Ser santos subiendo tres peldaños

Fue un acierto de los directivos del consejo representativo de los seglares de la diócesis de Oruro, que dieran un giro a las reuniones mensuales de los delegados de las asociaciones y parroquias. Uno de los puntos incluidos ha sido la exposición de la vida de un santo.

Ante el nuevo enfoque de dichas juntas, una de las delegadas dejó de concurrir expresando: “para qué asistir si sólo hablan de santos”. Pobre señora, ya que pocas cosas pueden elevar tanto el alma como la heroica vida de otros. Pero no podía esperarse menos de una activista de grupos feministas radicales, comprometida con sectores eclesiales politizados y progresistas. Así estamos.

Quizá también ustedes como otros muchos sinceros cristianos, se habrán preguntado, «yo soy un vulgar seguidor de Cristo, ¿por qué no soy más santo, más entregado incondicionalmente a Dios?», porque al escuchar las confidencias de muchas personas, uno se da cuenta de que la mayoría de ellas se contenta con echar la culpa de una santidad que no poseen, a la actuación de otras personas, pasa eso aún en nuestras familias.

Sea verdad que hayan influido dichas circunstancias, ¿y ahora que me doy cuenta de ello, qué hago?

¿Cuándo me muevo procuro avanzar por los caminos que antes no conocí? Es preciso que renueve frecuentemente mi acogida de Cristo, mi inserción personal en su vida, y en sus decisiones.

Quien está satisfecho de sí mismo, y pretende bastarse a sí mismo, no sabe en realidad ser cristiano. El chico que solamente sueña en satisfacer sus instintos físicos, en el que no ven las chicas más que una fuente de placer, ¿cómo va a entender lo que es la Religión cristiana?

La chica que solamente se ocupa de cambiar de peinado y de admirador, ¿cómo va a aceptar la amistad de Cristo?

La Religión evidentemente no le dice nada, y el hecho de llevar una medalla de la Virgen, o una pulsera adornada con motivos religiosos, no la convierten en cristiana, aunque rece las tres avemarías antes de dormirse por temor a la muerte.

El industrial que mide el éxito de su vida por el haber de la cuenta corriente en el Banco, el comerciante, cuyo pensamiento está encerrado en su almacén, el sabio que limita su felicidad al manejo del telescopio, o de una probeta o de una calculadora electrónica, ¿cómo quieren ustedes que se distingan de un incrédulo o del cristiano que no ha entendido el cristianismo?

El cardenal Marmillod calificó «de herejía de las obras esa actividad febril que utiliza los grandes medios humanos como si bastaran para el avance del Reino de Dios. Admitiendo teóricamente que Cristo es el iniciador de toda actividad apostólica, se obra como si su presencia y su acción fueran superfluas».[1]

Inconscientemente nosotros formamos nuestras vidas por la influencia de algunos de los titulares que leemos, los slogans y la propaganda, así mismo es importante leer vidas de santos para un correcto desarrollo espiritual.

El propósito de Dios al permitir la canonización de los santos, es proporcionar un modelo que nos atraiga y aumente nuestra bondad y heroísmo. Los santos son la doctrina y la práctica de la santidad hecha visible. Si frecuentamos su compañía, imitaremos sus cualidades.

Cuando el gran San Ignacio de Loyola se encontraba convaleciente de una herida de guerra, no había encontrado otra cosa que leer sino La Vida de Cristo, y La Vida de los Santos. Leyéndolos se dio cuenta de que había otra batalla mucho más grande que la que se libraba con rifles y espadas que él conocía tan bien. Era el combate contra las poderosas fuerzas del demonio, en el cual, la recompensa, era la más grandiosa de todas: la vida eterna. De tal forma que abandonó su carrera militar y fundó un nuevo ejército: la Compañía de Jesús. De la lectura de ambos libros surgió su verdadera vocación, la vocación a la santidad.

En el corazón de cada miembro del Cuerpo místico de Cristo de buena voluntad, Dios ha implantado el deseo de llegar a ser santo, pues es la voluntad de Dios que seamos santos. (1Tesalonicenses 4, 3), desde antes de la fundación del mundo nos escogió en Cristo, para que delante de Él seamos santos e irreprensibles; y en su amor (Efesios 1, 4); en razón de lo cual la Sagrada Biblia insiste mucho -tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo: «Sed santos; porque Yo Yahvé vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19, 2; 20, 26); «sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mateo 5, 48), todo bautizado consecuentemente está llamado a la santidad: «los santificados en Cristo Jesús, santos por vocación» (1Corintios 1, 2).

Se dan muchas definiciones sobre lo que es la santidad de vida cristiana. De una manera general se podría decir que santo es alguien que con el objeto de agradar a Dios, realiza sus deberes ordinarios extraordinariamente bien.

Pero, ¿en qué consiste propiamente la santidad? ¿Qué significa ser santo? ¿Cuál es su constitutivo íntimo y esencial?

La Sagrada Escritura, los Santos Padres, los teólogos y los grandes místicos experimentales han propuesto diversas fórmulas, pero todas coinciden en lo substancial. Desde un punto de vista teológico, la santidad consiste:

a) En nuestra plena configuración con Cristo, en nuestra plena cristificación. Es la fórmula sublime de San Pablo, en la que insiste reiterada e incansablemente en todas sus epístolas.

b) Consiste en la perfección de la caridad, o sea en la perfecta unión con Dios por el amor. Es la fórmula del Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, en plan estrictamente teológico.

c) Consiste en vivir de una manera cada vez más plena y experimental el misterio inefable de la inhabitación trinitaria en nuestras almas. Es el pensamiento fundamental de San Juan de la Cruz y el de todos los grandes místicos experimentales.

d) Consiste en la perfecta identificación y conformidad de nuestra voluntad humana con la voluntad de Dios. Así habla insistentemente Santa Teresa de Jesús.

Como se ve, las fórmulas son muchas pero todas son verdaderas y todas expresan la misma realidad aunque contemplada desde puntos de vista diferentes.[2]

Desde un punto de vista espiritual, y ascético, toda la doctrina del Evangelio se resume en estas palabras de Jesús: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tomo cada día su cruz y sígame (Lucas 9, 23). Observa San Luis María de Montfort que: si alguno, alguien, quiere decir que son muy pocos los que siguen a Cristo. Y dice que la perfección cristiana consiste en «querer», «negarse», «padecer» y «obrar», según se desprende del consejo de Jesús. También equivale a decir: la medida de la caridad en el hombre es la medida de su perfección sobrenatural, resultado conjunto de la acción de Dios y de la libre cooperación del hombre.[3]

«La vida ha menester siempre de perfeccionarse y se perfecciona acercándose al fin suyo. La perfección absoluta es la consecución de dicho fin, que únicamente en el cielo alcanzaremos, donde poseeremos a Dios por la visión beatífica y el amor puro, y nuestra vida llegará a su pleno desarrollo; porque entonces seremos con verdad semejantes a Dios, ya que le veremos como él es, (1 Juan III, 2). No podemos alcanzar en la tierra sino una perfección relativa, en cuanto nos acercamos sin cesar a la unión íntima con Dios que se nos prepara en la visión beatífica».[4]

«Hasta los mismos sacerdotes, los religiosos y los laicos que se emplean en actividades apostólicas, aunque sean muy santas, pueden ser unos sub-alimentados en lo espiritual. El riesgo de caer, o al menos la posibilidad de desviarse, son muy de temer, el cansancio, las tentaciones, las ocasiones y peligros, la tibieza, las pruebas de toda especie, el arrastre de las pasiones, las ideologías fascinantes, oscurecen el espíritu y resecan el corazón».[5]

Tomás de Kempis fue tan lejos como decir: Si cada año desarraigáramos un defecto, pronto nos convertiríamos en hombres perfectos. [6]

De tal forma que toda alma que desee, busque y camine hacia la perfección, ha de pasar necesariamente por las tres vías o fases, tres caminos: 1) vía purgante -la salida-  (caracterizada por la lucha contra los pecados habituales, los vicios que obstaculizan la vida de la gracia en el alma. 2) vía iluminativa -la perseverancia-, a partir del momento en que las virtudes comienzan a triunfar, el camino hacia los frutos del Espíritu Santo, y 3) vía unitaria -la llegada-, desde el momento en que el alma tiende a la unión con Dios, el camino a las bienaventuranzas (y, en alguna manera, por las siete moradas que refiere Santa Teresa de Ávila).

Las condiciones de vida de algunos privilegiados cristianos, que siempre tuvieron inmensas oportunidades de santidad no aprovechadas les han de hacer meditar seriamente sobre la pérdida de los valiosos dones divinos, a fin de enfocar su existencia por el camino de la santidad. Y quienes no han tenido buenas oportunidades, ahora, al poder tenerlas, han de reflexionar sobre su aprovechamiento, ya que de un salto con decisión, pueden colocarse en las alturas de la santidad.

Los santos aceptaron cualquier cosa que Dios les diera, con ese espíritu de fe y de confianza. Ellos estaban envueltos en los brazos de una amorosa Providencia.

Lo que debemos lograr es arrancar esta máscara de insinceridad e hipocresía que nos hace creer que la culpa de que no seamos más santos es de otros, y no solamente nuestra. Cuando Dios se vuelca con increíble generosidad en las almas sinceras, que desean amarle noblemente, ya nos recuerda insistentemente la Biblia: Si hoy escuchases la voz de Dios, no endurezcas el corazón.

Germán Mazuelo-Leytón

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[1] DOM CHAUTARD, El alma de todo apostolado.

[2] ROYO MARÍN OP, ANTONIO, Ser o no ser santo. Ésta es la cuestión.

[3] cf.: MONTFORT, SAN LUIS MARÍA, Carta a los amigos de la Cruz.

[4] TANQUEREY S.S., Adolphe, Compendio de Teología Ascética y Mística.

[5] DOM CHAUTARD, El alma de todo apostolado.

[6] KEMPIS, TOMÁS DE, Imitación de Cristo, 1, 1.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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