Ignacio fue el segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía, la ciudad donde por vez primera se llamó «cristianos» a los seguidores de Cristo. Ignacio murió mártir muy anciano, en el año 107. Fue condenado al circo romano para ser devorado por los leones en tiempos del emperador Trajano.
En su viaje a Roma, sabiendo que iba a morir, tras ser apresado, escribió sus siete cartas dirigidas a otras tantas Iglesias, en las que con trato sabio y erudito (a la vez que profundamente humilde) desarrolla la doctrina sobre Cristo, la vida cristiana y la constitución de la misma Iglesia. De hecho la constitución jerárquica de la Iglesia Católica es sobre todo inspiración de este grandísimo santo que decía que, igual que el trigo, si no era molido por las fieras no daría todo el fruto que Dios le pedía. Con esa presencia de ánimo encaró su martirio.
En el evangelio de Lucas, capítulo 9, hay una escena entrañable en la que Cristo toma en brazos a un niño pequeño y lo muestra a sus discípulos, y les advierte que hay que ser como niños y acoger a los niños, para entrar en el Cielo. Pues, según la tradición: ese niño era Ignacio de Antioquía. Preciosa historia de amor que ya empezaba desde la tierna infancia.
San Ignacio de Antioquía, intercede por nosotros