Santa Teresa y la Instrucción Cor Orans

Los santos, cuando se trata de defender la integridad de la fe, el bien de la Iglesia, la Regla de la propia orden/congregación no ahorran esfuerzos y, desplegando heroicamente toda suerte de recursos, sustentados por la Gracia divina, salen victoriosos con sus propios hijos y sus hijos espirituales.

Su reacción es fuerte, determinada, paciente, nunca airosa, nunca sarcástica, nunca ácida. Santa Teresa de Ávila (Ávila, 28 de marzo 1515 – Alba de Tormes, 15 de octubre 1582) fue quien, protagonista extraordinaria del siglo XVI en la revitalización y la sana reforma de las Carmelitas, se habría opuesto de frente a la Constitución apostólica Vultus Dei Quaerere y su Instrucción aplicativa Cor Orans de los monasterios de clausura emanada este año de la Santa Sede para demoler la autonomía jurídica (sui juris), decapitando la sagrada identidad y la sagrada inviolabilidad de cada uno de los claustros.

Santa Teresa, cuando se produce el deterioro carmelitano, impulsó una reacción de alma y de actos concretos de enorme alcance para combatir, de acuerdo con la voluntad de Dios, la corrupción de la Regla original. Carmelita del monasterio de la Encarnación de Ávila, donde había entrado en 1536, experimenta una visión intensa en septiembre de 1560, cuando ya estaba dotada de los carismas místicos.

El aterrador realismo de su experiencia será capaz de otorgar a su vocación una nueva dimensión: por algunos instantes se ve en el infierno, torturada tanto en el cuerpo como en el corazón y se siente sofocada por la desesperación, con el alma que «se desgarra», como ella misma escribirá en su autobiografía.

Su angustia es tal que asume inmediatamente el compromiso de vivir de acuerdo con la Regla monástica del modo más perfecto posible, pero también el de trabajar con la oración y la penitencia por la salvación de los pecadores. Ahora el terror lancinante por la pérdida de las almas, en una Europa desgarrada por Lutero y por los herejes, no la abandona más.

La idea de volver a una Regla más perfecta, aquella otorgada a los eremitas del Monte Carmelo de San Alberto en el siglo XIII, nace al término de una larga y atormentada maduración, en septiembre de 1560, durante una conversación entre Santa Teresa, algunas religiosas amigas y piadosas señoras laicas. Ellas tienen en mente el modelo de la reforma de las franciscanas llevada a cabo por San Pedro de Alcántara (1499-1562).

Están animadas por el mismo deseo de pureza y de rigor, por eso se movilizan y Doña Guiomar ofrece una renta para garantizar la fundación de un monasterio. El Provincial carmelitano Angel del Salazar aprueba el proyecto. La población de Ávila hace objeto de burlas y cubre de sarcasmos a Santa Teresa. Se amenaza de advertir a la Inquisición por el escándalo. Sor Teresa informa al P. Pedro de Alcántara, que la anima a continuar con el proyecto.

Pero el provincial, temeroso de conspiraciones e impresionado por el clima de hostilidad de las religiosas de la Encarnación, se niega a aceptar la fundación de un nuevo monasterio bajo su propia jurisdicción. Teresa no se desanima y escribe una carta al Papa para obtener un breve y, en abril de 1561, es autorizada a reanudar la puesta en marcha de su plan. Con discreción hace comprar la pequeña casa de San José y la nueva fundación es puesta bajo la dependencia del Obispo Álvaro de Mendoza.

El 24 agosto de 1562 la pequeña casa de San José está lista, cuna de la reforma teresiana. Cuatro novicias toman el hábito. La priora de la Encarnación intima a Santa Teresa a volver, mientras bandas de agitadores rodean el pequeño monasterio. Las pasiones se desencadenan. Sin embargo, el pequeño monasterio vive y sigue la Regla primitiva en la absoluta pobreza y en la estricta clausura.

En el momento en el cual los conflictos religiosos laceran a Europa, Teresa tiene una aguda conciencia de la necesidad de ayudar a los sacerdotes en su propia obra de apostolado y de denuncia de los errores para el renacer de las conciencias. El P. Rubeo, Superior General de la orden del Carmelo, la autoriza a fundar en Castilla tantos monasterios «cuantos cabellos tiene su cabeza».

La Madre tiene 52 años e inicia una nueva etapa de su existencia. Durante 15 años recorre a lo ancho y a lo largo los caminos de Castilla a lomo de mula o en carrozas cubiertas, en el frío más rígido, en caminos ardientes y polvorientos. Y así es como surgieron 15 monasterios: Medina, Malagón, Valladolid en 1568; Toledo y Pastrana en 1569; Salamanca en 1570; Alba de Tormes en 1571; Segovia, Beas, Sevilla en 1574; Soria en 1581; Burgos en 1582… Lo importante, para la Madre, es que los monasterios estén formados por pocos miembros a efectos de mantener una mayor reserva, un mayor silencio, una más perfecta vida claustral.

Ella, siempre y solamente con la confianza puesta en Dios y con la oración, enfrenta con coraje el rechazo de las autorizaciones, la dificultad de las negociaciones, los plazos burocráticos las colaboraciones negadas. Para fundar los monasterios la mística se había abocado a la búsqueda de religiosos que quisieran vivir de acuerdo con la Regla El primero fue el prior del convento de las Carmelitas de Regla limitada de Medina, el Padre Antonio de Jesús, quien le había hecho conocer, en el año 1567, a un joven carmelita, estudiante en Salamanca, recién ordenado sacerdote: Juan de San Matías, futuro San Juan de la Cruz. «Era tan bueno», dirá la santa, «que era yo quien tenía que aprender mucho más de él que cuanto podía enseñarle».

A los 60 años Teresa de Ávila, después de haber fundado el convento de Beas, encuentra a un joven carmelita que había entrado en la reforma carmelita de 1572, el Padre Girolamo Graziano, al cual hizo voto de obediencia. La persecución hacia la reforma teresiana, en este punto, asume una aceleración: el Superior General desaprueba la iniciativa de las descalzas de Andalucía. El clima se envenena y en diciembre de 1575 recibe la orden de suspender toda fundación: ¡se retira a uno de sus monasterios y no sale más!

Después de haber dado vida al Carmelo de Sevilla, obedece y se va al monasterio de Toledo La muerte del principal protector de las Carmelitas reformadas, el Nuncio Nicolás Ormaneto, priva a Teresa de su apoyo y es substituido por un enemigo de las Descalzas, el P. Filippo Sega. Además, debido a que las religiosas de la Encarnación de Ávila habían osado elegir a Teresa priora del convento, en el año 1577 son excomulgadas por el propio provincial mientras San Juan de la Cruz es arrestado. La Madre, tratada como una desbocada, vive ahora recluída en San José.

Su obra parece condenada a muerte, pero Santa Teresa no se da por vencida: apela a Felipe II y en 1690 un breve papal de Gregorio XIII constituye a las Descalzas en una provincia separada, poniendo fin así a dieciocho años de acérrima lucha entre las dos ramas del Carmelo. Teresa de Ávila permanece de pie y es ganadora, sabiendo que su batalla es para el bien no solo de su orden sino de toda la Iglesia.

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