo y que para él lo más importante era haber construido junto con mi hermana, una familia unida. Hubo unos segundos de silencio en que se quedaron pensando y tras esta pequeña pausa hablé yo y detoné la catarsis.
Tal como lo habían hecho los demás tuve que contarles que había sido de mi vida durante estos últimos años. Soy bien reacio a andar hablando de mí mismo y me insistieron e insistieron para que contara más de mis asuntos. Les dije que era profesor en la misma universidad donde había estudiado, que tenía ahí un par de cátedras y que además hacía clases en un colegio privado en esta ciudad. Les conté que antes de obtener las cátedras en la universidad me fui becado por una fundación católica inglesa a estudiar cuatro años a Oxford para el doctorado. Seguí diciéndoles que lo que más valoraba de mi trabajo eran dos cosas: una, que podía ayudar a mis alumnos tanto material como espiritualmente y que lo consideraba casi como una labor de apostolado; y dos, que me otorgaba la posibilidad de tener un horario que me permite estar en casa temprano para poder acompañar a mis hijos y a mi mujer.
-¿Y entonces?
– Entonces Angelito les dije algo así: “No me he destacado como empresario, ni tampoco con grandes títulos y cargos como sí lo he podido comprobar en muchos de ustedes. Humanamente hablando ustedes son unos tipos muy exitosos. Yo no gano mucho dinero, sino lo suficiente para mantener a la familia sin grandes lujos porque además, no los necesito ni tampoco me interesan. A los ojos del mundo soy un simple hombre de a pie como muchos otros y eso me basta. A mí lo que más me ha llenado es el poder estar cerca de mis hijos para verlos crecer, para poder formarlos, para educarlos en la fe. Ellos me conocen, tienen la confianza para hablarme de lo que sea que quieran y cuando quieran; y yo los conozco a ellos perfectamente. Sé cuan diferentes son unos de otros, con su carácter y personalidades bien definidas. Los he ido moldeando como el artista moldea su escultura, intentando sacar lo mejor de ellos, formándoles el carácter. Si no estuviera en la casa el tiempo suficiente difícilmente podría conocerlos y darle a cada uno la atención que necesitan de acuerdo a sus temperamentos y a sus cualidades. Cada persona es un universo, un mundo muy particular y en la medida que más conozca yo a cada uno de esos universos pequeños que son mis hijitos, más podré sacar de ellos lo mejor. No ha sido fácil. Criar y educar a los hijos es duro e ingrato muchas veces. Exige muchas renuncias y a menudo pierdo la paciencia porque me canso de repetirles siempre lo mismo; me cansa el hecho que de vez en cuando se rebelen contra mis órdenes y yo tenga que estar ahí encima obligándoles a hacer lo que les ordeno que siempre es en vista a su propio bien. Sin embargo, cuando luego los veo junto a mí, hablándome con confianza y amor, contándome sobre sus problemas, sobre sus alegrías, cuando los veo correr hacia mí y abrazarme diciéndome que me quieren, ¡por Dios qué vale la pena el sacrificio! A mí no me gustaría que cuando ellos llegaran a la adultez yo no supiera que clase de personas son, y que a su vez yo fuera para ellos prácticamente un desconocido, y todo por mi propia culpa al haber preferido mi desarrollo profesional o mis placeres mundanos a estar con ellos como parte fundamental de su crecimiento. Voy llegar a viejo – si no me llama Dios antes – y miraré hacia tras y ¿qué veré? ¿Mi desarrollo profesional, mi fortuna, mis logros humanos? ¿O veré a mis hijos siendo buenos católicos y que a su vez también ellos están formando a sus hijos en el santo Temor de Dios? Al final de cuentas cuando me presente ante el tribunal de Dios no me van a revisar el curriculum vitae, ni cuánto dinero generé, ni los doctorados ni los títulos de nobleza, sino que se me juzgará en el amor. No digo que los títulos y los estudios, el dinero, sean malos en sí, sino que sólo son medios y no fines. Lo malo es vivir y enfocar toda la voluntad e inteligencia en ellos como fines en sí mismos.”
– Ustedes los hombres siempre están compitiendo como niños. A ver quién tiene el auto más moderno, quien es mejor para la pelota, quien ostenta el mejor cargo de la empresa…y tú les sales con algo que los descoloca. Qué bueno Mateo que los aterrizaste.
– Pero lo hice espontáneamente Ángeles. Este tema de las prioridades de la vida es de las cosas que yo siempre me planteo y bueno…quizás les hacía falta que alguien les dijera una cuantas verdades. Cuando terminé mi intervención todos me estaban mirando con algo de incomodidad y las risotadas de hace un instante ya no se escucharon más. Poco a poco comenzaron a conversar entre ellos y el murmullo comenzó a sentirse. Con el transcurso del tiempo y con unas copas en el cuerpo mis compañeros comenzaron a sincerarse entre ellos. Yo había abierto una grieta y ahora las lágrimas corrían como si un terremoto de emociones les hubiera movido todo aquello que estaba reprimido en sus almas. Los cargos de conciencia brotaron por todos lados y los éxitos de hace un instante, ahora ya no lo eran tanto. Las miserias del alma humana se esconden tras un aparente bienestar material. Comenzaron a llorar sus fracasos matrimoniales y sus terceras o cuartas rejuntadas; los hijos postergados, el tiempo perdido y malgastado en necedades, la pérdida de fe, al abandono y la soledad en la que se encontraban, las humillaciones en los trabajos, el hastío de la vida. Los solteros lamentaban haber dejado pasar la posibilidad de formar una familia por dedicarse a ellos mismo. Siempre postergando finalmente ya era demasiado tarde.
Te aclaro mi vida, que no todos estaban en esta situación, pero era la mayoría, diría que un 70% de los que estábamos ahí. Manuel, que estaba sentado justo al frente mío al otro lado de la mesa, me miraba sorprendido por lo que estaba pasando. Yo levanté mis cejas y mis hombros para mostrarle con este gesto que yo al igual que él estaba sorprendido. “¿Qué les pasa a estos locos? ¿Por qué lloran?” Me dijo desde lejos – “Parece que levanté la alfombra y salió a relucir la mugre” – le contesté yo. Él se sonrió y se puso a conversar con otro de mis compañeros que estaba a su lado y que lloraba porque a sus hijos no los veía nunca porque se la pasaba viajando.
Las conmovedoras escenas se veían en todas las mesas y para mí este espectáculo de cuarentones llorando como adolescentes era surrealista. Estaba pensando en lo inaudito que era todo esto cuando fui interrumpido en mis cavilaciones por otro de mis compañeros que estaba sentado en otra mesa justo detrás de mí, corrió su silla y se ubicó a mi lado para hablarme. Estaba muy impresionado por mis palabras. Afortunadamente era uno de los que no estaba dentro del 70%.
– Te las mandaste Mateo de nuevo. Han pasado veinticinco años desde que salimos del colegio y sigues con los mismos discursos que nos dejan golpeados. Oye viejo de verdad ¿eres feliz?
– Vaya pregunta que me haces. Te diría que sí y no. Agradecido de Dios por todo lo que me da cada día; agradecido y feliz por mi fe católica, por conocer la Verdad, por la familia que he ido construyendo con Ángeles; pero el día en que yo me sienta pleno y dichoso en esta vida, entraré a preocuparme, algo no anda bien.
– El camino del cristiano no es fácil. Cada día se está haciendo más difícil vivir conforme a lo que Dios nos pide.
– Claro Vicente, el amor va acompañado del sufrimiento, exige muchas renuncias y sacrificios. No podemos ser menos que el Maestro. Hay veces que me siento como viviendo en un exilio, a pesar de tenerlo todo. Nada parece llenarme…feciste nos ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te, decía San Agustín. Mi corazón solamente estará feliz cuando pueda por fin descansar en Dios. Estamos de paso no más por un tiempo y si miramos esta vida desde la eternidad es la nada misma. Por eso yo tengo puesta mi vida y mi corazón en tratar de ganar el Cielo para los míos y para mí. Ahí está mi tesoro, lo demás es paja molida.
– Todo el tiempo que perdemos en insignificancias y después andamos arrepentidos.
– Y ya es tarde. Las decisiones se toman en un determinado momento y cuando dejas pasar la oportunidad ésta ya no vuelve más. Toda la vida estamos decidiendo y cuando optas por una cosa las demás quedan desechadas y para siempre. No se puede tener todo, imposible. O te la juegas por vivir católicamente o nada. No puede haber medias tintas, eso no es lo que Dios nos pide.
Vicente me dio la mano y volvió a su lugar en la mesa. Pasada una hora ya todos nos quisimos volver a nuestras casas.
– Ojalá que les haya servido de algo esta catarsis para replantearse la vida.
– No lo sé. La gente se deja llevar más por las emociones y el momento de sentimentalismo, cuesta que tomen medidas concretas. No tienen la voluntad de cambiar y retroceder. Lloran un poco, pero después siguen igual, sabiendo que están mal. Prefieren seguir escondiendo la mugre bajo la alfombra, es más fácil.
– Pero el dolor que sienten a causa de sus errores está siempre ahí presente, ¿no crees Mateo?
– Sí mi Angelito, así es. Dios quiera que de entre todos los que estaban ahí esta noche, al menos a uno le hayan llegado mis palabras y enmiende el rumbo. Creo que de ahora en adelante tendré a mis viejos camaradas más presentes en mis oraciones. Vamos Ángeles que ya es muy tarde.
La noche estaba muy silenciosa, y ahí a los pies de mi cama de rodillas en el suelo, en la oscuridad y en silencio le pedí a Dios por mis compañeros…y por mí.
Beatrice Atherthon