La última etapa histórica en la que España estaba configurada legalmente como estado confesional católico se extendió desde la derrota del comunismo en 1939 hasta el advenimiento de la democracia liberal en 1976. Durante casi cuatro décadas la confesionalidad estatal era un obstáculo jurídico ante cualquier ley contraria a la ley natural y/o ley divina. Además se establecía una moral pública que, sin imponer coactivamente la práctica religiosa, protegía al tejido social de toda costumbre contraria a la decencia, familia, matrimonio.. y todo aquellas realidades éticas y sociológicas que mantenían la identidad cristiana de una nación. Por supuesto que, como nada en este mundo es perfecto ya que solo la sociedad celestial lo es, se daban errores y defectos que sería de muy poco rigor no reconocer, como por ejemplo la falta de autenticidad de aquellos católicos que priorizaban lo político sobre lo religioso en sus vidas, o la incoherencia de otros que mostraban una religiosidad solo formal, o la tentación de una vida cristiana fácil y sin esfuerzo ascético.
Lo dicho anteriormente sobre la parte, digamos, negativa, es aprovechado o, casi diría, exprimido, no tanto por los enemigos de la fe sino por todo aquel fenómenos que surge a la luz del concilio vaticano II que son la mayoría de los movimientos laicales con gran fuerza desde la década de los sesenta. Aparece como un rayo cegador el argumento de un nuevo y gran horizonte para la Iglesia:
- Se acaba, por fin, la concepción confesional de tinte medieval y origen constantiniano
- El sacerdocio y la vida religiosa son progresivamente eclipsados por la exaltación del seglar
- Es el fin de una moral social falsa que ha amordazado la auténtica evangelización
Los nuevos movimientos laicales proclaman una nueva primavera para la Iglesia sobre todo en tiempos de Juan Pablo II: se llenan los estadios, actos multitudinarios, masivas concentraciones de jóvenes en Roma y otros lugares de todo el orbe… y en todo ello (obviamente con toda su carga positiva ya que el Espíritu sopla donde quiere) siempre la cansina crítica contra lo anterior: la superación de un catolicismo anquilosado y superficial, inmaduro y vacío de contenido. Yo lo llamaría los “felices años ochenta”, y creo que puede aplicarse no solo a España sino a naciones con contextos parecidos a nivel histórico como Italia o Irlanda, y también a patrias de Hispanoamérica.
Han pasado varias décadas, entre 40 y 50 años, y con humildad deberíamos preguntarnos: ¿tan mala era la época anterior?; o bien hacer examen de conciencia y valorar la contundente realidad de los datos (que no mienten):
- La moral pública desapareció por completo. No hay sentido de pecado ni de responsabilidad personal.
- El ambiente ideológico es de relativismo puro y concepción sentimental de la vida. Lo que sentimos supera a lo que somos.
- La practicancia sacramental bajo mínimos nunca vividos. Los seminarios cada vez más vacíos y las órdenes religiosas desaparecen (en España de media cada semana se cierra un convento y quizás cada año se abre uno nuevo)
- Emerge la llamada sacramentalización sociológica: los sacramentos se convierten en motivo solo de celebración profana en su gran mayoría
Eso si: los que siguen fieles en los movimientos laicales dirán que ELLOS son ahora más coherentes en su fe vivida. Y como en muchos casos no ven más allá de su propia experiencia personal, creen ingenuamente que ELLOS representan la realidad. Y persisten en su obstinada crítica a la concepción anterior.
Podría decirse que ANTES había una gran mayoría que vivía la fe católica en unos mínimos, si, de acuerdo. Pero AHORA podría decirse que hay una minoría, muy minoría, que vive una fe de “máximos” y se mira a otro lado al constatar una inmensa mayoría que, sencillamente, vive sin fe. ¿De verdad esto es mejor?
¿Es mejor construir una evangelización de elitistas minorías que aspiran a una santidad mientras una gran mayoría languidece sin apenas fe?
¿No era mejor una situación social donde, a pesar del riesgo de acomodarse, se salvaba la fe de una sensible mayoría?
Y añado: ¿Dónde están HOY las muchedumbres que llenaban los estadios y/o los eventos multitudinarios de aquellos años ochenta que parecía iban a cambiar al mundo?
Creo que este breve artículo puede hacernos reflexionar.