En estos oscuros tiempos que atravesamos de confusión espiritual y moral volvamos a centrarnos en el problema de la moda; problema que podría parecer accidental desde el punto de vista de la teología. Pero al contrario, como explican los moralistas, es de una importancia capital para uno mismo y para los demás. En efecto: de una moral decente o indecente se deriva una conducta de la que depende que un alma se salve o no.
Que la Virgen del Buen Consejo ilumine a los hombres y fortalezca con su gracia su voluntad para que vivan santamente y alcancen sin falta la eterna salvación.
Mater Divina Gratiae, ora pro nobis.
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En una sociedad como la nuestra que se ha vuelto pagana, el problema de la moda se ve como algo totalmente desconectado de las virtudes naturales e infusas.
La sociedad actual, sobre todo después del 68, está envuelta en una atmósfera sensual que afecta tanto la moda como el arte, la música, el cine y la cultura en general.
Ya en 1964, el cardenal Siri recomendaba a las jóvenes en algunas de sus cartas pastorales no vestir, y menos aún en la iglesia, vestidos muy ceñidos, con mucho escote y faldas excesivamente cortas, así como pantalones, sobre todo muy ajustados. Así, además del escándalo, se evitaría la profanación del espacio sagrado.
De hecho, escandalizar, es decir poner al prójimo en ocasión de pecar debido a nuestro comportamiento, es un pecado grave. Es más, los pecados de deseo, cuando hay plena advertencia y materia grave, son pecados mortales. Pues bien: las modas indecentes incitan a los demás a pecar contra el noveno mandamiento: no desearás la mujer de tu prójimo. Y la materia del 6º y 9º mandamiento siempre es grave. De ahí que las modas indecentes induzcan objetivamente a otros a cometer pecado mortal. Por lo que se refiere al escándalo, dijo Jesús que sería preferible sacarse un ojo, cortarse la mano o acabar en el fondo del mar con una piedra atada al cuello antes que escandalizar (Mar.9,42-47). Quien se exhibe con vestiduras provocativas se convierte en motivo de muchos pecados de pensamiento, y eso ya en sí es un grave mal.
Monseñor António de Castro Meyer, obispo de Campos (Brasil), escribió en una carta pastoral a sus sacerdotes en 1970 que la moral de la Iglesia es inmutable, dado que se cimenta sobre la ley natural y divina, que no cambia.
Por eso, el obispo brasileño recomendaba evitar los bailes sensuales modernos, las piscinas para ambos sexos, las playas muy concurridas y esas mangas tan cortas que parecen tirantes.
En el Dizionario de teologia morale de los cardenales Francesco Roberti y Pietro Palazzini se lee que, para la mujer, la tendencia a ataviar el cuerpo es totalmente natural y, dentro de ciertos límites, elogiosa. La moral no desprecia el perfeccionamiento de la belleza, sólo el exceso.
Con todo, es preciso recordar siempre que el cuerpo humano es templo del Espíritu Santo, como dice San Pablo. Por tanto, el atuendo de la mujer tiene que ser sobrio, ya que hermosea un cuerpo que alberga al Espíritu Paráclito. Por consiguiente, es importante evitar excesos como un desaliño repulsivo o una ostentación provocativa.
El exceso es un desorden moral si sobrepasa los límites 1º por deseo malintencionado de seducir (pecado mortal), 2º por vanidad (pecado venial) o 3º por los efectos desordenados (escándalo y derroche de tiempo y dinero).
En resumidas cuentas: toda indumentaria que resulte peligrosa para las virtudes de la persona que la vista o para quienes caigan ante la seducción es reprobable.
Objetivamente, la cantidad excesiva de carne desnuda a la vista, la transparencia y las prendas demasiado ajustadas constituyen un desorden moral.
Se puede afirmar que quien viste según una moda inmodesta roba almas a Dios, porque las aparta de Él para concentrarlas en la materia y el fango. Un cuerpo vestido de forma indebida es semejante a un ídolo que trata de usurpar el lugar de Dios, como cuando los judíos confeccionaron y adoraron un becerro de oro mientras Moisés hablaba con Dios en el Sinaí.
El ser humano es un sujeto inteligente y libre creado a imagen y semejanza de Dios para conocer el bien, refutar el error, amar lo bueno y huir de lo malo. No es un objeto hecho para lucirlo y ponerlo a la venta.
Por lo tanto, es preciso respetarse a sí mismo y no rebajarse al nivel de un producto destinado al comercio y consumo.
Para terminar, es necesario saber que por la reverencia debida a un espacio sagrado, un atuendo indecente puede llegar a constituir un sacrilegio.
El cardenal Siri ponía en guardia concretamente contra las modas femeninas que desde los años sesenta tendían a asimilar el atuendo de la mujer con el del hombre por medio de pantalones, chaqueta, corbata y cabello corto, en tanto que los hombres se lo dejaban crecer como las mujeres, con largas melenas.
Si bien es cierto que los pantalones cubren más que algunas faldas, también es verdad que las faldas decentes son lo más decoroso y conveniente para la mujer y que los pantalones femeninos excesivamente ajustados muestran más el cuerpo que muchas faldas.
Por otra parte, los pantalones femeninos alteran la psicología de la mujer y la masculinizan. Y al contrario, las modas masculinas afeminadas amaneran y feminizan.
Esto conlleva en la mujer una reacción innatural contra la propia feminidad y maternidad, con la consiguiente deformación psicológica. Lo mismo puede decirse de los hombres.
En cuanto a los hijos, poseen instintivamente el sentido de la dignidad de su madre y distinguen perfectamente la mujer del hombre, por lo que les incomoda tanto ver a su madre con pantalones como si vieran a su padre con falda.
Al seguirse estas modas tan innaturales se ha llegado a olvidar el amor a la propia madre y cuando es anciana es más fácil llevarla a una residencia para mayores.
Así pues, la masculinización de la moda femenina ha tenido las siguientes consecuencias: familias deshechas, vidas truncadas por el aborto, hijos degenerados, suicidios juveniles e hijos que reniegan de sus padres ancianos y se los quitan de encima ingresándolos en una residencia.
Las almas han abandonado a Jesucristo. Los padres han hecho dejación de funciones. Las madres se han masculinizado y compiten con sus maridos. Todo esto desestabiliza a los hijos.
El pudor de hoy se refleja en el deber materno, o paterno, de mañana. Quien hoy no es recatado, mañana no será buen padre o buena madre.
Si el mundo está mal hoy en día, hay que buscar las causas en los errores doctrinales y los desordenes morales, sobre todo en la falta de moral en la moda, ayer la femenina y hoy también la masculina, que ha alumbrado una especie de ser fluido o híbrido. Mao Tse Tung decía: «Convertid a la mujer en hombre y al hombre en mujer, y así será más fácil gobernar a seres intermedios».
La juventud se ha vuelto irresponsable, ligera y frívola, por lo que ya no se adapta a la vida seria del matrimonio. Al verse así afectado el matrimonio se trastorna también la sociedad civil, que está formada por la unión de familias. La Iglesia misma queda también afectada, porque ella también se compone, en lo material, de personas y familias.
La fuerza de un pueblo está en la madre fiel y creyente: ella es el corazón de la familia y el marido la cabeza.
Decía Pío XII que el mundo moderno, con su fascinación por lo diabólico y la presión tiránica de potentísimas organizaciones, necesita para ser fiel a Cristo dominio de sí, esfuerzo constante y abnegación hasta el heroísmo sin reservas ni medias tintas.
En 1952, Pío XII también condenó la moral situacional, según la cual el arte, la moda, la economía, la política y el deporte deben ser fines en sí, independientes de toda regla moral.
De hecho, si el fin próximo de la moda es la elegancia, el del deporte la fuerza, el de la economía el bienestar temporal de la familia y el del arte la belleza, su fin último –que lo regula mediante normas morales objetivas- es que las obras de arte, la moda, el deporte etc. se ajusten a los principios objetivos e inmutables de la ley natural y divina, que es condición sine qua non para alcanzar o no el fin último.
Por eso, cuando la moda, la publicidad, las películas, la pintura, la escultura, la política y la economía se desvinculan de la moral son objetivamente inmorales y desordenadas y nos desvían de la ruta, impidiéndonos llegar al Paraíso.
En vista de ello, ya se lamentaba Pío XI en 1922 de la frivolidad de las señoras que traspasaban los límites del pudor en el vestido y en los bailes.
Así pues, en 1930 afirmó que el deporte debía practicarse con atuendo decente y apropiado. Es más, después del pecado original el cuerpo humano tiene partes honestas (el rostro, las manos), que se muestran en público; otras menos honestas (piernas, parte superior del brazo, cuello), que se cubren y no se revelan del todo, y partes deshonestas que deben cubrirse sí o sí.
En un escrito de 1994 sobre la moda titulado el P. Enzo Boninsegna atribuye justamente a la Masonería la corrupción de las costumbres.
Es más, dice la secta secreta: «La religión no teme la punta del puñal, pero puede caer bajo el peso de la corrupción. No cejemos, pues, en nuestra labor corruptora. Popularicemos el vicio entre las multitudes. Enviciemos los corazones. Así se acabarán los cristianos».
Comenta el P. Boninsegna: «La Iglesia da lo mejor de sí con la persecución y engendra mártires; en cambio, la corrupción da a luz seres apáticos y decaídos. El objetivo de la Masonería es clarísimo. Los hijos de la Masonería, el comunismo ateo y el capitalismo salvaje han encontrado en la corrupción la mejor manera de lograr sus fines; o sea, la desaparición de la fe, la eliminación de la Iglesia y el sometimiento de la humanidad».
El plan masónico incluye también la corrupción de la mujer, y la moda indecorosa es un medio eficacísimo para alcanzar dicho fin.
El P. Boninsegna añade otras consignas masónicas: «Hay que empezar por conquistar a la mujer, a la que hay que liberar de las cadenas de la Iglesia y la ley. Si queremos acabar con el cristianismo, lo primero que tenemos que hacer es destruir la dignidad de la mujer: tenemos que corromperla, lo mismo que a la Iglesia».
CONCLUSIÓN
Para terminar, recordemos que al cuerpo le aguarda la tumba y al alma debe esperarla el Cielo.
Pío XI enseñaba: «A la hora de vestiros, mujeres, ¡pensad en cómo os marchitará la muerte!» Es una insensatez cuidar de lo que se deshace descuidando lo que permanece por la eternidad.
Como vemos, la moda ejerce un poderoso dominio sobre la humanidad herida por el pecado original.
Por eso, si queremos ir al Cielo, educar bien a la juventud y vivir en una sociedad sana, es importante que nos tomemos muy en serio el problema de la moda y el pudor. No nos hagamos ilusiones: las modas indecorosas corrompen las almas, las conducen al Infierno, introducen el caos, la violencia y la anarquía en la sociedad, arruinan la juventud y destruyen las familias. De modo que si queremos vivir cristianamente en una sociedad cristiana, debemos prestar mucha atención al problema del pudor y la moda.
Joseph
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)